Textos más recientes de Arturo Robsy | pág. 3

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autor: Arturo Robsy


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¡Canta, Compadre, Canta!

Arturo Robsy


Cuento


A Vicente M., redomado golfista, con admiración


—¡Las diez y misión cumplida! ¿Estamos todos aquí? ¡Quién sabe! A ver: Antonio (¡Presente!), Juan (¡Servidor!), Cristóbal (¡Cómo éste!), Pedro...

—¡Pedro!

—Que no, que no está Pedro. Pero, ¿cómo es eso? Si hace un momento que le vi hablando con Juan.

—Eso era ayer, tú.

—¿Ayer? ¡Hay que ver cómo pasa el tiempo!

—No importa, ¿verdad? Somos bastantes. Así está bien. Somos uno, dos, tres, cuatro y cinco.

—Pero, ¿qué hacemos?

—¡Qué hacemos! ¡Qué hacemos! ¡Punto redondo!

—¿No son las fiestas? Pues a divertirnos. Compraremos espantasuegras y trompetas y gorros de papel y pelotas con elástico, y nos divertiremos.

—También hemos de subir en los autos de choque.

—Y a ese balancín. Cuando sube se te revuelven las tripas de una manera...

—Pero, ¿a qué hora iremos al baile?

—Hay tiempo para todo, ¿no?

—Pues, hale, a por el espantasuegras (matasuegras tendría que ser, matasuegras).

Caminamos por la calle mayor en busca de la primera "turronera", que a saber por qué se llamará así, porque, de turrón, nada. Calle Mayor abajo, con buena alegría en la cabeza y divertido sonar de la calderilla en los bolsillos.

El ciudadano Antonio es el primero en desmandarse.

—¡Me cisco en los espantasuegras! ¿No veis que Casa Manolo está abierto?

—¡Eso! Lo primero es tomar un buen gin.

—Claro que sí.

Lo primero y lo último, porque sabe Dios el gin que hemos trasegado entre los seis durante el día... Perdón: los cinco, porque Pedro ha desaparecido. No importa. Casa Manolo tiene la virtud de tranquilizar las más rebeldes conciencias.

Cristóbal canturrea a mi lado mientras esperamos la vez:

—Amur, Amarillo y Azul; Bramaputra, Ganges e Indo.

—¿Y eso?


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5 págs. / 9 minutos / 42 visitas.

Publicado el 20 de abril de 2022 por Edu Robsy.

El Demonio de Alcira

Arturo Robsy


Cuento


Si place a mis lectores prestar los ojos al asunto, quisiera contarles una historia algo rancia que, según es fama, sucedió en Alcira a un matrimonio discutidor y a un alcalde amigo de la broma.


(Si place a mis oyentes prestar oído,
les contaré un pasaje muy divertido;
el cual no es mentira
que ha pasado en la villa de Alcira)


En el siglo pasado Alcira era una villa como tantas, relativamente tranquila y, tal vez, necesitada de espectáculos. En lo alto del puente estaba la imagen de su patrón: San Bernardo, en cuya festividad celebraban las ferias.

Pues bien: el año a que nos referimos, salió el alcalde acompañado por sus concejales y por un escribiente, sobrino suyo, para ir apuntando lo que los vecinos prometían entregar en la fiesta de San Bernardo, a fin de que fuese más lucida. Se trataba, en general, de donativos en metálico u objetos para el culto (cirios, reclinatorios...).

El escribiente tomaba nota y pasaban a otra casa... Hasta que, mediada la tarde, la comitiva llegó a una casa donde el matrimonio reñía: asunto de dineros, pues la mujer decía que el marido no le entregaba todo el suelo y el marido, que la mujer le negaba hasta para tabaco... Discusiones parecidas a las tormentas de verano que, una vez descargadas, desaparecen sin dejar huella, pero, mientras duran, alcanzan una virulencia de aquí te espero.

El alcalde, indiferente ante el asunto, asomó por la ventana y le dijo al marido:

—¿Qué promete para la fiesta de San Bernardo?

El otro, que perdía razón y pie en la discusión, se le encaró rabioso:

—¡Un demonio! ¡Eso es lo que yo prometo!

Y la mujer, por lo bajo:

—Llévenselo a él. ¡Buena pieza!

El alcalde, divertido, contestó con buen humo a su sobrino:

—Apunta: un diablo para San Bernardo.

Y pasó a la próxima casa en busca de vecinos más dadivosos y menos irascibles.


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Publicado el 20 de abril de 2022 por Edu Robsy.

Los Cazadores de Osos

Arturo Robsy


Cuento


Menorca, la bien arbolada, era una isla demasiado boscosa para el gusto de muchos campesinos que, poco a poco, la fueron talando para conseguir nuevas tierras de cultivo. Era Menorca tan pequeña que un palmo de terreno era indispensable para sembrar en él el trigo que los hombres se comerían vuelto pan, o el forraje que los hombres guisarían vuelto vaca.

Con esto fueron menguando los bosques, pero todavía eran formidables y espesos, porque el campesino se conforma con lo necesario y sólo mata en último extremo. Además, los labradores comprendían que aquellos árboles, casi azules, algodonosos, les sujetaban la tierra y les protegían los cultivos del díscolo Viento del Norte que, desde que la Isla fue Menorca, se había obstinado en arrancarla de su lugar a fuerza de grávidos soplidos.

Pero los hombres que durante tanto tiempo habían temido al bravucón Mediterráneo, aprendieron por fin la forma de dominarle por completo y se hicieron marineros. Y, por el mar, descubrieron el comercio, y, por el comercio, la riqueza y por la riqueza, volvieron sus ojos contra el bosque y decidieron que él se la proporcionaría toda de golpe.

Así comenzaron las grandes talas. Las cuadrillas empezaban al amanecer afilando las segures con sus piedras rojas, y, hasta la noche, en el bosque no se oía más que el ruido de las hachas cayendo contra las indefensos troncos rugosos, las voces "¡madera!" y el desgarrarse y troncharse de los árboles que caían abatidos.


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Dominio público
6 págs. / 10 minutos / 39 visitas.

Publicado el 28 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

Episodios Nacionales

Arturo Robsy


Cuento, crónica


Prologuito


Dicen algunos que soy muy observador. Mentira. Las cosas que veo es que están muy ahí, al alcance de cualquier ojo por miope o astigmático que sea, y, aún así, muchas se me pasan por alto, porque soy muy distraído y, entonces, me las tienen que contar para que pueda, por fin, olvidarlas cómodamente.

Otras, en cambio, no se me van de la cabeza y, cuando las comento, resulta que, a lo mejor, son falsas, lo cual es muy bueno para un tipo que se dedica a contar historias.

No soy metódico tampoco, pero, por juego, me molesto en llevar un par de ficheros y un cuaderno donde apunto y clasifico los pintoresquismos con los que me doy de bruces.

Tenía que titular de alguna forma este trabajito supletorio, que hago, generalmente, cuando paseo con la novia o me voy de picos pardos por las tabernas (que de todo hay en la viña del Señor). Y he aquí que le he puesto "Episodios Nacionales", porque contiene las bravas aventuras que todavía hoy se pueden correr en mi tierra, que, salvo excepciones, dignas del mayor respeto, es también la suya, lector.

Y, después de todo este prologuito, pasemos a las duras realidades, no sin advertir que algunas de ellas pueden ser falsas, bien porque me las contaron ya falsificadas, bien porque yo no resistí la tentación.


1.º— Tengo en mis manos un precioso panfleto verde que anuncia las fiestas de Alcaufar, esa cala incomparable que todavía no ha sido falsificada convenientemente. Quienes lo redactaron tenían un buen sentido del humor, un excelente sentido, que yo les agradezco. Así, anunciaban con simpatía:


"Grandes Fiestas en ALCAUFAR-CITY, 73."


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6 págs. / 11 minutos / 46 visitas.

Publicado el 28 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

El Primer Herrero

Arturo Robsy


Cuento


Aquellas viejas historias que la tele asesinó...


Hubo un tiempo en que Menorca no era nada. El Mediterráneo era un juvenil mar, más amigo de los díscolos vientos y de las turbias nubes que de cobijar a los hombres. Sólo algunos pescadores se aventuraban por sus riberas dispuestos a medirse con el joven mar desde la tierra: así nacieron los boliches y los palangres, ciertos tipos de nasas y las cañas de pescar.

Pero esto era insuficiente y el mar lo sabía y sonreía feliz en las crestas de sus más impresionantes olas: el hombre tardaría muchos, muchísimos años en aventajarle.

Hubo pues, un tiempo en el que Menorca no era nada. Su lugar lo ocupaban las espumas mediterráneas, los desbocados vientos, las lluvias del otoño y las familias de los animales marinos. Solamente mar y mar, sin tierra verde, sin algodonosos bosques de pinos, sin hombres sudando sobre los arados y sin calafates encaramados a las volcadas barcas.

El rey Pons, que buscaba reino, se asomó un día a las orillas del continente, al lugar preciso en que la piedra cede al mar violento y es arena y barro. Le alucinó el Mediterráneo; le llenó el alma de sal y, con la sal, de verdosas semillas de viento del norte y de prolongados espacios.

Y Pons ya no quiso ser rey más que de las olas y la espuma. Ya no quiso los imperios de la tierra firme, ni las fuerzas de la piedra, y pensó en Menorca, pero Menorca, amigos, no existía. Menorca no era nada: ¡Pobre rey Pons a punto de naufragar con sus ilusiones!

Pero el rey Pons, que buscaba reino, rodeó el mar y conoció a todos los hombres que vivían en sus orillas. Habló con los corredores de caballos de mar, con los pastores de delfines, con los inquietos buscadores de ágatas, con los tostados olivareros y hasta fue amigo de Festos, que por aquel entonces comenzaba a manejar los primeros rojizos metales.


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Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

Noctambulario de un Filósofo Pequeño

Arturo Robsy


Cuento


(Nótese que Azorín habló del "Pequeño Filósofo", pero que jamás hizo mención a los filósofos pequeños).


Martes, 25. La libre competencia

Si me viese en la necesidad de resumir el último siglo en un hecho esencial, no pensaría seguramente en las dos guerras europeas, ni en la española, ni en la bomba atómica, ni en Albertí (que sí es un "hecho esencial"). Simplemente contestaría: la Competencia.

Antes —y me refiero a un antes que no he vivido— no estábamos civilizados, ya que no conocíamos el cepillo de dientes, y suponíamos que el comprador, por el sólo hecho de pagar, tenía derecho a elegir calidad y a cerciorarse de la misma antes de soltar las macarias. ¿Verdad que es cómico?

El fabricante, el vendedor que no ofrecía calidad, ya podía ir encomendándose a Santa Bárbara y, en todo caso, haciendo las maletas para una instructiva y fructífera emigración a la Argentina o a Argel.

La gran lucha de los últimos cien años ha sido ésa, la de la Libre Competencia; la de arrebatar al consumidor sus caprichos y enseñarle a comprar lo que debe y no lo que quiere. A lo sumo, a enseñarle a querer los productos que el fabricante tiene en el mercado.

Muchos de mis lectores recordarán a aquellos magníficos viejos que se ataban los machos antes de hacer una compra y miraban y remiraban el artículo, le daban vueltas en la mano, preguntaban todas sus características al dependiente y, en la mayoría de los casos, exigían una demostración práctica.

¡Qué vergüenza si nosotros, en 1973, hiciéramos lo mismo! Hasta es posible que nos echaran del comercio y nos llamasen agarrados. Porque hoy es de buen tono entrar, coger la cosa a por la que vamos sin sacarla del embalaje de la fábrica y pagarla religiosamente.

No importa que, luego, la "cosa" en cuestión salga defectuosa o no sea de nuestro gusto: esto es la Libre Competencia.


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Publicado el 17 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

El Viejo y La Niña

Arturo Robsy


Cuento


Para María José y Gerardo


"Son otros tiempos donde el tiempo no parece no importar". — Oliverio Quintana.


El turismo siempre es una pobre solución a los problemas porque éstos se enquistan ardientemente bajo la piel y esperan con paciencia la hora ésa en que nos quedamos solos en la habitación del hotel o cuando, adormecidos, levantamos las fronteras entre actualidad y pasado.

En este sentido El Viejo era profundamente desgraciado a pesar de su máquina fotográfica colgada del hombro apaciblemente, a pesar de su sombrerito de palma, a pesar de sus brillantes pantalones veraniegos, a pesar de sus playeras blancas bien ajustadas a los pies y a pesar de sus paseos por ciudad y playa en busca de extraños opios que le descansasen.

Corrían los días de julio, cuando las orillas del mar empiezan a alcanzar su punto de saturación y el cielo es un espejuelo azul de aguas tranquilas e insípidas. El Viejo había venido a la Ciudad con su inevitable máquina fotográfica, con sus brillantes pantalones de verano y sus blancas playeras bien ajustadas.

Las ciudades tienen algo de cruel; algo de soledad mal compartida y peor respetada; algo de malsana curiosidad donde la gente busca a sus vecinos sólo para encontrar ejemplos de estolidez o apatía mayores que propias. Las ciudades tiene enormes bocas de asfalto que todo lo devoran, y no hay que dejarse engañar si vemos tal parterre de verde intento o tal macizo de flores coloreadas: sigue siendo La Ciudad y, por lo tanto, una Amenaza para corazones y sesos.


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Publicado el 25 de noviembre de 2021 por Edu Robsy.

La Parábola del Último

Arturo Robsy


Cuento


Para Elena Arias-Salgado Robsy


Cuando desperté nadie quedaba a mi alrededor. Todo había terminado, aunque no sabía muy bien en qué pudo consistir ese todo. Simplemente regresé del sueño como cada mañana. La boca pastosa me daba el informe general sobre mi cuerpo y me recordaba el festín de la noche anterior. Los ojos, entrecerrados todavía, me enviaban turbias imágenes del mundo. Las manos... bueno: las manos: sirven siempre para lo mismo al despertar: para rascarse y taparse los bostezos de la boca.

Un detalle más: estaba solo. Y esto lo supe nada más emerger del pegajoso sueño: fue una sensación automática como de despertar y saber que estás despierto. Bien: yo estaba, además, solo y no había remedio para ello. Debo avisar que, en un principio, me pareció de perlas.

He aquí que hoy no tendría que acudir al trabajo, por ejemplo. Para después, le había prometido a mi mujer llevarla de tiendas... ¡Imagínense! Dos o tres horas de inaplazable aburrimiento, diciendo que sí y esforzándome por atender a los dibujos y colores de los vestidos que ella me enseñaría. Dos o tres horas de viril soledad en lo profundo del más femenino de los mundos... También estaba el asunto del dentista, para el que tenía hora: ya no me dolía la muela que había que extraer, de modo que era bendición del cielo esto de haber despertado solo, solo, solo.

Vagueé cuanto pude en la cama. Probé todas las posturas del lado derecho y luego hice de ellas una versión libre en el izquierdo. Me abracé a la almohada. Me la puse, por fin, bajo los riñones y quedé todo lo arqueado que me permitió mi pobre columna vertebral. Repasé a tientas con el índice cada una de las molduras de la cabecera. Me destapé y me volví a tapar. Encendí un cigarrillo y pensé en la vez en que quemé todo un colchón y parte de mi codo. Entonces reconocí que me aburría y me puse a gritar.


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Publicado el 1 de septiembre de 2021 por Edu Robsy.

La Muerte Viene del Mar

Arturo Robsy


Cuento


Para María Teresa Arias-Salgado Robsy
(para que siempre siga respetando tantas pequeñas y utilísimas vidas).


En Tófol es viejo hace muchos años. Es uno de esos desafortunados hombres que sobreviven a su decrepitud y tienen la mala ocurrencia de ponerse a vivir años y más años mientras todo deja de ser lo que era. Así, hasta ochenta y cuatro años, tres meses y doce días: los de Tófol.

El día que se retiró los compañeros le hicieron una despedida: él era carpintero y se reunieron en el almacén con una botella de gin y muy buenos propósitos.

—Ahora —le dijeron— podrás descansar.

—Ahora —le explicaron— tendrás tiempo para tus cosas.

Pero olvidaron preguntarle si de verdad quería Tófol descansar o tener todo el tiempo del mundo. Le echaron simplemente. ¡Valiente cosa! La gente matándose por ahí y volviéndose necia para matar el tiempo. La gente gastándose dinero y más dinero para hacer algo mientras descansa, y a Tófol solamente le daban un traguito de gin, una palmada en la espalda y cuatro malas perras, "para tabaco", y para "ayudar un poco en casa".

—No nos sirves —le decían en realidad—. Ya no tienes las fuerza de hace veinte años. Ya no se te puede confiar la sierra grande. Ya no te van tan bien las manos. ¡A la calle!

¡Leche! Era cosa de parar un momento el carro de la edad y ponerse a hacer preguntas. Por ejemplo: ¿para qué exactamente se pasó trabajando cincuenta y cinco años? ¿Para quién? ¿Eh?. "Ya no nos sirves. ¡A la calle!". Tófol no estaba entonces tan viejo que no se diera cuenta de que algo fallaba en este asunto.

—Te quieren mientras les ganas dinero —sí, de acuerdo—. Pero tampoco sería lógico que te soportaran cuando eres un inútil. ¡Cuánta razón! ¡Cuánta verdad! ¡Leche...!


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6 págs. / 10 minutos / 52 visitas.

Publicado el 25 de julio de 2021 por Edu Robsy.

Toni

Arturo Robsy


Cuento


Para Ana María Arias-Salgado Robsy


Un amigo castellano me escribe a propósito de la geografía:

"El mar, con ser tanto y tenerlo tan en torno, necesariamente os ha de marcar..."

Y así es cuando lo pienso. El mar define muchas veces el carácter de quienes le tratan íntimamente. El mar poner en ellos una alegría bulliciosa, en ocasiones irresponsable, en ocasiones delicada. O una nostalgia especial, tranquila, buena para andar por los muelles o recargar pacientemente, sobre un noray, la enorme cazoleta de la pipa vieja.

El humor del mar es muy distinto al humor de la tierra seca (para bien o para mal), más variado, lleno de color, gesticulante. Con él algunos hombres se defendían de los piratas o se dedicaban ellos mismos a la piratería. Y con él, hoy en día, otros recorren las islas viviendo a salto de mata.

He conocido a varios de estos aventureros del Mediterráneo, gente amiga de la risa, de la discusión y de los gritos, pues para ser hombre de mar el Mediterráneo exige menos sobriedad e introversión que el Cantábrico, y más acción chispeante y burlesca...

Estoy convencido de que estos aventureros no buscan la felicidad como los demás mortales; ni siquiera oyen hablar de ella más que en los seriales de la radio, pero la alcanzan, en ocasiones, a fuerza de no preguntarse muy a menudo por lo que son y hacen.

Tuve un amigo así. Se llamaba Toni y era hombre taimado y mentiroso. Tan bebedor como mala cabeza, toda su vida fue ir trampeando de aquí y de allá, soportar bien merecidos arrestos, estafar a quienes se dejaban y rodar por las islas y el continente a bordo de cualquier tipo de embarcación aunque, últimamente, solía enrolarse de cocinero:

—A mi edad —decía— hay que mirar bien qué se come.


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Publicado el 24 de julio de 2021 por Edu Robsy.

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