Textos peor valorados de Arturo Robsy | pág. 18

Mostrando 171 a 178 de 178 textos encontrados.


Buscador de títulos

autor: Arturo Robsy


1415161718

Caperucita Roja en el Tren

Arturo Robsy


Cuento


Anochecía en la estación y la gente, entre dos luces, resoplaba arrastrando las maletas. ¿Me hace el favor? ¿El tren para tal sitio? ¿Sí, dónde está? ... Al final de cada vía carteles luminosos explicaban, más o menos confusamente, la hora de salida y el destino.

Era la hora punta de los abre coches, de los mozos-que-buscan-taxi y, en general, de toda la fauna y flora de pseudo-desocupados que viven a costa del viajero vergonzoso. ¿Y qué le doy a éste por abrirme la puerta del coche? ¿Cinco duros? ¿Y a éste que llama al taxi al tiempo que yo y que corre tras él agitando los brazos hasta que frena? ¿Otros cinco? ¿Y al que se empeña en cogerme la maleta, casi en arrancármela de la mano? ¿Lo mismo?

¡Dios qué caros salen los viajes! Los altavoces zumban con sintonía mecánica y desafinada: "el tren expreso con destino a Barcelona, que tiene su salida a las veinte quince, se encuentra situado en la vía seis". Qué bien. Los obreros que conducen sus mulas mecánicas cargadas de equipajes sortean público y, a veces, solo por pura diversión frenan ostensiblemente: "¡atontao! —dicen— ¿No ve usted que paso?".

Muy bien, muy bien: así son las estaciones y, forzosamente, se debe atravesar toda esa confusa jungla antes de encontrarse al relativo amparo del departamento. Por supuesto que, a la puerta de cada coche, un señor con gorra de plato vuelve a arrebatar la maleta del viajero y, por otros cinco duros, se la coloca en la seguridad del maletero. Por menos de veinte duros en total (taxis aparte) uno no se sube al tren.

El soltero los pagó y se refugió en el departamento dispuesto a leer la revista humorística recién comprada y a quedarse dormido después ojeando una antología de relatos de miedo. Se las prometía felices cuando entró una señora con tres niños colgados de la falda. Acomodaron su equipaje, se libraron de sus abrigos, le dieron las buenas tardes y...


Leer / Descargar texto

Licencia limitada
8 págs. / 14 minutos / 151 visitas.

Publicado el 15 de junio de 2019 por Edu Robsy.

Enrique Libre Pons No Irá al Paraíso

Arturo Robsy


Cuento


Enrique Libre Pons no irá al Paraíso. Así se ha decidido.

Sin equivocarnos, podríamos echar la culpa a sus muchos pecados. Amaba, por ejemplo, con fundir a las jovencitas retándolas a repetir, a toda velocidad, "del coro al caño y del caño al coro", en espera de que se les trabucase alguna vocal entre coro y caño y resultara una palabra contra la moral.

Daba extraños consejos a los amigos, siempre con aquel tono entre burlón e incitante de marginado social: "no pongas un solo cojín en la bandeja de tu coche —decía—: pon dos y bien grandes y hermosotes. Así, cuando pases por ahí la gente podrá comentar: ¡vaya dos cojines que tiene el tipo! Algo es algo, ¿no?"

Predicaba alegremente en el desierto y encontraba divertidas las angustias que a los hombres les calientan el vientre y les hacen sentir la infelicidad de su especie. A un amigo le dijo en cierta ocasión, a raíz de una historia morbosa que acababa de contarle: "si la vecina de enfrente duerme con las ventanas abiertas, ve al oculista o aprende a respetar la intimidad. Todos, bajo los vestidos o tras de las paredes, estamos igualmente desnudos. Pienso que existen más de mil novecientos millones de cosas como las que ves en tu vecina, por muy redonditas y tersas que te parezcan".

A principios de año jugaba a desanimar. "Año nuevo, vida nueva —explicaba—. Pero como tu vida no va a cambiar mientras no lo haga la de tu vecino, si de verdad te interesa ser otro, vivir de distinta manera, pertenecerte o ensayar una nueva forma de ser feliz, aléjate de él. Vete a los espacios libres. Hazte jipi (hippie) o vagabundo. ¿Por qué no? Y, si no te interesa, ya es otra cosa: no digas año nuevo, vida nueva".


Leer / Descargar texto

Licencia limitada
7 págs. / 12 minutos / 50 visitas.

Publicado el 6 de septiembre de 2020 por Edu Robsy.

El Cuento de la Puñeta

Arturo Robsy


Cuento


Soy un hombre del camino: mi oficio es el más viejo, que, según dicen los letrados, la gente, antes de afincarse y poner casas en los campos sembrados, iba de lado a lado con sus cosas y se le daba una higa el asunto del municipio, la luz, las alcantarillas o el Alcalde.

Verán: soy un hombre pobre, pero respetuoso. Aquí, a mi lado, tengo mis riquezas (que lo son realmente) y con ellas voy de acá para allá malviviendo el tiempo. Si alguien me preguntara (que nadie lo hace, claro) le contestaría que no busco la felicidad. Estoy bien así; no me sobra nada y, como me faltan muchas cosas, pues tengo todavía ilusiones. No como Miguel, mi primo, que tiene coche y televisión y viste de corbata. Tampoco él es feliz, naturalmente, pero, además, para pagarse el coche y el televisor y la mujer y las corbatas se pasa todo el día amarrado al trabajo, tanto que, para consolarse, va diciendo que el trabajo dignifica y eleva y da prestigio, cuando la verdad es que el trabajo sólo cansa y pone de mal humor y acorta la vida. Lo demás, las morales de faena, son artimañas inventadas por los que hacen trabajar a tipos como mi primo, y por mi primo mismo, que no quiere pensar que es un fracasado.

¿Por dónde iba? Sí, que mis riquezas están aquí, conmigo: mi bicicleta, las alforjas con el pan; el espejo, el peine y la maquinilla; mis cigarrillos y el tabardo. Y, en el bolsillo, el tintineo de las últimas monedas. En un pueblo de los cercanos trabajaré una chispita y ¡a vivir! Ahora es el tiempo de la siega y siempre hacen falta jornaleros pese a los tractores y demás, que hay cosas que sólo un hombre puede hacer, como dar lumbre al pitillo del capataz o comentarle que, gracias a Dios, no vendrá la lluvia mientras las gavillas estén sobre la tierra.


Leer / Descargar texto

Licencia limitada
6 págs. / 10 minutos / 76 visitas.

Publicado el 20 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Lea y Hágase Rico, Según su Coveniencia

Arturo Robsy


Artículo, humor


"La riqueza no es una situación. Es una forma de ser". Que diría aquel.

La duración del aburrimiento

La vida media del hombre (70 años) abarca un período de 25 mil 550 días, cifra más que reducida al comprarla con las que se barajan semanalmente en las quinielas y en la lotería.

Suponiendo que ese mismo hombre venga a ganar una media de 15.000 pesetas mensuales durante toda su vida, resulta que ha gastado (o ahorrado) un mínimo de 12 millones y medio de pesetas, que son 500 por día.

Saquemos algunas consecuencias: quinientas pesetas diarias durante veinticinco mil quinientos días, suponiendo que los precios no suban demasiado dan para vivir muy justos y nada más. Ahora bien, si a cada ciudadano se le entregara (al llegar a su mayoría de edad, por ejemplo) la bonita cifra de doce millones y medio de pesetas que equivalen a los beneficios de toda la vida, ¿qué sucedería?

Varias cosas, claro. La primera, que tendríamos un nuevo millonario. La segunda, que el ciudadano en cuestión dispondría de un capital real con el que maniobrar y establecerse. La tercera, que se iría al diablo una gran parte de la sociedad actual y que, por lo tanto, volverían los tiempos de la escasez y del hambre. La cuarta, que el mundo está estudiado para que haya pocos ricos y muchos pobres, porque, si no, nadie trabajaría. Y la quina, a modo de consecuencia, es que el noventa por cien de los hombres comerciamos y especulamos con nuestra persona, mientras el 10 por 100 restante especula y comercia también con la nuestra y no con la suya.

Y, en suma, veinticinco mil quinientos días no se pasan así como así: son largos aunque vengan repetidos. Son penosos, aunque se les cuente por meses. Son productivos, aunque uno de cada siete sea de holganza. Parados los primeros tres mil quinientos (3.650 exactamente), que corresponden a la niñez consciente, desaparecen la mayor parte de las sorpresas de la vida.


Leer / Descargar texto

Licencia limitada
7 págs. / 12 minutos / 377 visitas.

Publicado el 10 de septiembre de 2020 por Edu Robsy.

4 Cuentecillos - 1 Extravagancia

Arturo Robsy


Cuento


I. Viejo

El viejo, al sol, sentado en el poyo de la puerta, no tiene melancolía ninguna por lo que ve. Con la boina sobre las cejas mira tranquilamente el huertecillo y fuma cigarrillos liados, pues tuvo que prescindir de los que él mismo se hacía a causa de la artritis de sus dedos.

El mundo tanto puede ir bien como mal por lo que a él respecta. Todas las mañanas se despierta con el alba, y de noche en invierno, porque tiene el sueño ligero y también viejo. Pide el caldito caliente y un sorbo de gin para el frío, o para el calor en verano, porque el gin tiene especiales poderes y tanto calienta como refresca. Después, trastea en el almacén; une sus interminables ovillos de cordelillos que recoge aquí y allá; afila la navajita, casi comida, que le ha acompañado en los últimos treinta años; piensa en la cuerda, aquella colgada del garabato, que él compró antes de la guerra a un pescador que las hacía. Y , luego, al poyo de la puerta, al sol que le embriaga y a la indiferencia por tanta tierra y tanto cielo como le envuelven.

A veces —muy pocas— desciende hasta las palabras y explica algo. Oyéndole, pocos podrían decir si es entonces cuando vuelve a la realidad o cuando sale de ella, porque el viejo es todo igual, del mismo color; seco, apenas piel quemada y arrugas secas.

Y el viejo, mientras la hija hace el sofrito del "oliaigua", me señala una higuera donde duermen por la noche los pavos y, después, la pared con musgo centenario que se recoge sólo para el belén de los nietos. Se encoge de hombros y da a entender que nada de aquello le pertenece ya. Sólo quizá, siente haber dejado su vida enredada en cosas tan sin importancia como la reja del arado, los mangos de las azadas, las puntas de los bieldos o la vertedera...

Le digo, pues, cualquiera de las memeces que sobre la juventud se dicen a los viejos y él ríe.


Leer / Descargar texto

Licencia limitada
7 págs. / 13 minutos / 468 visitas.

Publicado el 1 de mayo de 2022 por Edu Robsy.

La Sobreinformación como Manipulación

Arturo Robsy


Ensayo, artículo


Cuando abrimos un periódico, cuando conectamos un televisor o escuchamos un diario hablado radiofónico, accedemos a una especie de instantánea de nuestro mundo y nos vemos rodeados por la información más actual. O eso tendemos a creer.

Sabemos, simultáneamente, lo que está sucediendo en Filipinas, en Corea, en Nueva York o en Santiago de Chile, aunque ello nos obliga a enterarnos menos de lo que hace nuestro vecino. Oímos, en ocasiones, las voces de los protagonistas de la actualidad y hasta velamos sus cadáveres en la pantalla. Conocemos muy especialmente las desgracias que caen, con regularidad y mala entraña, sobre la humanidad rica y sobre la humanidad pobre.

Casi es posible afirmar que disponemos de un exceso de información. Un hombre que lea un periódico al día, vea un telediario al día y oiga un diario hablado al día, recibe algo más de trescientas noticias interesantes, entre sucesos, catástrofes y declaraciones de personalidades.

Con semejantes fuentes, no es raro que el hombre de hoy tienda a creerse conocedor de la sociedad en la que vive. Mucho más que lo fueron los hombres de las generaciones anteriores, de los siglos anteriores, cuando el mundo era todavía grande y distintas las formas de vivir y de pensar.

La información masiva es un hecho, tanto si se considera el número de personas que se informa diariamente sobre el mundo que les rodea como si se atiende a la cantidad de información que, consciente e inconsciente, recibimos al cabo del día. En ambos casos, este es el mundo de la información y, quizá, ella se ha convertido en uno de sus vínculos fundamentales.


Leer / Descargar texto

Licencia limitada
8 págs. / 14 minutos / 215 visitas.

Publicado el 2 de septiembre de 2024 por Edu Robsy.

Nuevo Guiñol

Arturo Robsy


Cuento


Mi hijo, ocho años transfigurados en treinta y dos kilos de buena carne española, ha traído hoy un muñeco de guiñol hecho en el colegio: una pelota de papel con gafas y melenas de algodón en torno a un tubo de cartón por donde se mete el índice.

Los ojos no están muy bien —me explica— pero por el pelo se nota que es del tiempo de las pelucas blancas. ¿Qué son polvos de arroz?

Mi hijo no confía en la maestra, que le ha explicado que con el arroz se hacían polvos para blanquear las pelucas. Paella, sí, y arroz a la cubana y con leche: todo eso entra dentro de la lógica, pero si cree lo de los polvos, el espíritu se debilita.

De lo negro de la cartera ha salido después un cucurucho de papel arrugado: es el presunto vestido:

—Se sacan los dedos por estos agujeros, ¿ves, papá? Y se mete el cuello por el centro... ¡Tatatáaa!

—Tatatáaa... —trompeteo también yo, porque soy hombre melómano.

—Si me ayudas a hacer el teatro y diez muñecos más, te daré una función. Pero rápido.

Mi hijo lo es también del siglo y, por algún resquicio de su infancia, se le cuelan la velocidad y las prisas de los mayores, eso de que vivir es una carrera contra reloj y las demás ideas que tendrían que ser pecado. Cuando tenga bigote será un poco menos mi hijo, sin duda, y también habrá descubierto que yo no soy un dios, y a mi me gusta ser dios por las tardes, cuando él regresa a casa.


Leer / Descargar texto

Licencia limitada
7 págs. / 12 minutos / 131 visitas.

Publicado el 8 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Cómo Ser un Sinvergüenza con las Señoras

Arturo Robsy


Novela, Cuento, Manual


PRINCIPIO Y JUSTIFICACIÓN

Eran las nueve y media de agosto o, para ser precisos, de una noche del mes de agosto. Felipe, Jorge y yo acabábamos de salir del gimnasio, de una sesión de karate en la que el profesor nos había demostrado, de palabra y de obra, cuánto nos faltaba para llegar a maestros.

Aceptablemente apaleados, decidimos llegar hasta una playa cercana a procurarnos cualquier anestésico en vaso para combatir los dolores físicos y morales y, de paso, disfrutar del clima, de la flora y de la fauna.

Yo era entonces —y aún se mantiene la circunstancia— el mayor de los tres y, por lo tanto, el experto. Además, después de hora y media de karate me sentía por encima de las pasiones humanas o, mejor dicho, por debajo de los mínimos exigibles para cualquier hazaña.

Nos estábamos en la barra, rodeados de cerveza casi por todas partes, cuando llegaron dos inglesitas, jovencísimas aunque perfectamente terminadas para la dura competencia de la especie. Felipe y Jorge sintieron pronto el magnetismo y, cuando vieron que ocupaban una mesa solas, saltaron hacia ellas entre cánticos de victoria y ruidos de la selva.

Las muchachas, que sin duda habían oído hablar de los latin lovers y otras especies en extinción, les acogieron, se dejaron invitar y mantuvieron una penosa conversación chapurreada.

A distancia, yo vigilaba la técnica de mis amigos. ¡Bah! Todo se reducía a ¿de dónde eres?, ¿cuándo has llegado?, ¿qué estudias? y ¿te gusta España? Se me escapaba cómo pensaban seducir a las chicas con semejante conversación.

Gracias a la distancia —y, quizá, a la cerveza que seguía rodeándome observé que las extranjeras estaban repletas hasta los bordes de los mismos pensamientos que mis amigos: cuatro personas, como aquel que dice, pero una sola idea: ¿Cómo hacer para tener una aventurita?


Leer / Descargar texto

Licencia limitada
111 págs. / 3 horas, 15 minutos / 1.104 visitas.

Publicado el 8 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

1415161718