Textos más populares este mes de Arturo Robsy | pág. 17

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autor: Arturo Robsy


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Mayoría Popular

Arturo Robsy


Cuento, Crónica, Política


Mayoría popular: ¡Por fin España votó a derechas!


Este era el titular, zumbón pero descriptivo, de aquella mañana: en las páginas interiores, la información detallada de lo que todos vieron por la tele. Los ordenadores habían sufrido el colapso de costumbre y, luego, otro mayor al contemplar el fuerte color verde de la cara del vicepresidente al ver, por primera vez, los avances del escrutinio.

Miraba los papeles. El saber leer como cualquier intelectual no le facilitaba las cosas. Lo que los ojos le decían no lo asimilaba el alado espíritu. ¡Por la estilográfica de Machado y el patio con limonero adjunto! La mayoría se le había desmandado: los pobres y los descamisados mordían la mano que tanto los atornilló.

Verde que te quiero verde, sacó el coraje de su estuche y desenroscó la lengua: con un cuarenta y siete por ciento de los votos escrutados, el PP tendría 213 escaños, 82 el PSOE...

Se volvió. Creía haber oído risitas a su espalda.


* * *


Chiqui Benegas, especialista en excusas, llevaba tres horas pensando a cinco atmósferas. Descubrir el "Efecto Segunda Vuelta" de Melilla sólo le había costado una, pero no siempre las explicaciones oficiales redondas acudían, ligeras, a su mente progresista. Su yo más íntimo, en los descuidos, parecía opinar que los diferentes "Casos Guerra" ilustraban sobradamente el revolcón.

—El Socialismo —dijo cuando estuvo convencido de que casi todo cuela— ha conservado su cuota de votos. La derecha se ha unido, viéndose favorecida por la Ley d'Hondt. Culmina así un proceso de acoso pero no de derribo. Por otro lado, ha actuado el "Síndrome del Este".

Los múltiples secretarios usaron los teléfonos para advertir a todos los que aguardaban a la versión oficial para hacer declaraciones:

—Consigna: todos contra el Psoe, ya podrán. Y, "Síndrome del Este".


* * *


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Publicado el 1 de septiembre de 2020 por Edu Robsy.

Primeras Notas para la Historia de Menorca en 1973

Arturo Robsy


Artículo, crónica


Estoy seguro de que dentro de 100 años seremos unos desconocidos. Los futuros menorquines de entonces no habrán visto de nosotros más que retratos descoloridos o, con suerte, nuestros rostros viejos antes de morir.

Las fotografías que tan alegremente nos sacamos con nuestras máquinas de plástico y que tan caras nos resultan, serán cartulinas apenas sin color en el interior de los pocos álbumes que por esas épocas sobrevivan. Alguien dirá señalando la foto de un muchacho que hoy tiene dieciocho años:

—¿Y éste? ¿Quién es?

El heredero del álbum, joven dentro de 100 años, hará memoria:

—Un bisabuelo, creo.

—¿Y cómo se llamaba?

Y lo más probable es que el joven no lo sepa y tenga que consultar a su padre, o a la fecha escrita detrás del cartoncito.

Como sabemos todo esto, es obligación nuestra dejar a esos descendientes (que en este momento a lo mejor leen el cuento) un relato fidedigno de nuestra Menorca de 1973, con todo lo que esto significa.

Aquí queda, pues, este trabajo para los historiadores de lo porvenir.

Menorca era, a finales de 1973, una isla de tantos kilómetros cuadrados, menos tantos otros que pertenecían a extranjeros. Su población ya no se contaba en "almas" como en los viejos libros de geografía, seguramente por la dificultad de sacarlas a flote: se hacía por censos, consumo per cápita de kilovatios-hora, número de teléfonos y número de televisores.

La gente, como siempre, iba y venía de acá para allá, sólo que, últimamente, en lugar de ir a merendar bajo un pino y engrasarse bien los dedos con tortilla de patatas y cebolla, prefería comer al amparo del cemento de restaurantes donde, en ocasiones, alcanzaba a hacerlo tan bien como en su casa.


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Publicado el 11 de septiembre de 2020 por Edu Robsy.

Si de Verdad Fuera el Hombre un Tipo Racional Compuesto de Alma y Cuerpo

Arturo Robsy


Cuento


¿Sí? Pero, bueno: es que, después de todo, ¿resulta que no es cierto que el hombre sea...? Verán, hasta el extremo de esta afirmación, no.

—¡Epa!

Alto ahí: antes de seguir adelante es preciso afirmar que no se estoy diciendo nada herético.

—Eso tendrá que demostrarlo.

Y lo haré. Creo que no existen dudas acerca de si el hombre está o no compuesto de cuerpo. Es —para los escépticos— esa especie de colcha blanca y pilosa que nos envuelve, eso que nos cuelga cuando nos sentamos en un sillón. Y para demostrar su existencia no hay más que acudir a un dentista o dejarnos escayolar una pierna. Es en estas manipulaciones cuando el cuerpo se nos hace gloriosamente presente.

Históricamente, los filósofos han negado, por turno, el conocimiento, la realidad, el espíritu y la esencia, pero ninguno, embutido en sus sesenta u ochenta quilos de músculos y adiposidades, se ha atrevido con la presencia (cómoda o ingrata) de su cuerpo.

Respecto al alma, las cosas aparecen menos claras. Nadie ignora que el alma, como elemento integrante de la Creación, ha tenido sus detractores y sus propagandistas. En todo caso puede que el alma no sea lo que unos afirman, ni deje de ser lo que otros niegan. Su presencia, en cambio, se advierte en las manifestaciones humanas y éste sí es un hecho a tener en cuenta.

A los muy convencidos les diré que si el alma está tras un taco de su dueño, tras una calumnia, tras una estafa, tras una mentira o tras un eructo, se trata de un espíritu bastante cochino que ha sido injustamente ensalzado.


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Publicado el 21 de septiembre de 2020 por Edu Robsy.

Geografía Recreativa y Otras Amenidades

Arturo Robsy


Artículo


El continente pluscuamperfecto

¿Recuerdan ustedes sus años de geografía? Por ejemplo, al maestro que señalaba con su puntero sobre el mapamundi colgado de la pizarra y a los niños que recitaban: Europa, Asia, África, América, Oceanía...

Posteriormente geografías más avanzadas nos enseñaban que los continentes ocupan una extensión de 150.000.000 kilómetros cuadrados y que se reparten en cuatro grandes masas:

—El Viejo Mundo, que comprende Europa, Asia y África.

—El Nuevo Mundo, con las Américas del Norte y del Sur.

—El Continente Austral, con Australia y las islas de Oceanía.

—El Continente Antártico, con las tierras polares del Sur.

Sin embargo, últimamente muchos informadores profesionales y no pocos políticos han olvidado sus viejos conocimiento y se confunden. ¿Cómo es eso? Así de sencillo:

Europa es una península (grande, por supuesto) de Asia; y España otra península de Europa y, por lo tanto, Europa también. Por desgracia, algunos que parecen ignorarlo hablan de "integrarnos a Europa", de "salir a Europa", de "viajar a Europa", de "reunirse con ministros europeos", etcétera.

"De Alicante a Europa —decía un periódico hace poco— se tardarán dos horas en lo sucesivo". ¡Y un segundo! El tiempo de pisar cualquier calle alicantina, porque en teoría pertenecemos a este continente aunque no proyectemos "El Último Tango en París" y las sesiones de strip tease sean privadas en lugar de públicas.

Por eso, y para evitar malentendidos, convendría modificar nuestras geografías así: Europa, Asia, África, América, Oceanía, la Antártida y España, el continente pluscuamperfecto.

De otra forma nuestros hijos podrían preguntarnos: "¿Y nosotros? ¿En qué continente vivimos?". Cosa algo difícil de responder actualmente.


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Publicado el 9 de septiembre de 2020 por Edu Robsy.

Retrato de Navidad

Arturo Robsy


Cuento


(A las tantas de la tarde del día veinticuatro o día de Nochebuena. Por las calles húmedas viene y va la gente. "Esta noche es Nochebuena y mañana Navidad". "Dame la bota, María, que me voy a emborrachar". "Y al Niño recién nacido los pañales le han robado". Esta gente es, según su piel, blanca, sonrosada y atezada. Según su vestido, gris, negra, verde, ocre, marrón y azul. Según su pelo, negra, dorada, roja y marrón. Y, así, todos los colores acaban por cernerse sobre cada persona, según sus ojos, sus uñas, sus ilusiones y sus miserias).

Por estas calles sin cielo (porque el cielo amenaza lluvia y ruina de alegrías) los amigos catalogan escaparates y jovencitas; aspiran con glotonería el olor a refrito que sube de las bodegas y que revolotea en torno a los bares; hablan de Navidades ya desvanecidas donde hubo aventuras, trasnochos vinosos y canciones que tiritaban en el alba fría.

A esos amigos me acerco precisamente. Mañana tal vez necesitarán tisanas para despejar las ideas, pero hoy, en mitad de la tarde que termina, están lúcidos y poseen todos los rincones de sus ilustres cabezas.

—Encuesta Pública: ¿Qué es la Navidad? —pregunto.

—Págate un vino y tendrás respuestas.

(Así pues, bajamos al calorcillo de una bodega y nos instalamos en mitad de ese tufo a gente, de los humos conjugados del aceite y del tabaco, y nos ponemos a beber a tragos cortos, que es como se bebe de verdad).

—La Navidad —me dice Miguel— es un pretexto.

—¿Para qué?

(Miguel abre los brazos como un viejo Cristo velazqueño).

—Para todo. Para bebe, como ahora nosotros. Para gastar. Para cantar. Para hacer regalos. Para alegrarse. Para vender...

(Vicente interviene sonriéndose para adentro).

—Hay una teoría: que se celebra el nacimiento de un Dios, del Dios Hijo. Pero sólo es una teoría.

—¿Por qué? —vuelo a preguntar.


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Publicado el 7 de septiembre de 2020 por Edu Robsy.

Cleptomanía

Arturo Robsy


Cuento


Concurso "Arriba 1972" de Cuentos y Reportajes


ARTURO ROBSY nació en Alayor (Menorca). Estudió en Mahón, Madrid y Santoña. Colabora en periódicos y revistas y tiene preparado un libro de tema menorquín basado en leyendas de la isla. También pinta con asiduidad y ha cursado estudios en la Escuela de Publicidad. Los veranos dedica preferente atención a los Campamentos Juveniles, donde ejerce funciones de Jefe de Formación. Ha ganado algunos concursos literarios de ámbito local.


No sé si me han aconsejado que me arrepienta o no; en cualquier caso, las historias parecen tener la misma voluntad y es inútil buscarles una salida mientras ellas no lo desean.

Mara me había dicho que cerrar la puerta es muy importante y Abuela se empeñaba en apagar las luces de las habitaciones. Con esto no quiero afirmar que Mara y Abuela estaban locas, pero demuestro que las cosas son así y no hay motivo alguno para cambiarlas.

En el pueblo, al hacer novillos nos íbamos monte arriba a rebozarnos de tierra y a meter palos en las madrigueras de las culebras. El día libre en la ciudad nos vamos bar arriba, o museo arriba o parque arriba, a sorber limonadas, a beber vino o a besar a alguna muchacha que esté de acuerdo.


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Publicado el 7 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Cuento de la Puñeta

Arturo Robsy


Cuento


Soy un hombre del camino: mi oficio es el más viejo, que, según dicen los letrados, la gente, antes de afincarse y poner casas en los campos sembrados, iba de lado a lado con sus cosas y se le daba una higa el asunto del municipio, la luz, las alcantarillas o el Alcalde.

Verán: soy un hombre pobre, pero respetuoso. Aquí, a mi lado, tengo mis riquezas (que lo son realmente) y con ellas voy de acá para allá malviviendo el tiempo. Si alguien me preguntara (que nadie lo hace, claro) le contestaría que no busco la felicidad. Estoy bien así; no me sobra nada y, como me faltan muchas cosas, pues tengo todavía ilusiones. No como Miguel, mi primo, que tiene coche y televisión y viste de corbata. Tampoco él es feliz, naturalmente, pero, además, para pagarse el coche y el televisor y la mujer y las corbatas se pasa todo el día amarrado al trabajo, tanto que, para consolarse, va diciendo que el trabajo dignifica y eleva y da prestigio, cuando la verdad es que el trabajo sólo cansa y pone de mal humor y acorta la vida. Lo demás, las morales de faena, son artimañas inventadas por los que hacen trabajar a tipos como mi primo, y por mi primo mismo, que no quiere pensar que es un fracasado.

¿Por dónde iba? Sí, que mis riquezas están aquí, conmigo: mi bicicleta, las alforjas con el pan; el espejo, el peine y la maquinilla; mis cigarrillos y el tabardo. Y, en el bolsillo, el tintineo de las últimas monedas. En un pueblo de los cercanos trabajaré una chispita y ¡a vivir! Ahora es el tiempo de la siega y siempre hacen falta jornaleros pese a los tractores y demás, que hay cosas que sólo un hombre puede hacer, como dar lumbre al pitillo del capataz o comentarle que, gracias a Dios, no vendrá la lluvia mientras las gavillas estén sobre la tierra.


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Publicado el 20 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Fábulas

Arturo Robsy


Cuento


Tres amigos, Luis, Paco y José, se separaron después de la mili. Los tres habían sido camaradas de párvulos y los tres compartieron esas tardes de primavera en que uno olvida que hay que asistir a clase y va en busca del primer torrente con agua fresca o del primer árbol con buena sombra. Se llamaban Luis, Paco y José. Tenían casi los mismos gustos, las mismas duraderas costumbres y los mismos juveniles vicios. Como, además, habían sido vecinos de toda la vida se repartían en complicidad secretos y aventuras del viejo barrio.

Después de la mili tuvieron que separarse entonces cuando suena la hora de volar del nido y cuando a los muchachos el cuerpo se les llena de calenturas que definitivamente concluyen en el matrimonio.

Se alejaron tristes, cada uno por su lado, conscientes de que abandonaban, en las personas de sus amigos, los últimos rescoldos de una vida quizá feliz. Antes de esto, sin embargo, se habían hecho una promesa:

—Dentro de veinte años, cuando nos hayamos hecho ricos, nos reuniremos de nuevo.

—¿Dónde?

—Aquí. El mismo día, solo que veinte años después.

Para cada uno de ellos pasó el tiempo más que de prisa; excesivamente rápido quizás y, así el plazo de veinte años quedó cumplido y cada uno se dirigió en busca de sus compañeros, Luis, Paco y José, a aquel mismo lugar donde se separaron hacía tanto y tanto.

Luis y Paco fueron los primeros en llegar. Se reconocieron al momento, pero no cabía duda de que habían cambiado: Paco, antaño seco, estaba ahora muy delgado y tenía una molesta tos, ganada a pulso entre el tabaco y los pocos cuidados. Luis había engordad y tenía el rostro marcado con las bolsas de la edad. Eran ni más ni menos que caricaturas de aquellos jóvenes que se separaron con la ilusión de triunfar en la vida o, cuando menos, con la de enriquecerse para quitarse de penas.


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Publicado el 14 de julio de 2021 por Edu Robsy.

Es Gorg d'Albranca

Arturo Robsy


Cuento


Es Gord d'Albranca

leyenda moruna

La nuestra, Menorca, es una tierra de amplias resonancias islámicas que dejaron, además de puntos esenciales en nuestro carácter, bellas leyendas que nosotros conservamos.

Una de ellas es esta de Es Gorg d'Albranca, que nos ha llegado, quizá, un poco transformada en lo que se refiere a su valor primitivo.

Examinándola detenidamente nos damos cuenta de lo extraño de la actitud de un padre, el Rey Moro de Ses Coves Gardes, que arroja a la Hoya del terrente a su hija "casadera". Aquellos que son padres y, más aún, aquellos que tienen hijas casaderas que les piden dinero "para esto" o "para lo otro", que les aburren con las descripciones detalladas de "lo que llevaba Puri" o "el coche tan fantástico que se ha comprado Gabriel (Biel)", comprenderán muy bien lo lógico de un padre que no permita casarse a su hija. Otros lectores, impuestos en la sociedad y la cultura islámica de aquellos siglos, observarán otra contradicción todavía más chocante: su significación económica.

"Para un padre moro (al contrario que ahora) tener una hija era un interesante negocio de compraventa, muy semejante al de un tratante. Desde su nacimiento hasta los trece años (a veces también antes) las moritas se encargaban de arreglar la casa, cocinar, lavar los platos y demás asuntos femeninos solo en las horas libres que les dejaban las faenas del campo, donde trabajaban como uno (o una) más. Esto hacía que amortizasen con creces lo que se comían y los sacos con los que tapaban su cuerpo. Llegados a la pubertad, su padre les regalaba un velo y las llevaba, cuidadosamente envueltas, de visita a la casa de un vecino. Allí se ultimaban las conversaciones y se firmaba el contrato, pues es sabido que los vecinos no se cansaban nunca de contraer matrimonio".


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7 págs. / 13 minutos / 38 visitas.

Publicado el 10 de julio de 2021 por Edu Robsy.

La Hora

Arturo Robsy


Cuento


—La tierra es dura
—Al hombre le toca hacerla blanda.
—Lo era. Y no lo es ya por su culpa.

—Jean Cocteau, Bachus.


Es la hora. Se pretende que apagues la luz. Se pretende que dejes penetrar la noche hasta tu cuerpo... En fin: se pretende que seas nada porque la noche todavía es dueña del miedo, encubridora del amor y víctima de los explotadores que comercian en su centro. Del día vive todo el mundo; la noche, muy pocos: los que vigilan y los que burlan la vigilancia; los que tienen largas conversaciones con las copas vacías y los que se las llenan de nuevo; también los que sueñan como tú...

El sueño te sube por las piernas como una tibia cosquilla y sienten que el pecho se te funde con el cuello, y el cuello con la cara, y la cara con el peo hasta ser, por fin, uno sólo contigo.

Regresas, por ejemplo, al astronauta que subió hasta el cielo con su cohete y le oyes hablar de las estrellas. Usa para esto palabras completamente blancas: ¿creerías que las estrellas son de hielo? Pues sí; hielo antiguo y sabio que sonríe y salta en la bóveda del firmamento. Al pasar, saludan alegremente.

—¿Adónde vas, astronauta?

—A la luna.

—¿Tan cerquita? Si es aquí mismo.

Tú, claro, piensas que es cierto y te da vergüenza no ir más allá. Las estrellas, entonces, bailan y te dan a beber su luz tan larga, tan larga:

—¿Por qué no te vienes más lejos?

—¿Adónde?

—Por ahí, al sitio donde se cobran los recibos del rayo, a la fiesta de los cometas vagabundos, o...

—¿Y al cielo? —preguntas.

—También al cielo, astronauta. Pero, para eso...

—¿Qué?

—Para eso has de contar los años de una estrella.

—¿Sí? Veamos.— entonces piensas un poco y sientes el frío del firmamento, por donde muy pocos hombres pasean. —El primer año... ¡Alegría!

—¿Y después? —dicen las estrellas.


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5 págs. / 9 minutos / 42 visitas.

Publicado el 13 de julio de 2021 por Edu Robsy.

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