Textos más vistos de Arturo Robsy | pág. 13

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autor: Arturo Robsy


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La Otra Vida de Franco

Arturo Robsy


Novela


A modo de prólogo

Estos son unos trozos de un libro empezado hace tiempo y con el que no me he dado prisa. Ahora, con la decadencia acelerada, comprendo que es el momento de acelerarlo. La historia consiste en que dos españoles de lo futuro llegan a casa de un Psicólogo del 2002 que ha escrito un libro sobre 150 maneras de acabar con el mundo. Quieren pedirle opinión, porque sus jefes han decidido llevarse los edificios notables de España, que, sin reparaciones desde tanto atrás, están cayendo en la ruina. Al Psicólogo no le gusta la idea y les propone conseguir que se reparen iglesias, catedrales, palacios, que él sabe quién lo hará. Es entonces cuando la máquina del tiempo entra en función y, frente a la antigua Dirección General de Seguridad, aparece un coche moderno, impensable en 1965, cargado de ingenios como videos, ordenadores, cámaras magnetoscópicas y otros asuntos increíbles, junto con libros de historia, periódicos, discursos desorejados... un retrato de la sociedad del 2002. Y Franco acaba elaborando un plan para proteger a la España malherida. El objetivo es demostrar que se podría gobernar bien sin cambiar la constitución y contemplar todo lo que es accesorio en nuestra sociedad actual.

En un rincón del alma

—¡Dios bendito! — dijo Longinos Limón del otro lado de sus labios. Echó a correr como pocos celadores del Museo del Pardo han logrado cuando todavía sonaba el primer «si» del Himno Nacional, alto como una cruz, . Venía de atrás, del cuartel silencioso, del cuartel que se había callado para siempre veintidós años atrás.


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Publicado el 1 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

La Parábola del Último

Arturo Robsy


Cuento


Para Elena Arias-Salgado Robsy


Cuando desperté nadie quedaba a mi alrededor. Todo había terminado, aunque no sabía muy bien en qué pudo consistir ese todo. Simplemente regresé del sueño como cada mañana. La boca pastosa me daba el informe general sobre mi cuerpo y me recordaba el festín de la noche anterior. Los ojos, entrecerrados todavía, me enviaban turbias imágenes del mundo. Las manos... bueno: las manos: sirven siempre para lo mismo al despertar: para rascarse y taparse los bostezos de la boca.

Un detalle más: estaba solo. Y esto lo supe nada más emerger del pegajoso sueño: fue una sensación automática como de despertar y saber que estás despierto. Bien: yo estaba, además, solo y no había remedio para ello. Debo avisar que, en un principio, me pareció de perlas.

He aquí que hoy no tendría que acudir al trabajo, por ejemplo. Para después, le había prometido a mi mujer llevarla de tiendas... ¡Imagínense! Dos o tres horas de inaplazable aburrimiento, diciendo que sí y esforzándome por atender a los dibujos y colores de los vestidos que ella me enseñaría. Dos o tres horas de viril soledad en lo profundo del más femenino de los mundos... También estaba el asunto del dentista, para el que tenía hora: ya no me dolía la muela que había que extraer, de modo que era bendición del cielo esto de haber despertado solo, solo, solo.

Vagueé cuanto pude en la cama. Probé todas las posturas del lado derecho y luego hice de ellas una versión libre en el izquierdo. Me abracé a la almohada. Me la puse, por fin, bajo los riñones y quedé todo lo arqueado que me permitió mi pobre columna vertebral. Repasé a tientas con el índice cada una de las molduras de la cabecera. Me destapé y me volví a tapar. Encendí un cigarrillo y pensé en la vez en que quemé todo un colchón y parte de mi codo. Entonces reconocí que me aburría y me puse a gritar.


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5 págs. / 9 minutos / 46 visitas.

Publicado el 1 de septiembre de 2021 por Edu Robsy.

La Soledad de Pepe

Arturo Robsy


Cuento


Hucha de Plata como finalista de la edición XXVI del Concurso Hucha de Oro de 1991, convocado por la Confederación Española de Cajas de Ahorro


José Álvarez Alto era, sin duda, Álvarez, pero no alto estrictamente. Tampoco era buena persona. Usaba navaja para limpiarse las uñas y otros quehaceres y, cuando no bebía en la tasca o discutía agriamente con cualquier próximo, se ganaba la vida sirlando.

Sirlar es un arte que necesita nervios de titanio, mala cara y, obligatoriamente, un fierro. Un fierro es una pistola o revólver. Si se tiene buena entraña, puede estar estropeado. Si uno es precavido, mejor que funcione, porque a veces los ciudadanos no se dejan sirlar, o sea, se defienden, malditos sean, llenos de apego a los bienes materiales.

Pero José Álvarez Alto, (a) Pepe, era de mala sangre. Sirlaba a amigos y enemigos. Con entusiasmo. Luego, cuando cogía un mal extraño que él llamaba la mona, rompía billetes o los quemaba mientras profería maldiciones que le pintaban bravo.

Un lunes en que no debía de tener la cabeza despejada de la última mona, le dejaron seco al lado mismo de la Telefónica. De espaldas contra la pared, plegado, quedó caído Pepe con los ojos abiertos, una mano en el pecho, por debajo de la cazadora vaquera, y la otra, palma al cielo, sobre los mismos gunguis, como él llamó en vida a los atributos que le habían hecho el terror del barrio. Muerto y todo miraba mal, el condenado.

Ajena a los problemas del caído Pepe, Madrid se desperezaba y, en forma ya, ponía en marcha sus grandes motores para bombear miles de gentes por las calles. José Álvarez Alto, una mano en el pecho y otra sobre los gunguis, las contemplaba con sus ojos ciegos, amorugado en un silencio que ya no rompería y envuelto por los ruidos de la humanidad con prisa.


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Publicado el 21 de abril de 2016 por Edu Robsy.

La Última Historia

Arturo Robsy


Cuento


Hoy, el Ángel ha llegado a las dies y cuarto de la mañana. Lleva seis días haciéndolo, y ya los más puntillosos han comentado su falta de puntualidad: un Ángel no puede retrasarse quince minutos bajo ninguna excusa.

Los niños le tiran piedras, pero él, sonriendo, aguanta firme y no cede. Se va a posar en lo alto de la Cibeles y se está un par de horas con las alas plegadas y los brazos sobre el estómago. Ahora ya no hace nada; antes hablaba, pero actualmente se limita a mirarnos y a sonreír, como quien hace muecas. (¿Tendrán músculos cigomáticos los ángeles?)

La primera vez, un guardia le quiso quitar de ahí, pero unas viejecitas piadosas lo impidieron. Dijeron que no hacía mal y nadie y que, en el fondo, era bonito: con esto y lo otro (o lo otro y esto) armaron tal alboroto que el guardia tuvo que dejarlo estas, ¡y desde entonces!

Han pasado, pues, seis días y hay quien afirma que la cosa va en serio. Pero, mientras quedamos en algo, ahí están los niños tirándole piedras y caramelos, y el policía mirándole de reojo, entre frustrado y vengativo.

De vez en cuando llegan los de la Televisión y hablan un poco con él y los periodistas, y luego se burlan todos, aunque ya no piensan que sea un señor disfrazado, porque le han visto volar por su cuenta.

Un director de cine sueco llegó el segundo día y está haciendo una película abstracta: la Prensa dice que el peliculero quiere crear un simbolismo entre la civilización y la dulce Arcadia o el Edén, para que los hombres comprendan la de cosas que se han perdido al nacer en la sociedad de consumo.


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3 págs. / 6 minutos / 66 visitas.

Publicado el 15 de septiembre de 2018 por Edu Robsy.

La Vulgata de Don Javier

Arturo Robsy


Cuento


(Prohombre)


La apariencia de don Javier

Don Javier es una gran alma remetida, también en un gran cuerpo. Tiene la estructura del atleta y el talento del científico. Sus manos, donde sólo brilla el anillo de boda (oro vulgar y en círculo), son manos agudas de hombre que piensa, son los dedos teñidos de nicotina. Son unas bellas manos que él utiliza para hablar, para meditar, para acercarse a sus semejantes y demostrarse afecto e indiferencia. El pelo, bien peinado, es rojo y la boca, carnosa, amiga de la sonrisa y llena de voluntad: ancha, saliente como su barbilla. don Javier va al gimnasio dos veces por semana. Dice sobre esto: "es un crimen perder el humor y el talento a causa de un dolor reumático". Tiene razón.


Las frases de don Javier

Don Javier es un hombre de frases. La genialidad es natural en él y jamás, al hablar, trata de influir en las opiniones del otro; dice, simplemente, sus cosas mientras fuma o mientras sonríe. Nada más. En una ocasión me explicó: "hablar de la muerte produce silencio", y, en otra: "Cuando un hombre está solo, también puede ser solo, de forma que la soledad pasa a ser un modelo más de vida que es imposible desechar". Sin embargo don Javier no es un solitario: vive en una casita cómoda con su mujer y sus cuatro hijos.


La familia de don Javier

Don Javier llega a su casa. En la fábrica hay no sé qué problemas que se le llevan la atención: cosas de máximos y mínimos, y algo de un ingeniero que se equivocó en la elección de niveles para el último producto. Un niño, en un rincón, hace pucheros con los labios contraídos. "El pero es m'ha escapao" —dice. don Javier toma un tebeo para leérselo, lo piensa mejor y llama a su mujer:

—Juega un poco con ellas —le dice.

Pero la mujer acaba de bañar al más pequeño y no tiene ganas.


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Publicado el 1 de mayo de 2022 por Edu Robsy.

Largas Vacaciones

Arturo Robsy


Cuento


— Santo Padre — dijo mi hijo, que ha aprendido a seguir mi humor primaveral y festivo — ¿Por qué no me cuentas un cuento de los tuyos?

"De los míos" quiere decir un cuento desconocido, un cuento nuevo y, a ser posible, enredado; de ésos que solemos inventar los padres cuando tenemos tiempo o cuando seguimos conservando el alma deslumbrada y mágica de los niños.

— Érase una vez... — empecé sin hacer más comentarios.

— Ése ya me lo sé. — me interrumpió el niño — Hay cuentos que empiezan con "Érase una vez" y otros con "Esto era", y hasta he leído uno que dice "Tenéis que saber que...". Yo quiero un cuento moderno.

— Pues a mí me gustan los antiguos, con lobos y caperucitas y ogros y gigantes y princesas. ¿Te he contado alguna vez lo que me pasó el primer día de Primavera?

Dijo que no el chico, así que puse en marcha el motor de la fantasía y, poco a poco, fui soltando el embrague:

— El mundo no es exactamente como parece. Ya sabes que todas las cosas están formadas por átomos que bailan, por ejemplo, y tú no las ves así. Pues lo mismo pasa con la Primavera.

Verás: en la Primavera el aire empieza a hacerse tibio y cuando te da en la cara parece que te roce un pañuelo de seda. Además, se llena todo de flores: hay flores complicadas, difíciles, yo diría que hasta orgullosas, como las rosas, que serían flores de postín. También hay flores modestas, calladas y buenas chicas, como las margaritas, que no tienen perfume, pero sirven, por ejemplo, para que los enamorados les arranquen los pétalos blancos diciendo: "sí me quiere; no me quiere".


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Publicado el 12 de abril de 2017 por Edu Robsy.

Las Cuatro Verdades

Arturo Robsy


Cuento


El día, lleno de sol, avanzaba como una flecha en el aire. Dios había puesto en la mañana sonrisas, brisa, juego de niños, música lejana y paseos de enamorados. El polen, enterado de la llegada de la primavera, procuraba expandirse por cuantos metros cúbicos estaban a su alcance, mientras la buena gente empezaba a advertir algo de envidiable en las sombras frescas.

Julián también participaba de todo esto. Cruzaba el decorado con una sonrisa, convencido de que hay días que justifican una vida. De tanto en tanto, hinchaba el pecho para que el oxígeno corriera a sus anchas por las venas. Movía con vigor los brazos; caminaba con la alegría del deportista bien entrenado y permitía que su mente se sacudiera las brumas del invierno y del televisor tarareando una canción ligeramente parecida al brindis de La Traviata.

No sabía si atribuir la euforia al cambio de estación o al chato recién tomado con los amigos, sobre crujientes cáscaras de mejillones. Ni siquiera le enfriaba la idea de llegar a casa y ser olfateado por su suegra, empeñada en demostrar al vecindario que Julián era un dipsómano peligroso.

Cuando ella olfateaba, él contenía el aliento hasta que conseguía parapetarse tras el periódico. Así cobijado, elaboraba pensamientos malignos que solían dar a la mujer un fin acorde con sus merecimientos. Muy doloroso.

Pero aquel mediodía Julián corrió en busca de la suegra y le echó el aliento a la cara, deseoso de colaborar con sus prácticas policíacas y, si Dios lo quería, transmitirle algún virus.

—Huele bien, ¿verdad? Ëchele la culpa a don Federico Paternina, que es un diablo. —exclamó, dispuesto a decir la verdad— Cuando su marido cogía la cogorza usaba género de peor calidad.

Meditó un poco, en busca de la palabra alada y fugitiva. No era "vieja bruja".

—Urraca. —dijo al fin.— Graja.


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Publicado el 10 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Leyenda Marítima

Arturo Robsy


Cuento


Para Elisa Pons, en mutuo recuerdo de Neruda.
 

Al Juanón se le despertó el hambre de mar y cuando no pudo llevarla más bajo el pecho, se echó a los caminos. Los andaba con el corazón saltándole por las acequias y la cabeza imaginándole desconocidos espectáculos. Tenía hambre de mar: una enfermedad que los médicos no curan ni siquiera distinguen en sus laboriosos análisis, y que no acusan ni los leucocitos ni los eosinófilos.

Tenía hambre de mar: algo tan común que por ella vino al mundo América, o nacieron mitos tan enormes como el de la Atlántida. Juanón, claro, no sabía los antecedentes de su mal, y se limitaba a seguir el camino cantando poquito a poco las canciones de su repertorio para que, así, le durasen más y estar acompañado.

Antes, cuando estaban en su casa, fue un muchacho normal hasta que llegó un hombre al pueblo hablando del mar. Traía los ojos claros de tanto mirarlo, y las manos grises, con brillos, que es el efecto del agua salada; y el cabello lanzado hacia el cielo, espeso y profundo, que es como, según cuentan, se pone el cabello a las orillas. Decía que el mar era lo más grande y lo más azul de la creación. Decía que los peces curiosos se asomaban a la superficie para hablar con los pescadores y que era raro encontrar algunos que conocían tu idioma.


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Publicado el 15 de julio de 2019 por Edu Robsy.

Libertad

Arturo Robsy


Cuento


Generalito Romero era delgado y nervioso y recordaba vagamente al gallo de pelea. Tenía ojos fieros y tras ellos ardía el amor a la Patria. A veces, cuando tomaba de más, el amor se le escapaba por la boca y proclamaba sus deseos de hacer un mundo mejor siguiendo unos planos urdidos por él en noches de claro en claro.

La Sociologic Research, benéfica empresa gringa, oyó aquellos cánticos patrióticos y fue a ver a Generalito Romero en su cuartel. Si él quería una Patria mejor y más moderna, la Sociologic Research también, pero con condiciones: le permitirían hacer tantas encuestas como quisiera.

Generalito Romeo, hombre del pueblo pero no para el pueblo, disponía de la División de Carros. ¿Qué tenía la Sociologic? Dinero y la seguridad de que no habría un boicot internacional, porque algo debía ajustarse antes de seguir hablando: Romero y Sociologic iban a hacer una verdadera democracia. En aquella tierra de dos millones de almas todos serían ricos y felices.

—¿Ricos? —dijo Generalito, que consideraba que la riqueza corrompe las sanas costumbres del pueblo.

—Es un decir: con una mano se lo daremos y con la otra se lo tomaremos. Pagarán más impuestos y comprarán las cosas más caras, pero serán ricos.

El objetivo de la Sociologic Research era crear la réplica de un típico Estado de la Unión: el mismo nivel de vida, las mismas costumbres, idéntica comida, empaquetada en plástico, semejantes películas y canales de televisión. También habría que meter la famosa religión electrónica por TV.

Generalito Romero, como futuro benefactor de la humanidad, no aprobaba el cambio de credo. Los curas se le alborotarían.

—Bah, bah. —dijo la Sociologic con calma— Se les enseña a desear más dinero, a cantar en las iglesias y todo lo demás sirve. Ellos se seguirán llamando católicos, pero serán protestantes.

—Si es así...


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Publicado el 21 de abril de 2016 por Edu Robsy.

Los Bienaventurados

Arturo Robsy


Cuento


No dejéis a los niños sin justicia ni sin pan. —Proverbio francés.


Desde el Paraíso la Tierra se ve con una extraña y reconfortante forma de manzana, que hace olvidar a los bienaventurados que, allá abajo, continúan todavía los problemas de su época. En ocasiones, gustan de elucubrar sobre el destino del mundo si tal o cual cosa no hubiese sucedido.

—Si Ciro no hubiese nacido...

—Si Alejandro no hubiese muerto...

—Si César no hubiese pasado el Rubicón...

—¿Quién me iba a decir a mí que las ideas de aquel teniente de artillería tardarían tanto en apagarse? Si Napoleón no hubiese...

Eran distracciones de las buenas gentes, que, pese a ser inmensamente felices, pensaban todavía en la Tierra y se sentían, a veces, dominadas por la nostalgia. Por eso el Buen Dios que todo lo comprendía, les dio la facultad de contemplar de cerca a los mortales y, en ocasiones, hasta captaban retazos de sus conversaciones. Lo que invariablemente sí llegaba hasta sus oídos era el fragor de los tiroteos o el estallido de las enormes bombas, y ellos, meneando tristemente la cabeza, murmuraban:

—Siguen todavía. Siguen todavía.

Pero incluso en su queja había una sagrada inconsciencia, una falta de miedo por el destino de la humanidad, ya que morir, ¿qué significaba en un lugar como el paraíso? ¿Acaso no habían muerto ellos? Deploraban que los hombres diesen tanta importancia a cosas evidentemente secundarias, como la vida y la muerte. Un aspecto peor del mismo problema era que se atentase contra la vida de los genios o se condenara al ostracismo al eminente físico que no quiso hacer, por ejemplo, una nueva bomba. Y, también, sufrían por la falta de fe de los hombres, y por sus vicios... hubieran querido encontrar un modo de convencer a toda la humanidad para que abandonase sus errores.


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Publicado el 13 de mayo de 2022 por Edu Robsy.

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