Textos más populares este mes de Arturo Robsy | pág. 10

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autor: Arturo Robsy


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El Fantasma de Blandings

Arturo Robsy


Novela


Prólogo

"El fantasma de Blandings" es una auténtica y original novela de Pseudo Wodehouse. Se trata de aliviar al aficionado que no encuentra más que libros cuyos derechos de autor se han caducado. Muy buenos libros de P.G. Wodehouse, pero aquel talentazo ha emigrado a otros mundos y no parece que tenga ganas de escribir más, por el momento.

Se salvan las dificultades pero se advierte que el autor de esta novela, que va a ser escrita ante sus ojos asombrados, es sólo un aficionado que, al no hallar más libros del genial Wodehouse, se los escribe para uso doméstico y para vivir en la permanente compañía de Lord Emsworth, de su hijo Freddie, de la Emperatriz, de Dunstable, de Bertie, de Jeeves, de Lord Tilbury, y de todas las imposturas que se suceden en el Castillo de Blandings. ¡Aquel Baxter! ¡Aquella Lavender! ¡El pillo de Lord Tílbury, conocido como "maloliente" por el singular Galahad! Qué tiempos ésos que nunca pasan.

Primera entrega

Con un rápido giro hacia el sur, el sol inundó Convent Garden y cayó de lleno sobre la esbelta figura de Frederick Altamond Cornwallis Twistleton, quinto conde de Ickenham, que rondaba por los alrededores seguido por su sobrino Pongo, del que es posible obtener informes en el Drones Club, si se pregunta por Oofy Prooser.

En otros tiempos, tío y sobrino corrieron a velocidad de crucero emocionantes aventuras, aprovechando los rayos de luz que en Londres estimulan la fantasía de los condes. Como cuando se hicieron pasar por pedicuros de loros y arreglaron una familia en descomposición.


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19 págs. / 34 minutos / 81 visitas.

Publicado el 9 de abril de 2019 por Edu Robsy.

El Antifeminista

Arturo Robsy


Cuento


"Una mujer es una maravilla, pero es preciso acostumbrarse a ella".

—Aforismo grabado en Chichén Itzá.
 

Don Julián golpeó la mesa del casino con el puño; se hubiera puesto rojo de ira de permitírselo el médico, pero su presión arterial era demasiado elevada y tuvo que dejarlo correr.

—No hay derecho —dijo. Las mujeres de hoy en día no son mujeres ni son nada.

Los compañeros le dieron la razón: quién más quién menos tenía una esposa, una novia, o una hija de las que se ponen pantalones (¡Qué ricas!) y fuman tabaco negro.

Don Julián, satisfecho, se lanzó a una exploración del mundo femenino y afirmó que el destino de la mujer era:

a) El Matrimonio.
b) La cocina.
c) Las zapatillas del marido. Y
d) La cama.

Ideas que, por lo antediluvianas, resultaron ser originales en un mundo tan progresista como el nuestro.

Posteriormente, Don Julián arremetió contra las modas en general y contra los modistos en particular:

—Se visten para estar más feas —decía. Y es que a él, como a casi todos, le gestaban más desnudas.

Y luego elucubró largamente sobre las carnes femeninas: En sus tiempos —opinaba— una mujer necesitaba kilos y no los ojos pintados. Hoy en día están tan flacas que el primitivo encanto de las caderas opulentas y los pechos abultados se ha perdido.

Aquí hizo un inciso —nuevo puñetazo sobre la mesa— y, aprovechó para dedicar sus florilegios a otros individuos:

—¿Y de quién es la culpa? —preguntó—. ¡De la juventud! ¡Y de los médicos!. "Kilos de menos, años de más", dicen... ¡Bah!

Y es que Don Julián era un inconformista convencido que, puestos a embestir, no respetaba ni la ciencia: él —en suma— lo que deseaba era volver a los tiempos de su juventud, cuando las "Chicas Topolino" lucían sus bien distribuidas carnes y no sabían nada de dietética.


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3 págs. / 6 minutos / 111 visitas.

Publicado el 23 de marzo de 2019 por Edu Robsy.

El Ocaso

Arturo Robsy


Cuento


El mar, sobre la barra de arena negra. Sobre el mar, ensangrentándole, dándole la púrpura y el clavel, el líquido y la sangre, el sol redondo, el sol enorme, muerto. Tal vez dormido. Cansado de un día de jornal y de sudores, de astronautas y telescopios, de sondas y ecuaciones, de hidrógenos y teorías.

Turismo, si queréis, de invierno: y turismo pobre, turismo social, con excusas para guardar el dinero y pagarse alojamientos baratos. El pueblecito, redondo, a dos palmos de la playa y a un tiro del mar. Blanco y rojizo, oscuro bajo la próxima noche, resbaladizo en la tiniebla, silencioso, típico.

El turista, nacional. Mozo alto, aburrido, que un día terminará oposiciones y que ahora juega a la aventura del descanso y de la soledad. Por las mañanas sube a las rompientes con unos prismáticos: a veces pasan barcos lejanos y sin nombre, especiales en la distancia: podrían ser, por ejemplo, el del Holandés Errante, o aquel otro que se perdió en su última singladura entre Buenos Aires y Sevilla. Si no se ven los barcos, siempre aparecen las aves: pajarillos diminutos y saltarines que buscan alimento entre los cardos, las albas gaviotas, los cormoranes fieros...

A mediodía la casa en que pervive; los olores del yantar, la mesa del mantel blanco y la gente de la casa, que le pregunta y le responde, que le observa y le curiosea y que, en el fondo, se desentiende de él mientras pague las facturas y diga "buenos días" y "buenas tardes" y sonría en su momento.

La siesta. El paseo de la tarde fresca. Las búsquedas secretas en la glera, con la esperanza de hallar tesoros misteriosos: tapones de plástico, botellas viejas, boyas arrastradas mar adentro y por fin devueltas, maromas deshilachadas, bolas de alquitrán tan negras como la noche, soldaditos de plástico y maderas.


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7 págs. / 12 minutos / 55 visitas.

Publicado el 29 de marzo de 2019 por Edu Robsy.

Santiago-Ficción

Arturo Robsy


Cuento


Esta historia de Santiago es realmente un cuento de arte menor, una divagación acerca de las virtudes de un hombre que, quizá, pudiera ser tópico en nuestro país.

Santiago a secas

Santy era un buen hombre, pacífico, trabajador y humilde, desde el primero de agosto hasta el veinticuatro de julio siguiente.

Trabajaba en la fábrica, a cargo de una fresadora y era lo que se dice un tipo formal y cumplidor. Desde su más lejana juventud se le conocían pocos defectos, y era, por ello, querido (¡y envidiado!) por cuantos le conocían.

Como la mayoría, cuando su cuerpo se hizo vigoroso y los pensamientos no bastaron para detener toda la fogosidad de su carácter, contrajo matrimonio y se convirtió en un padre de familia ejemplar. Los viernes entregaba a su mujer la paga íntegra y, los domingos, después de misa, a pasear con la niña pequeña en una vieja moto. Si era verano, comían a la sombra de cualquier pino después de nadar. Si era invierno, buscaban setas o, simplemente, se aventuraban por los lugares que aún desconocían.

Eran, ¿qué duda cabe?, felices, dentro de los límites en que la felicidad es soportable, y, como no recibieron más hijos (pese a las cartas que continuamente escribían a la cigüeña) bien pronto empezaron a ahorrar su pequeño capitalito que, en su día, sirvió para pagar la entrada de un piso recién construido y para el primer plazo de un cómo seiscientos.

Sin embargo, antes de que las cosas llegaran a este extremo, su mujer tuvo que descubrir una interesante y dolorosa faceta del carácter de Santy...

El horrible vicio

Acongojada la pobre mujer, muy joven todavía, trató de suprimir aquel vicio de su marido, pero fracasó tan repetidamente que, al final, llegó a admitirlo como cosa lógica.


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4 págs. / 8 minutos / 54 visitas.

Publicado el 23 de marzo de 2019 por Edu Robsy.

Esponsales

Arturo Robsy


Cuento


Para Juan Luis Sánchez
 

—¿Por qué no? —dijo el Padre por enésima vez. Llevaba cosa de minuto y medio repitiendo "¿por qué no?" como si le encantase el sonido de las tres sílabas o sacase de ello singulares placeres vedados al resto de los mortales.

—¿Por qué no? —manifestó aún.

El Novio a quien dirigía sus inquisitoriales salvas no supo qué responder. El mismo se hacía, de bocas para adentro, las mismas preguntas: "¿por qué no?". Así uno y otro desgranaban su rosario de sonoras sílabas sin llegar a mejores soluciones.

—Quisiera —explicó el Padre— que usted me comprendiese bien.

—Claro, claro —dijo el Novio, que aún no consideraba necesario prescindir de la cortesía—. Claro, claro.

—Usted me dirá —aventuró el Padre— que soy demasiado exigente.

—¡Oh, no! ¡Oh, no!

—Sí, sí. Usted dirá eso. Incluso se preguntará por los derechos que puedo o no tener, y hasta por la justicia de mi decisión.

El Novio puso cara de rotunda negación, la misma que exhibía, años atrás, frente a los profesores que le acusaban de algún pecadillo estudiantil. Para su caletre, en cambio, hacía ya tiempo que decidió que su Futuro Suegro o estaba chalado o necesitaba unos buenos remiendos en la íntima y secreta tela que los hombres suelen llamar alma.

—Veamos —dijo el padre—: usted se ha presentado aquí con la intención de recibir a mi hija a cambio de nada.

—¡Pero para casarme con ella! —exclamó el Novio ruborizado con la sola idea de pretender a la hija de aquel señor por otros motivos menos razonables y románticos.

—Para casarse con ella, así —puntualizó el Padre. Ahora bien: es cierto que usted no me da nada a cambio y que será el único beneficiado si el trato se cierra en las condiciones que usted fija.

—Yo... —comenzó el Novio con voz insegura.


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6 págs. / 10 minutos / 53 visitas.

Publicado el 1 de abril de 2019 por Edu Robsy.

El Beso

Arturo Robsy


Cuento


Creo que se puede explicar claramente. Existe una acción y son dos protagonistas los que la comparten. Naturalmente, también hay un lugar y una situación anterior y posterior.

Esto bastaría para aclarar de qué se trata: dos que se besan. Una pareja como las que se pueden ver en los parques, en un rincón oscuro de un "Night-Club", o en lo profundo de una playa a la hora del ocaso. Dos sobre los que no hay que poner atención ninguna por costumbre o por educación, según se quiera.

Ahora, como escritor, debo buscar una definición apropiada y brillante. ¿Qué es el beso? Algo más que una caricia. Un intento de apoderarse del alma del ser amado. Un encuentro de ilusiones y un poco de olvido para todos...

En fin: en este aspecto soy un fracaso, y el beso, por esta vez, va a quedar sin ser definido, aunque, por pundonor, voy a recurrir a una encuesta: tomo desde mi escritorio el teléfono y llamo a Pedro:

—¿Oye? Soy Arturo, Pedro: ¿quieres decirme qué es el beso?

No he reparado en la hora, de madrugada, y Pedro dice unas cuantas insensateces antes de hacerse cargo de la realidad. También está acostumbrado a mi falta de oportunidad y por eso contesta:

—Una porquería —y es que ha cenado abundantemente y toda referencia al amor le produce ardor de estómago.

Sin desfallecer, hago mi segunda llamada: es Luis quien responde, un viejo compañero de cuando el servicio en la Armada:

—El beso es el sobrante de ambición que se regala —Luis es un psicólogo. Un psicólogo oscuro y certero que comprende hacia donde apunta el subconsciente.

Le toca el turno a Rafael, el buen hombre que sueña en el coche que va a comprarse:

—Hombre... un beso es algo así como... —lo piensa un poco más— Es la esperanza que no necesita manifestarse con palabras.


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4 págs. / 8 minutos / 73 visitas.

Publicado el 24 de marzo de 2019 por Edu Robsy.

El Hogar

Arturo Robsy


Cuento


Hoy es un día feliz: ahora, los cuarenta años y, por la mañana, su mujer le ha besado y sus niños, antes de ir a la escuela, le han dicho un indiferente "felicidades, papá", porque la madre les ha aleccionado.

Cuarenta años. Bien: una fecha para hacer balance y sacar el saldo de su vida. Con el puro y el diario entre las manos, comienza. Realmente no se puede quejar: vive bien en una casa cómoda; tiene una mujer hermosa que envejece y unos hijos sanos.

La historia... ¡hum! Es difícil recordar los pormenores: hay, desde luego, momentos luminosos bien grabados pero, a continuación, sombrías lagunas en la memoria. Sí: de niño, con pantalón y peto, paseando por el puerto en una barca, y su padre, con bigotes, hurgando en el motor, enrojecida la cara.

Una herida, sangre, el médico principiante que cose con sus agujas curvas y él, sobre la mesa, llorando de pura rabia.

Un cierto juego de médicos con alguna vecinita.

Una pedrada; la antigua pandilla de amigos de la guerra donde él era, alguna vez, comandante.

Un religioso repitiendo: Brahmaputra, Ganges e Indo, y haciendo sonar la carraca.

Los nervios de un examen. La boda. Compañeros de trabajo ya que no de otras cosas. Silencio los domingos o el partido de fútbol en casa.

¿Y luego?

La mujer que le envejece; él que... en fin: ¿ha de hablar de su bronquitis y su taquicardia?

Un duendecillo malo repite:

—¿Y luego?

El puro se le ha apagado y el diario calla obstinadamente. ¿Y luego?

Prende una cerilla lentamente. ¡Dios, cuánta cobardía para decirlo!

Y luego, nada.


17 de octubre de 1972


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1 pág. / 1 minuto / 65 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2019 por Edu Robsy.

No Era Amistad

Arturo Robsy


Cuento


Al pescador le faltaba un dedo y al perro, el rabo. El rabo que le cortaron para mejor cazar cuando era un cachorro, mucho antes de que se descubriera su incapacidad para el rastreo.

El perro era de un viejo predio, y todo el mundo sabe que en esos lugares no se alimenta a los inútiles, de modo que, al año de su nacimiento, se encontró siguiendo una carretera y bebiendo en los charcos de la cuneta. Seguramente no acababa de comprender su postura y caminaba perplejo, entre dolido y triste.

Antes de esto, sus amos le llevaron, en un coche, muy lejos; kilómetros y kilómetros tomando curvas y salvando baches; y él, infeliz, ladraba con su hocico pegado al parabrisas, convencido de que se aproximaba una gran cacería.

Así quedó abandonado la primera vez, pero achacó a un descuido de sus queridos "humanos", madre y padre en una misma persona que le alimentaba y le acariciaba y, también (ay) le golpeaba.

Y volvió. Cruzó la fronda, se rasgó la piel en los aulagares, esquivó automóviles, pero volvió.

Se lo llevaron. Volvió.

La tercera vez hubo una pequeña discusión en la casa: el perro era un problema y ellos no podían perder el tiempo alejándolo y alejándolo.

El payés dijo que le iba a pegar un tiro. Madona se encogió filosóficamente de hombros pensando, quizá, en la cosecha de pimientos, y él, ajeno, movía el rabo satisfecho de estar de nuevo en su hogar, y hurgaba con el hocico entre los desperdicios de la cocina.

Luego, el hijo, un muchacho torpón y sucio, sintió algo parecido a la piedad y la ejecución quedó aplazada. "Si regresa la próxima vez" —dijeron, y se lo llevaron al mar, a la distancia más larga. Allí se quedó. Allí estaba, caminando por la carretera y bebiendo el agua de sus charcos, preguntándonos lo que sucedía.


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Publicado el 28 de marzo de 2019 por Edu Robsy.

Leyenda Marítima

Arturo Robsy


Cuento


Para Elisa Pons, en mutuo recuerdo de Neruda.
 

Al Juanón se le despertó el hambre de mar y cuando no pudo llevarla más bajo el pecho, se echó a los caminos. Los andaba con el corazón saltándole por las acequias y la cabeza imaginándole desconocidos espectáculos. Tenía hambre de mar: una enfermedad que los médicos no curan ni siquiera distinguen en sus laboriosos análisis, y que no acusan ni los leucocitos ni los eosinófilos.

Tenía hambre de mar: algo tan común que por ella vino al mundo América, o nacieron mitos tan enormes como el de la Atlántida. Juanón, claro, no sabía los antecedentes de su mal, y se limitaba a seguir el camino cantando poquito a poco las canciones de su repertorio para que, así, le durasen más y estar acompañado.

Antes, cuando estaban en su casa, fue un muchacho normal hasta que llegó un hombre al pueblo hablando del mar. Traía los ojos claros de tanto mirarlo, y las manos grises, con brillos, que es el efecto del agua salada; y el cabello lanzado hacia el cielo, espeso y profundo, que es como, según cuentan, se pone el cabello a las orillas. Decía que el mar era lo más grande y lo más azul de la creación. Decía que los peces curiosos se asomaban a la superficie para hablar con los pescadores y que era raro encontrar algunos que conocían tu idioma.


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Publicado el 15 de julio de 2019 por Edu Robsy.

Toda la Verdad Sobre el Día Ocho

Arturo Robsy


Cuento


Por la mañana

El día ocho, conduciendo su OCA-6, Juan Palomo perdió la vida al colisionar su vehículo con la trasera de un camión a la altura del kilómetro once. Se supone que se le rompió la dirección al coche.
(de la prensa)
 

Su mujer le hizo pan frito para desayunar: la golosina preferida por Juan Palomo.

—¿Adónde vas hoy? —le preguntó.

—Aquí al lado. Es muy probable que consiga vender una buena partida. La semana pasada ya estuve allí y tengo casi a punto al comerciante.

—¿Seguro?

—Al menos no me dijo que me fuera.

Plegó la servilleta mientras ojeaba el periódico por encima de la taza vacía y se secó los labios despacio. La mujer le trajo el muestrario de la casa y se lo metió en el maletín.

—¿Qué hora es ya?

—Las nueve.

—Es una suerte que los niños ya vayan solos al colegio. Si no tú no podrías hacerme estos desayunos.

Se besaron junto a la puerta: el mismo beso sin importancia de todas las despedidas y de todas las llegadas.

—¿Volverás a comer?

—¿Qué tenemos hoy?

—Canelones.

—¡Hum! Pues no me los perderé. Adiós.

El OCA-6

Juan Palomo, agente comercial, fue extraído con vida de su automóvil y conducido al hospital municipal, donde se le apreciaron heridas en brazos y cuello, rotura de una de las vértebras cervicales y hemorragia interna. Llevado al quirófano, falleció antes de que se le pudiera intervenir.
(de la prensa)
 

Al terminar la guerra, Octavio Carreras Abad solo tenía juventud, ambición y perspicacia. Había servido en un batallón de automóviles y allí fue donde aprendió cuanto sabía de motores y de coches.


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Publicado el 28 de mayo de 2019 por Edu Robsy.

89101112