Mil Cien Dólares
Arturo Robsy
Cuento
Antonio era un hombre crédulo, profundo y respetuoso admirador de la letra escrita: para él por ejemplo el problema de la existencia de Dios no tenía objeto: los papeles (al menos, los que Antonio pudo leer en su día) decían claramente que sí, luego Dios existía. Por los mismos motivos creían en los impuestos directos, en la caridad cristiana, en la incorruptibilidad de los hombres públicos y en trescientos veintiún (321) detergentes que, cada uno por su lado, lavaban más blanco y más limpio que nadie.
Antonio era crédulo: esta afirmación no necesita de más demostraciones: usaba la viaja y rancia "fe del carbonero"; fe del dependiente, en su caso, pues quince de sus treinta años los había pasado tras el mostrador de una pañería sonriendo a la mujer que buscaba un retalito para falda de verano o a la que necesitaba unas cortinas de colores realmente sólidos.
Antonio era hombre sumamente frugal, sencillo de gustos, dueño de un caprichoso y ulceroso duodeno que le incapacitaba para cualquier tipo de excesos. Gracias a estas especiales circunstancia no se veía obligado, a finales de mes, a hacer extraños equilibrios (y drásticas reducciones) con su presupuesto. Es más, conseguía ahorrar el 19 % del total, cantidad que los primeros sábados de cada mes depositaba en un banco del que había leído en el periódico era "la más sólida garantía del ahorro familiar".
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Publicado el 19 de julio de 2021 por Edu Robsy.