Textos más antiguos de Arturo Robsy etiquetados como Cuento | pág. 9

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autor: Arturo Robsy etiqueta: Cuento


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El Hogar

Arturo Robsy


Cuento


Hoy es un día feliz: ahora, los cuarenta años y, por la mañana, su mujer le ha besado y sus niños, antes de ir a la escuela, le han dicho un indiferente "felicidades, papá", porque la madre les ha aleccionado.

Cuarenta años. Bien: una fecha para hacer balance y sacar el saldo de su vida. Con el puro y el diario entre las manos, comienza. Realmente no se puede quejar: vive bien en una casa cómoda; tiene una mujer hermosa que envejece y unos hijos sanos.

La historia... ¡hum! Es difícil recordar los pormenores: hay, desde luego, momentos luminosos bien grabados pero, a continuación, sombrías lagunas en la memoria. Sí: de niño, con pantalón y peto, paseando por el puerto en una barca, y su padre, con bigotes, hurgando en el motor, enrojecida la cara.

Una herida, sangre, el médico principiante que cose con sus agujas curvas y él, sobre la mesa, llorando de pura rabia.

Un cierto juego de médicos con alguna vecinita.

Una pedrada; la antigua pandilla de amigos de la guerra donde él era, alguna vez, comandante.

Un religioso repitiendo: Brahmaputra, Ganges e Indo, y haciendo sonar la carraca.

Los nervios de un examen. La boda. Compañeros de trabajo ya que no de otras cosas. Silencio los domingos o el partido de fútbol en casa.

¿Y luego?

La mujer que le envejece; él que... en fin: ¿ha de hablar de su bronquitis y su taquicardia?

Un duendecillo malo repite:

—¿Y luego?

El puro se le ha apagado y el diario calla obstinadamente. ¿Y luego?

Prende una cerilla lentamente. ¡Dios, cuánta cobardía para decirlo!

Y luego, nada.


17 de octubre de 1972


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Publicado el 28 de marzo de 2019 por Edu Robsy.

El Poeta

Arturo Robsy


Cuento


"El poeta es un ente continuamente amenazado por la realidad (de la que debe salir triunfante) y por sus sentimientos (a los que debe conceder un amplio margen de libertad) y por la palabra que, en él, no es solamente un vehículo".

Veintidós años tenía el poeta cuando escribió esto en su casa que daba al mar. También una novia rubia y rolliza y un ilimitado caudal de esperanzas.

Diez años después releyó el párrafo al encontrar el perdido cuadernito de hule. Naturalmente no resistió la tentación de enmendarse la plana:

"La historia íntima del hombre es la de sus fracasos. La pública, la de sus éxitos. La social, la de sus calamidades. La absurda, la de sus vicios. El poeta es centro y límite de todas ellas." —escribió.

Por aquellas fechas, claro, tenía una esposa, que no era la rubia rolliza, y un mocoso simpático que deshojaba sus libros; y, en la mente, el proyecto de la más genial obra de dos siglos (por cierto que, al terminarla, le fue devuelta por un editor con la siguiente nota: "no está usted en la línea").

Y diez años más y el cuadernito ya anciano, con sus tapas de hule llenas de máculas. Y, de nuevo, la imperiosa necesidad de corregirse:

"La nueva inteligencia es el AÑO CERO. Ver y no explicar, saber y no decir. Solo lo físico existiría sin el hombre y, desde luego, una piedra no suele hacer metafísica. El poeta es el año cero de todas las cosas".

La vida era de una plenitud transparente y habitual: la costumbre de la intimidad, el hijo que se encerraba en el lavabo para empezar a fumar; las playas y las ropas alegres, y el mar, para todos los gustos, frente a su casa. El mar del que había dicho "era ejemplo para los hombres de bienhacer y perennidad".


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Publicado el 28 de marzo de 2019 por Edu Robsy.

No Era Amistad

Arturo Robsy


Cuento


Al pescador le faltaba un dedo y al perro, el rabo. El rabo que le cortaron para mejor cazar cuando era un cachorro, mucho antes de que se descubriera su incapacidad para el rastreo.

El perro era de un viejo predio, y todo el mundo sabe que en esos lugares no se alimenta a los inútiles, de modo que, al año de su nacimiento, se encontró siguiendo una carretera y bebiendo en los charcos de la cuneta. Seguramente no acababa de comprender su postura y caminaba perplejo, entre dolido y triste.

Antes de esto, sus amos le llevaron, en un coche, muy lejos; kilómetros y kilómetros tomando curvas y salvando baches; y él, infeliz, ladraba con su hocico pegado al parabrisas, convencido de que se aproximaba una gran cacería.

Así quedó abandonado la primera vez, pero achacó a un descuido de sus queridos "humanos", madre y padre en una misma persona que le alimentaba y le acariciaba y, también (ay) le golpeaba.

Y volvió. Cruzó la fronda, se rasgó la piel en los aulagares, esquivó automóviles, pero volvió.

Se lo llevaron. Volvió.

La tercera vez hubo una pequeña discusión en la casa: el perro era un problema y ellos no podían perder el tiempo alejándolo y alejándolo.

El payés dijo que le iba a pegar un tiro. Madona se encogió filosóficamente de hombros pensando, quizá, en la cosecha de pimientos, y él, ajeno, movía el rabo satisfecho de estar de nuevo en su hogar, y hurgaba con el hocico entre los desperdicios de la cocina.

Luego, el hijo, un muchacho torpón y sucio, sintió algo parecido a la piedad y la ejecución quedó aplazada. "Si regresa la próxima vez" —dijeron, y se lo llevaron al mar, a la distancia más larga. Allí se quedó. Allí estaba, caminando por la carretera y bebiendo el agua de sus charcos, preguntándonos lo que sucedía.


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2 págs. / 4 minutos / 79 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2019 por Edu Robsy.

Cómo Liarse con un Ordenador

Arturo Robsy


Manual, Cuento, Ensayo


La vida sencilla y aventurera de los informáticos antes de enfangarse en Internet. Entregas de Arqueología Informática

Nota Inicial

Este libro estuvo, ya aceptado y con buena prensa, a punto de publicarse por una gran editorial. Esto que tiene aquí es el original que llegó a ella. Con otras formas se ha visto en muchas páginas, y hasta se ha llamado “El Romualdo” porque se usó el nombre mi amigo en su transmisión por varias redes.

Trata de los tiempos heroicos de las o los BBS, lo que hoy le añade un toque de nostalgia que, desde luego, no empequeñece su estricto sentido del humor. Tampoco empequeñece su valor histórico. Todos los personajes son ficticios y posiblemente el autor, que ruega que este libro no sea impreso con fines comerciales, pero que nada tiene que decir a que, quien lo desee, lo incluya en sus páginas.

Primer aviso. Las leyes que gobiernan la informática

Las siguientes y sabias sentencias no son atribuibles a la pluma del autor: han dado ya varias veces la vuelta al mundo, demostrando, en todos los casos, su incuestionable veracidad.

Leyes de Murphy

1. Si algo puede fallar, fallará.
2. Si hay la posibilidad de que algunas cosas fallen, la que causará más daño será la primera.
3. Si algo no puede fallar, lo hará a pesar de todo.
4. Si se aprecia que existen cuatro posibles maneras de que algo pueda fallar, y se soslayan, en seguida se desarrollará una quinta para la que no se está preparado.
5. Por sí mismas, las cosas tienden a ir de mal en peor.
6. Si algo parece que va bien, es obvio que se ha pasado algo por alto.
7. La Naturaleza siempre esta del lado del fallo oculto.
8. La Naturaleza es perra.
77. Los únicos productos que no funcionarán en tu ordenador son los únicos que verdaderamente necesitas.

Comentario de O'Toole a las leyes de Murphy

Murphy era un optimista.


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196 págs. / 5 horas, 43 minutos / 260 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2019 por Edu Robsy.

El Ocaso

Arturo Robsy


Cuento


El mar, sobre la barra de arena negra. Sobre el mar, ensangrentándole, dándole la púrpura y el clavel, el líquido y la sangre, el sol redondo, el sol enorme, muerto. Tal vez dormido. Cansado de un día de jornal y de sudores, de astronautas y telescopios, de sondas y ecuaciones, de hidrógenos y teorías.

Turismo, si queréis, de invierno: y turismo pobre, turismo social, con excusas para guardar el dinero y pagarse alojamientos baratos. El pueblecito, redondo, a dos palmos de la playa y a un tiro del mar. Blanco y rojizo, oscuro bajo la próxima noche, resbaladizo en la tiniebla, silencioso, típico.

El turista, nacional. Mozo alto, aburrido, que un día terminará oposiciones y que ahora juega a la aventura del descanso y de la soledad. Por las mañanas sube a las rompientes con unos prismáticos: a veces pasan barcos lejanos y sin nombre, especiales en la distancia: podrían ser, por ejemplo, el del Holandés Errante, o aquel otro que se perdió en su última singladura entre Buenos Aires y Sevilla. Si no se ven los barcos, siempre aparecen las aves: pajarillos diminutos y saltarines que buscan alimento entre los cardos, las albas gaviotas, los cormoranes fieros...

A mediodía la casa en que pervive; los olores del yantar, la mesa del mantel blanco y la gente de la casa, que le pregunta y le responde, que le observa y le curiosea y que, en el fondo, se desentiende de él mientras pague las facturas y diga "buenos días" y "buenas tardes" y sonría en su momento.

La siesta. El paseo de la tarde fresca. Las búsquedas secretas en la glera, con la esperanza de hallar tesoros misteriosos: tapones de plástico, botellas viejas, boyas arrastradas mar adentro y por fin devueltas, maromas deshilachadas, bolas de alquitrán tan negras como la noche, soldaditos de plástico y maderas.


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7 págs. / 12 minutos / 57 visitas.

Publicado el 29 de marzo de 2019 por Edu Robsy.

Adán y Eva Bis

Arturo Robsy


Cuento


—Seguramente el fin del mundo nos aterroriza a causa de que supondría el final del hombre como especie. ¿Somos capaces de imaginar un universo sin el ser humano? No.

Esto,y lo de más allá, decía un conocido filósofo en un no menos conocido Congreso de Filosofía. A tenor de la verdad, estos caballeros se habían reunido más para charlar de sus cosas ("¿Cómo te va?", "¿Y María y los niños?", "Los míos ahora estudian piano", etc.) que para poner en orden los asuntos de sus correspondientes disciplinas.

Además, cuando esta historia tuvo lugar, la fiebre por esta clase de reuniones había estallado y hasta se construyó una ciudad exclusivamente para celebrar Congresos: una ciudad moderna y, de acuerdo con el progreso, monumental y rectilínea; es decir, fea. Y en ella no era extraño que se celebraran dos o más congresos a la vez. Como en nuestro caso.

Técnicos en balística y filósofos tenían su reunión anual y ambos, de común acuerdo, decidieron tratar el problema de la supervivencia humana. "El hombre —pensaban— es algo muy importante que no debe extinguirse". Pero al pensar en el hombre, lo hacían con los ojos vueltos hacia el Discóbolo de Mirón o el David de Miguel Ángel, que hacía el ciudadano medio, vestido de gris, con los ojos grises y el almita gris también a fuerza de monotonía, aburrimiento y miseria (que la miseria, por cierto, no es cuestión de dinero, sino de actitud ante el mundo).

En fin, que filósofos y pirotécnicos deseaban salvar a la especie humana, pero no a un hombre ne particular, no al técnico empresarial, ni al bandido adulterador de alimentos, ni al famoso futbolista. El hombre, en sus mentes privilegiadas, era un abstracto más, y nada tenía que ver con aquellos seres, a medias sórdidos, a medias heroicos, que se hacinaban en las superpobladas ciudades.


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Publicado el 30 de marzo de 2019 por Edu Robsy.

Don Dimas y su Última Aventura

Arturo Robsy


Cuento


Hemos de reconocer que el mundo va mal, muy mal.

Se dice —y no lo suficiente— que 10.000 niños mueren al día de hambre.

De HAMBRE. En Zambia, sin ir más cerca, de cada cuatro recién nacidos, uno muere indefectiblemente. Solamente en Asia hay más de mil millones de analfabetos, un poco menos del tercio de la población mundial. Y, por si fuera poco, diariamente nacen más de 187.000 pequeños terrestres.

Se dicen otras cosas sin el eficaz apoyo de la estadística: subidas de precios; salarios poco, muy poco elásticos; disminuciones en la habitual corriente turística y aumento de contaminadores y contaminantes...

Hemos de reconocer que el mundo va mal, muy mal.

Y si no, pregúnteselo al bueno de Don Dimas. Poquita cosa él. Dueño de un nombre con sonido de campanilla (Don-Di-mas); siempre agazapado tras su sonrisa de conejito bueno; con los ojos continuamente abiertos, quizá de miedo... Y eso que Don Dimas ni era analfabeto ni nació en Asia ni se murió de hambre.

Le mató el corazón. De golpe. El corazón mata de diversos modos. A veces presenta su tarjeta de visita y aguarda pacientemente. En ocasiones se contenta con un par de timbrazos previos. En otras... nada: echa abajo la puerta y no da tiempo ni a decir "Jesús".

Don Dimas tuvo una muerte de este tercer tipo, que es el más cómodo para el que se va y el más incómodo para los que se quedan. ¡Qué de sobresaltos! El corazoncito de Don Dimas estaba fatigado ya: sesenta años de esfuerzos más o menos intensos y, por supuesto, de sinsabores.


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Publicado el 31 de marzo de 2019 por Edu Robsy.

Esponsales

Arturo Robsy


Cuento


Para Juan Luis Sánchez
 

—¿Por qué no? —dijo el Padre por enésima vez. Llevaba cosa de minuto y medio repitiendo "¿por qué no?" como si le encantase el sonido de las tres sílabas o sacase de ello singulares placeres vedados al resto de los mortales.

—¿Por qué no? —manifestó aún.

El Novio a quien dirigía sus inquisitoriales salvas no supo qué responder. El mismo se hacía, de bocas para adentro, las mismas preguntas: "¿por qué no?". Así uno y otro desgranaban su rosario de sonoras sílabas sin llegar a mejores soluciones.

—Quisiera —explicó el Padre— que usted me comprendiese bien.

—Claro, claro —dijo el Novio, que aún no consideraba necesario prescindir de la cortesía—. Claro, claro.

—Usted me dirá —aventuró el Padre— que soy demasiado exigente.

—¡Oh, no! ¡Oh, no!

—Sí, sí. Usted dirá eso. Incluso se preguntará por los derechos que puedo o no tener, y hasta por la justicia de mi decisión.

El Novio puso cara de rotunda negación, la misma que exhibía, años atrás, frente a los profesores que le acusaban de algún pecadillo estudiantil. Para su caletre, en cambio, hacía ya tiempo que decidió que su Futuro Suegro o estaba chalado o necesitaba unos buenos remiendos en la íntima y secreta tela que los hombres suelen llamar alma.

—Veamos —dijo el padre—: usted se ha presentado aquí con la intención de recibir a mi hija a cambio de nada.

—¡Pero para casarme con ella! —exclamó el Novio ruborizado con la sola idea de pretender a la hija de aquel señor por otros motivos menos razonables y románticos.

—Para casarse con ella, así —puntualizó el Padre. Ahora bien: es cierto que usted no me da nada a cambio y que será el único beneficiado si el trato se cierra en las condiciones que usted fija.

—Yo... —comenzó el Novio con voz insegura.


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Publicado el 1 de abril de 2019 por Edu Robsy.

Uno, Dos, Tres, Cuatro, Cinco, Seis, Siete, Ocho, Nueve y Diez

Arturo Robsy


Cuento


¿Cómo? Así de fácil: uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve y diez: lo que se tiene que decir en voz alta antes de enfadarse, antes de tomar una decisión importante. Así la ira se toma un respiro y el seso dispone de un poco más de tiempo para restablecer el orden de lo conveniente y de lo inconveniente.

¿Es que nadie le ha dicho a usted que cuente hasta diez antes de enfadarse? Naturalmente: uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve y diez.

Esto es, más o menos, lo que cientos de españolitos se repiten en el exilio social y económico en que viven más allá de nuestras fronteras. Es, sin duda, el encantamiento del que se valen (uno, dos, tres, cuatro, etcétera) para pasar, por unas tragaderas bastante anchas ya, insultos e injusticias que reciben en el extranjero solo por ser españoles, solo por haber tenido que emigrar en busca de dinero, ya que no en busca de una vida mejor y más digna.

Existe un catálogo de las cosas que diariamente degluten los españolitos en el extranjero, una lista de insultos y desdenes que se ven obligados a soportar una considerable cantidad de miserias a que les someten sus compadres europeos de los países subdesarrollados. Superdesarrollados —entendámonos— en algunas cosas que nada tienen que ver con la buena educación.

Todo esto —y algo más— se lo decía un hombre de experiencia; un tipo seco, bajito y moreno, con una incipiente calva en el occipucio, superviviente de unas cuantas aventuras emigratorias de las que no volvió ni más rico, ni más culto, ni más rubio, ni más nada... salvo, quizá, más explotado, más decepcionado y, si se me permite decirlo, más cabreado que nunca.

Este hombre está de vuelta ahora. Tiene siete u ocho años más que cuando atravesó la frontera por primera vez y muy poca confianza en los milagros económicos que, según él, se hacen con el sudor y las manos de los obreros importados.


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Publicado el 2 de abril de 2019 por Edu Robsy.

La Muerte de Julio Sánchez

Arturo Robsy


Cuento


Julio Sánchez ha muerto de "no se sabe qué". Quizá de amor, como él mismo dijo en la cárcel sepulcral de su cama de hospital; pero todos coinciden en que a Julio Sánchez se le había pasado ya la edad de la lujuria y los melindres.

Muerto Julio Sánchez, la cosa es como sigue: nada deja si no es su cadáver reseco. Nada se lleva más que recuerdos y decepciones. Su casa, que ahora soporta una hipoteca, queda cerrada y con cinco habitaciones. En una Julio Sánchez se sentaba a esperar las horas, en una mecedora con agujeros de carcoma. Al alcance de la mano, una mesita con libro: "La muerte en la Pradera", "Los Pensamientos de Pascual", "El Viaje a la Luna" y "El libro de los Muertos". La ventana de este cuarto tiene cortinas azules y rota la persiana. El suelo es de baldosa roja y tosca. Por el papel del cielo raso se adivinan las vigas del techo, y en la mesa grande, donde Julio Sánchez comía dos veces al día, permanece quieto para siempre un cenicero de plata que fue de un tío navegante que tuvo.

En la otra habitación Julio Sánchez remataba todas y cada una de sus noches. La cama, de estilo colonial, casi negra y puntiaguda, no es la cada donde murió Julio Sánchez. En ella, por cierto, le engendraron y en ella alimentó los sueños de hombre maduro que le vinieron, y los miedos de verse sin compañía mientras la vejes se preparaba en contra suya.

El armario, casi negro también, tiene por dentro una luna a la que Julio Sánchez se llegaba para estudiar los caminos que las arrugas le abrían en su cara triste y para asustarse de la curva rígida que su espalda adoptaba. En las perchas, para siempre se le han quedado el traje del domingo y el que utilizaba para las visitas. El otro, más solemne y con menos brillos, el útil para los duelos que se hizo al fallecer su madre, le ha servido de mortaja y se lo ha llevado consigo.


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Publicado el 2 de abril de 2019 por Edu Robsy.

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