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autor: Arturo Robsy etiqueta: Cuento textos disponibles


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Retrato de Navidad

Arturo Robsy


Cuento


(A las tantas de la tarde del día veinticuatro o día de Nochebuena. Por las calles húmedas viene y va la gente. "Esta noche es Nochebuena y mañana Navidad". "Dame la bota, María, que me voy a emborrachar". "Y al Niño recién nacido los pañales le han robado". Esta gente es, según su piel, blanca, sonrosada y atezada. Según su vestido, gris, negra, verde, ocre, marrón y azul. Según su pelo, negra, dorada, roja y marrón. Y, así, todos los colores acaban por cernerse sobre cada persona, según sus ojos, sus uñas, sus ilusiones y sus miserias).

Por estas calles sin cielo (porque el cielo amenaza lluvia y ruina de alegrías) los amigos catalogan escaparates y jovencitas; aspiran con glotonería el olor a refrito que sube de las bodegas y que revolotea en torno a los bares; hablan de Navidades ya desvanecidas donde hubo aventuras, trasnochos vinosos y canciones que tiritaban en el alba fría.

A esos amigos me acerco precisamente. Mañana tal vez necesitarán tisanas para despejar las ideas, pero hoy, en mitad de la tarde que termina, están lúcidos y poseen todos los rincones de sus ilustres cabezas.

—Encuesta Pública: ¿Qué es la Navidad? —pregunto.

—Págate un vino y tendrás respuestas.

(Así pues, bajamos al calorcillo de una bodega y nos instalamos en mitad de ese tufo a gente, de los humos conjugados del aceite y del tabaco, y nos ponemos a beber a tragos cortos, que es como se bebe de verdad).

—La Navidad —me dice Miguel— es un pretexto.

—¿Para qué?

(Miguel abre los brazos como un viejo Cristo velazqueño).

—Para todo. Para bebe, como ahora nosotros. Para gastar. Para cantar. Para hacer regalos. Para alegrarse. Para vender...

(Vicente interviene sonriéndose para adentro).

—Hay una teoría: que se celebra el nacimiento de un Dios, del Dios Hijo. Pero sólo es una teoría.

—¿Por qué? —vuelo a preguntar.


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Publicado el 7 de septiembre de 2020 por Edu Robsy.

El Hombre que No Hacía Sombra

Arturo Robsy


Cuento


El sol es un astro enteramente neutral, al menos, eso dicen los astrónomos: todo lo más tiene unas ridículas manchitas y períodos de turbulencia cada once años: nada que le pueda comprometer. Los griegos, sin embargo, pensaban de otra modo: Apolo, que conducía el carro del sol, también lanzaba las flechas de la peste y, en ocasiones, se enfadaba como un demonio y era de temer. Los griegos era un pueblo observador. No diré que tuvieran razón, no, pero sí ojo clínico y talento para explicar las cosas en lugar de hacerse telescopios. Cerebros de primer orden estos griegos.

Mi experiencia es más reducida. Yo viene al mundo con un pan debajo del brazo, pero, una vez que me lo hube terminado, tuve que espabilarme para continuar en la brecha. Verán: la humanidad es variopinta (como dice un poeta que rima Francia con fragancia) y tú cuando naces, es como si te sometieras a un sorteo. O, al revés, quienes acuden a la rifa son tus padres. Naces rubio y las cosas van bien; naces moreno o alto o delgado o fornido, o listo o matemático, o atleta, o guapo y tampoco tienes que preguntarte: las cosas siguen bien. Pero también hay otros aspectos y puedes emerger cojo, o tuerto, o enano, o místico, o poeta, o jorobado, o estrábico, o zoquete, o ambiguo, y, entonces, da lo mismo que te preocupes o no: las cosas van pésimas y no tienen solución. ¿Comprenden el juguete? Son asuntos de la Naturaleza y la Naturaleza es sabia. Nosotros, no, ya que no conseguimos entenderla. En todo caso, los perfectos aman la perfección. Y los imperfectos también si les dejan los otros. Los griegos, los espartanos, vuelven a ser ejemplo por aquel viejo asunto del Taigeto, por donde despeñan a todo quisque que no nacía en perfecto estado de revista.


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Publicado el 9 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Las Siete Mujeres Feas

Arturo Robsy


Cuento


Fábula del país de los Cretinos


Siete mujeres feas estaban paradas en la calle, quejándose de su desgracia y lamentando la ausencia de un amor en sus vidas. Como la belleza produce egoísmo, así la fealdad da lugar a angustias de extensa sintomatología. Pasó por allí una octava, guapetona, cara—de—ángel, culirredonda y pechienhiesta.

—¿Por qué os quejáis? —les preguntó.

—Porque somos feas.

—¡Ah! Antiguas es lo que sois, porque hoy todo tiene remedio.

—¿Sí? ¿Podremos ser guapas? ¿Tanto como lo eres tú?

—Naturalmente. ¿Veis que elástico y levantado tengo el pecho? Pues es gracias al Cruzado Mágico Tetín, el mejor. Su peculiar diseño hace de la ubre más flácida el seno más clásico, erguido y turgente. Usad el Cruzado Mágico Tetín y veréis lo que es canela en rama.

Y las siete mujeres feas corrieron a comprarse el cruzado ése. Se lo calzaron y, al momento, sus pechos fueron idénticos a los de la mujer guapa. Pero quedaba algo más y lo descubrieron al mirarse al espejo: tenían barriguita y el culo fondón y, en la cabecera de los muslos, dos copos de grasa que hacían muy feo al llevar pantalones.

De manera que, decepcionadas, se pusieron a llorar otra vez en mitad de la calle, y su desesperación era mucho mayor que antes, porque los hermosos senos hacían resaltar mucho más sus otros defectos.

Otra mujer guapa, que pasaba por allí, se apiadó de ellas:

—¿Qué os sucede?

—¿No lo ves? Que tenemos un hermoso busto, pero nuestras caderas son feas y nuestros muslos y nuestros traseros... ¿Qué será de nosotras ahora? ¿Cómo podrán los hombres enamorarse de nosotras y tomarnos en serio?

—¿Sólo es eso? Fijaos en mí.


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Publicado el 30 de abril de 2022 por Edu Robsy.

Ojo, Colón

Arturo Robsy


Cuento


El que se preocupa de los ecos de sociedad en los descansos de Cristal, seguramente se ha enterado de que a Cristóbal Colón, Almirante de la Mar Océana, le han buscado un buen partido: nada menos que la Estatua de la Libertad de Nueva York.

Se trata, claro, del Cristóbal Colón que contempla Barcelona subido a una columna y no se cansa de señalar las bellezas del lugar o la Ciudad Olímpica. Alguna mente, cansada de trabajar en el vacío, ha emitido la idea de celebrar un matrimonio entre Don Cristóbal y Doña Libertad. Los broncíneos novios no han objetado nada, aunque él es mucho mayor y ella mucho más voluminosa.

El pensador o pensadores, escapados a medio disecar de algún tarro de formol, suponen haber dado con un bonito gesto simbólico: Colón, que va a América, y la Libertad que, viendo lo que ve en Manhattan, está de vuelta de todo.

Dotados de un cerebro incipiente, todavía no han reparado en que La Liber tiene una hermana parisina, que en realidad es la misma, pero acabarán descubriéndolo y, a la postre, nos explicarán que mucho más simbólico es un matrimonio a tres bandas: Colón con las dos Libertades, una a la izquierda, francesa y presta a hacer rodar cabezas, y otra a la derecha, del Partido Republicano, dispuesta a meter mano a cuanto dólar divise.

Insisto en que no sé qué ganglio nervioso ha alumbrado la idea, pero no puede tratarse de un ganglio español. Un Latinoespañol, conocedor de las costumbres endémicas, no ignoraría que decenas de jueces cimarrones vagan por calles y campos prestos a caer sobre quien se descuida.

Si el Almirante de la Mar Océana, lleno de vigor a los quinientos años, se casa con las Libertades, no faltará magistrado que, tras meditar en su guarida, comprenda que está ante un caso clarísimo de bigamia. Simbólica, pero bigamia.


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Publicado el 10 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Cuento de Amor

Arturo Robsy


Cuento


La palabra cuento se emplea muchas veces, quizá demasiadas, en el sentido de patraña: esto constituiría un notable insulto si no fuera por la circunstancia especial de que, en ocasiones, todavía significa algo peor: aburrimiento.

Y quien dude de esta afirmación puede (sin compromiso alguno) ir a preguntar a don Armando su historia que, en suma, es demasiado vulgar incluso para ser falsa. La carrera de este hombre comenzó cuando todos le llamaban Armandín y él todavía tenía la deplorable costumbre de ensuciar las sábanas de su cunita; y, luego, con intervalos de tiempo, fue Armandito, Armando a secas, y don Armando, esto último cuando su responsabilidad y autosuficiencia económica quedaron suficientemente demostradas entre sus vecinos.

Naturalmente, para ganarse ese don Armando sonoro y definitivo tuvo, también, que formar un hogar, es decir, casarse y ser un padre de familia, pues es bien sabido que los padres de familia, aparte de votar, pierden esa afición por la jarana que caracteriza a la juventud. Así que don Armando se casó con Asunción como pudo haberlo hecho con María José o con Paquita, aunque este detalle carece de real importancia.

Previamente —eso sí— Armando y Asunción sostuvieron un noviazgo que pretendió ser "la prueba de sus sentimientos", por más que no había sentimiento alguno que probar. Sin embargo aprovecharon su tiempo para hacer un verdadero Cuento de Amor que es, ni más ni menos, aquello que viene a recordarse con nostalgia cuando el hijo mayor termina su bachillerato o la hija sale con el "primer amor".


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Publicado el 12 de julio de 2021 por Edu Robsy.

Vuelva la Página

Arturo Robsy


Cuento


El hombre hizo varias cosas inútiles: condujo muy de prisa, escuchando el rugido del motor como si fuera el de su corazón; repitió "Yo, no. Yo, no" varias veces; abrió la ventanilla y lo gritó, pero el viento devolvió las palabras a su pecho. Conectó la radio y subió el volumen hasta que fue incapaz de sentir siquiera que estaba vivo.

Después mantuvo la vista en un árbol lejano. A pesar de la velocidad parecía correr con él. No quedaba atrás. Las nubes hacían lo mismo. Y el hombre, que ya no pensaba, que creía haberse convertido en una piedra, descubrió que una lágrima le cortaba la visión de la carretera.

"Tú, sí." —dijo una voz interior que no era suya.— "Tú,sí." Luego siguieron muchas palabras incontrolables que hablaban del mundo y de las cosas que existían desde el principio. Su pensamiento se había rebelado y le traía fósiles y semillas a la memoria; recuperaba para él un amanecer olvidado en que creyó ser atravesado por los primeros rayos. Y un beso: no el primero sino el tercero, a la orilla de un río lejano.

—Tú, sí. —repitió el hombre, consciente por primera vez en mucho tiempo. Reparó que el mundo y sus pompas eran ahora una praderilla verde que conducía a un bosque de encinas.

Detuvo la máquina. Por más que corriera —se dijo con una sonrisa interior— no llegaría a ninguna parte. La hierba, a sus pies, iba más lejos y venía de más lejos. El, en cambio, no salía de sí, negro y cerrado, mirándose el inútil corazón.

Parecía una bronquitis. Era una bronquitis, pero el pulso estaba alterado, quizá de respirar mal. Por último, los médicos habían encargado toda clase de pruebas y él, mientras, aguardó en su cama de hospital, asustado y silencioso. Se ponía ante el espejo para decirse que no sería nada. Leía lentamente. Dormía poco y caía en trances cada vez más largos en los que no pensaba.


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Publicado el 10 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Para Volver a la Noche

Arturo Robsy


Cuento


Papá veía la televisión con un ojo en el periódico. Papá nunca se cansaba de enterarse de las mismas noticias repetidas. Mamá hacía las tortillas de la cena en la cocina. Juanito, menos atrapado por la vida, lanzaba desde la galería pompas de jabón a la calle.

Una, muy grande, se elevó algo más y, al seguirla, Juanito se quedó con la vista alta: la luna, aquella señora pálida y burlona, no estaba allí como los otros días.

—Juanito. —llamó la madre, poniendo en la mesa los cubiertos.

—Ven, mamá. No está la luna.

—Muy bien, hijo. Entra a cenar, que se enfría.

—Te digo que no hay luna. Ven a verlo.

—Sí, sí, te oigo. Luego miraré. Entra y come.

El niño, con el estómago lleno, se sumió en otros olvidos. deseaba dormir y también ver la película, pero le costaba decidirse. Por fin se quedó traspuesto en el sofá, ante el televisor y el padre, como de costumbre, se lo llevó en brazos a la cama.

Salvo un niño que hace pompas de jabón, ¿podía preocuparse alguien por una noche sin luna? En otro tiempo, enamorados y poetas se entregarían a emociones profundas. Alguien hubiera echado en falta su rielar sobre el mar en tanto en la lona gemía el viento. Hasta los dedicados a actividades más táctiles, entre beso y beso, se hubieran percatado de que la pálida luz en las pupilas de la amada se había desvanecido, pero estas cosas se hacían ya en los apartamentos de soltero.

Sólo un niño, siguiendo el vuelo errático y tornasolado de una pompa de jabón, comprendió que la luna no acudía a la milenaria cita con las estrellas.

Los mismos astrónomos, a la caza de planetas perdidos entre los sistemas solares o midiendo los velocidades de los Quasars, la vista telescópica perdida en la distancia, no repararon en lo próximo, en el rostro planetario y sonriente que había seguido las andanzas del hombre desde que anduvo.


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Publicado el 10 de julio de 2016 por Edu Robsy.

El Ocaso

Arturo Robsy


Cuento


El mar, sobre la barra de arena negra. Sobre el mar, ensangrentándole, dándole la púrpura y el clavel, el líquido y la sangre, el sol redondo, el sol enorme, muerto. Tal vez dormido. Cansado de un día de jornal y de sudores, de astronautas y telescopios, de sondas y ecuaciones, de hidrógenos y teorías.

Turismo, si queréis, de invierno: y turismo pobre, turismo social, con excusas para guardar el dinero y pagarse alojamientos baratos. El pueblecito, redondo, a dos palmos de la playa y a un tiro del mar. Blanco y rojizo, oscuro bajo la próxima noche, resbaladizo en la tiniebla, silencioso, típico.

El turista, nacional. Mozo alto, aburrido, que un día terminará oposiciones y que ahora juega a la aventura del descanso y de la soledad. Por las mañanas sube a las rompientes con unos prismáticos: a veces pasan barcos lejanos y sin nombre, especiales en la distancia: podrían ser, por ejemplo, el del Holandés Errante, o aquel otro que se perdió en su última singladura entre Buenos Aires y Sevilla. Si no se ven los barcos, siempre aparecen las aves: pajarillos diminutos y saltarines que buscan alimento entre los cardos, las albas gaviotas, los cormoranes fieros...

A mediodía la casa en que pervive; los olores del yantar, la mesa del mantel blanco y la gente de la casa, que le pregunta y le responde, que le observa y le curiosea y que, en el fondo, se desentiende de él mientras pague las facturas y diga "buenos días" y "buenas tardes" y sonría en su momento.

La siesta. El paseo de la tarde fresca. Las búsquedas secretas en la glera, con la esperanza de hallar tesoros misteriosos: tapones de plástico, botellas viejas, boyas arrastradas mar adentro y por fin devueltas, maromas deshilachadas, bolas de alquitrán tan negras como la noche, soldaditos de plástico y maderas.


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Publicado el 29 de marzo de 2019 por Edu Robsy.

¿Existe una Lengua de los Españoles?

Arturo Robsy


Cuento


Una de las mayores sorpresas que se lleva un inglés que haya estudiado idiomas o, lo que es lo mismo, que haya ojeado el famoso ¿Quiere Vd, hablar español en 10 días?, es descubrir que el idioma español no existe. No importa que lleve en el bolsillo un diccionario Inglés-Español o Español-Inglés. Sufre una ilusión, un espejismo, porque no hay idioma español.

Don Jorge Puig, pequeño empresario catalán, me lo explicó así:

—Hay muchas lenguas españolas. El catalán es, en puridad, español. Tan español como el castellano.

Sin arriesgarme a hacer ningún comentario personal, le mostré mi diccionario Inglés-Español.

—Una barbaridad. —exclamó Don Jorge, que, a veces, se llama Dony Jordi.— Hasta eso ha querido arrebatarnos Castilla.

—¿Y este idioma en el que hablamos, qué es?

—Castellano. Otra lengua española, como el catalán, el gallego, el vascuence, el bable, el patúo, el panocho...

¿No es como para meditar? Don Jorge opinaba que Cataluña es una nación oprimida por España, pero insiste en que el catalán es una lengua tan española como el castellano.

—Además, —insistió, buscando en su librería un ejemplar de la Constitución de 1978— bien claro lo dice aquí: El castellano es la lengua oficial del Estado. ¿Lo ve usted?

Era verdad, claro. Lei más abajo, por encima de su hombro:

—Todos los españoles tienen el deber de conocerla.

Don Jorge Puig, alias Dony Jordi, se revolvió, herido en lo profundo. No esperaba semejante grosería de mí.

—¿Ve cómo estamos oprimidos por España? Se nos obliga a conocer el castellano.

—Entonces, ¿qué hago yo con mis diccionarios? —pregunté, buscando un punto de vista práctico.

—No dejarse engañar. No existe La lengua española. Existen lenguas españolas.

Y, por lo visto, se las sacan los unos a los otros.


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Publicado el 10 de julio de 2020 por Edu Robsy.

Si de Verdad Fuera el Hombre un Tipo Racional Compuesto de Alma y Cuerpo

Arturo Robsy


Cuento


¿Sí? Pero, bueno: es que, después de todo, ¿resulta que no es cierto que el hombre sea...? Verán, hasta el extremo de esta afirmación, no.

—¡Epa!

Alto ahí: antes de seguir adelante es preciso afirmar que no se estoy diciendo nada herético.

—Eso tendrá que demostrarlo.

Y lo haré. Creo que no existen dudas acerca de si el hombre está o no compuesto de cuerpo. Es —para los escépticos— esa especie de colcha blanca y pilosa que nos envuelve, eso que nos cuelga cuando nos sentamos en un sillón. Y para demostrar su existencia no hay más que acudir a un dentista o dejarnos escayolar una pierna. Es en estas manipulaciones cuando el cuerpo se nos hace gloriosamente presente.

Históricamente, los filósofos han negado, por turno, el conocimiento, la realidad, el espíritu y la esencia, pero ninguno, embutido en sus sesenta u ochenta quilos de músculos y adiposidades, se ha atrevido con la presencia (cómoda o ingrata) de su cuerpo.

Respecto al alma, las cosas aparecen menos claras. Nadie ignora que el alma, como elemento integrante de la Creación, ha tenido sus detractores y sus propagandistas. En todo caso puede que el alma no sea lo que unos afirman, ni deje de ser lo que otros niegan. Su presencia, en cambio, se advierte en las manifestaciones humanas y éste sí es un hecho a tener en cuenta.

A los muy convencidos les diré que si el alma está tras un taco de su dueño, tras una calumnia, tras una estafa, tras una mentira o tras un eructo, se trata de un espíritu bastante cochino que ha sido injustamente ensalzado.


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Publicado el 21 de septiembre de 2020 por Edu Robsy.

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