Textos peor valorados de Arturo Robsy etiquetados como Cuento disponibles | pág. 4

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autor: Arturo Robsy etiqueta: Cuento textos disponibles


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Pero no tanto

Arturo Robsy


Cuento


Las revistas del corazón más avanzadas llamaban a Andrés Delicado el «millonario loco». Sus hijos, también. Cada nueva idea del original padre les abría las carnes y pasaban meses temiendo por su patrimonio.

Se ganó el mote regalando a sus obreros, después de organizarlos en cooperativa, la totalidad de sus acciones de la empresa, que controlaba con sólo el 17 por cien del capital escriturado. Un mes después, y gracias al desinteresado apoyo de los delegados sindicales, los títulos habían bajado veinte veces su valor. No tuvo más que comprar a las víctimas del pánico, haciéndose, por muy poco, con el setenta por cien.

—¿Loco, eh? —comentó cuando volvió a implantar una dirección profesional. Pero no arrebató sus acciones a ningún asalariado.

No terminaba allí su peculiar modo de ver la vida. Tenía en plantilla a un viejo cómico, sobreviviente del teatro de la legua, con la exclusiva obligación de acompañarle e ir diciendo siempre la verdad de lo que pensaba. Su compañía era siempre de temer:

—Este señor —decía, el cómico, del prohombre que estrechaba la mano del millonario— es un memo. Cree que te la puede pegar.

—Esta señora —seguía en cualquier otra ocasión— me recuerda a una coliflor.

Era un misterio de donde le podían venir estas cosas a Andrés Delicado. De la cabeza, sin duda, pero, ¿de qué rincón? ¿Qué parte gris de aquellos sesos se había vuelto púrpura y mandaba extravagancias a los órganos rectores del millonario loco? ¿Qué virus social le obligó a instalarse una fragua en un rincón de su sala de estar?

Allí, el herrero de guardia manejaba el fuelle a la vieja usanza y batía el hierro con la repetida cadencia del martillo mientras el viejo Delicado, enteco y aristocrático, se abismaba en las llamas y pensaba casi en verso, acompasando las sílabas al ritmo de los golpes.


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Publicado el 21 de abril de 2016 por Edu Robsy.

Eduardo Libre No Irá al Paraíso

Arturo Robsy


Novela, Cuento


Aviso primordial— Se cuentan como langostas los lectores de «CÓMO SER UN SINVERGÜENZA CON LAS SEÑORAS», que se escribió como burla hacia los relatos de amor en general y hacia los de color subido en particular. Su extraordinaria difusión en la red me abrumó, sobre todo al ver que una página porno tenía la obra entre sus relatos preferidos.

Pero el público es el público y, puesto que mi humor sigue zumbón respecto de los amoríos, aquí está este libro que burla sobre los sentimientos, ya satisfechos, ya heridos. Puede distribuirse libremente por la red, entero o por capítulos, pero no debe cambiarse el texto ni hacer con este escrito ninguna actividad comercial.

PRIMERA PARTE

1. EL TELÓN DE SEDA

Inés y Eduardo llevaban unos meses saliendo juntos a plena satisfacción. Habían superado cuantas fases del galanteo se les presentaron y alcanzado ese punto de intimidad —irrepetible después— que permite al hombre soltar las manos en cualquier momento y hacer diabluras con ellas mientras la mujer, todo lo más, sonríe pacientemente.

Ambos eran adultos y habían disfrutado descubriendo sus muchas diferencias, si bien ni el uno ni la otra sospechaban que eran muchas más de las que se ven a simple vista. Desconocían lo que puede llamarse el telón de seda o el telón de espuma de afeitar.

Gracias a estar en ese momento de oro del galanteo, no siempre sabían qué mano era la suya ni exactamente dónde la metían. Tampoco era que se preocuparan mucho de averiguarlo cuando estaban en la intimidad.

El, más osado, a veces actuaba a la intemperie, en paseos públicos y en playas. Caricias furtivas, dirían algunos; besos apresurados, opinarían otros, pero Eduardo lo que hacía en realidad era meterle mano a Inés al primer descuido. Tanto como podía.


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Publicado el 8 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Dos Consejos

Arturo Robsy


Cuento


Cuando el director de mi periódico envió a buscarme, estaba yo poniendo en limpio un natalicio. Siempre —aunque no se lo crean— hay alguien que escribe eso de que "el hogar de la familia Rodríguez—López se ha visto alegrado con el feliz nacimiento de un hermoso varón que, en la pila bautismal..." etcétera. También comprenderán que quien hace estos trabajos no es precisamente el que firma los artículos de opinión, donde se pone el mundo patas arriba, se le despieza y se le reconstruye al gusto del consejo de administración.

Mi periódico es muy bueno. Hay gente que no vota sin leerlo antes y gente que antes de leerlo no entiende ni lo que le acaba de suceder. Lanzamos modas, verbos y expresiones de éxito como "hegemonizar una región", "apretada agenda altamente importante" y "obsolescencia institucional". Se dice, con razón, que ayudamos a gobernar y, en ocasiones, que el gobierno nos paga el favor.

Cuento esto por dos motivos: el primero es resaltar que pertenezco a una buena y famosa escudería, y el segundo es advertir que, a pesar de ello, no soy en absoluto responsable, porque para ser periodista de Opinión lo primero que se necesita es no ser periodista, vivir lejos de los teletipos y de la redacción, lo que equivale a ignorar la realidad. Ahí tienen, bien clara, la razón por la que no firmo estas cuartillas: cuando escribo pagado puedo ser una cosa u otra, o ambas si se tercia, pero cuando escribo gratis puedo permitirme el lujo de ser yo mientras prescinda de poner mi nombre debajo.


Decía al principio que el director me mandó aviso:

—Un pez gordo necesita un "negro". —me dijo.


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7 págs. / 12 minutos / 81 visitas.

Publicado el 8 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

El Poder y la Gloria

Arturo Robsy


Cuento


No diré yo que fuera de los primeros en darme cuenta de lo que sucedía, y aún ahora sigo sin saber si alguien ha comprendido de verdad lo que pasó el día de Santa Lucía, que es trece y eso siempre da mala espina.

Después, claro, han salido los de siempre, los que hablaron con pilotos de platillos volantes, los que han encontrado el aviso en la Biblia y los que lo leyeron en la Cábala. A otros les llegó la explicación a través de un velador tambaleante, como enseña Kardec, y a un gitano se le apareció una Señora en lo alto de un algarrobo, vaya usted a saber, porque la tropa parapsicológica y pseudocientífica insiste en que fue un poltergeist, un espíritu burlón.

Duendes quizá y, quizá, un castigo bien merecido pero, ciertamente, yo no fui de los primeros en darme cuenta, porque doy clases en la Escuela de Formación Profesional y, encima, escribo versos con la ilusión de que me den la flor natural en los juegos florales de la ciudad, o ciudadela para ser exactos, pueblo engordado con la papilla del turismo y el pienso de las inmobiliarias.

Según todas las versiones, a las ocho y cuarto de la mañana el Jefe de la policía municipal envió a su mujer a buscar al médico, y allá fue la pobre señora, gorda y preocupadísima, y se estuvo gimiendo y cacareando hasta que el médico la acompañó:

El Jefe estaba negro. No negro de ira, ni de rabia, frustración o cualquier otra cosa de las que ennegrecen. Simplemente negro. Negro como en el Congo o en Biafra, para que me entiendan. Negro por fuera, como embetunado, puro charol, y, seguramente, pálido del susto por dentro.

Fuera lo que fuera, le había sucedido por la noche, en la cama, que también tiene sus riesgos; un mal sueño, un soplo de magia, un aojamiento bien colocado, una faena de padre y muy señor mío. Pensaba la mujer por que el camino si sería cosa del hígado, que si pone amarillos, bien puede poner negros.


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8 págs. / 14 minutos / 120 visitas.

Publicado el 17 de abril de 2017 por Edu Robsy.

El Séptimo Día

Arturo Robsy


Cuento


No sé muy bien qué puede suceder en las próximas horas, pero algo terrible y cruel está por sobrevenirnos a todos. Cuando en el boletín informativo de la mañana de ayer aparecieron los primeros síntomas, la humanidad, que tiene más de gallinero que de Universidad, empezó a sonreir y a suspirar llena de júbilo. Hoy, naturalmente, la misma humanidad ha empezado a recapacitar; al menos esa parte de ella que dice ser civilizada.

Ayer empezaron a llegar noticias confusas de que todas las guerras conocidas habían cesado. Al menos no se disparaba en ninguno de los frentes ni en ninguna de las selvas, desiertos y ciudades donde se acostumbra a disparar. Ni en Afganistán, ni en ningún lugar de Indochina, ni en Irán, Irak, Líbano, Camerún, Sahara, Vascongadas, Irlanda, Angola, Sudáfrica, Mozambique, Eritrea, El Salvador, Nicaragua...

Un alto el fuego, decían los corresponsales de todas las guerras, los testigos de todas las habituales matanzas. La tranquilidad reina en tal sitio. Un tenso silencio planea sobre los ejércitos. Los enemigos se vigilan pero parecen haberse tomado un descano. ¿Será — se preguntaban todos por separado — que están preparando la ofensiva definitiva?

Los corresponsales, claro, fueron los últimos en comprender la realidad. Los que lo vieron claro desde el principio fueron los jefes de redacción de prensa, radio y televisión: aquí, nada; allí, tampoco. ¿Qué sucede? ¿Ha empezado alguien a razonar? ¿Han servido de algo las oraciones del Papa? ¿Se nos ha escapado algún acuerdo secreto?

Las mismas naciones contendientes y los grupos terroristas participaban del asombro general. Lejos de ellos el funesto hábito de la paz, habían, sin embargo, hecho enmudecer sus armas. Sabían, por supuesto, algo más, el truco, la clave de aquel día sin sangre, de aquel día blanco entre tantos rojos y crueles, pero callaban obstinadamente y hacían trabajar a sus Servicios de Información.


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6 págs. / 11 minutos / 142 visitas.

Publicado el 14 de abril de 2017 por Edu Robsy.

En la Dulce Primavera

Arturo Robsy


Cuento


A Joaquín le faltaba un pelo para ser un solterón cuando entró en mi despacho. Como ustedes deducirán por el hecho de tener un despacho propio, yo soy persona de vida arreglada, de confianza, cumplidor, casi ordenado y demócrata donde los haya. Joaquín, aunque me esté mal el decirlo, no. Ustedes también lo habrán notado, porque sólo una clase de gente, nerviosa, inconstante y semibohemia, va en horas de trabajo a los despachos de los amigos. Claro que él es brillante y yo no; original y yo no; desgraciado y yo no.

Entró, pues, en mi despacho con el paso lento y el aspecto grave de quien empieza a exigir verdades a los sueños.

— "Sé que vuelas hacia mi cuando te duermes — me dijo —
en busca del nido protector que hay en mis brazos,
para apoyar en mi pecho tu cabeza
y escuchar largamente mis latidos."

— Ah, bueno. — le respondí, porque lo mejor y más práctico es no sorprenderse nunca con Joaquín.

— ¿Existe eso? — siguió — Esos amores dulces y completos que uno lee en los buenos poetas y en las novelas rosas, ¿suceden de verdad?

— La gente es muy chafardera, Joaquín.

— Siento cosas, amigo mío. — dijo — La necesidad de dar para recibir, de darme, de ser dos y uno; hambre de una soledad doble; ansia de una borrachera de intimidad y nostalgia. Ojos claros, cabellos largos, labios entreabiertos, elásticas cinturas, sonrisas como la primavera y piel con tacto de noches estrelladas. Ya sabes.

— Yo no sé nada — le advertí antes de que pudiese cargarme con alguna culpa. — En mi vida he dicho algo más insipirado que "T quiero" y aún me parece exagerado.

— Tú eres un hombre casado.

— Por eso acabo de decirte que me parece exagerado.

— ¿Y nunca has sentido florecer tu cuerpo, ni ganas de llorar al ver la curva elástica del cuello de tu mujer?


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Publicado el 14 de abril de 2017 por Edu Robsy.

La Máquina

Arturo Robsy


Cuento


Lo vi por última vez la mañana del sábado en el mercadillo de la plaza. Parecía que la alegre primavera se adelantaba y florecía en toldos de colores, en vestidos estampados que vendían gitanas dicharacheras y morenas, en la vestimenta ecléctica, en las guapas mozas que sonrerían y en todo el aire limpio que vibraba con las voces de la gente.

Él era un joven pobre, muy delgado. Un parado de ojos tristes y, quizá, iluminados. Otras veces le había visto vendiendo relojes japoneses, mecheros y bolígrafos. Tuvo también una máquina que tomaba la tensión por veinte duros. Todo automático, papelito impreso que escupía una ranura. La chocante electrónica en un mercado moruno, hasta cierto punto alegre, colorido y miserable.

Se notaba que era un chico decidido y emprendedor. Otros jóvenes vendían arenas de colores, tenedores retorcidos como brazaletes, cajitas de estaño para el hachís, cuentas de vidrio y otras cosas de la triste industria del desamparado.

El que dicho estaba solo siempre y no era artesanal ni quincallero. Era un pobre tecnológico, un electrónico desempleado, extraño personaje casi limpio del siglo veinte, trasplantado al bazar callejero y cutre, al ruído medieval de la plaza del mercado, donde la pobreza se exhibía entre saldos, alpargatas, usados artificios y artesanías falsas. Él, en cambio, ofrecía la exactitud de los relojes de cuarzo, la precisión de las máquinas, las ondas hertzianas de las diminutas radios, y hasta la arterial tensión impresa por un brillante aparato que apenas si zumbaba. La tranquilidad por veinte duros. La salud por veinte duros, la disculpa, acaso, para saltarse el régimen e ir a reposar al bar con la copa prohibida o con el café dulce y negro.


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Publicado el 17 de abril de 2017 por Edu Robsy.

Hespérides, S.A.

Arturo Robsy


Cuento


"No es cierto, contra todo lo que ha venido diciendo la prensa, que exista el árbol del dinero, y lamentamos profundamente que hombres cultos lleguen a pensar que una planta, por cuidada que esté, pueda dar frutos de papel moneda o monedas aculadas."

"Tampoco es cierto que Eduardo Libre, licenciado en historia antigua, haya huido al extranjero con algunas semillas, perseguido por funcionarios de la tesorería norteamericana, puesto que tampoco el citado y falso árbol produce dólares."

"En cuanto a Pedro Salgado sí es cierto que el ayuntamiento de su municipio ha iniciado los trámites para expropiarle la granja, pero es del todo incierto que se haya hecho a instancias del Ministerio de Economía y Hacienda que, simplemente, envió inspectores que recomendaron a los servicios de agricultura la tala inmediata del pomar. Lamentamos la información sectaria que sobre el caso se ha servido a los ciudadanos, insistiendo en que es falsa la existencia del árbol del dinero. Recomendamos a todas las personas acampadas en los alrededores de la finca de Pedro Salgado que levanten el cerco que tienen establecido, pues de lo contrario se tomarán medidas policiales."

Lo que había detrás de esta infinita acumulación de desmentidos era algo más difícil de explicar, pues la noticia había trascendido de la comarca al mundo entero. Sólo los muy bien informados tenían sensato miedo.

Se sabía —y ahora usted podrá temer a su antojo— que Eduardo Libre, siendo estudiante de historia antigua, había participado en la campaña de excavaciones dirigida por el famoso doctor Ñáñigo en la provincia de Cádiz, concretamente en el Campo de Gibraltar.


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Publicado el 10 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Las Cuatro Verdades

Arturo Robsy


Cuento


El día, lleno de sol, avanzaba como una flecha en el aire. Dios había puesto en la mañana sonrisas, brisa, juego de niños, música lejana y paseos de enamorados. El polen, enterado de la llegada de la primavera, procuraba expandirse por cuantos metros cúbicos estaban a su alcance, mientras la buena gente empezaba a advertir algo de envidiable en las sombras frescas.

Julián también participaba de todo esto. Cruzaba el decorado con una sonrisa, convencido de que hay días que justifican una vida. De tanto en tanto, hinchaba el pecho para que el oxígeno corriera a sus anchas por las venas. Movía con vigor los brazos; caminaba con la alegría del deportista bien entrenado y permitía que su mente se sacudiera las brumas del invierno y del televisor tarareando una canción ligeramente parecida al brindis de La Traviata.

No sabía si atribuir la euforia al cambio de estación o al chato recién tomado con los amigos, sobre crujientes cáscaras de mejillones. Ni siquiera le enfriaba la idea de llegar a casa y ser olfateado por su suegra, empeñada en demostrar al vecindario que Julián era un dipsómano peligroso.

Cuando ella olfateaba, él contenía el aliento hasta que conseguía parapetarse tras el periódico. Así cobijado, elaboraba pensamientos malignos que solían dar a la mujer un fin acorde con sus merecimientos. Muy doloroso.

Pero aquel mediodía Julián corrió en busca de la suegra y le echó el aliento a la cara, deseoso de colaborar con sus prácticas policíacas y, si Dios lo quería, transmitirle algún virus.

—Huele bien, ¿verdad? Ëchele la culpa a don Federico Paternina, que es un diablo. —exclamó, dispuesto a decir la verdad— Cuando su marido cogía la cogorza usaba género de peor calidad.

Meditó un poco, en busca de la palabra alada y fugitiva. No era "vieja bruja".

—Urraca. —dijo al fin.— Graja.


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Publicado el 10 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Premio al Tonto

Arturo Robsy


Cuento


Cosme había sido un canalla autocrático toda su vida, como, sin duda, confirmarían todos los sucesivos socios que fueron devorados por él.. Cuando se sintió morir, decidió salir de este mundo dejando tras si un ejemplo de su mala voluntad hacia el género humano. Sólo de pensar en su testamento, falleció entre carcajadas.

—En resumidas cuentas —dijo el notario a los tres herederos: Don Cosme deja todo su dinero al más tonto de sus hijos.

—Yo he votado siempre al partido del poder. —argumentó el primero, convencido de ser el ganador.

—Yo le quería. —dijo el segundo, superando la marca de su hermano.

—Yo no quiero su dinero para nada. —dijo el tercero, muy avispado.

El notario, nombrado juez, registró un empate: los hijos habían dicho tres tonterías lo bastante agudas como para demostrar que existían en ellos trazas de inteligencia humana. El duelo no tuvo más remedio que comenzar otra vez:

—Estoy convencido de que el Descubrimiento de América fue un encuentro de culturas.

—Pues yo apuesto a que Andalucía será la California de Europa.

—Yo afirmo que no hay corrupción política.

Aquellos tres bribones se fingían tontos pero estaban varios palmos por encima del mínimo exigible. Lo siguieron demostrando con sucesivas ráfagas de afirmaciones cuidadosamente calculadas, hasta que el notario, cansado, decidió aplicarles un test de su invención:

—Juan tiene siete manzanas. Da dos a Pedro. Antonio le regala cuatro. Juan le roba una y una mariposa se le lleva otra, volando. ¿Cuántas le quedan?

—Veintisiete. —dijo el primero.

—Catorce. —dijo el segundo, también después de calcular el número exacto de manzanas.

—Las mariposas no pueden llevarse una manzana por los aires. —se quejó el tercero.

—Suyo es el dinero. —sentenció el notario.


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Publicado el 10 de julio de 2016 por Edu Robsy.

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