Textos más populares esta semana de Arturo Robsy etiquetados como Cuento | pág. 5

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autor: Arturo Robsy etiqueta: Cuento


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La Soledad de Pepe

Arturo Robsy


Cuento


Hucha de Plata como finalista de la edición XXVI del Concurso Hucha de Oro de 1991, convocado por la Confederación Española de Cajas de Ahorro


José Álvarez Alto era, sin duda, Álvarez, pero no alto estrictamente. Tampoco era buena persona. Usaba navaja para limpiarse las uñas y otros quehaceres y, cuando no bebía en la tasca o discutía agriamente con cualquier próximo, se ganaba la vida sirlando.

Sirlar es un arte que necesita nervios de titanio, mala cara y, obligatoriamente, un fierro. Un fierro es una pistola o revólver. Si se tiene buena entraña, puede estar estropeado. Si uno es precavido, mejor que funcione, porque a veces los ciudadanos no se dejan sirlar, o sea, se defienden, malditos sean, llenos de apego a los bienes materiales.

Pero José Álvarez Alto, (a) Pepe, era de mala sangre. Sirlaba a amigos y enemigos. Con entusiasmo. Luego, cuando cogía un mal extraño que él llamaba la mona, rompía billetes o los quemaba mientras profería maldiciones que le pintaban bravo.

Un lunes en que no debía de tener la cabeza despejada de la última mona, le dejaron seco al lado mismo de la Telefónica. De espaldas contra la pared, plegado, quedó caído Pepe con los ojos abiertos, una mano en el pecho, por debajo de la cazadora vaquera, y la otra, palma al cielo, sobre los mismos gunguis, como él llamó en vida a los atributos que le habían hecho el terror del barrio. Muerto y todo miraba mal, el condenado.

Ajena a los problemas del caído Pepe, Madrid se desperezaba y, en forma ya, ponía en marcha sus grandes motores para bombear miles de gentes por las calles. José Álvarez Alto, una mano en el pecho y otra sobre los gunguis, las contemplaba con sus ojos ciegos, amorugado en un silencio que ya no rompería y envuelto por los ruidos de la humanidad con prisa.


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Publicado el 21 de abril de 2016 por Edu Robsy.

Primer Cuento Sobre la Esclavitud

Arturo Robsy


Cuento


—¿Puede escribirse un cuento de cualquier cosa?

—De cualquier cosa, no. De casi todas, sí.

—¿Hasta un cuento de la verdad?

—Hay verdades que, aún sin escritor, son cuentos, y muy divertidos. Hay otras que son tan verdad que parecen mentira, y por fin, de las que se pueden decir cosas interesantes: este es el caso de los sacacorchos, por ejemplo.

—¿De mí podrías escribir un cuento?

—Supongo que muchos.

—¿Cómo?

—Di tu nombre. Preséntate.

—Me llamo Pedro Martínez. Nací, según me dicen, el doce de agosto de 1948. Fui al colegio de los Hermanos: estudié hasta cuarto de bachillerato y ahora trabajo como oficial administrativo en...

—¡Chis! No importa el nombre de la empresa.

—¿No? Bueno: ¿me haces el cuento?

—De acuerdo: ¿qué hiciste el domingo pasado?

—Dormí un buen rato, para desquitarme de la semana. Luego me lavé bien, me vestí y me fui de paseo.

—¿Adónde?

—¿Adónde va a ser? A la calle. Di una vuelta solo y me encontré después con Juan: así otra vuelta acompañado. Tomamos un aperitivo en la bodega y, como no nos venía el hambre del todo, nos calzamos otro en un bar. Anduvimos un rato más y nos fuimos a comer.

—¿Y por la tarde?

—Hombre: miré la tele y me fumé unos cigarrillos. Arreglé un enchufe que daba calambre y me fui al cine de las siete.

—¿Solo?

—Solo.

—¿No tienes amigos?

—Claro que sí, pero ellos, además, tienen novia.

—Y tú, ¿por qué no?

—¿Qué quieres? Esto de las novias tiene sus más y sus menos. Cuando te enamoras de una, pues, a lo mejor, nada, te entra el miedo. En cambio cuando no lo piensas, ¡zas!, ya estás cogido.

—Pero, ¿por qué no tienes novia?

—Porque no la encuentro.

—¿Y por qué no la encuentras?

—Porque no la busco.

—¿Y por qué no la buscas?


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Publicado el 31 de mayo de 2019 por Edu Robsy.

Dos Consejos

Arturo Robsy


Cuento


Cuando el director de mi periódico envió a buscarme, estaba yo poniendo en limpio un natalicio. Siempre —aunque no se lo crean— hay alguien que escribe eso de que "el hogar de la familia Rodríguez—López se ha visto alegrado con el feliz nacimiento de un hermoso varón que, en la pila bautismal..." etcétera. También comprenderán que quien hace estos trabajos no es precisamente el que firma los artículos de opinión, donde se pone el mundo patas arriba, se le despieza y se le reconstruye al gusto del consejo de administración.

Mi periódico es muy bueno. Hay gente que no vota sin leerlo antes y gente que antes de leerlo no entiende ni lo que le acaba de suceder. Lanzamos modas, verbos y expresiones de éxito como "hegemonizar una región", "apretada agenda altamente importante" y "obsolescencia institucional". Se dice, con razón, que ayudamos a gobernar y, en ocasiones, que el gobierno nos paga el favor.

Cuento esto por dos motivos: el primero es resaltar que pertenezco a una buena y famosa escudería, y el segundo es advertir que, a pesar de ello, no soy en absoluto responsable, porque para ser periodista de Opinión lo primero que se necesita es no ser periodista, vivir lejos de los teletipos y de la redacción, lo que equivale a ignorar la realidad. Ahí tienen, bien clara, la razón por la que no firmo estas cuartillas: cuando escribo pagado puedo ser una cosa u otra, o ambas si se tercia, pero cuando escribo gratis puedo permitirme el lujo de ser yo mientras prescinda de poner mi nombre debajo.


Decía al principio que el director me mandó aviso:

—Un pez gordo necesita un "negro". —me dijo.


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Publicado el 8 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

La Diosa de la Tierra

Arturo Robsy


Cuento


El sol temprano, limpio y reluciente, bajó en un vuelo rasante por la calle de Alcalá, pasó por los ojos de la puerta neoclásica y se detuvo sobre la cabeza de La Cibeles.

La vieja diosa de piedra seguía saludando desde su carro pero, sobre su corona, sucedía algo insólito: en difícil equilibrio, un hombre se mantenía allí con los brazos abiertos y un gesto adusto.

Mucho después, cuando Madrid había puesto en circulación a su humanidad motorizada y a su pueblo de infantería, la gente empezó a reparar en el tipo de los brazos abiertos. Vestía de negro y procuraba no caerse al agua de la fuente.

—¡Eh! —dijo, por fin, un guardia. Lo hizo con timidez porque no había pedido permiso a la superioridad e ignoraba si el equilibrista incumplía alguna ordenanza o si disponía de permiso para saltársela.

—¡Eh! —insistió. Pero el hombre aquel era como Rubén Darío cuando quería volverse piedra dichosa «porque esa ya no siente» ni el dolor de ser vivo ni la pesadumbre de estar consciente. Posiblemente ese era el caso.

La policía nacional llegó después y también probó suerte:

—¡Eh!

El interesado, corona inmóvil de la diosa, siguió mirando obstinadamente a levante, a oriente. Quizá a Belén, quizá a La Meca: a distancia ni se le apreciaba la raza ni la religión, y sólo se podía sospechar que se trataba de un presunto loco o de un artista famoso decidido a promocionar su obra.

—¡Eh! —insistió la policía nacional , más perseverante que la municipal.

El tipo miró en torno y, poco satisfecho, decidió que necesitaba algún ruido supletorio:

—Llamen —dijo— a los bomberos.

Poco discretos, éstos llegaron con sus sirenas y sus luces y, entonces, una mínima multitud se congregó en torno a la fuente y en las esquinas del Banco de España y de Correos.


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Publicado el 11 de julio de 2016 por Edu Robsy.

En la Dulce Primavera

Arturo Robsy


Cuento


A Joaquín le faltaba un pelo para ser un solterón cuando entró en mi despacho. Como ustedes deducirán por el hecho de tener un despacho propio, yo soy persona de vida arreglada, de confianza, cumplidor, casi ordenado y demócrata donde los haya. Joaquín, aunque me esté mal el decirlo, no. Ustedes también lo habrán notado, porque sólo una clase de gente, nerviosa, inconstante y semibohemia, va en horas de trabajo a los despachos de los amigos. Claro que él es brillante y yo no; original y yo no; desgraciado y yo no.

Entró, pues, en mi despacho con el paso lento y el aspecto grave de quien empieza a exigir verdades a los sueños.

— "Sé que vuelas hacia mi cuando te duermes — me dijo —
en busca del nido protector que hay en mis brazos,
para apoyar en mi pecho tu cabeza
y escuchar largamente mis latidos."

— Ah, bueno. — le respondí, porque lo mejor y más práctico es no sorprenderse nunca con Joaquín.

— ¿Existe eso? — siguió — Esos amores dulces y completos que uno lee en los buenos poetas y en las novelas rosas, ¿suceden de verdad?

— La gente es muy chafardera, Joaquín.

— Siento cosas, amigo mío. — dijo — La necesidad de dar para recibir, de darme, de ser dos y uno; hambre de una soledad doble; ansia de una borrachera de intimidad y nostalgia. Ojos claros, cabellos largos, labios entreabiertos, elásticas cinturas, sonrisas como la primavera y piel con tacto de noches estrelladas. Ya sabes.

— Yo no sé nada — le advertí antes de que pudiese cargarme con alguna culpa. — En mi vida he dicho algo más insipirado que "T quiero" y aún me parece exagerado.

— Tú eres un hombre casado.

— Por eso acabo de decirte que me parece exagerado.

— ¿Y nunca has sentido florecer tu cuerpo, ni ganas de llorar al ver la curva elástica del cuello de tu mujer?


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Publicado el 14 de abril de 2017 por Edu Robsy.

El Pobre

Arturo Robsy


Cuento


Unos mueren y otros nacen,
pero el juego no se acaba jamás.

—Proverbio hindú
 

Aquel tipo harapiento, muy joven todavía, no daba explicaciones; tampoco la dio cuando, en el último año, abandonó una carrera en cuyos estudios estaba cosechando méritos suficientes para augurarle un buen porvenir: simplemente desapareció y anduvo por las tierras que más le apetecieron hasta llegar a esa ciudad, en mitad de una costa, donde había encontrado, quizá, algo de lo que empezó a buscar en la universidad.

Las cosas no habían cambiado mucho para él: ahora era pobre, pero antes incluso de ser estudiante, también lo fue y no por propia vocación. Su padre, un carpintero sureño, conoció tiempos de mayor esplendor hasta que los plásticos y aluminios desplazaron la madera. Si aquel, el hijo del carpintero, pudo estudiar, fue debido a las becas que obtuvo desde los nueve años.

Ahora era distinto: mal vestido, casi hambriento, con un zurrón terciado al hombre y la barba descuidada, pensaba seriamente en establecerse en aquel lugar y vivir su vida de pobre voluntario y por vocación.


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Publicado el 24 de marzo de 2019 por Edu Robsy.

El Tonto

Arturo Robsy


Cuento


El tonto del pueblo, un nadilla en el que la naturaleza había demostrado toda su flagrante estupidez, hacía años que dejara de ser un muchacho y, con ello, su última y escasa belleza (la de la piel suave y el cutis lampiño) se esfumó para siempre.

El tonto del pueblo acostumbraba a pasear sin rumbo por las calles torcidas y por las calles rectas interrogando con sus ojos de pez los escaparates y los andares de las buenas mozas, y pidiendo, en ocasiones, un pitillo al primer conocido que veía, o una copichuela en los bares de benevolentes dueños.

El espectáculo de su indolente y serena estolidez era, pues, la costumbre de aquel pueblo (o ciudad) hasta el punto que ya no se reparaba en él, habitualmente una sombra más, itinerante; un motivo ornamental a caballo entre el tipismo y la pobreza y, desde luego, una molestia en las ocasiones en que se aventuraba a pedir algo aquel hombrecito enteco de ojos como de buey y andar despreocupado.

Vivía, por uno de esos milagros burocráticos, en su propia casa, donde antes hubo una mujer vieja y algo pariente y nada más que soledad ahora. Una vecina, por caridad, le pasaba las sobras de sus comidas y, con eso y con los mendrugos que le daban en determinados cafés, se iba apañando tan ricamente e incluso recogía el suficiente dinero para adobarse el cuerpo con vino grueso a cambio de algunos recadillos sin importancia.

Así era nuestro tonto, capaz de medrar en este tiempo donde no mama quien no llora, y donde no se llena los carrillos quien no ofrece ocho horas de su día a tal o cual sociedad anónima. Él, sin embargo, repetía estos consecutivos milagros parapetado en su sonrisa desleída y en sus ojos quietos y pálidos, que mismamente parecía de plástico.


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Publicado el 24 de marzo de 2019 por Edu Robsy.

No Era Amistad

Arturo Robsy


Cuento


Al pescador le faltaba un dedo y al perro, el rabo. El rabo que le cortaron para mejor cazar cuando era un cachorro, mucho antes de que se descubriera su incapacidad para el rastreo.

El perro era de un viejo predio, y todo el mundo sabe que en esos lugares no se alimenta a los inútiles, de modo que, al año de su nacimiento, se encontró siguiendo una carretera y bebiendo en los charcos de la cuneta. Seguramente no acababa de comprender su postura y caminaba perplejo, entre dolido y triste.

Antes de esto, sus amos le llevaron, en un coche, muy lejos; kilómetros y kilómetros tomando curvas y salvando baches; y él, infeliz, ladraba con su hocico pegado al parabrisas, convencido de que se aproximaba una gran cacería.

Así quedó abandonado la primera vez, pero achacó a un descuido de sus queridos "humanos", madre y padre en una misma persona que le alimentaba y le acariciaba y, también (ay) le golpeaba.

Y volvió. Cruzó la fronda, se rasgó la piel en los aulagares, esquivó automóviles, pero volvió.

Se lo llevaron. Volvió.

La tercera vez hubo una pequeña discusión en la casa: el perro era un problema y ellos no podían perder el tiempo alejándolo y alejándolo.

El payés dijo que le iba a pegar un tiro. Madona se encogió filosóficamente de hombros pensando, quizá, en la cosecha de pimientos, y él, ajeno, movía el rabo satisfecho de estar de nuevo en su hogar, y hurgaba con el hocico entre los desperdicios de la cocina.

Luego, el hijo, un muchacho torpón y sucio, sintió algo parecido a la piedad y la ejecución quedó aplazada. "Si regresa la próxima vez" —dijeron, y se lo llevaron al mar, a la distancia más larga. Allí se quedó. Allí estaba, caminando por la carretera y bebiendo el agua de sus charcos, preguntándonos lo que sucedía.


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Publicado el 28 de marzo de 2019 por Edu Robsy.

Historias Desconocidas (en Todo o en Parte)

Arturo Robsy


Cuento


La fecha de la Creación y otras

James Usher, arzobispo de Armagh (Irlanda), llevado de la fatuidad de los sabios estableció en 1650 que la creación del mundo tuvo lugar en el año 4.004. Su contemporáneo, el doctor John Lightfoot, vicecanciller de la Universidad de Cambridge, dio un paso más y sostuvo que "el hombre fue creado por la Trinidad el día 23 de octubre del año 4.004, a las nueve de la mañana".

Yo mismo poseo un curioso libro:

ANEW
Geographical, Historical and Commercial
GRAMMAR
and
present state of several
KINGDOMS OF THE WORLD

de William Guthrie, Esq. Editado en Londres por Edward and Charles Dilly en MDCCLXXXIX (1779).

En las tablas cronológicas del final de volumen se lee:

—4004. Creación del Mundo y de Adán y Eva.

—4003. Nacimiento de Caín, el primero que nació de hombre y mujer.

—2348. El mundo es destruido por el Diluvio, que continuó 377 días.

—2247. La Torre de Babel: Dios confunde las lenguas de sus constructores.

—1897. Las ciudades de Sodoma y Gomorra son destruidas por sus pecados.

—1822. Memnón, el egipcio, inventa las letras.

—1198. El rapto de Helena por París.

Y en 1193 la guerra de Troya.

Una historia de fantasmas en la Antigüedad

Apuleyo, en el capítulo que ya no suele aparecer en las modernas ediciones de sus Metamorfosis por considerarse apócrifo, explica de la siguiente forma lo que le contó un galo supersticioso, que juraba haber sido el protagonista de la aventura:

Este galo, comerciante de vinos en los alrededores de Lutecia (actual París), afirmaba que, a mediodía, hora muy poco propicia para los espíritus, se dirigió de su casa al almacén donde guardaba sus mercancías.


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Publicado el 1 de septiembre de 2019 por Edu Robsy.

La Máquina

Arturo Robsy


Cuento


Lo vi por última vez la mañana del sábado en el mercadillo de la plaza. Parecía que la alegre primavera se adelantaba y florecía en toldos de colores, en vestidos estampados que vendían gitanas dicharacheras y morenas, en la vestimenta ecléctica, en las guapas mozas que sonrerían y en todo el aire limpio que vibraba con las voces de la gente.

Él era un joven pobre, muy delgado. Un parado de ojos tristes y, quizá, iluminados. Otras veces le había visto vendiendo relojes japoneses, mecheros y bolígrafos. Tuvo también una máquina que tomaba la tensión por veinte duros. Todo automático, papelito impreso que escupía una ranura. La chocante electrónica en un mercado moruno, hasta cierto punto alegre, colorido y miserable.

Se notaba que era un chico decidido y emprendedor. Otros jóvenes vendían arenas de colores, tenedores retorcidos como brazaletes, cajitas de estaño para el hachís, cuentas de vidrio y otras cosas de la triste industria del desamparado.

El que dicho estaba solo siempre y no era artesanal ni quincallero. Era un pobre tecnológico, un electrónico desempleado, extraño personaje casi limpio del siglo veinte, trasplantado al bazar callejero y cutre, al ruído medieval de la plaza del mercado, donde la pobreza se exhibía entre saldos, alpargatas, usados artificios y artesanías falsas. Él, en cambio, ofrecía la exactitud de los relojes de cuarzo, la precisión de las máquinas, las ondas hertzianas de las diminutas radios, y hasta la arterial tensión impresa por un brillante aparato que apenas si zumbaba. La tranquilidad por veinte duros. La salud por veinte duros, la disculpa, acaso, para saltarse el régimen e ir a reposar al bar con la copa prohibida o con el café dulce y negro.


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Publicado el 17 de abril de 2017 por Edu Robsy.

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