Tres Finales para un Cuento
Arturo Robsy
Cuento
La historia —ésta, al menos— empieza así:
"El hombre exclamó: esto sí que es ya hueso de mis huesos y carne de mi carne" (Génesis, 2, 23).
"Estaban ambos desnudos, el hombre y su mujer, sin avergonzarse de ello" (Génesis, 2, 25).
"Vio, pues, la mujer que el árbol era bueno para comerse,
hermoso a la vista y deseable para alcanzar por él sabiduría y tomó su
fruta y comió y dio también de él a su marido, que también con ella
comió" (Génesis, 3, 6).
Se trata, pues, de una triste y larga historia que ha tenido
muchos finales, ninguno definitivo, ninguno excesivamente distinto. Se
trata del primer pecado de la humanidad, que no fue la desobediencia,
que no fue el orgullo, sino el hecho claro y contundente de que Adán y
Eva no estaban casados. Así, como suena: no realizaron más ceremonia que
la de buscarse un rinconcito donde experimentar sus anatomías.
Ignoro si hemos mejorado o no desde aquel entonces. Ellos no estaban casados, sí, pero es que no podían estarlo, porque, siendo los dos únicos seres humanos de la Tierra, ¿quién iba a oficiar? Ahora, en cambio, hay oficiantes y, aún así, son muchos los que siguen prefiriendo el sistema de Adán y Eva, y son más todavía los que vienen a estar desnudos y a ser una sola carne sin experimentar ni vergüenza ni intranquilidad.
El cuento que pretendo explicarles no es el de que Adán y Eva comieran de la manzana, sino la especial circunstancia que les permitió llegar a hacerlo, a saber: que eran hombre y mujer y estaban solos a merced de su mundo, a merced de su carne y a merced de su demonio. Visto así, éste es un cuento que nunca termina.
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Publicado el 29 de abril de 2022 por Edu Robsy.