Textos más recientes de Arturo Robsy etiquetados como Cuento | pág. 5

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autor: Arturo Robsy etiqueta: Cuento


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Floresta Varia de Añagazas, Industrias y Trápalas

Arturo Robsy


Cuento


—De cómo roban dineros honradas gentes sin conciencia.

—De cómo los despojados imaginan que ésta es la justicia en el valor fácil de las estampas.

—De cómo aún es mayor el dolor de ser víctima que aquel que se sigue del dinero perdido.

—De cómo hombres y mujeres de nuestras tierras sufren estas cosas en silencio.


(Confidencia de amigos)


Primer caso. De tocamientos, magnetófonos y etcéteras

Tenía un magnetófono aquel muchacho. Un Sanyo, según su denominación comercial. Un valiente aparato con más de seis años de antigüedad que siempre funcionó a las mil maravillas... Siempre es un decir, porque las cosas fueron solo bien hasta que se compró un transformador, para que el cacharrito no acabara con tanta y tanta batería.

Funcionó con él quince minutos exactos y, en consecuencia, mi muchacho fue a cambiarlo al comercio, comercio, además, donde se compró el magnetófono. Con el nuevo transformador estuvo en marcha otro cuarto de hora. ¡Bien! Algo se había conseguido: el error estaba en el Sanyo y no en otra parte.

Hete aquí que el muuchacho vuelve al comercio y explica a una niña muy mona el asunto. Se enchufa el magnetófono y, al cuarto de hora, ¡cras!, la aguja que marca la batería cae y las canciones suenan como barritar de elefante en celo.

Sí, sí; de acuerdo. Cosa fácil... Vuelva usted dentro de un par de semanas. Por entonces habremos curado su cacharrito. Y él, hombre desconfiado, regresa al cabo de veinte días para dar más tiempo. Le entregan su aparato muy bien envuelto en papel de colores y le cobran ciento y pico de sus mejores pesetas.


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Publicado el 11 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

¡Esta noche es Noche Buena!

Arturo Robsy


Cuento


Él acaba de llegar. Ha abierto la puerta, que chirría débilmente, y ha dejado caer el fardelillo con la ropa, pobre ropa de faena, sobre la silla. De la cocina le llega la voz de María:

—¿Eres tú, Pedro?

¡Estas mujeres! Él ya no hace mucho caso de esas preguntas que son una costumbre irremediable: ¿Eres tú? ¿A qué hora te levantarás mañana? ¡Como si él pudiera elegirla! Todos los días, María, todos los días igual: a las seis menos cuarto el despertar y a las seis, en el bar, a tomar el cafelito y, si entra, la copichuela de cazalla para entibiar el cuerpo congelado y somnoliento. ¿Es que, acaso, hay elección, María?

Pero, claro, ellos ya no hablan de estas cosas: se las saben demasiado bien para querer explicarlas de nuevo. Por eso, Pedro ha dicho solamente "Hola", y se ha ido al cuartucho que les sirve de baño a quitarse tanta mugre y tierra como ha acumulado en la jornada. El mismo pelo lleva blanco de chispas de polvo. Y la piel renegrida, con la tierra y el cemento pegados al sudor, porque Pedro es albañil; bueno, un poco menos: Pedro es un peón y, ahí, no está de Dios que salga.

Se lava. Se frota bien con el jabón gordo y se restriega con la toalla que sirve para eso exclusivamente: para enrojecerle el cuero cada noche, cuando ha terminado. También se echa algo de colonia en los sobacos, de esa colonia que vendían, por garrafas, en una baratura: hace ya tres años.

La mujer entonces le tiene ya lista la cena. Humean los platos y llenan la habitación de un calorcillo de hogar que recuerda aquellas otras cenas, de niños, con papá y mamá, cuando se guardaba silencio en la mesa y el padre, al acabar, encendía parsimoniosamente el pitillo recién liado y gruñía tristemente: ¿Os ha gustado la comida, niños?


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Publicado el 10 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Hombre que No Hacía Sombra

Arturo Robsy


Cuento


El sol es un astro enteramente neutral, al menos, eso dicen los astrónomos: todo lo más tiene unas ridículas manchitas y períodos de turbulencia cada once años: nada que le pueda comprometer. Los griegos, sin embargo, pensaban de otra modo: Apolo, que conducía el carro del sol, también lanzaba las flechas de la peste y, en ocasiones, se enfadaba como un demonio y era de temer. Los griegos era un pueblo observador. No diré que tuvieran razón, no, pero sí ojo clínico y talento para explicar las cosas en lugar de hacerse telescopios. Cerebros de primer orden estos griegos.

Mi experiencia es más reducida. Yo viene al mundo con un pan debajo del brazo, pero, una vez que me lo hube terminado, tuve que espabilarme para continuar en la brecha. Verán: la humanidad es variopinta (como dice un poeta que rima Francia con fragancia) y tú cuando naces, es como si te sometieras a un sorteo. O, al revés, quienes acuden a la rifa son tus padres. Naces rubio y las cosas van bien; naces moreno o alto o delgado o fornido, o listo o matemático, o atleta, o guapo y tampoco tienes que preguntarte: las cosas siguen bien. Pero también hay otros aspectos y puedes emerger cojo, o tuerto, o enano, o místico, o poeta, o jorobado, o estrábico, o zoquete, o ambiguo, y, entonces, da lo mismo que te preocupes o no: las cosas van pésimas y no tienen solución. ¿Comprenden el juguete? Son asuntos de la Naturaleza y la Naturaleza es sabia. Nosotros, no, ya que no conseguimos entenderla. En todo caso, los perfectos aman la perfección. Y los imperfectos también si les dejan los otros. Los griegos, los espartanos, vuelven a ser ejemplo por aquel viejo asunto del Taigeto, por donde despeñan a todo quisque que no nacía en perfecto estado de revista.


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Publicado el 9 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Cleptomanía

Arturo Robsy


Cuento


Concurso "Arriba 1972" de Cuentos y Reportajes


ARTURO ROBSY nació en Alayor (Menorca). Estudió en Mahón, Madrid y Santoña. Colabora en periódicos y revistas y tiene preparado un libro de tema menorquín basado en leyendas de la isla. También pinta con asiduidad y ha cursado estudios en la Escuela de Publicidad. Los veranos dedica preferente atención a los Campamentos Juveniles, donde ejerce funciones de Jefe de Formación. Ha ganado algunos concursos literarios de ámbito local.


No sé si me han aconsejado que me arrepienta o no; en cualquier caso, las historias parecen tener la misma voluntad y es inútil buscarles una salida mientras ellas no lo desean.

Mara me había dicho que cerrar la puerta es muy importante y Abuela se empeñaba en apagar las luces de las habitaciones. Con esto no quiero afirmar que Mara y Abuela estaban locas, pero demuestro que las cosas son así y no hay motivo alguno para cambiarlas.

En el pueblo, al hacer novillos nos íbamos monte arriba a rebozarnos de tierra y a meter palos en las madrigueras de las culebras. El día libre en la ciudad nos vamos bar arriba, o museo arriba o parque arriba, a sorber limonadas, a beber vino o a besar a alguna muchacha que esté de acuerdo.


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3 págs. / 5 minutos / 74 visitas.

Publicado el 7 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

A la Medida

Arturo Robsy


Cuento


Desde Pirandello nadie se extraña de que los personajes de una supuesta ficción tengan vida propia. Desde Pirandello —repito— estamos acostumbrados a verlos vagar de escenario en escenario, a tropezárnoslos en las colas del cine o el autobús y a mezclar con los suyos nuestros problemas de hombres reales (por más irreal, demencial y absurda que sea nuestra existencia).

Mas antiguamente sucedía esto también, pero la gente no estaba dispuesta a admitirlo. Nadie tan vivo, tan de todos los días, como Hamlet (hijo de Shakespeare), como Sancho (de Cervantes), como Segismundo (de Calderón), como el doctor Fausto (de Goethe) sólo que Hamlet y Sancho, Segismundo y Fausto están vivos aún; todavía se les encuentra uno en las calles... Mientras que Shakespeare y Cervantes y Calderón y Goethe murieron hace mucho.

Que la obra sobrevive a su autor es cosa demostrada: viven las pirámides y no los faraones. Vive el Partenón y no Fidias. Vive el Moisés y no Miguel Ángel...

Con este prólogo por delante nadie quedará sorprendido por la historia que sigue, y mucho menos si está acostumbrado a las fantásticas noticias, a los monolíticos camelo que prensa, radio y televisión sirven, bien cocinaditos y sazonados, al público en general.

Allá por 1971, cuando todavía escribía por escribir (y no como ahora, que lo hago para enriquecerme), parí una historia que dejé inconclusa por una u otra razón. El cuento en sí quizá se merecía este tratamiento.

Tras los cuatro primeros folios perdí interés por el tema y lo abandoné sin preocuparme más. Preferí cambiarlo por un buen libro de Dino Buzzatti (maestro de cuentistas) y olvidarlo a continuación.

El argumento, hasta donde llegué, venía a ser el siguiente: en un dormitorio de muebles de castaño despiertan un hombre y una mujer.. Primero uno y luego otro, para dar tiempo a que el escritor los retrate con todo lujo de detalles.


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7 págs. / 13 minutos / 244 visitas.

Publicado el 4 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Aquel que Era Patriota y No Entendía ni Torta

Arturo Robsy


Cuento


«Vale más dominar un mercado que disponer de una fábrica». Guglielmo Tagliacarne.


—¿Cuándo hemos estado mejor que ahora? —me decía aquel que era patriota y no entendía ni torta.

—Nunca.

—¡Ajá! —exclamaba satisfecho—. ¿Y cuándo hemos tenido tanta riqueza?

—Nunca fueron tan ricos los ricos y los pobres.

—¿Cómo? Un pobre de nuestros días vive mil veces mejor que Creso o Midas.

—Desde luego: ni Creso ni Midas se paseaban en autobús o pagaban el recibo de la luz.

Mi conocido, el falso patriota, se hincha como un balón y me mira sonriente, consciente de haberme demostrado ya las ventajas de nuestro tiempo. Compone con las manos un gesto de "¿se-puede-pedir-mas?" y me convida a tabaco.

—Los jóvenes —me dice con paternal confianza— no habéis conocido malos tiempos. No, no me refiero a la guerra...

(¡Menos mal! —pienso— ¡Menos mal!)

—Con hambre los problemas son mayores. Nada hay peor que un padre de familia que no tiene trabajo, porque no lo hay. Vosotros ya habéis vivido en la época de la abundancia y no recordáis las cartillas de racionamiento que tuvisteis de pequeños.

—No hay nada de malo en eso.

—Claro que no; claro que no —se repite para darme a entender que simpatiza con los jóvenes—. Yo creo en la juventud.

(¡Ay! Lo dice igual que cuando afirma creer en Dios, en el Mercado Común y en la Resurrección de la Carne. Nada hay peor que un hombre que cree en demasiadas cosas y no tiene tiempo para comprender ninguna).

—Sois —explica— nobles, abnegados, románticos. Os bullen las ilusiones y estáis dispuestos a sacrificaros por una buena causa. Idealistas: eso es.

(Continúa, pues, acumulando tópicos).

—Entonces...

—Nada... Salvo que, como no habéis conocido otros tiempos, os es muy fácil criticar a la ligera.


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Publicado el 26 de septiembre de 2020 por Edu Robsy.

Noche de Ánimas

Arturo Robsy


Cuento


Este cuento debe ser leído a solas y de noche.


Es Noche de Ánimas. Hay humo en la taberna. Las conversaciones zumban de rincón a rincón, miden los oídos, exploran los recuerdos y ponen no sé qué vibración de oscuridad y cansancio en el aire.

El tabernero espabila una candil, se dirige al bocoy más negro con un pichel en la mano. Fuera, airecillo fresco de noviembre, humedad de relente y noche. Las más de las casas están cerradas a piedra y lodo. Ninguna luz brilla tras las contraventanas prietas. Nadie canta y, por una vez, los precavidos borrachos renuncian a sus correrías inseguras y vociferantes.

Juan (en Joan, si lo preferís) calienta el vino grueso entre sus manos y mira a la moza de la taberna: muchacha joven y rolliza que, se inclina sobre la pila para enjugar los vasos, le enseña bonitas redondeces por el escote abajo.

Bebe su vino y sonríe. La moza le devuelve el gesto y, muy segura de su cuerpo, dobla aún más el espinazo. Fuera, el airecillo fresco del noviembre que se estrena, y la humedad del relente y la noche toda, a oscuras, en silencio, amplía.

Apetece más mujer que vino. Mejor ansía plácidos suspiros y crujir de sábanas blancas y calientes; el olorcillo a cuerpo y a caricias que llena los dormitorios alegres... ¿Quién sabe si la moza...? Sueños son, en cualquier caso; aventuras del pensamiento que se terminan donde empieza el primer escalón que da a la calle.

—Noche de Ánimas hoy —dice alguien a su lado.

—No tengo yo muertos —regruñe.


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5 págs. / 10 minutos / 38 visitas.

Publicado el 26 de septiembre de 2020 por Edu Robsy.

Si de Verdad Fuera el Hombre un Tipo Racional Compuesto de Alma y Cuerpo

Arturo Robsy


Cuento


¿Sí? Pero, bueno: es que, después de todo, ¿resulta que no es cierto que el hombre sea...? Verán, hasta el extremo de esta afirmación, no.

—¡Epa!

Alto ahí: antes de seguir adelante es preciso afirmar que no se estoy diciendo nada herético.

—Eso tendrá que demostrarlo.

Y lo haré. Creo que no existen dudas acerca de si el hombre está o no compuesto de cuerpo. Es —para los escépticos— esa especie de colcha blanca y pilosa que nos envuelve, eso que nos cuelga cuando nos sentamos en un sillón. Y para demostrar su existencia no hay más que acudir a un dentista o dejarnos escayolar una pierna. Es en estas manipulaciones cuando el cuerpo se nos hace gloriosamente presente.

Históricamente, los filósofos han negado, por turno, el conocimiento, la realidad, el espíritu y la esencia, pero ninguno, embutido en sus sesenta u ochenta quilos de músculos y adiposidades, se ha atrevido con la presencia (cómoda o ingrata) de su cuerpo.

Respecto al alma, las cosas aparecen menos claras. Nadie ignora que el alma, como elemento integrante de la Creación, ha tenido sus detractores y sus propagandistas. En todo caso puede que el alma no sea lo que unos afirman, ni deje de ser lo que otros niegan. Su presencia, en cambio, se advierte en las manifestaciones humanas y éste sí es un hecho a tener en cuenta.

A los muy convencidos les diré que si el alma está tras un taco de su dueño, tras una calumnia, tras una estafa, tras una mentira o tras un eructo, se trata de un espíritu bastante cochino que ha sido injustamente ensalzado.


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Publicado el 21 de septiembre de 2020 por Edu Robsy.

Observación Directa de la Naturaleza

Arturo Robsy


Cuento


El niño

Está sentado en la alfombra y el último juego ha dejado de interesarle. Entre sus piernas, los soldaditos de goma yacen congelados en sus rígidas posturas, ya sin la elasticidad que la imaginación del niño les daba. El televisor calla, pues no es hora de programa, y el niño se aburre lentamente, a golpes que le hunden más y más en la conciencia de estar sentado y no hacer nada.

—Mamá —cuando la seguridad de que se aburre es bastante fuerte—: cuéntame un cuento.

La madre, que terminó de fregar los platos hace poco, cose sobre la mesa: se arregla los largos de una falda pasada de moda. No está de humor para cuentos ahora, pero el niño insiste.

—Cuéntame uno.

A ver... ¿Cuál? Están el de Blancanieves, el de Caperucita, el del Flautista... pero es que no tiene ganas de hablar. Por eso, quizá, recuerda lo que su padre le contaba en las mismas circunstancias:

—Érase —dice— un Rey que tenía tres hijas; las metió en tres botijas y las tapó con pez. ¿Quieres que te lo cuente otra vez?

El niño no sabe muy bien lo que ha oído. Desconfía. Si aquello es un cuento, no se siente nada satisfecho.

—¿Qué? —pregunta un poco furioso.

—Érase —responde la madre— un Rey que tenía tres hijas; las metió en tres botijas y las tapó con pez. ¿Quieres que te lo cuente otra vez?

El niño reflexiona y comprende que la madre ha olvidado la substancia del asunto. Conteniendo el enfado, decide ayudarla en la medida de lo posible:

—¿Quieres decir que el Rey mató a sus dos hijas?

—No —la madre no desea dar malos ejemplos en sus historias.

—Pero las hijas se morirían si les echó pez encima.

La mujer suspira: por quererse quitar a su hijo de encima en lugar de contarle un cuento de verdad, ahora va a purgar su culpa en forma de interminables explicaciones a pie de texto.


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Publicado el 9 de septiembre de 2020 por Edu Robsy.

Retrato de Navidad

Arturo Robsy


Cuento


(A las tantas de la tarde del día veinticuatro o día de Nochebuena. Por las calles húmedas viene y va la gente. "Esta noche es Nochebuena y mañana Navidad". "Dame la bota, María, que me voy a emborrachar". "Y al Niño recién nacido los pañales le han robado". Esta gente es, según su piel, blanca, sonrosada y atezada. Según su vestido, gris, negra, verde, ocre, marrón y azul. Según su pelo, negra, dorada, roja y marrón. Y, así, todos los colores acaban por cernerse sobre cada persona, según sus ojos, sus uñas, sus ilusiones y sus miserias).

Por estas calles sin cielo (porque el cielo amenaza lluvia y ruina de alegrías) los amigos catalogan escaparates y jovencitas; aspiran con glotonería el olor a refrito que sube de las bodegas y que revolotea en torno a los bares; hablan de Navidades ya desvanecidas donde hubo aventuras, trasnochos vinosos y canciones que tiritaban en el alba fría.

A esos amigos me acerco precisamente. Mañana tal vez necesitarán tisanas para despejar las ideas, pero hoy, en mitad de la tarde que termina, están lúcidos y poseen todos los rincones de sus ilustres cabezas.

—Encuesta Pública: ¿Qué es la Navidad? —pregunto.

—Págate un vino y tendrás respuestas.

(Así pues, bajamos al calorcillo de una bodega y nos instalamos en mitad de ese tufo a gente, de los humos conjugados del aceite y del tabaco, y nos ponemos a beber a tragos cortos, que es como se bebe de verdad).

—La Navidad —me dice Miguel— es un pretexto.

—¿Para qué?

(Miguel abre los brazos como un viejo Cristo velazqueño).

—Para todo. Para bebe, como ahora nosotros. Para gastar. Para cantar. Para hacer regalos. Para alegrarse. Para vender...

(Vicente interviene sonriéndose para adentro).

—Hay una teoría: que se celebra el nacimiento de un Dios, del Dios Hijo. Pero sólo es una teoría.

—¿Por qué? —vuelo a preguntar.


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8 págs. / 14 minutos / 59 visitas.

Publicado el 7 de septiembre de 2020 por Edu Robsy.

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