Textos más populares esta semana de Arturo Robsy etiquetados como Cuento disponibles | pág. 8

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autor: Arturo Robsy etiqueta: Cuento textos disponibles


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Libertad

Arturo Robsy


Cuento


Generalito Romero era delgado y nervioso y recordaba vagamente al gallo de pelea. Tenía ojos fieros y tras ellos ardía el amor a la Patria. A veces, cuando tomaba de más, el amor se le escapaba por la boca y proclamaba sus deseos de hacer un mundo mejor siguiendo unos planos urdidos por él en noches de claro en claro.

La Sociologic Research, benéfica empresa gringa, oyó aquellos cánticos patrióticos y fue a ver a Generalito Romero en su cuartel. Si él quería una Patria mejor y más moderna, la Sociologic Research también, pero con condiciones: le permitirían hacer tantas encuestas como quisiera.

Generalito Romeo, hombre del pueblo pero no para el pueblo, disponía de la División de Carros. ¿Qué tenía la Sociologic? Dinero y la seguridad de que no habría un boicot internacional, porque algo debía ajustarse antes de seguir hablando: Romero y Sociologic iban a hacer una verdadera democracia. En aquella tierra de dos millones de almas todos serían ricos y felices.

—¿Ricos? —dijo Generalito, que consideraba que la riqueza corrompe las sanas costumbres del pueblo.

—Es un decir: con una mano se lo daremos y con la otra se lo tomaremos. Pagarán más impuestos y comprarán las cosas más caras, pero serán ricos.

El objetivo de la Sociologic Research era crear la réplica de un típico Estado de la Unión: el mismo nivel de vida, las mismas costumbres, idéntica comida, empaquetada en plástico, semejantes películas y canales de televisión. También habría que meter la famosa religión electrónica por TV.

Generalito Romero, como futuro benefactor de la humanidad, no aprobaba el cambio de credo. Los curas se le alborotarían.

—Bah, bah. —dijo la Sociologic con calma— Se les enseña a desear más dinero, a cantar en las iglesias y todo lo demás sirve. Ellos se seguirán llamando católicos, pero serán protestantes.

—Si es así...


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Publicado el 21 de abril de 2016 por Edu Robsy.

Vida Eterna

Arturo Robsy


Cuento


Dios se asomó muy temprano a su balcón celeste y enfocó el sol sobre la tierra un poco antes de la hora, causando cierto desconcierto entre los empleados municipales de limpieza, sorprendidos con las mangas en la mano.

Nadie salvo él podía saberlo,pero se cumplían cien mil años del turbio episodio del Paraíso Terrenal, cuando aquella pareja de desvergonzados se le había comido las manzanas. No tuvo más remedio que castigarlos, no por la fruta, sino por estupidez manifiesta: ¿no habían llegado a pensar que, comiéndoselas, podían ser dioses? Tamaña tontería hizo comprender a Dios que el hombre necesitaba madurar un poco más y, de generación en generación, ir afilando aquella roma inteligencia de entonces. Por eso instauró la muerte, para que la selección natural perfeccionara los tristes sesos de la primera pareja.

Cien mil años de evolución, en efecto, hicieron que los hombres dejaran de pensar que las manzanas les divinizarían y decidieran que eso sólo se consigue poseyendo unos papeles impresos. Era, pues, el momento de restablecer los parámetros originales: ni enfermedades ni muerte ni trabajo: enderezó el eje del mundo para que el clima fuese primaveral y que las cosechas brotaran espontáneamente.

—El hombre —dijo Dios a la Naturaleza, que aguardaba órdenes— vivirá para siempre..

Cinco minutos después los enfermos pedían la baja en los hospitales; los moribundos y desahuciados corrían por los pasillos como chiquillos; los parapléjicos hacían cabriolas y los provectos ancianos, recuperado el vigor de su juventud, perseguían a sus enfermeras mientras les hacían proposiciones.


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Publicado el 11 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Ojo con el Nombre Cósmico

Arturo Robsy


Cuento


En los años de mi juventud, cuando no era crédulo pero sí algo idiota, tuve amigos buscadores de platillos volantes. En realidad no les importaba el platillo sino lo de dentro.

Como todos, habían descubierto que este mundo no tiene enmienda, pero les resultaba más entretenido ojear platillos que rezar el rosario. Según unos, los platillenses venían de un mundo material, sí, pero más elevado. Otros preferían creer que procedían de una dimensión espiritual y que el platillo no era más que una imagen apropiada para nuestra inferior psicología maquinista.

Todos coincidían en que debíamos esperarlos como a los Reyes Magos. Si eras bueno, se te aparecían. Si eras mejor, se te llevaban a su paraíso. Claro que había que irse con los altos y rubios. Los enanos y feos no eran trigo limpio: iban a la suya y se entretenían desguazando a los humanos.

Incluso vino desde el Perú un gran oteador cansado de tratar con ellos en un plano espiritual. Para "contactar" con los extraterrestres algunos usaban la escritura automática: se deja la mente en blanco y el bolígrafo corre libre por el papel. A veces salen palabras, justo como en las novelas de alta burguesía.

Pero lo fetén para estos manejos era recibir un nombre cósmico. En cuanto se tenía, se lo metía uno en la boca, lo gargarizaba y hacía ejercicios respiratorios, nombre cósmico adentro, nombre cósmico afuera. El peruano tenía uno: ORAM. Hacía HOH, inspirando, y RAAAM, muy grave, expulsando el aire poco a poco. Aquello, se lo juro, le daba la llave de la quinta dimensión y, desde ella, mantenía largas conversaciones con los seres del espacio. Con los rubios.


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Publicado el 11 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Quieta la Cruz, Impasible el Guardia

Arturo Robsy


Cuento


Tony subió al cielo con la sensación de sólo haber encendido la luz larga y, todo lo más, apretado un poco el acelerador. Las almas, expulsadas violentamente de los cuerpos, sufren confusiones así al principio.

Luego miran hacia abajo y ven la moto por el suelo y, la materia que fueron, como un juguete abandonado. En el caso de Tony, el alma vio también como se alejaba el coche que le había sacado de la carretera de un golpe, llevándose su vida en una aleta.

Tuvo un primer pujo de ira al comprender que le acababan de asesinar. Sus nuevos sentidos, más penetrantes, le dijeron que el conductor llevaba un medio pedalete y mucho miedo por lo que acababa de suceder.

Pero la ira se desvaneció al descubrir Tony que no le importaba lo sucedido. Su parte astral flotaba en la brisa nocturna y se encontraba cómoda y relajada. Las volutas de humo, seguramente, se sienten bien y olvidan el fuego que les hizo arder. Las almas, lo mismo.

Además, la suya todavía conservaba una notable dosis de ron con cocacola que le ayudaba a contemplar la eternidad con una sonrisa. Incluso sospechaba que podía tratarse de un sueño.

Con curiosidad de fantasma, se quedó por allí contemplando el panorama. Lo que había sido un cuerpo aparentaba un lamentable estado. Pero su moto estaba peor: no sólo la llanta delantera se había plegado, sino que el depósito aparecía definitivamente roto. Calculando por lo bajo, la reparación pasaría de los doscientas mil pesetas, por no hablar de los gastos del entierro.

Estaba todavía entretenido con estos cálculos cuando el alba —de rosados dedos, notó el espíritu liberado— alargó la mano por occidente y empezó a distribuir los colores.

Tras el alba, muy de cerca, llegó una camioneta de albañiles. Se detuvieron e inspeccionaron el lugar de autos, como se bautizó después. No tocaron el cadáver: eran partidarios de otros métodos:


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Publicado el 21 de abril de 2016 por Edu Robsy.

Premio al Tonto

Arturo Robsy


Cuento


Cosme había sido un canalla autocrático toda su vida, como, sin duda, confirmarían todos los sucesivos socios que fueron devorados por él.. Cuando se sintió morir, decidió salir de este mundo dejando tras si un ejemplo de su mala voluntad hacia el género humano. Sólo de pensar en su testamento, falleció entre carcajadas.

—En resumidas cuentas —dijo el notario a los tres herederos: Don Cosme deja todo su dinero al más tonto de sus hijos.

—Yo he votado siempre al partido del poder. —argumentó el primero, convencido de ser el ganador.

—Yo le quería. —dijo el segundo, superando la marca de su hermano.

—Yo no quiero su dinero para nada. —dijo el tercero, muy avispado.

El notario, nombrado juez, registró un empate: los hijos habían dicho tres tonterías lo bastante agudas como para demostrar que existían en ellos trazas de inteligencia humana. El duelo no tuvo más remedio que comenzar otra vez:

—Estoy convencido de que el Descubrimiento de América fue un encuentro de culturas.

—Pues yo apuesto a que Andalucía será la California de Europa.

—Yo afirmo que no hay corrupción política.

Aquellos tres bribones se fingían tontos pero estaban varios palmos por encima del mínimo exigible. Lo siguieron demostrando con sucesivas ráfagas de afirmaciones cuidadosamente calculadas, hasta que el notario, cansado, decidió aplicarles un test de su invención:

—Juan tiene siete manzanas. Da dos a Pedro. Antonio le regala cuatro. Juan le roba una y una mariposa se le lleva otra, volando. ¿Cuántas le quedan?

—Veintisiete. —dijo el primero.

—Catorce. —dijo el segundo, también después de calcular el número exacto de manzanas.

—Las mariposas no pueden llevarse una manzana por los aires. —se quejó el tercero.

—Suyo es el dinero. —sentenció el notario.


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Publicado el 10 de julio de 2016 por Edu Robsy.

El Genio

Arturo Robsy


Cuento


El salón estaba atestado de gente.

Por entre las innumerables mesas repletas de canapés de colorido aspecto y champaña, mil corros de personas lanzaban al aire sus sordos murmullos de arpegios sombríos.

Aquel día o, mejor, aquella noche, el Círculo Artístico celebraba un soberbio homenaje a uno de los más grandes escritores de la época.

Tanta y tan repetina había sido la fama de Miguel Lucas, que todavía ni un solo afcionado a las Letras había podido recuperarse de la agradable impresión que le produjo haberse topado con un libro suyo.

Lucas era el nombre que estaba en todos los labios. Lucas era el nombre que había dado en el espacio de pocas semanas la vuelta al mundo. Lucas era el nombre por el que las grandes editoras peleaban por lucir sobre las multicolores tapas de sus volúmenes.

Sus novelas eran calificadas de Divinas.

Sus poesías de Susurrantes.

Sus obras de teatro, al parecer de los entendidos, tenían el mensaje de un alma atormentada e inquieta en toda su honda crudeza.

Sus guiones cinematográficos... ¡Bueno! Sus guiones eran algo nunca visto, algo que desbordaba todos los límites de una imaginación calenturienta, vanguardista y adelantada.

Quien no había leído a Lucas, o bien se retiraba de todas las tertulias sociales o bien corría a la librería más cercana en busca de alguna de sus colosales obras.

* * *

—¿Ha leído usted el último guión de Lucas?

Esta pregunta se formulaba esa memorable noche del agasajo.

—¿Cuál de ellos? ¿"La perfidia"? ¿"También"? ¿"el alma viaja sola"?...

—No, no. Este a que me refiero se llama "La moneda se perdió".

—Es un título que ya de por sí dice mucho.

—¡Ni que decir tiene! Los personajes sólo dicen: "¿dónde está la moneda?". El resto de la obra es simplemente de relleno.


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Publicado el 15 de julio de 2018 por Edu Robsy.

La Taberna

Arturo Robsy


Cuento


Nota

Algunos amigos, con un criticismo notable, me piden que escriba un cuento enjundioso, un cuento en el que pretenda decir algo, en el que, como es moda, me "comunique".

Y como el mundo, por el momento, es de la juventud, y la juventud es considerablemente rebelde, mis amigos y yo decidimos escribir un cuento moral, un

CUENTO PARA EPATAR BURGUESES

(épater les bourgeois)

Prefacio

Mucho antes de que Emilio Zola escribiese su famosa novela "La taberna", ya existían como entidades con vida propia:

a) Los taberneros.
b) Los sinvergüenzas.
c) Los burgueses propiamente dichos.
d) Y los intelectuales.

Y mucho después de que Zola haya pasado a ser un clásico del naturalismo, todavía sobreviven estas cuatro especies de humanoides.

Cuento

La historia comienza en la Gran Ciudad, en uno de los barrios pobres ("barrios obreros" se les llama ahora) por donde iban paseando dos presuntos intelectuales: uno muy joven y otro que no lo era tanto aún cuando lo disimulaba con una melena "a la moda" y una mirada tan agresiva y violenta como era capaz de fingir.


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Publicado el 24 de marzo de 2019 por Edu Robsy.

Jeremiada

Arturo Robsy


Cuento


Jeremías, pese a no faltarle motivos, no era jeremiaco. Razonablemente infeliz en un mundo en que nadie es feliz, cultivaba los frutos de su miseria con la conformidad de un eremita.

Sus hijos se libraron de él a los setenta años, cuando decoraron de nuevo la casa y lo descubrieron allí, junto a los muebles viejos, silencioso estorbo con la tapicería raída. Comía sopa y veía la tele. En ocasiones, preguntaba al nieto como iban las cosas.

—Bah. —decía el muchacho, con la expresividad de su generación.

Como en la casa había que hacer reformas, Jeremías acabó en el asilo. Le llamaban Residencia de la Tercera Edad, pero era un asilo con un dormitorio enorme donde los ancianos, en largas filas, roncaban de noche hasta que el insomnio de la mucha edad les despertaba con la cabeza llena de pensamientos secos .

Como eran dolorosos, muchos fingían seguir durmiendo y roncaban con más fuerza para engañar al gusano que roía la memoria y escupía trozos de vida a la cabeza, memorias de juventud perdida y recortes de amargura próxima.

Jeremías se escapó una noche. Descalzo, por no meter ruido. Otros lo vieron y, envidiosos, roncaron más. Descalzo se fue por el mundo, con sus viejos pantalones y una camisa de verano. A rayas.

En el campo hubiera encontrado el hueco de una mata, la cabaña de un pastor o una cueva. Cerca, alguna hierba, alguna fruta. Pero en la ciudad la miseria de un anciano es más sórdida, menos apta para que la cante un poeta.

Jeremías, animoso, disputaba a los gatos las bolsas de basura, donde siempre había restos que sus viejas tripas digerían sin protestas. Había también periódicos para atárselos a los pies desnudos con tiras de plástico. Y confortables subterráneos donde, a veces, era posible echarse durante un trozo negro de la noche.


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Publicado el 21 de abril de 2016 por Edu Robsy.

En un Vuelo

Arturo Robsy


Cuento


Wenceslao daba besos a las ranas. En realidad daba besos a todos los batracios, pues no distinguía muy bien a las ranas de los sapos. Los perseguía infatigablemente y, una vez acorralados, los cogía con cuidado y los besaba en su boca de buzón, sumidero de libélulas.

De todas formas, no eran muchas las ranas ni muchos los sapos que conseguía besar, pues Wenceslao era ente de ciudad. Aún así había pillado a varios de vez en cuando.. El primero, a los siete años, cuando estaba con la reciente impresión del cuento aquel en que la rana resultaba príncipe encantado.

El bichejo quedó quieto y perplejo a los pies del niño Wenceslao después del tratamiento por osculación. Desde entonces Wenceslao creyó tener mano con las ranas y consideró que esta práctica del boca a boca era una suerte de quiniela en la que —¿quién sabe?— podía ganar una princesa, un castillo o, al menos un caballo blanco.

Veinticinco años después no había cambiado de opinión, aunque era, en todo lo demás, un hombre normal, es decir, normalizado, redactado en vulgata, con márgenes muy pequeños en el blanco folio de los sueños. Prefería que la gente no supiera que besaba sapos y ranas porque hoy a todo se le da un giro sexual.

Así estaban las cosas el verano en que Wenceslao atrapó a su decimotercer sapo, que no fue sapo ni rana, pero tampoco princesa, hada o caballo blanco. Era un enano, un Puk de Shakespeare o de Kipling, gnomo, elfo, geniecillo o cosa así. Desnudo como una fruta y agradecido como conviene a la tradición:

—No sé —le dijo— cómo tienes estómago para besar a un sapo, pero gracias de todas formas.


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Publicado el 10 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Las Cuatro Verdades

Arturo Robsy


Cuento


El día, lleno de sol, avanzaba como una flecha en el aire. Dios había puesto en la mañana sonrisas, brisa, juego de niños, música lejana y paseos de enamorados. El polen, enterado de la llegada de la primavera, procuraba expandirse por cuantos metros cúbicos estaban a su alcance, mientras la buena gente empezaba a advertir algo de envidiable en las sombras frescas.

Julián también participaba de todo esto. Cruzaba el decorado con una sonrisa, convencido de que hay días que justifican una vida. De tanto en tanto, hinchaba el pecho para que el oxígeno corriera a sus anchas por las venas. Movía con vigor los brazos; caminaba con la alegría del deportista bien entrenado y permitía que su mente se sacudiera las brumas del invierno y del televisor tarareando una canción ligeramente parecida al brindis de La Traviata.

No sabía si atribuir la euforia al cambio de estación o al chato recién tomado con los amigos, sobre crujientes cáscaras de mejillones. Ni siquiera le enfriaba la idea de llegar a casa y ser olfateado por su suegra, empeñada en demostrar al vecindario que Julián era un dipsómano peligroso.

Cuando ella olfateaba, él contenía el aliento hasta que conseguía parapetarse tras el periódico. Así cobijado, elaboraba pensamientos malignos que solían dar a la mujer un fin acorde con sus merecimientos. Muy doloroso.

Pero aquel mediodía Julián corrió en busca de la suegra y le echó el aliento a la cara, deseoso de colaborar con sus prácticas policíacas y, si Dios lo quería, transmitirle algún virus.

—Huele bien, ¿verdad? Ëchele la culpa a don Federico Paternina, que es un diablo. —exclamó, dispuesto a decir la verdad— Cuando su marido cogía la cogorza usaba género de peor calidad.

Meditó un poco, en busca de la palabra alada y fugitiva. No era "vieja bruja".

—Urraca. —dijo al fin.— Graja.


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Publicado el 10 de julio de 2016 por Edu Robsy.

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