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autor: Arturo Robsy etiqueta: Cuento textos disponibles


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El Poeta

Arturo Robsy


Cuento


"El poeta es un ente continuamente amenazado por la realidad (de la que debe salir triunfante) y por sus sentimientos (a los que debe conceder un amplio margen de libertad) y por la palabra que, en él, no es solamente un vehículo".

Veintidós años tenía el poeta cuando escribió esto en su casa que daba al mar. También una novia rubia y rolliza y un ilimitado caudal de esperanzas.

Diez años después releyó el párrafo al encontrar el perdido cuadernito de hule. Naturalmente no resistió la tentación de enmendarse la plana:

"La historia íntima del hombre es la de sus fracasos. La pública, la de sus éxitos. La social, la de sus calamidades. La absurda, la de sus vicios. El poeta es centro y límite de todas ellas." —escribió.

Por aquellas fechas, claro, tenía una esposa, que no era la rubia rolliza, y un mocoso simpático que deshojaba sus libros; y, en la mente, el proyecto de la más genial obra de dos siglos (por cierto que, al terminarla, le fue devuelta por un editor con la siguiente nota: "no está usted en la línea").

Y diez años más y el cuadernito ya anciano, con sus tapas de hule llenas de máculas. Y, de nuevo, la imperiosa necesidad de corregirse:

"La nueva inteligencia es el AÑO CERO. Ver y no explicar, saber y no decir. Solo lo físico existiría sin el hombre y, desde luego, una piedra no suele hacer metafísica. El poeta es el año cero de todas las cosas".

La vida era de una plenitud transparente y habitual: la costumbre de la intimidad, el hijo que se encerraba en el lavabo para empezar a fumar; las playas y las ropas alegres, y el mar, para todos los gustos, frente a su casa. El mar del que había dicho "era ejemplo para los hombres de bienhacer y perennidad".


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Publicado el 28 de marzo de 2019 por Edu Robsy.

Observación Directa de la Naturaleza

Arturo Robsy


Cuento


El niño

Está sentado en la alfombra y el último juego ha dejado de interesarle. Entre sus piernas, los soldaditos de goma yacen congelados en sus rígidas posturas, ya sin la elasticidad que la imaginación del niño les daba. El televisor calla, pues no es hora de programa, y el niño se aburre lentamente, a golpes que le hunden más y más en la conciencia de estar sentado y no hacer nada.

—Mamá —cuando la seguridad de que se aburre es bastante fuerte—: cuéntame un cuento.

La madre, que terminó de fregar los platos hace poco, cose sobre la mesa: se arregla los largos de una falda pasada de moda. No está de humor para cuentos ahora, pero el niño insiste.

—Cuéntame uno.

A ver... ¿Cuál? Están el de Blancanieves, el de Caperucita, el del Flautista... pero es que no tiene ganas de hablar. Por eso, quizá, recuerda lo que su padre le contaba en las mismas circunstancias:

—Érase —dice— un Rey que tenía tres hijas; las metió en tres botijas y las tapó con pez. ¿Quieres que te lo cuente otra vez?

El niño no sabe muy bien lo que ha oído. Desconfía. Si aquello es un cuento, no se siente nada satisfecho.

—¿Qué? —pregunta un poco furioso.

—Érase —responde la madre— un Rey que tenía tres hijas; las metió en tres botijas y las tapó con pez. ¿Quieres que te lo cuente otra vez?

El niño reflexiona y comprende que la madre ha olvidado la substancia del asunto. Conteniendo el enfado, decide ayudarla en la medida de lo posible:

—¿Quieres decir que el Rey mató a sus dos hijas?

—No —la madre no desea dar malos ejemplos en sus historias.

—Pero las hijas se morirían si les echó pez encima.

La mujer suspira: por quererse quitar a su hijo de encima en lugar de contarle un cuento de verdad, ahora va a purgar su culpa en forma de interminables explicaciones a pie de texto.


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Publicado el 9 de septiembre de 2020 por Edu Robsy.

Jimi

Arturo Robsy


Cuento


Pudo haberlo pintado El Greco en un instante de inspiración extravagante, pero Jimi se debía todo él a su padre y a los mil cruces anteriores a su generación. No obstante, la frente más estrecha que el cuello, la cara larga y sin barbilla, el pecho hundido y las piernas telescópicas, recordaban, sin duda, a los caprichos ópticos del Greco.

Jimi nació cuando los Jefes de Recepción se llamaban conserjes de hotel y su infancia, tras el colegio, cargó muchas toallas y sábanas por aquellos pasillos que veían los primeros turistas del siglo.

Los profesores, para que no pudiera echárseles la culpa de nada, advirtieron noblemente al conserje: «su Jaime no vale»

—¿Para qué?

—Para nada.

Lo cual no era exactamente cierto. Jimi disponía, encajonada en su frente angosta, de una memoria portentosa. El padre, cuando la hubo descubierto en una paciente excavación, le sentaba tras el mostrador de recepción. «El número de la panadería». Y Jaime lo soltaba en el acto. Se supo el listín de la provincia en el tiempo que tardó en leerlo.

Y servía, sí, porque no leyó más que cobrando a monedita de dos reales por página: una fortuna si se sitúan los hechos cuando sucedieron, en los años cincuenta.

Jimi no era un comerciante nato a pesar de cobrar por sus servicios: había notado, entre sus compañeros de colegio, cierta humana predilección por sacudirle y, desde la parte de atrás de su cráneo apepinado, le bajo la idea de no ser víctima de una infancia desgraciada.

Con sus ganancias pagaba a dos matones de diez años que iban dos cursos por delante de él. Ambos se sobraban no sólo para protegerle sino para zumbar a quien Jimi tomaba ojeriza. Menos al profesor, por pura discreción, aunque una vez llegó a ser inducido a sentarse sobre un huevo. Órdenes de Jaimito.


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Publicado el 21 de abril de 2016 por Edu Robsy.

Toda la Verdad Sobre el Día Ocho

Arturo Robsy


Cuento


Por la mañana

El día ocho, conduciendo su OCA-6, Juan Palomo perdió la vida al colisionar su vehículo con la trasera de un camión a la altura del kilómetro once. Se supone que se le rompió la dirección al coche.
(de la prensa)
 

Su mujer le hizo pan frito para desayunar: la golosina preferida por Juan Palomo.

—¿Adónde vas hoy? —le preguntó.

—Aquí al lado. Es muy probable que consiga vender una buena partida. La semana pasada ya estuve allí y tengo casi a punto al comerciante.

—¿Seguro?

—Al menos no me dijo que me fuera.

Plegó la servilleta mientras ojeaba el periódico por encima de la taza vacía y se secó los labios despacio. La mujer le trajo el muestrario de la casa y se lo metió en el maletín.

—¿Qué hora es ya?

—Las nueve.

—Es una suerte que los niños ya vayan solos al colegio. Si no tú no podrías hacerme estos desayunos.

Se besaron junto a la puerta: el mismo beso sin importancia de todas las despedidas y de todas las llegadas.

—¿Volverás a comer?

—¿Qué tenemos hoy?

—Canelones.

—¡Hum! Pues no me los perderé. Adiós.

El OCA-6

Juan Palomo, agente comercial, fue extraído con vida de su automóvil y conducido al hospital municipal, donde se le apreciaron heridas en brazos y cuello, rotura de una de las vértebras cervicales y hemorragia interna. Llevado al quirófano, falleció antes de que se le pudiera intervenir.
(de la prensa)
 

Al terminar la guerra, Octavio Carreras Abad solo tenía juventud, ambición y perspicacia. Había servido en un batallón de automóviles y allí fue donde aprendió cuanto sabía de motores y de coches.


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Publicado el 28 de mayo de 2019 por Edu Robsy.

Teléfonos y Conquistadores

Arturo Robsy


Cuento


"Me he enterado de que llevas vida de desenfreno y que tocas la guitarra".

—Carta de un padre del siglo XIII a su hijo que estudiaba en Orleans.
 

El teléfono es un horrible artefacto lleno de maldad. Bueno: quizá el aparato sea perfectamente neutro, pero no cabe duda de que quienes lo usan llevan, a veces, perversas intenciones en la cabeza.

Y, ya que está empezado el tema telefónico, quisiera contarles la aventura de uno de mis amigos. Quizá fue trastada más que aventura, claro y, en todo caso, una broma de pésimo gusto.

Sucedió en Madrid, ciudad enorme y tentacular que se presta a muchos líos. Eran los verdes años de la vida estudiantil, que se pasan entre las paredes de las aulas y las de las pensiones, y que justifican, por lo tanto, la tendencia bohemia que algunos jóvenes venimos a manifestar.

Por entonces no era raro que prolongásemos la velada hasta las dos de la madrugada en alguna entrañable tasca, que nos reuniésemos en el piso de cualquier amigo a bailar con la música de moda, o que nos sorprendiera el alba devorando chocolate con churros o engullendo sopa de cebolla en cualquier figón.

Tampoco nos era extraño despertar con zumbidos en la cabeza, escalofríos y malestar general a causa de los alegres trasiegos de la noche, o con borrones en la memoria, borrones que nos impedían recordar dónde nos dieron tal tarjeta que guardábamos en la cartera, o en qué lugar nos desollamos los nudillos de la derecha.

Compruebo que estoy tratando de disculparnos antes incluso de explicar lo que pasó. Y lo triste es que no hay más excusa que ésta: nuestra condenada afición al juergueteo, a las discusiones del alba, al noctambulismo y a ese néctar opalino de efectos milagrosos que, en Madrid, suele llamarse Valdepeñas blanco o Blanco simplemente.


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Publicado el 26 de mayo de 2019 por Edu Robsy.

¿No se Reparan?

Arturo Robsy


Cuento


Como suele suceder a veces en naciones felices y dormidas, en Vardulia llegó al poder un hombre iluminado, ya que no de muchas luces. Lanzaba palabras ardientes al espacio libre y ellas, al caer sobre las cabezas de pueblo, le explicaban que había un destino histórico que cumplir y una exigencia racial que mantener.

El iluminado, cuando abandonaba los abstractos, era absolutamente preciso y escueto: quería Trevín. Muy posiblemente quisiera algo más al año siguiente pero, de momento, Vardulia sólo sería libre y feliz si metía mano a Trevín que, desafortunadamente, pertenecía a Austrigonia.

Los austrigones, aunque herederos de una brillante tradición militar, eran pacíficos comedores de cacahuetes, bebedores de refrescos y fumadores de tabaco rubio. No disponían de iluminados que los despeñaran por el destino pero, aún así, estaban encariñados con Trevín, un lugar lleno de panorámicas y muy ducho en la crianza y preparación del cordero.

El vecino ardiente sabía, sin embargo, que los condes de Trevín, en el Siglo XII, habían emparentado con la segunda dinastía de síndicos de Vardulia y, aunque el matrimonio no fue consumado por la debilidad sanguínea del primo del síndico Leocadio I pese a someterse al vino fuerte y a sahumerios aplicados por debajo del halda, el Papa lo declaró nulo tras cobrar varios miles de ducados—oro. Pero subsistía que por unos meses Trevín perteneció a la familia reinante en Vardulia. Había pues sobrados motivos para la reivindicación histórica.

—¡Venga ya! —dijeron los austrigones, muy divertidos con aquellas locuras y sin dejar de comer cacahuetes y de beber refrescos.

Fue una exclamación malhadada. Muy ofendido el iluminado, lanzó sobre Trevín varios batallones de soldados várdulos que creían firmemente en que, gracias a su arrojo, Vardulia sería más feliz y más libre.


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Publicado el 12 de julio de 2016 por Edu Robsy.

...Y Compadece al Delincuente

Arturo Robsy


Cuento


El Alcalde, que era un hombre activo, predió la mecha y el cohete, tras subir al cielo, inauguró las fiestas de verano, obligando a miles de muy jóvenes, en camiseta, a echarse a la calle y reclamar bebida.

Los vendedores de vinos y licores los aguardaban frotando el zinc con las bayetas. Días antes habían acudido en comisión al Ayuntamiento. Ellos, que estaban a favor de la cultura y de las tradiciones por igual, ayudarían a emborracharse a la juventud para que gritara a su gusto, pero como, en aquella situación, la juventud tendía a morder la mano que la ayudaba, pedían permiso para usar vasos de plástico, subir los precios autorizados en la hoja sellada y, sobre todo, cerrar los lavabos.

— Bien. — dijo el alcalde, también tradicional.

— Pero la ley dice que cualquier establecimiento abierto al público ha de tener servicios. — advirtió el secretario, un maldito leguleyo.

— Y los tienen, ¿no? ¿Dice la ley que no pueden estar cerrados?

Así fue como cientos de espirituosos metros cúbicos corrieron las botellas a las gargantas y, desde éstas, tras darse un rápido paseo por las venas y fatigarse, se dejaban caer sobre los riñones que, cuidadosos, los bajaban al depósito que las naturalezas tenían dispuesto.

Mientras sucedían estos silenciosos procesos, tiempo hubo para abuchear a las autoridades que iban a las completas y para tirar huevos a los municipales que les escoltaban. También consiguieron irrumpir en la entrada del Ayuntamiento y derribar a la Giganta, que había paseado hasta media hora antes, perseguida por la chiquillería.

Otros más rodearon a la banda de música y, en rápido movimiento de tenaza, vertieron por los pabellones de los instrumentos de viento el contenido de varias litronas.


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Publicado el 4 de marzo de 2018 por Edu Robsy.

Los Confines del Cosmos

Arturo Robsy


Cuento


I

—Te digo que es verdad —el demudado rostro del que hablaba expresaba, a la vez que la impaciencia y la fatiga por no ser creído, la extraña agitación que le embargaba y le hacía temblar.

—¡Quita, hombre! Eso que cuentas es más difícil de creer que hacerle pantalones a un pulpo.

—¿Tanto te cuesta admitir que yo he oído voces en la cueva y que no ha sido una sola vez, sino muchas y a diferentes horas?

—Puede ser una cabra que ande por allí perdida. Puede ser una pareja de enamorados...

—Total: que tiene que ser algo distinto de lo que yo te digo, ¿no?

—Es que creer que por allí dentro vive gente es creer mucho, Pedro.

El otro se levantó airado. Dejó unas monedas encima de la mesa para pagar la consumición que habían hecho. Luego contempló meditativamente a su compañero como pensando si aquel zagalón fornido y bizarro podía comprender algo tan hondo y misterioso como lo que él le había contado.

—Bueno —dijo—, yo ya me voy. Pero, si quieres, vente conmigo hasta la cueva, sólo para demostrarme que la cabeza te sirve para algo más que para ponerte fijapelo y brillantina.

—Iré. ¡Vaya que si iré! Y si oigo esas voces que dices y me dan la impresión de ser de hombres que vivan allí dentro, me bajo y te traigo por el pescuezo al que las dé.


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Publicado el 15 de julio de 2018 por Edu Robsy.

El Monumento al Progreso

Arturo Robsy


Cuento


Al lector:

El día de hoy, dieciocho de julio, tiene un "especial relieve", para utilizar el lenguaje periodístico. Por eso quisiera dejar por ahora las historias de cada uno y escribir la del progreso o, al menos, la de su momento.

Al lector que continúe la lectura:

Las cosas que paso a relatar sucedieron en un pueblecito con visos de ciudad, en uno de esos lugares que siempre han sido propicios a la siesta estival o al juego callejero de los niños bajo la mirada paciente del perro vagabundo.

En tales sitios veinte años pueden significar lo mismo que veinte meses y, en verdad, cuando la paz dura es indiferente el tiempo. Sin embargo, algo había cambiado en el pueblo: la Remedios, la del Renco, parió trillizos; se hizo, además, una desviación para la carretera de segundo orden que antes atravesaba la calle Mayor, y se abrió una explotación municipal de maderas que a todos daba beneficios por más que el descreído del herrero se empeñase en decir que "todo se lo quedaba, como de costumbre, el Ayuntamiento".

Y, en esto, llevaba su parte de razón, que ningún dinero vieron los vecinos, pero, en cambio, se encontraron con la Plaza Grande embaldosada, con una traída de aguas (que más eran claro que otra cosa), con Teléfonos y con un Teleclub que arruinó al Paco, el que, una vez a la semana, se traía una película de la cercana ciudad y la proyectaba en su almacén de grano.

También, hasta hoy, sucedieron otras cosas dignas de mención: el hijo del Tobías, el carnicero, se fue a hacer la mili a África, y Segismundo regresó de "Tulús" (léase Toulouse) de la Francia, con el oficio de fontanero bien aprendido de once años, de manera que, enseguida, se puso a remendar tuberías y a taponar los incorregibles grifos.


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Publicado el 23 de marzo de 2019 por Edu Robsy.

Largas Vacaciones

Arturo Robsy


Cuento


— Santo Padre — dijo mi hijo, que ha aprendido a seguir mi humor primaveral y festivo — ¿Por qué no me cuentas un cuento de los tuyos?

"De los míos" quiere decir un cuento desconocido, un cuento nuevo y, a ser posible, enredado; de ésos que solemos inventar los padres cuando tenemos tiempo o cuando seguimos conservando el alma deslumbrada y mágica de los niños.

— Érase una vez... — empecé sin hacer más comentarios.

— Ése ya me lo sé. — me interrumpió el niño — Hay cuentos que empiezan con "Érase una vez" y otros con "Esto era", y hasta he leído uno que dice "Tenéis que saber que...". Yo quiero un cuento moderno.

— Pues a mí me gustan los antiguos, con lobos y caperucitas y ogros y gigantes y princesas. ¿Te he contado alguna vez lo que me pasó el primer día de Primavera?

Dijo que no el chico, así que puse en marcha el motor de la fantasía y, poco a poco, fui soltando el embrague:

— El mundo no es exactamente como parece. Ya sabes que todas las cosas están formadas por átomos que bailan, por ejemplo, y tú no las ves así. Pues lo mismo pasa con la Primavera.

Verás: en la Primavera el aire empieza a hacerse tibio y cuando te da en la cara parece que te roce un pañuelo de seda. Además, se llena todo de flores: hay flores complicadas, difíciles, yo diría que hasta orgullosas, como las rosas, que serían flores de postín. También hay flores modestas, calladas y buenas chicas, como las margaritas, que no tienen perfume, pero sirven, por ejemplo, para que los enamorados les arranquen los pétalos blancos diciendo: "sí me quiere; no me quiere".


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Publicado el 12 de abril de 2017 por Edu Robsy.

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