Textos más populares esta semana de Arturo Robsy etiquetados como Cuento | pág. 11

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autor: Arturo Robsy etiqueta: Cuento


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Toda la Verdad Sobre el Día Ocho

Arturo Robsy


Cuento


Por la mañana

El día ocho, conduciendo su OCA-6, Juan Palomo perdió la vida al colisionar su vehículo con la trasera de un camión a la altura del kilómetro once. Se supone que se le rompió la dirección al coche.
(de la prensa)
 

Su mujer le hizo pan frito para desayunar: la golosina preferida por Juan Palomo.

—¿Adónde vas hoy? —le preguntó.

—Aquí al lado. Es muy probable que consiga vender una buena partida. La semana pasada ya estuve allí y tengo casi a punto al comerciante.

—¿Seguro?

—Al menos no me dijo que me fuera.

Plegó la servilleta mientras ojeaba el periódico por encima de la taza vacía y se secó los labios despacio. La mujer le trajo el muestrario de la casa y se lo metió en el maletín.

—¿Qué hora es ya?

—Las nueve.

—Es una suerte que los niños ya vayan solos al colegio. Si no tú no podrías hacerme estos desayunos.

Se besaron junto a la puerta: el mismo beso sin importancia de todas las despedidas y de todas las llegadas.

—¿Volverás a comer?

—¿Qué tenemos hoy?

—Canelones.

—¡Hum! Pues no me los perderé. Adiós.

El OCA-6

Juan Palomo, agente comercial, fue extraído con vida de su automóvil y conducido al hospital municipal, donde se le apreciaron heridas en brazos y cuello, rotura de una de las vértebras cervicales y hemorragia interna. Llevado al quirófano, falleció antes de que se le pudiera intervenir.
(de la prensa)
 

Al terminar la guerra, Octavio Carreras Abad solo tenía juventud, ambición y perspicacia. Había servido en un batallón de automóviles y allí fue donde aprendió cuanto sabía de motores y de coches.


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Publicado el 28 de mayo de 2019 por Edu Robsy.

Todo Es Poco

Arturo Robsy


Cuento


Cuando Adolfo dejó de gastar dinero, por falta de fondos, fue bajando de ambiente hasta llegar a la hamburguesa con catchup y a la tasca de artistas con tinto. Una chica, tan seria como mal peinada, procedente de la Academia de Ciencias Ocultas, tras mirarle el aura de reojo le diagnosticó gratuitamente:

—Tú eres cáncer, cariño.

No era verdad, pero Adolfo nunca había yacido, por así decir, con una esotérica y, por afán investigador, asintió mientras aparentaba sorpresa:

—¿Cómo lo has sabido?

Había cosas en opinión de Isabel, estudiante de ocultismos, que no se podían ocultar. El signo zodiacal era una de ellas. Los astros tenían buen cuidado de imprimirlo en la persona.

—¿Dónde? ¿En los cromosomas? ¿En la frente?

—En el aire. Quiero decir, en la personalidad.

Mirando bien, aire y personalidad, entre aquella gente, eran buenos sinónimos. Además, Adolfo había puesto fin a su fortunita, encadenando francachelas, y, si no le engañaba la vista, la brujería tenía aspecto de ser un entretenimiento económico.

De clase en clase, siempre a la popa de Isabel, fue introduciéndose en un híbrido de budismo y superstición. Se maravillaba tanto de las maravillas que descubría que, presa de la emoción, tentaba los muslos de la chica para que descubriera su ilusión y su inquebrantable fe.

Las experiencias fáciles del principio eran encantadoras. Muy pocos saben que el agua se puede «cargar». Basta con tomar un vaso, extender los brazos y hacer unas lentas y profundas respiraciones, pensando que se le transmite la fuerza vital del mundo. O la astral. Algo así. Luego, el agua así tratada sirve para ungirse y, posiblemente, sanarse.


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Publicado el 12 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Teléfonos y Conquistadores

Arturo Robsy


Cuento


"Me he enterado de que llevas vida de desenfreno y que tocas la guitarra".

—Carta de un padre del siglo XIII a su hijo que estudiaba en Orleans.
 

El teléfono es un horrible artefacto lleno de maldad. Bueno: quizá el aparato sea perfectamente neutro, pero no cabe duda de que quienes lo usan llevan, a veces, perversas intenciones en la cabeza.

Y, ya que está empezado el tema telefónico, quisiera contarles la aventura de uno de mis amigos. Quizá fue trastada más que aventura, claro y, en todo caso, una broma de pésimo gusto.

Sucedió en Madrid, ciudad enorme y tentacular que se presta a muchos líos. Eran los verdes años de la vida estudiantil, que se pasan entre las paredes de las aulas y las de las pensiones, y que justifican, por lo tanto, la tendencia bohemia que algunos jóvenes venimos a manifestar.

Por entonces no era raro que prolongásemos la velada hasta las dos de la madrugada en alguna entrañable tasca, que nos reuniésemos en el piso de cualquier amigo a bailar con la música de moda, o que nos sorprendiera el alba devorando chocolate con churros o engullendo sopa de cebolla en cualquier figón.

Tampoco nos era extraño despertar con zumbidos en la cabeza, escalofríos y malestar general a causa de los alegres trasiegos de la noche, o con borrones en la memoria, borrones que nos impedían recordar dónde nos dieron tal tarjeta que guardábamos en la cartera, o en qué lugar nos desollamos los nudillos de la derecha.

Compruebo que estoy tratando de disculparnos antes incluso de explicar lo que pasó. Y lo triste es que no hay más excusa que ésta: nuestra condenada afición al juergueteo, a las discusiones del alba, al noctambulismo y a ese néctar opalino de efectos milagrosos que, en Madrid, suele llamarse Valdepeñas blanco o Blanco simplemente.


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Publicado el 26 de mayo de 2019 por Edu Robsy.

Cuento de Amor

Arturo Robsy


Cuento


La palabra cuento se emplea muchas veces, quizá demasiadas, en el sentido de patraña: esto constituiría un notable insulto si no fuera por la circunstancia especial de que, en ocasiones, todavía significa algo peor: aburrimiento.

Y quien dude de esta afirmación puede (sin compromiso alguno) ir a preguntar a don Armando su historia que, en suma, es demasiado vulgar incluso para ser falsa. La carrera de este hombre comenzó cuando todos le llamaban Armandín y él todavía tenía la deplorable costumbre de ensuciar las sábanas de su cunita; y, luego, con intervalos de tiempo, fue Armandito, Armando a secas, y don Armando, esto último cuando su responsabilidad y autosuficiencia económica quedaron suficientemente demostradas entre sus vecinos.

Naturalmente, para ganarse ese don Armando sonoro y definitivo tuvo, también, que formar un hogar, es decir, casarse y ser un padre de familia, pues es bien sabido que los padres de familia, aparte de votar, pierden esa afición por la jarana que caracteriza a la juventud. Así que don Armando se casó con Asunción como pudo haberlo hecho con María José o con Paquita, aunque este detalle carece de real importancia.

Previamente —eso sí— Armando y Asunción sostuvieron un noviazgo que pretendió ser "la prueba de sus sentimientos", por más que no había sentimiento alguno que probar. Sin embargo aprovecharon su tiempo para hacer un verdadero Cuento de Amor que es, ni más ni menos, aquello que viene a recordarse con nostalgia cuando el hijo mayor termina su bachillerato o la hija sale con el "primer amor".


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Publicado el 12 de julio de 2021 por Edu Robsy.

¿No se Reparan?

Arturo Robsy


Cuento


Como suele suceder a veces en naciones felices y dormidas, en Vardulia llegó al poder un hombre iluminado, ya que no de muchas luces. Lanzaba palabras ardientes al espacio libre y ellas, al caer sobre las cabezas de pueblo, le explicaban que había un destino histórico que cumplir y una exigencia racial que mantener.

El iluminado, cuando abandonaba los abstractos, era absolutamente preciso y escueto: quería Trevín. Muy posiblemente quisiera algo más al año siguiente pero, de momento, Vardulia sólo sería libre y feliz si metía mano a Trevín que, desafortunadamente, pertenecía a Austrigonia.

Los austrigones, aunque herederos de una brillante tradición militar, eran pacíficos comedores de cacahuetes, bebedores de refrescos y fumadores de tabaco rubio. No disponían de iluminados que los despeñaran por el destino pero, aún así, estaban encariñados con Trevín, un lugar lleno de panorámicas y muy ducho en la crianza y preparación del cordero.

El vecino ardiente sabía, sin embargo, que los condes de Trevín, en el Siglo XII, habían emparentado con la segunda dinastía de síndicos de Vardulia y, aunque el matrimonio no fue consumado por la debilidad sanguínea del primo del síndico Leocadio I pese a someterse al vino fuerte y a sahumerios aplicados por debajo del halda, el Papa lo declaró nulo tras cobrar varios miles de ducados—oro. Pero subsistía que por unos meses Trevín perteneció a la familia reinante en Vardulia. Había pues sobrados motivos para la reivindicación histórica.

—¡Venga ya! —dijeron los austrigones, muy divertidos con aquellas locuras y sin dejar de comer cacahuetes y de beber refrescos.

Fue una exclamación malhadada. Muy ofendido el iluminado, lanzó sobre Trevín varios batallones de soldados várdulos que creían firmemente en que, gracias a su arrojo, Vardulia sería más feliz y más libre.


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Publicado el 12 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Largas Vacaciones

Arturo Robsy


Cuento


— Santo Padre — dijo mi hijo, que ha aprendido a seguir mi humor primaveral y festivo — ¿Por qué no me cuentas un cuento de los tuyos?

"De los míos" quiere decir un cuento desconocido, un cuento nuevo y, a ser posible, enredado; de ésos que solemos inventar los padres cuando tenemos tiempo o cuando seguimos conservando el alma deslumbrada y mágica de los niños.

— Érase una vez... — empecé sin hacer más comentarios.

— Ése ya me lo sé. — me interrumpió el niño — Hay cuentos que empiezan con "Érase una vez" y otros con "Esto era", y hasta he leído uno que dice "Tenéis que saber que...". Yo quiero un cuento moderno.

— Pues a mí me gustan los antiguos, con lobos y caperucitas y ogros y gigantes y princesas. ¿Te he contado alguna vez lo que me pasó el primer día de Primavera?

Dijo que no el chico, así que puse en marcha el motor de la fantasía y, poco a poco, fui soltando el embrague:

— El mundo no es exactamente como parece. Ya sabes que todas las cosas están formadas por átomos que bailan, por ejemplo, y tú no las ves así. Pues lo mismo pasa con la Primavera.

Verás: en la Primavera el aire empieza a hacerse tibio y cuando te da en la cara parece que te roce un pañuelo de seda. Además, se llena todo de flores: hay flores complicadas, difíciles, yo diría que hasta orgullosas, como las rosas, que serían flores de postín. También hay flores modestas, calladas y buenas chicas, como las margaritas, que no tienen perfume, pero sirven, por ejemplo, para que los enamorados les arranquen los pétalos blancos diciendo: "sí me quiere; no me quiere".


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Publicado el 12 de abril de 2017 por Edu Robsy.

El Monumento al Progreso

Arturo Robsy


Cuento


Al lector:

El día de hoy, dieciocho de julio, tiene un "especial relieve", para utilizar el lenguaje periodístico. Por eso quisiera dejar por ahora las historias de cada uno y escribir la del progreso o, al menos, la de su momento.

Al lector que continúe la lectura:

Las cosas que paso a relatar sucedieron en un pueblecito con visos de ciudad, en uno de esos lugares que siempre han sido propicios a la siesta estival o al juego callejero de los niños bajo la mirada paciente del perro vagabundo.

En tales sitios veinte años pueden significar lo mismo que veinte meses y, en verdad, cuando la paz dura es indiferente el tiempo. Sin embargo, algo había cambiado en el pueblo: la Remedios, la del Renco, parió trillizos; se hizo, además, una desviación para la carretera de segundo orden que antes atravesaba la calle Mayor, y se abrió una explotación municipal de maderas que a todos daba beneficios por más que el descreído del herrero se empeñase en decir que "todo se lo quedaba, como de costumbre, el Ayuntamiento".

Y, en esto, llevaba su parte de razón, que ningún dinero vieron los vecinos, pero, en cambio, se encontraron con la Plaza Grande embaldosada, con una traída de aguas (que más eran claro que otra cosa), con Teléfonos y con un Teleclub que arruinó al Paco, el que, una vez a la semana, se traía una película de la cercana ciudad y la proyectaba en su almacén de grano.

También, hasta hoy, sucedieron otras cosas dignas de mención: el hijo del Tobías, el carnicero, se fue a hacer la mili a África, y Segismundo regresó de "Tulús" (léase Toulouse) de la Francia, con el oficio de fontanero bien aprendido de once años, de manera que, enseguida, se puso a remendar tuberías y a taponar los incorregibles grifos.


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Publicado el 23 de marzo de 2019 por Edu Robsy.

El Hombre que No Hacía Sombra

Arturo Robsy


Cuento


El sol es un astro enteramente neutral, al menos, eso dicen los astrónomos: todo lo más tiene unas ridículas manchitas y períodos de turbulencia cada once años: nada que le pueda comprometer. Los griegos, sin embargo, pensaban de otra modo: Apolo, que conducía el carro del sol, también lanzaba las flechas de la peste y, en ocasiones, se enfadaba como un demonio y era de temer. Los griegos era un pueblo observador. No diré que tuvieran razón, no, pero sí ojo clínico y talento para explicar las cosas en lugar de hacerse telescopios. Cerebros de primer orden estos griegos.

Mi experiencia es más reducida. Yo viene al mundo con un pan debajo del brazo, pero, una vez que me lo hube terminado, tuve que espabilarme para continuar en la brecha. Verán: la humanidad es variopinta (como dice un poeta que rima Francia con fragancia) y tú cuando naces, es como si te sometieras a un sorteo. O, al revés, quienes acuden a la rifa son tus padres. Naces rubio y las cosas van bien; naces moreno o alto o delgado o fornido, o listo o matemático, o atleta, o guapo y tampoco tienes que preguntarte: las cosas siguen bien. Pero también hay otros aspectos y puedes emerger cojo, o tuerto, o enano, o místico, o poeta, o jorobado, o estrábico, o zoquete, o ambiguo, y, entonces, da lo mismo que te preocupes o no: las cosas van pésimas y no tienen solución. ¿Comprenden el juguete? Son asuntos de la Naturaleza y la Naturaleza es sabia. Nosotros, no, ya que no conseguimos entenderla. En todo caso, los perfectos aman la perfección. Y los imperfectos también si les dejan los otros. Los griegos, los espartanos, vuelven a ser ejemplo por aquel viejo asunto del Taigeto, por donde despeñan a todo quisque que no nacía en perfecto estado de revista.


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Publicado el 9 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Ojo, Colón

Arturo Robsy


Cuento


El que se preocupa de los ecos de sociedad en los descansos de Cristal, seguramente se ha enterado de que a Cristóbal Colón, Almirante de la Mar Océana, le han buscado un buen partido: nada menos que la Estatua de la Libertad de Nueva York.

Se trata, claro, del Cristóbal Colón que contempla Barcelona subido a una columna y no se cansa de señalar las bellezas del lugar o la Ciudad Olímpica. Alguna mente, cansada de trabajar en el vacío, ha emitido la idea de celebrar un matrimonio entre Don Cristóbal y Doña Libertad. Los broncíneos novios no han objetado nada, aunque él es mucho mayor y ella mucho más voluminosa.

El pensador o pensadores, escapados a medio disecar de algún tarro de formol, suponen haber dado con un bonito gesto simbólico: Colón, que va a América, y la Libertad que, viendo lo que ve en Manhattan, está de vuelta de todo.

Dotados de un cerebro incipiente, todavía no han reparado en que La Liber tiene una hermana parisina, que en realidad es la misma, pero acabarán descubriéndolo y, a la postre, nos explicarán que mucho más simbólico es un matrimonio a tres bandas: Colón con las dos Libertades, una a la izquierda, francesa y presta a hacer rodar cabezas, y otra a la derecha, del Partido Republicano, dispuesta a meter mano a cuanto dólar divise.

Insisto en que no sé qué ganglio nervioso ha alumbrado la idea, pero no puede tratarse de un ganglio español. Un Latinoespañol, conocedor de las costumbres endémicas, no ignoraría que decenas de jueces cimarrones vagan por calles y campos prestos a caer sobre quien se descuida.

Si el Almirante de la Mar Océana, lleno de vigor a los quinientos años, se casa con las Libertades, no faltará magistrado que, tras meditar en su guarida, comprenda que está ante un caso clarísimo de bigamia. Simbólica, pero bigamia.


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Publicado el 10 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Si de Verdad Fuera el Hombre un Tipo Racional Compuesto de Alma y Cuerpo

Arturo Robsy


Cuento


¿Sí? Pero, bueno: es que, después de todo, ¿resulta que no es cierto que el hombre sea...? Verán, hasta el extremo de esta afirmación, no.

—¡Epa!

Alto ahí: antes de seguir adelante es preciso afirmar que no se estoy diciendo nada herético.

—Eso tendrá que demostrarlo.

Y lo haré. Creo que no existen dudas acerca de si el hombre está o no compuesto de cuerpo. Es —para los escépticos— esa especie de colcha blanca y pilosa que nos envuelve, eso que nos cuelga cuando nos sentamos en un sillón. Y para demostrar su existencia no hay más que acudir a un dentista o dejarnos escayolar una pierna. Es en estas manipulaciones cuando el cuerpo se nos hace gloriosamente presente.

Históricamente, los filósofos han negado, por turno, el conocimiento, la realidad, el espíritu y la esencia, pero ninguno, embutido en sus sesenta u ochenta quilos de músculos y adiposidades, se ha atrevido con la presencia (cómoda o ingrata) de su cuerpo.

Respecto al alma, las cosas aparecen menos claras. Nadie ignora que el alma, como elemento integrante de la Creación, ha tenido sus detractores y sus propagandistas. En todo caso puede que el alma no sea lo que unos afirman, ni deje de ser lo que otros niegan. Su presencia, en cambio, se advierte en las manifestaciones humanas y éste sí es un hecho a tener en cuenta.

A los muy convencidos les diré que si el alma está tras un taco de su dueño, tras una calumnia, tras una estafa, tras una mentira o tras un eructo, se trata de un espíritu bastante cochino que ha sido injustamente ensalzado.


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Publicado el 21 de septiembre de 2020 por Edu Robsy.

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