Textos más populares este mes de Arturo Robsy etiquetados como Cuento disponibles | pág. 7

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autor: Arturo Robsy etiqueta: Cuento textos disponibles


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Para Volver a la Noche

Arturo Robsy


Cuento


Papá veía la televisión con un ojo en el periódico. Papá nunca se cansaba de enterarse de las mismas noticias repetidas. Mamá hacía las tortillas de la cena en la cocina. Juanito, menos atrapado por la vida, lanzaba desde la galería pompas de jabón a la calle.

Una, muy grande, se elevó algo más y, al seguirla, Juanito se quedó con la vista alta: la luna, aquella señora pálida y burlona, no estaba allí como los otros días.

—Juanito. —llamó la madre, poniendo en la mesa los cubiertos.

—Ven, mamá. No está la luna.

—Muy bien, hijo. Entra a cenar, que se enfría.

—Te digo que no hay luna. Ven a verlo.

—Sí, sí, te oigo. Luego miraré. Entra y come.

El niño, con el estómago lleno, se sumió en otros olvidos. deseaba dormir y también ver la película, pero le costaba decidirse. Por fin se quedó traspuesto en el sofá, ante el televisor y el padre, como de costumbre, se lo llevó en brazos a la cama.

Salvo un niño que hace pompas de jabón, ¿podía preocuparse alguien por una noche sin luna? En otro tiempo, enamorados y poetas se entregarían a emociones profundas. Alguien hubiera echado en falta su rielar sobre el mar en tanto en la lona gemía el viento. Hasta los dedicados a actividades más táctiles, entre beso y beso, se hubieran percatado de que la pálida luz en las pupilas de la amada se había desvanecido, pero estas cosas se hacían ya en los apartamentos de soltero.

Sólo un niño, siguiendo el vuelo errático y tornasolado de una pompa de jabón, comprendió que la luna no acudía a la milenaria cita con las estrellas.

Los mismos astrónomos, a la caza de planetas perdidos entre los sistemas solares o midiendo los velocidades de los Quasars, la vista telescópica perdida en la distancia, no repararon en lo próximo, en el rostro planetario y sonriente que había seguido las andanzas del hombre desde que anduvo.


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Publicado el 10 de julio de 2016 por Edu Robsy.

La Llamada del Amor

Arturo Robsy


Cuento


Después de perpetrar su segundo libro contra la humanidad, valiéndose de su condición de catedrático de filosofía, Eduardo Libre necesitó pasar quince días en lo que la cortesía ha bautizado como «Casa de Reposo».

En las Casas de Reposo la marea deja varados los objetos más heterogéneos: obesos acomplejados ansiosos de pasar hambre; borrachines que esconden la botella bajo la almohada; profesionales que abusan de las anfetaminas; mujeres abandonadas por el marido o por el amante; estudiantes con los fusibles quemados; políticos con un acceso de conciencia y, claro, escritores filósofos que descubren que la humanidad no vale un pepino.

Eduardo era de los últimos. Un año de lucubraciones para cometer su libro le había dejado en un estado confuso, incapaz de distinguir una categoría de un accidente ni a ambos de una señorita en bikini, y tentado, además, por adscribirse al hilemorfismo aristotélico.

En tan tristes circunstancias —o, quizá, predicamentos— fue expedido a la casa de reposo y confiado a los reconstituyentes y aun médico iraquí de barba roja que daba suelta a sus instintos de beduino al disciplinar a su rebaño de neuróticos.

A Eduardo, para doblegar su altivo espíritu, le recetó una tanda de dolorosas inyecciones de hígado y le puso a régimen de verduras. Nada como las verduras para distraer los pensamientos obsesivos. El paranoico, si tiene el estómago vacío, se atiene más a la estricta realidad y, en lugar de sumirse en el delirio, organiza planes para robar de la cocina un bocadillo de chorizo o para que el portero le contrabandee un pollo al ast.

Lo mismo puede decirse del neurótico que contempla una zanahoria o del drogadicto con los depósitos llenos de coliflor hervida. Esta era, al menos, la creencia del beduino. Y funcionaba.


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Publicado el 11 de julio de 2016 por Edu Robsy.

El Buen Hambre

Arturo Robsy


Cuento


El Times, admirado, le concedió su portada: Alberto, en toda su extensión de cinco años, con un polo en la mano. Debajo, la leyenda: El superniño que aprendió inglés en tres días.

En el interior, los profesores de la escuela Future para superdotados, explicaban lo que habían dicho ya todas las cadenas de televisión: La Electronics Investment lo había descubierto en España (Europa) y lo trajo al mundo real, a América.

Alberto había hablado a los cuatro meses y medio. A los seis, leía. A los doce escribía. Luego ya nadie había sido capaz de suministrarle suficiente información. Devoraba todo. Entendía todo. Los habituales test de inteligencia no servían con él. Se quedaban cortos.

Electronics Investment, al saberlo, sostuvo una conversación con el padre, hombre normal a quien su hijo preocupaba:

—¿No querrá usted que se malogre su talento?

—Lo que yo quiero no es posible. —dijo el padre, campesino que no fue arrastrado por la emigración a las ciudades.— Alberto no será feliz.

—¿Por qué no? Nosotros le daremos estudios. Será un gran hombre.

—¿Y creen que no comprenderá en qué mundo ha venido a nacer?

—Claro. —respondió Electronics, que no era sutil.— Y será un gran físico o un gran químico. O ambas cosas.

Electronics ignoraba la profundidad del alma castellana. Quizá porque, en descampado, se tapaba con una boina y se expresaba a través de hombres mal afeitados.

—A usted —añadió Electronics, interpretando mal el silencio del padre— también le pagaremos. Vendrá a vivir con Alberto a «Iusei».

El hombre se encogió de hombros. Miró la llanura y pensó, fugazmente, que ella era la única capaz de estar cerca y lejos a la vez. Miró luego al hijo superdotado.

—Tú, ¿qué piensas? —le preguntó

—Quiero saberlo todo. —respondió el niño. No usaba adornos en la lengua. Iba derecho.


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Publicado el 11 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Canción de Acero

Arturo Robsy


Cuento


LA NO MUERTE D'ARTÚS

Aquí se habla de hoy y de mañana. No de ayer. De hombres, acero y piedra.

El mundo solo, nublado, dormido. La Gran Espada clavada en la piedra viva y un joven que la empuña y la saca de su encierro: el mundo se estremece. Todo empieza.

Piedra solitaria.

De la espada se ha hablado. De la piedra viva, pura luz de manantial, nunca. Y era el soporte de un mundo nuevo, el cimiento de otra edad.

—¿Cómo era la piedra? — preguntaron, mucho después, al joven los que jamás la vieron.

—Era — explicó— sílex cóncavo y vibraba como una palabra que se va a decir.

Mago.

El mago, impaciente tras años de tanta y repetida historia, gritó tras la gran mesa:

—¿Es que nadie entenderá al fin que el hierro nace de la piedra y el acero bruñido de la luz? ¿Habrá que decir, de nuevo, que el pedernal, la más dura piedra, sólo existe porque el acero es lumbre?

Rey.

—¿La espada me hace Rey, mago?

—¡Qué juventud! La espada te obliga a ser hombre. Y sólo el hombre es rey.

—¿Rey de qué?

El aire quedó en suspenso: La brisa y el pedernal, el acero y el agua escuchaban:

—Sólo es posible ser rey de una cosa: de Justicia. Y, de uno mismo.

Acero.

Artús es rey. Tiene la espada del Rey, sacada de la piedra antigua y cóncava: entrambas son la Unión de ayer y hoy, de lo moderno y lo antiguo.

Pero es rey de un reino de uno. Menos que eso quizá, porque ni se domina ni se vence. No tienen razón mejor salvo el brillo del acero, cuando lo levanta al sol. Tampoco tiene verdad para llenar un estandarte.

El tiempo nuevo.

Algunos cómites, en la hora miserable del reino dividido y discorde, quieren ver al muchacho que, al sacar la espada hundida en la noche del sílex, venció a la piedra y es rey del nuevo tiempo.


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Publicado el 13 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Yo Fui Kovacsizado

Arturo Robsy


Cuento


UNA VIDA FELIZ

En aquel tiempo vivía sumido en la dieta mediterránea y en una salud que mantenía operativas mis mejores glándulas y poderosas mis hormonas. Era un hombre feliz, con tendencia a retozar como un conejo, e inasequible a los cambios de tiempo, entregado a la literatura festiva y a la gimnasia sueca.

Raro escritor, poseía un gimnasio, una tienda de deportes y un gato. Tocaba el clarinete y la gaita, hacía cinco horas diarias de ejercicio, practicaba el yoga, la prensa de banca y el salto de potro y, en los ratos libres, salía a buscar setas como método para comulgar con la naturaleza y llenar los depósitos.

Las únicas visitas al médico siempre habían sucedido bajo la presión del porrazo. Fui cosido por primera vez a los seis años y, desde entonces, coleccioné diversos zurcidos y fracturas, dolores intensos pero poco duraderos que no habían quebrado mi fe en que la naturaleza humana era un caudal inagotable.

Incluso sabía cosas útiles, como comer y montar con los codos pegados al cuerpo o que Maastricht venía del latín «Trajectum ad Mosam», pero ni idea de que hubiera otras hernias distintas a las de hiato y de escroto. Era inocente y tenía una espalda virginal con la que esperaba recorrer no menos de cien años.

LOS PRIMEROS PROBLEMAS

Esta vida idílica un día se vio interrumpida por un ardor en la zona lumbar y por una manifiesta repugnancia a doblarme por el eje. Nada —me dije— que escape a las virtudes de una buena faja de lana, porque un escritor deportista sabe que el lumbago acecha a los atletas y que hay que contar con su visita.


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19 págs. / 34 minutos / 75 visitas.

Publicado el 13 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Elogio del Esclavo

Arturo Robsy


Cuento


Después de salir con bien de un tifus exantemático que pilló en una cacería en Marruecos, mi amigo Federico, dueño de una carpintería—aserradería, decidió convertirse en líder carismático y, a ser posible, obrero. Puede que las calenturas algo le descolocaran los sesos o que llenara las horas de sufrimiento con el noble arte del pensamiento, pero si he visto algún caso de vocación política es el suyo.

Ya en el hospital me había dicho:

— Las ideas del siglo XX todavía no han llegado a los parlamentos. Los parlamentos mismos son decimonónicos, de modo que hay que volver a pasar a la sociedad por una lupa y hacer que la porquería de las calles se reconozca en ellos.

No era manca declaración de principios, pero como apenas si estaba recuperándose no hicimos mucho caso. Por otro lado el magín de Federico siempre había sido tan maderable como los troncos de su aserrería, y no era cosa de sospechar que fuera a establecer un nuevo orden mundial en el campo de las ideas políticas.

Federico tenía la mujer primera, la de los años de escasez y lucha, que era mayor y gorda. Cuando los negocios le marcharon invirtió mucho dinero en ella: gimnasio, galas y saunas, algunas fotonovelas y una criada muy cara, estudiante de filosofía y semisuripanta, que fregoteando pagaba su acceso a la cultura.

Tras los fracasos de hacer de su costilla algo presentable, prefirió comprarse una mujer nueva, de modelo más moderno, criada desde el principio con potitos de farmacia, muy saludable, algo instruida y con buena puesta a punto. Amorosos duros le costaba pero, a su contacto, él mismo se iba refinando y fue fácil que pasara de la categoría de patán a la de hortera, y hasta pudo leerse, en un año y con paciencia, todo un libro de McLuhan.

— Complicado — resumió — Pero, ¡anda que no mola!


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Publicado el 21 de abril de 2017 por Edu Robsy.

Radical

Arturo Robsy


Cuento


Aunque es penoso decirlo, cuando Remigio descubrió que su mujer "también era adúltera" y que, encima, aquello no era motivo para divorciarse y que, si se divorciaba a pesar de todo, la otra pedía la mitad de cualquier cosa de Remigio, incluida la finca heredada de sus padres, se encontró en la tesitura de ser un permanente cornudo o destruir elmundo.

Puede que usted, que lee esta historia, piensa que hay otras opciones intermedias, de centro como quien dice, pero eso tendría que explicárselo a Remigio, cuyo remedio a mitad de camino no era otro que pegarle un tiro a la susodicha y pasarse entre quince y treinta años de huésped del Estado, salvo amnistías.

Así que el riesgo de perder quince o más años de su vida justificaba, para Remigio, la necesidad de destruir el mundo para quedar en paz con la zorra de su mujer y, de paso, cobrarse unos cuantos piquillos que le debían todos los seres humanos a coro.

Claro que entre tomar la decisión de destruir el mundo y estar en situación de hacerlo, hay un largo camino que tiene que andarse con imaginación o, como diría algún lapidario, "con la vvista puesta en lo grande y la confianza, en Dios."

Naturalmente que Remigio tenía sus dudas acerca de lo que Dios opinaría de este asunto. A fin de cuentas el Buen Dios había hecho el mundo, y, por bueno que fuese no era imaginable que se lo tomara como una broma inocente. Destruir una ciudad era cosa más que gorda ya, pero había sucedido. Y hasta naciones enteras perecieron por la espada o por el hambre, pero todo un mundo... Para eso haría falta un archicriminal — y Remigio no lo era — o un manitas.


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Publicado el 23 de abril de 2017 por Edu Robsy.

Hágase la Llama

Arturo Robsy


Cuento


— ¡Máquinas y máquinas! — dijo el hombre lanzando un martillo al fondo del cobertizo. — Apuesto a que no has visto una bendita herrería en tu vida.

El pueblo, blanco, se extendía a lo lejos en la luminosa calma mediterránea y el hombre lo vigilaba con ojos airados y tan encendidos como los tizones de su fragua.

— Ni siquiera debes de saber qué cosa es un herrero. — dijo, mirándome de mal humor — Nadie lo sabe. Pero yo te lo diré: los herreros somos los conquistadores del mundo, los que decidimos, hace milenios, llevar al hombre a las estrellas. Los Señores del Fuego.

De todas formas aquellas palabras no sonaban a herrero ni mucho menos. Atendí mejor a los rasgos en busca de la señal de la cultura en el rostro, de la huella del pensamiento en las manos, pero aquel era un diablo malhumorado y algo cojo, que se meneaba pisoteando la tierra cenicienta debajo de su emparrado verde.

— No hay herreros — resumió — de modo que nadie puede entender el mundo. No me extraña que haya tanta delincuencia.

Yo, para la historia y para el mundo, había ido a una ferretería a comprar una rejilla y unos morillos para mi chimenea y, aunque julio, me hacía ilusión colocarlos inmediatamente y, sobre ellos, tres o cuatro artísticos leños de encina.

Desgraciadamente, las medidas de mi chimenea no estaban homologadas, estandarizadas o como quiera que se diga, de modo que ninguna de las piezas fabricadas en serie encajaba en ella, y así fue como me encaminaron a las afueras, al herrero, advirtiéndome de que estaba medio loco y que me haría o no el trabajo, según.

— ¿Según, qué?

— Según el viento, por ejemplo. Cuando sopla el mediodía es cosa sabida que tira piedras. El poniente sólo le hace maldecir. El norte es el más favorable. Hay quien dice que con norte se le ha visto sonreír, pero son exageraciones.


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Publicado el 21 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

Radio "La Mar"

Arturo Robsy


Cuento


Ni mentir ni dejar que mientan

Emisiones electorales de la famosa Radio La Mar. Vote después de haber reído.

Experimento sociológico sobre la negación de la realidad. Papeles de Trapisonda.

Estas historias de Radio La Mar, puro diálogo e impuro despropósito, se basan en dos hechos fundamentales:

El Primero, que la Constitución nos reconoce el derecho a recibir información veraz y, por lo tanto, prohíbe que se nos mienta como método. Nada dice la engolada «Ley de Leyes» sobre intenciones que puedan ser excusa para la mentira; o sea que desear ganar unas Elecciones o vender un perfume, no justifican el intento de engañarnos. Pero nos engañan todos los días desde todos los medios, porque la modernidad es cosa de propaganda y es fundamental que el dominado siga satisfecho con su situación. Además, no hay juez Garzón que se atreva con los mentirosos: no es tan valiente. Libertad de Expresión, sí. Pero no libertad de mentira.

El Segundo, que no hay cosa más inútil que una que esté partida, y los Partidos son y aspiran a ser trozos de sociedad, fragmentos de convivencia. Es necesario vigilar y limitar el Poder, pero con leyes y no con grupos particulares, si puede expresarse así.

De ahí se crea, en esta ficción disparatada, el Partido Entero, que quizá busca la unidad de lo fundamental, pero no de lo accesorio. Por ejemplo, nadie se arremolina porque el euro sea la unidad en lo dinerario: el dinero, aunque necesario, es el accesorio de los acesorios.

Por eso —si sigue leyendo— verá que el ficticio Partido Entero, puesto en la necesidad de ofrecer un programa electoral, lo resuma en “No mentir ni permitir que otros mientan”.


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22 págs. / 40 minutos / 51 visitas.

Publicado el 10 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Los Confines del Cosmos

Arturo Robsy


Cuento


I

—Te digo que es verdad —el demudado rostro del que hablaba expresaba, a la vez que la impaciencia y la fatiga por no ser creído, la extraña agitación que le embargaba y le hacía temblar.

—¡Quita, hombre! Eso que cuentas es más difícil de creer que hacerle pantalones a un pulpo.

—¿Tanto te cuesta admitir que yo he oído voces en la cueva y que no ha sido una sola vez, sino muchas y a diferentes horas?

—Puede ser una cabra que ande por allí perdida. Puede ser una pareja de enamorados...

—Total: que tiene que ser algo distinto de lo que yo te digo, ¿no?

—Es que creer que por allí dentro vive gente es creer mucho, Pedro.

El otro se levantó airado. Dejó unas monedas encima de la mesa para pagar la consumición que habían hecho. Luego contempló meditativamente a su compañero como pensando si aquel zagalón fornido y bizarro podía comprender algo tan hondo y misterioso como lo que él le había contado.

—Bueno —dijo—, yo ya me voy. Pero, si quieres, vente conmigo hasta la cueva, sólo para demostrarme que la cabeza te sirve para algo más que para ponerte fijapelo y brillantina.

—Iré. ¡Vaya que si iré! Y si oigo esas voces que dices y me dan la impresión de ser de hombres que vivan allí dentro, me bajo y te traigo por el pescuezo al que las dé.


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Publicado el 15 de julio de 2018 por Edu Robsy.

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