Textos más populares este mes de Arturo Robsy etiquetados como Cuento disponibles | pág. 2

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autor: Arturo Robsy etiqueta: Cuento textos disponibles


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Jeremiada

Arturo Robsy


Cuento


Jeremías, pese a no faltarle motivos, no era jeremiaco. Razonablemente infeliz en un mundo en que nadie es feliz, cultivaba los frutos de su miseria con la conformidad de un eremita.

Sus hijos se libraron de él a los setenta años, cuando decoraron de nuevo la casa y lo descubrieron allí, junto a los muebles viejos, silencioso estorbo con la tapicería raída. Comía sopa y veía la tele. En ocasiones, preguntaba al nieto como iban las cosas.

—Bah. —decía el muchacho, con la expresividad de su generación.

Como en la casa había que hacer reformas, Jeremías acabó en el asilo. Le llamaban Residencia de la Tercera Edad, pero era un asilo con un dormitorio enorme donde los ancianos, en largas filas, roncaban de noche hasta que el insomnio de la mucha edad les despertaba con la cabeza llena de pensamientos secos .

Como eran dolorosos, muchos fingían seguir durmiendo y roncaban con más fuerza para engañar al gusano que roía la memoria y escupía trozos de vida a la cabeza, memorias de juventud perdida y recortes de amargura próxima.

Jeremías se escapó una noche. Descalzo, por no meter ruido. Otros lo vieron y, envidiosos, roncaron más. Descalzo se fue por el mundo, con sus viejos pantalones y una camisa de verano. A rayas.

En el campo hubiera encontrado el hueco de una mata, la cabaña de un pastor o una cueva. Cerca, alguna hierba, alguna fruta. Pero en la ciudad la miseria de un anciano es más sórdida, menos apta para que la cante un poeta.

Jeremías, animoso, disputaba a los gatos las bolsas de basura, donde siempre había restos que sus viejas tripas digerían sin protestas. Había también periódicos para atárselos a los pies desnudos con tiras de plástico. Y confortables subterráneos donde, a veces, era posible echarse durante un trozo negro de la noche.


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Publicado el 21 de abril de 2016 por Edu Robsy.

No te levantes

Arturo Robsy


Cuento


Doña María no pudo resistir el golpe y bajó a la tumba cinco días después que su hijo Alfonso. Parecía que sólo padecía de varices y de un cierto hábito de comerse a los santos, pero, cuando Alfonso murió, se deshizo como una pompa. Sin ruido alguno.

«Setenta y seis años, dijeron los deudos. Una buena edad». Eran sobrinos, proporcionados por el diablo desde el momento en que a Doña María le faltó el hijo. Herederos universales, porque Alfonso murió soltero, quizá a causa de los cuarenta años de soltería, que le llevaron del tabaco al infarto al no tener una mujer que le fortaleciera el corazón haciéndoselo hervir periódicamente.

Como una pluma llevaron a Doña María al funeral los sobrinos, a hombros. No sonreían por el aquello de la conciencia pero, amparados en el secreto del pensamiento, echaban cuentas: además de un buen dinero y del seguro de Alfonso, había cuatro pisos, un chalé y un fajo de acciones. A partir de cien millones que, divididos por dos, arrojaban una especie de cántico primaveral sobre sus corazones.

Luego, el cementerio. Pero esta vez ya sin poner el hombro: con carretilla y cigarrillos mientras el sepulturero destapaba la tumba familiar. Al fondo, en la penumbra, nuevo y brillante, el ataúd de Alfonso. Para que cupiera el de la madre había que ponerlo de canto.

—¿Eh? —dijo el ataúd cuando le hicieron la operación.

El vello de algunos cogotes circunstantes se erizó y se meció en la brisa del atardecer. La sombra larga del crepúsculo pareció multiplicar aquel «eh» extemporáneo y poco respetuoso con el corazón de los que aguardaban a enterrar a Doña María para bailar sobre su tumba.

El encallecido enterrador, como si quisiera comprobar una ley física, reprodujo las condiciones objetivas dando otro meneo a la caja:

—¡Dios mío! —exclamó ésta— ¿Hay alguien ahí? Me había quedado dormido.


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Publicado el 21 de abril de 2016 por Edu Robsy.

Libertad

Arturo Robsy


Cuento


Generalito Romero era delgado y nervioso y recordaba vagamente al gallo de pelea. Tenía ojos fieros y tras ellos ardía el amor a la Patria. A veces, cuando tomaba de más, el amor se le escapaba por la boca y proclamaba sus deseos de hacer un mundo mejor siguiendo unos planos urdidos por él en noches de claro en claro.

La Sociologic Research, benéfica empresa gringa, oyó aquellos cánticos patrióticos y fue a ver a Generalito Romero en su cuartel. Si él quería una Patria mejor y más moderna, la Sociologic Research también, pero con condiciones: le permitirían hacer tantas encuestas como quisiera.

Generalito Romeo, hombre del pueblo pero no para el pueblo, disponía de la División de Carros. ¿Qué tenía la Sociologic? Dinero y la seguridad de que no habría un boicot internacional, porque algo debía ajustarse antes de seguir hablando: Romero y Sociologic iban a hacer una verdadera democracia. En aquella tierra de dos millones de almas todos serían ricos y felices.

—¿Ricos? —dijo Generalito, que consideraba que la riqueza corrompe las sanas costumbres del pueblo.

—Es un decir: con una mano se lo daremos y con la otra se lo tomaremos. Pagarán más impuestos y comprarán las cosas más caras, pero serán ricos.

El objetivo de la Sociologic Research era crear la réplica de un típico Estado de la Unión: el mismo nivel de vida, las mismas costumbres, idéntica comida, empaquetada en plástico, semejantes películas y canales de televisión. También habría que meter la famosa religión electrónica por TV.

Generalito Romero, como futuro benefactor de la humanidad, no aprobaba el cambio de credo. Los curas se le alborotarían.

—Bah, bah. —dijo la Sociologic con calma— Se les enseña a desear más dinero, a cantar en las iglesias y todo lo demás sirve. Ellos se seguirán llamando católicos, pero serán protestantes.

—Si es así...


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Publicado el 21 de abril de 2016 por Edu Robsy.

Nuevo Guiñol

Arturo Robsy


Cuento


Mi hijo, ocho años transfigurados en treinta y dos kilos de buena carne española, ha traído hoy un muñeco de guiñol hecho en el colegio: una pelota de papel con gafas y melenas de algodón en torno a un tubo de cartón por donde se mete el índice.

Los ojos no están muy bien —me explica— pero por el pelo se nota que es del tiempo de las pelucas blancas. ¿Qué son polvos de arroz?

Mi hijo no confía en la maestra, que le ha explicado que con el arroz se hacían polvos para blanquear las pelucas. Paella, sí, y arroz a la cubana y con leche: todo eso entra dentro de la lógica, pero si cree lo de los polvos, el espíritu se debilita.

De lo negro de la cartera ha salido después un cucurucho de papel arrugado: es el presunto vestido:

—Se sacan los dedos por estos agujeros, ¿ves, papá? Y se mete el cuello por el centro... ¡Tatatáaa!

—Tatatáaa... —trompeteo también yo, porque soy hombre melómano.

—Si me ayudas a hacer el teatro y diez muñecos más, te daré una función. Pero rápido.

Mi hijo lo es también del siglo y, por algún resquicio de su infancia, se le cuelan la velocidad y las prisas de los mayores, eso de que vivir es una carrera contra reloj y las demás ideas que tendrían que ser pecado. Cuando tenga bigote será un poco menos mi hijo, sin duda, y también habrá descubierto que yo no soy un dios, y a mi me gusta ser dios por las tardes, cuando él regresa a casa.


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Publicado el 8 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Hespérides, S.A.

Arturo Robsy


Cuento


"No es cierto, contra todo lo que ha venido diciendo la prensa, que exista el árbol del dinero, y lamentamos profundamente que hombres cultos lleguen a pensar que una planta, por cuidada que esté, pueda dar frutos de papel moneda o monedas aculadas."

"Tampoco es cierto que Eduardo Libre, licenciado en historia antigua, haya huido al extranjero con algunas semillas, perseguido por funcionarios de la tesorería norteamericana, puesto que tampoco el citado y falso árbol produce dólares."

"En cuanto a Pedro Salgado sí es cierto que el ayuntamiento de su municipio ha iniciado los trámites para expropiarle la granja, pero es del todo incierto que se haya hecho a instancias del Ministerio de Economía y Hacienda que, simplemente, envió inspectores que recomendaron a los servicios de agricultura la tala inmediata del pomar. Lamentamos la información sectaria que sobre el caso se ha servido a los ciudadanos, insistiendo en que es falsa la existencia del árbol del dinero. Recomendamos a todas las personas acampadas en los alrededores de la finca de Pedro Salgado que levanten el cerco que tienen establecido, pues de lo contrario se tomarán medidas policiales."

Lo que había detrás de esta infinita acumulación de desmentidos era algo más difícil de explicar, pues la noticia había trascendido de la comarca al mundo entero. Sólo los muy bien informados tenían sensato miedo.

Se sabía —y ahora usted podrá temer a su antojo— que Eduardo Libre, siendo estudiante de historia antigua, había participado en la campaña de excavaciones dirigida por el famoso doctor Ñáñigo en la provincia de Cádiz, concretamente en el Campo de Gibraltar.


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Publicado el 10 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Premio al Tonto

Arturo Robsy


Cuento


Cosme había sido un canalla autocrático toda su vida, como, sin duda, confirmarían todos los sucesivos socios que fueron devorados por él.. Cuando se sintió morir, decidió salir de este mundo dejando tras si un ejemplo de su mala voluntad hacia el género humano. Sólo de pensar en su testamento, falleció entre carcajadas.

—En resumidas cuentas —dijo el notario a los tres herederos: Don Cosme deja todo su dinero al más tonto de sus hijos.

—Yo he votado siempre al partido del poder. —argumentó el primero, convencido de ser el ganador.

—Yo le quería. —dijo el segundo, superando la marca de su hermano.

—Yo no quiero su dinero para nada. —dijo el tercero, muy avispado.

El notario, nombrado juez, registró un empate: los hijos habían dicho tres tonterías lo bastante agudas como para demostrar que existían en ellos trazas de inteligencia humana. El duelo no tuvo más remedio que comenzar otra vez:

—Estoy convencido de que el Descubrimiento de América fue un encuentro de culturas.

—Pues yo apuesto a que Andalucía será la California de Europa.

—Yo afirmo que no hay corrupción política.

Aquellos tres bribones se fingían tontos pero estaban varios palmos por encima del mínimo exigible. Lo siguieron demostrando con sucesivas ráfagas de afirmaciones cuidadosamente calculadas, hasta que el notario, cansado, decidió aplicarles un test de su invención:

—Juan tiene siete manzanas. Da dos a Pedro. Antonio le regala cuatro. Juan le roba una y una mariposa se le lleva otra, volando. ¿Cuántas le quedan?

—Veintisiete. —dijo el primero.

—Catorce. —dijo el segundo, también después de calcular el número exacto de manzanas.

—Las mariposas no pueden llevarse una manzana por los aires. —se quejó el tercero.

—Suyo es el dinero. —sentenció el notario.


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Publicado el 10 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Invertidos

Arturo Robsy


Cuento


Después de la vigésima cerveza dieron las dos de la madrugada. Las dos pasaron por entre el humo de la whiskería como pisadas de muerto. Pero Quico no participaba ya de las sensaciones. Sólo una señal de alarma en la vejiga puso en marcha ciertos tropismos que le condujeron al lavabo. Allí vio a un gitano que empujaba contra la pared a un joven de mal aspecto. Había una «papelina» en su mano izquierda y una navaja en su derecha.

—¿Pasa algo? —preguntó Quico, que se había formado esa opinión pero no podía estar seguro a causa de la cerveza.

El gitano lo cogió por las mejillas y apretó hasta que Quico enseñó los dientes como un caballo. Muy humillante. Y, como flotaba en un mar de espuma de cebada, le pareció oportuno soltar la mano.

El golpeado al menos tuvo la sensatez de plegar la navaja. Con ella apretada para dar solidez al puño, dio una paliza a Quico. El, recibiendo, oía voces que decían «no» y «por favor». Cuando supo que eran las suyas, estaba ya caído en el suelo. Sangrando y avergonzado.

Lo encontraron minutos después y lo sacaron a la calle con asco. Olía a sangre, cerveza y orines. También tenía, aunque eso no se veía bien, un pómulo roto y una herida larga, desde el rabillo del ojo hacia la oreja.

Apoyado contra la pared, vio salir a dos. «Ayuda», les dijo. Le costaba pedirla, pero más a ellos darla.. Lo dejaron que sangrara, en la convicción de que esa sangre era tan desinfectante como el alcohol.

—Tengo —se dijo, espoleado por varios dolores— un verdadero problema con la cerveza.

Lo consideró, en la intimidad de su alma, y decidió ser valiente:

—...Con la bebida. —rectificó— Soy un borracho. Joven, bien situado, pero borracho.

La mujer, tras liarse con su tercer amante, lo había dejado no sin antes derramar sobre él unos toques de ternura femenina: «Eres un desgraciado». Lo era, pero sonaba mal.


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Publicado el 11 de julio de 2016 por Edu Robsy.

¿No se Reparan?

Arturo Robsy


Cuento


Como suele suceder a veces en naciones felices y dormidas, en Vardulia llegó al poder un hombre iluminado, ya que no de muchas luces. Lanzaba palabras ardientes al espacio libre y ellas, al caer sobre las cabezas de pueblo, le explicaban que había un destino histórico que cumplir y una exigencia racial que mantener.

El iluminado, cuando abandonaba los abstractos, era absolutamente preciso y escueto: quería Trevín. Muy posiblemente quisiera algo más al año siguiente pero, de momento, Vardulia sólo sería libre y feliz si metía mano a Trevín que, desafortunadamente, pertenecía a Austrigonia.

Los austrigones, aunque herederos de una brillante tradición militar, eran pacíficos comedores de cacahuetes, bebedores de refrescos y fumadores de tabaco rubio. No disponían de iluminados que los despeñaran por el destino pero, aún así, estaban encariñados con Trevín, un lugar lleno de panorámicas y muy ducho en la crianza y preparación del cordero.

El vecino ardiente sabía, sin embargo, que los condes de Trevín, en el Siglo XII, habían emparentado con la segunda dinastía de síndicos de Vardulia y, aunque el matrimonio no fue consumado por la debilidad sanguínea del primo del síndico Leocadio I pese a someterse al vino fuerte y a sahumerios aplicados por debajo del halda, el Papa lo declaró nulo tras cobrar varios miles de ducados—oro. Pero subsistía que por unos meses Trevín perteneció a la familia reinante en Vardulia. Había pues sobrados motivos para la reivindicación histórica.

—¡Venga ya! —dijeron los austrigones, muy divertidos con aquellas locuras y sin dejar de comer cacahuetes y de beber refrescos.

Fue una exclamación malhadada. Muy ofendido el iluminado, lanzó sobre Trevín varios batallones de soldados várdulos que creían firmemente en que, gracias a su arrojo, Vardulia sería más feliz y más libre.


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Publicado el 12 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Hoy es Siempre

Arturo Robsy


Cuento


Yo soy el único que tiene el mérito. Sólo yo hice las cosas, así que mi nombre tiene que pasar a la historia y quedarse allí hasta que el mundo reviente del todo, que no será pasado mañana. Y gracias a mí. Así que procuren escribir bien mi nombre: Agapito. A-ga-pi-to.

No me haga preguntas. Deje que lo explique a mi aire, que todos se enterarán igual, así que no intente presumir a mi costa, locutor. Le diré, por ejemplo, si sabe que la gente es tonta. Pues lo es. Sin duda, sin duda.

La gente no mira, ¿sabe usted? La gente corretea por la calle con la cabeza llena de sus asuntos, y no se fija. Pregunte usted a alguien si se acaba de cruzar con un hombre o con una mujer y verá. No se fija nadie. Nadie mira, pero todos se quejan de no ver la luz. Todos dicen que están desorientados, que no saben dónde está la verdad ni dónde la felicidad, pero no miran. Al menos no miran hacia el mundo, sino hacia el televisor y los escaparates. Y así nos va.

Hace falta un tipo especial de persona. Sí, claro: soy un pardo, yo. ¿cree que por eso ando de aquí para allá sin preocupaciones? No. Lo que sucede es que yo veo las cosas. Un hombre que no ve, pero que no es ciego, no es otra cosa que un estúpido, y usted tómeselo como prefiera.

En cambio, yo soy un poeta. Miro las nubes y les busco formas caprichosas, exactamente igual que hacen los niños, y, por supuesto, se las encuentro. Al andar procuro no "pisar raya", y a veces cojo mariquitas por el placer de verlas andar tan tranquilas por mis manos, hasta que aciertan a subir por un dedo y levantan el vuelo.

Ya sé que hay otros poetas que hacen versos, pero son puros disfraces los versos. Siendo un poeta auténtico, ¿para qué ser otra cosa? ¿Qué falta hace? Si yo hiciera un verso me perdería el suspiro del tiempo, la única luz de ése instante, el sueño perfecto de ser la cosa misma que sientes.


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Publicado el 9 de abril de 2017 por Edu Robsy.

Y, a su Sombra, un Crucifijo

Arturo Robsy


Cuento


Este pequeño nómada que soy andaba por lo alto de las peñas, haciendo la pereza veraniega del paseo. Un chispazo de extraña plata, luz del mediodía en rayo, me dio en los ojos subiendo desde el mar. Entre las peñas grises, el brillo; entre las chispas de espuma quieta, el fulgor.

Uno es sólo realista a medias, y andan siempre por la mente tesoros escondidos por piratas patapalo, prodigios y magias, misterios generales que nacen con el alma, y una luz inesperada enciende, lo mismo que un silencio repentino, un grito o, simplemente, nada, esa nada como brisa o esa nada como sombra.

De modo que la luz tiró de mí y yo de la aventura y, juntos y no con mucha calma, bajamos el acantilado del mar Mediterráneo, hacia la luz del tesoro, hacia el hallazgo y el secreto.

Desapareció el reflejo al descender y la luz al irse dejó al descubierto un objeto negro, de charol y picos, que me dejó perplejo: un tricornio.

Miré en torno porque una larga experiencia me ha enseñado, como a todos, que no hay tricornio sin guardia debajo, al lado o, cuando menos, en las proximidades, de modo que tricornio a solas entraba en la categoría de lo casi extraordinario, como cuando brilla la luna de día o brilla el arco iris en la gota de rocío.

— ¡Hola! — grité, no sé si al tricornio o al posible guardia invisible. — ¡Eh! ¡Hola! — insistí mientras, en realidad, pensaba: "Y ahora, ¿qué hago?"

Aún no me había decidido a tocar el hallazgo por una especie de pudor. Trepé a una roca algo más alta y oteé. Di unas cuantas voces más y algunas vueltas en redondo antes de volver junto al misterio del tricornio desparejado.

— Esto no se ha perdido. — razoné — Nadie pierde un tricornio.


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Publicado el 21 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

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