Textos más vistos de Arturo Robsy etiquetados como Cuento disponibles | pág. 16

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Y Adiós

Arturo Robsy


Cuento


"El hombre es un mecanismo que el amor propio supera cada día"
—Louis Dumur, Petits aphorismes (1892)


El viejo, recomido por la edad y por algún recuerdo que le permanecía demasiado cercano, acabó con el último escalón. Jadeaba. Dudaba entre sentirse furioso o desgraciado. Los años... claro que aquello no era una cuestión de edad, sino de experiencia. Si él pudiera, tan sólo, hacer comprender al otro, al joven, que el tiempo, pese a todo, es un aliado... Si él pudiera romper, por una vez, su silenciosa torre de marfil y volverle realmente hombre...

Le miró por la ventana deslucida. Callado, violentamente callado, el joven escuchaba la música dulzona y triste de Chopin: re, sol-fa, sol, la-si, si, la, si... Había un no sé qué de muerte en el gesto del inmóvil joven Se diría que hasta la soledad había perdido, o que había olvidado todas las palabras.

Él era únicamente sus manos. Él era únicamente el nervioso balanceo del llavero que le colgaba de los dedos, y el viejo, jadeando todavía, le miraba entre la furia y el dolor, siquiera sin saber qué hacer ni qué decir. Mientras, Chopin continuaba en el cénit de su repelente dulzura (do, do, sí, mí-re, do, si, fa, sol, la...).

El joven tenía a su lado cigarrillos, pero no fumaba. El joven tenía enfrente una ventana, pero nada veía por sus rendijas. El joven tenía sobre su oído al malvado Chopin, y nada, nada, oía. Era —según el viejo— una cabeza atolondrada que tal vez, creyó llegar a una meta. Era —sin duda— un hombre vuelto en animal dolorido, en silencio, en soledad.

Una hora antes había subido el joven a la habitación de arriba:

—Es hora —dijo— de hacer el equipaje.


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Publicado el 30 de abril de 2022 por Edu Robsy.

...Y Compadece al Delincuente

Arturo Robsy


Cuento


El Alcalde, que era un hombre activo, predió la mecha y el cohete, tras subir al cielo, inauguró las fiestas de verano, obligando a miles de muy jóvenes, en camiseta, a echarse a la calle y reclamar bebida.

Los vendedores de vinos y licores los aguardaban frotando el zinc con las bayetas. Días antes habían acudido en comisión al Ayuntamiento. Ellos, que estaban a favor de la cultura y de las tradiciones por igual, ayudarían a emborracharse a la juventud para que gritara a su gusto, pero como, en aquella situación, la juventud tendía a morder la mano que la ayudaba, pedían permiso para usar vasos de plástico, subir los precios autorizados en la hoja sellada y, sobre todo, cerrar los lavabos.

— Bien. — dijo el alcalde, también tradicional.

— Pero la ley dice que cualquier establecimiento abierto al público ha de tener servicios. — advirtió el secretario, un maldito leguleyo.

— Y los tienen, ¿no? ¿Dice la ley que no pueden estar cerrados?

Así fue como cientos de espirituosos metros cúbicos corrieron las botellas a las gargantas y, desde éstas, tras darse un rápido paseo por las venas y fatigarse, se dejaban caer sobre los riñones que, cuidadosos, los bajaban al depósito que las naturalezas tenían dispuesto.

Mientras sucedían estos silenciosos procesos, tiempo hubo para abuchear a las autoridades que iban a las completas y para tirar huevos a los municipales que les escoltaban. También consiguieron irrumpir en la entrada del Ayuntamiento y derribar a la Giganta, que había paseado hasta media hora antes, perseguida por la chiquillería.

Otros más rodearon a la banda de música y, en rápido movimiento de tenaza, vertieron por los pabellones de los instrumentos de viento el contenido de varias litronas.


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Publicado el 4 de marzo de 2018 por Edu Robsy.

Yo, en mi Nube

Arturo Robsy


Cuento


Del mismo modo que uno nace pelirrojo y tiene que aguantarse con el color y las pecas, yo nací zahorí bajo el signo de Cáncer, acuático o líquido, soñador de corrientes, poeta de alfaguaras, enamorado de las fuentes.

Como nadie sabe exactamente lo que es ser zahorí, serlo tiene su encanto. Los racionalistas suelen negar que existamos y otros, más prácticos, contratan a gentes de mi raza para dar con la vena de agua clara que fecunda sus campos. Dicen que es un misterio y dicen que es un don, pero tampoco puedo explicar yo por qué sé que me aproximo al agua.

Igual que usted huele la comida yo percibo el agua, pero, ¿con qué? He oído a un zahorí viejo que con la piel, en especial con la de los antebrazos; pero como yo soy más poeta, tengo también mi versión: siento el agua como una presencia maternal y pura, como cuando se sabe que aguarda una mujer enamorada. Y entonces, sólo entonces, se me eriza el vello: el de los antebrazos, pero también la barba.

Acuático soy y no tiene ya remedio; así pues mi mundo no es exactamente el mundo de todos los días, ése que enseñan en el cine o sobre el que escriben casi perfectos poetas. El mío tiene una sensación más y una emoción nueva: la llamada de las fuentes, la dulce onda que en el aire anuncia el secreto transcurrir del agua.

Ya de niño buscaba las orillas del torrente que, a mis ojos, despedían una sombra fresca, un latido que se unía a mis latidos y me contaba impresiones secretas de eso que yo sé ahora que es la sangre de la tierra: el río que alimenta, la vena que corre por la piel del mundo y lo nutre de frescor, lo fecunda y lo limpia.


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Publicado el 27 de enero de 2018 por Edu Robsy.

Yo Fui Kovacsizado

Arturo Robsy


Cuento


UNA VIDA FELIZ

En aquel tiempo vivía sumido en la dieta mediterránea y en una salud que mantenía operativas mis mejores glándulas y poderosas mis hormonas. Era un hombre feliz, con tendencia a retozar como un conejo, e inasequible a los cambios de tiempo, entregado a la literatura festiva y a la gimnasia sueca.

Raro escritor, poseía un gimnasio, una tienda de deportes y un gato. Tocaba el clarinete y la gaita, hacía cinco horas diarias de ejercicio, practicaba el yoga, la prensa de banca y el salto de potro y, en los ratos libres, salía a buscar setas como método para comulgar con la naturaleza y llenar los depósitos.

Las únicas visitas al médico siempre habían sucedido bajo la presión del porrazo. Fui cosido por primera vez a los seis años y, desde entonces, coleccioné diversos zurcidos y fracturas, dolores intensos pero poco duraderos que no habían quebrado mi fe en que la naturaleza humana era un caudal inagotable.

Incluso sabía cosas útiles, como comer y montar con los codos pegados al cuerpo o que Maastricht venía del latín «Trajectum ad Mosam», pero ni idea de que hubiera otras hernias distintas a las de hiato y de escroto. Era inocente y tenía una espalda virginal con la que esperaba recorrer no menos de cien años.

LOS PRIMEROS PROBLEMAS

Esta vida idílica un día se vio interrumpida por un ardor en la zona lumbar y por una manifiesta repugnancia a doblarme por el eje. Nada —me dije— que escape a las virtudes de una buena faja de lana, porque un escritor deportista sabe que el lumbago acecha a los atletas y que hay que contar con su visita.


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19 págs. / 34 minutos / 75 visitas.

Publicado el 13 de julio de 2016 por Edu Robsy.

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