Textos más populares este mes de Arturo Robsy | pág. 5

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autor: Arturo Robsy


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Jimi

Arturo Robsy


Cuento


Pudo haberlo pintado El Greco en un instante de inspiración extravagante, pero Jimi se debía todo él a su padre y a los mil cruces anteriores a su generación. No obstante, la frente más estrecha que el cuello, la cara larga y sin barbilla, el pecho hundido y las piernas telescópicas, recordaban, sin duda, a los caprichos ópticos del Greco.

Jimi nació cuando los Jefes de Recepción se llamaban conserjes de hotel y su infancia, tras el colegio, cargó muchas toallas y sábanas por aquellos pasillos que veían los primeros turistas del siglo.

Los profesores, para que no pudiera echárseles la culpa de nada, advirtieron noblemente al conserje: «su Jaime no vale»

—¿Para qué?

—Para nada.

Lo cual no era exactamente cierto. Jimi disponía, encajonada en su frente angosta, de una memoria portentosa. El padre, cuando la hubo descubierto en una paciente excavación, le sentaba tras el mostrador de recepción. «El número de la panadería». Y Jaime lo soltaba en el acto. Se supo el listín de la provincia en el tiempo que tardó en leerlo.

Y servía, sí, porque no leyó más que cobrando a monedita de dos reales por página: una fortuna si se sitúan los hechos cuando sucedieron, en los años cincuenta.

Jimi no era un comerciante nato a pesar de cobrar por sus servicios: había notado, entre sus compañeros de colegio, cierta humana predilección por sacudirle y, desde la parte de atrás de su cráneo apepinado, le bajo la idea de no ser víctima de una infancia desgraciada.

Con sus ganancias pagaba a dos matones de diez años que iban dos cursos por delante de él. Ambos se sobraban no sólo para protegerle sino para zumbar a quien Jimi tomaba ojeriza. Menos al profesor, por pura discreción, aunque una vez llegó a ser inducido a sentarse sobre un huevo. Órdenes de Jaimito.


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Publicado el 21 de abril de 2016 por Edu Robsy.

Pero no tanto

Arturo Robsy


Cuento


Las revistas del corazón más avanzadas llamaban a Andrés Delicado el «millonario loco». Sus hijos, también. Cada nueva idea del original padre les abría las carnes y pasaban meses temiendo por su patrimonio.

Se ganó el mote regalando a sus obreros, después de organizarlos en cooperativa, la totalidad de sus acciones de la empresa, que controlaba con sólo el 17 por cien del capital escriturado. Un mes después, y gracias al desinteresado apoyo de los delegados sindicales, los títulos habían bajado veinte veces su valor. No tuvo más que comprar a las víctimas del pánico, haciéndose, por muy poco, con el setenta por cien.

—¿Loco, eh? —comentó cuando volvió a implantar una dirección profesional. Pero no arrebató sus acciones a ningún asalariado.

No terminaba allí su peculiar modo de ver la vida. Tenía en plantilla a un viejo cómico, sobreviviente del teatro de la legua, con la exclusiva obligación de acompañarle e ir diciendo siempre la verdad de lo que pensaba. Su compañía era siempre de temer:

—Este señor —decía, el cómico, del prohombre que estrechaba la mano del millonario— es un memo. Cree que te la puede pegar.

—Esta señora —seguía en cualquier otra ocasión— me recuerda a una coliflor.

Era un misterio de donde le podían venir estas cosas a Andrés Delicado. De la cabeza, sin duda, pero, ¿de qué rincón? ¿Qué parte gris de aquellos sesos se había vuelto púrpura y mandaba extravagancias a los órganos rectores del millonario loco? ¿Qué virus social le obligó a instalarse una fragua en un rincón de su sala de estar?

Allí, el herrero de guardia manejaba el fuelle a la vieja usanza y batía el hierro con la repetida cadencia del martillo mientras el viejo Delicado, enteco y aristocrático, se abismaba en las llamas y pensaba casi en verso, acompasando las sílabas al ritmo de los golpes.


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Publicado el 21 de abril de 2016 por Edu Robsy.

Dos Consejos

Arturo Robsy


Cuento


Cuando el director de mi periódico envió a buscarme, estaba yo poniendo en limpio un natalicio. Siempre —aunque no se lo crean— hay alguien que escribe eso de que "el hogar de la familia Rodríguez—López se ha visto alegrado con el feliz nacimiento de un hermoso varón que, en la pila bautismal..." etcétera. También comprenderán que quien hace estos trabajos no es precisamente el que firma los artículos de opinión, donde se pone el mundo patas arriba, se le despieza y se le reconstruye al gusto del consejo de administración.

Mi periódico es muy bueno. Hay gente que no vota sin leerlo antes y gente que antes de leerlo no entiende ni lo que le acaba de suceder. Lanzamos modas, verbos y expresiones de éxito como "hegemonizar una región", "apretada agenda altamente importante" y "obsolescencia institucional". Se dice, con razón, que ayudamos a gobernar y, en ocasiones, que el gobierno nos paga el favor.

Cuento esto por dos motivos: el primero es resaltar que pertenezco a una buena y famosa escudería, y el segundo es advertir que, a pesar de ello, no soy en absoluto responsable, porque para ser periodista de Opinión lo primero que se necesita es no ser periodista, vivir lejos de los teletipos y de la redacción, lo que equivale a ignorar la realidad. Ahí tienen, bien clara, la razón por la que no firmo estas cuartillas: cuando escribo pagado puedo ser una cosa u otra, o ambas si se tercia, pero cuando escribo gratis puedo permitirme el lujo de ser yo mientras prescinda de poner mi nombre debajo.


Decía al principio que el director me mandó aviso:

—Un pez gordo necesita un "negro". —me dijo.


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Publicado el 8 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Padre Adán

Arturo Robsy


Cuento


Mi querido profesor es un asno, pero cuenta con la ayuda de otros muchos asnos, de manera que todos le llaman El Gran Léligo, ilustre catedrático, afortunado arqueólogo, cuando en realidad es un mediocre excavador, con sangre de topo y cierto abuelo pocero, del que le viene, sin duda, la afición.

Léligo se quedó en Momnsen, si es que estuvo en él alguna vez, y, desde que vio por primera vez la película "En busca del Arca perdida", ha entrado en ebullición, reciclado a través de Hollywood, y obliga a leer la Biblia a todos sus alumnos de Historia Antigua.

Y es cierto que Léligo es famoso y considerado a pesar de no haber toocado un pico en su vida. También es cierto que ha encontrado tres o cuatro muelas de simio que, según él, es un retatarabuelo de la humanidad católica, y que en las enciclopedias aparece la foto de un hueso viejísimo con la leyenda "el mentón de Léligo". Pero se oculta cuidadosamente que es un rematado asno, que tiene el seso licuado, que pertenece a la categoría de los modorros (según Quevedo) y que jura haber sido perseguido — campo a través — por un OVNI.

Decía que Léligo, después de los hallazgos de molares y mentón, vivía en una especie de cómodo sopor, muy de acuerdo con su carácter, dedicando las campañas de verano a la excavación de una villa romana en la que sospechaba, ¡cosas suyas!, que vivió hasta la muerte Herodes, después de que Augusto le dijera que no quería volverlo a ver por Palestina.

— El mismo Herodes que vistió de loco a Jesucristo, ése, tuvo que refugiarse en Hispania, a orillas del Mare Nostrum, y yo sospecho que vivió en esta villa. Como este reyezuelo y Poncio Pilatos, también retirado en España, se conocían bien, es posible que el uno fuera huésped del otro, o viceversa.


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Publicado el 14 de abril de 2017 por Edu Robsy.

Premio al Tonto

Arturo Robsy


Cuento


Cosme había sido un canalla autocrático toda su vida, como, sin duda, confirmarían todos los sucesivos socios que fueron devorados por él.. Cuando se sintió morir, decidió salir de este mundo dejando tras si un ejemplo de su mala voluntad hacia el género humano. Sólo de pensar en su testamento, falleció entre carcajadas.

—En resumidas cuentas —dijo el notario a los tres herederos: Don Cosme deja todo su dinero al más tonto de sus hijos.

—Yo he votado siempre al partido del poder. —argumentó el primero, convencido de ser el ganador.

—Yo le quería. —dijo el segundo, superando la marca de su hermano.

—Yo no quiero su dinero para nada. —dijo el tercero, muy avispado.

El notario, nombrado juez, registró un empate: los hijos habían dicho tres tonterías lo bastante agudas como para demostrar que existían en ellos trazas de inteligencia humana. El duelo no tuvo más remedio que comenzar otra vez:

—Estoy convencido de que el Descubrimiento de América fue un encuentro de culturas.

—Pues yo apuesto a que Andalucía será la California de Europa.

—Yo afirmo que no hay corrupción política.

Aquellos tres bribones se fingían tontos pero estaban varios palmos por encima del mínimo exigible. Lo siguieron demostrando con sucesivas ráfagas de afirmaciones cuidadosamente calculadas, hasta que el notario, cansado, decidió aplicarles un test de su invención:

—Juan tiene siete manzanas. Da dos a Pedro. Antonio le regala cuatro. Juan le roba una y una mariposa se le lleva otra, volando. ¿Cuántas le quedan?

—Veintisiete. —dijo el primero.

—Catorce. —dijo el segundo, también después de calcular el número exacto de manzanas.

—Las mariposas no pueden llevarse una manzana por los aires. —se quejó el tercero.

—Suyo es el dinero. —sentenció el notario.


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Publicado el 10 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Un Siglo de Progreso

Arturo Robsy


Cuento


En mil novecientos, en agosto, con los últimos coletazos del siglo, nació Naveiro, postrer vástago de una larga sucesión de Naveiros renegridos y aventureros que, desde los tiempos de Don Pedro el Navegante, tuvieron que ver con el mar. Un Naveiro dobló el Cabo de las Tormentas siendo asistente de Luis de Camoens. Otro acompañó a Colón en su segundo viaje y otro más hizo la ruta de Elcano hasta morir de un lanzazo tagalo en las Filipinas.

Siempre fueron dados al orujo y discutidores, a medias pendencieros y a medias esforzados, pues no en vano la familia se había sustentado, desde los tiempos de Viriato, de la carne en cecina, del pescado seco, de la galleta y de la fantasía propia del galaico.

El padre del último Naveiro continuaba la tradición familiar y hacía la ruta de ultramar a bordo de un clipper rápido y marinero. Naveiro padre tenía una peculiar manera de entender aquello de una novia en cada puerto: él prefería lazos más sólidos, por lo que mantenía alegremente una familia en Vigo y otra en Macao, ambas numerosas, pobres y felices.

El joven Naveiro hizo su primer viaje a los trece años, como proel, junto a su padre. Así, con el alma todavía tierna, se le metió el oriente por los ojos. La calidad del mar, su color tan distinto al del Atlántico natal, las gentes extrañas con su lenguaje cantarín y sus ojos almendrados... Y, además, la riqueza. Allí un europeo podía hacer fácilmente carrera: trampeando con los chinos, navegando en los cargueros de las islas, comerciando con los salvajes o contrabandeando con el opio.

Naveiro se quedó con su otra familia, con la mujer oriental de su padre y con sus medio hermanos de ojos rasgados, y nunca más sintió la nostalgia de Galicia, donde, por cierto, las cosas no iban demasiado bien en aquellas fechas. Sólo bajo los efectos del sake se permitía algunos recuerdos de la infancia y descubría, las profundas lagunas de su memoria.


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Publicado el 11 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Hablar de España

Arturo Robsy


Ensayo, Política


DELANTAL QUE SE PONE AL LIBRO.

Panorama

El hombre es un ser sometido a instintos, como el de conservación o el gregario, y a reflejos como el de la búsqueda (qué difícil es dejar de buscar algo extraviado). Sometido. No hay libertad frente a ellos ni frente al tiempo que toca vivir. Llegar a percibir que hoy no es ayer, que se han modificado los principios activos de nuestro mundo, es difícil. Más si se trata con demagogia.

Hay que contar siempre con que la metafísica no pesa en los postulados que rigen el rumbo de la sociedad. Hay que atenerse, críticamente, a lo que hay, sabiendo que no se busca lo permanente y que se silencia la trascendencia de lo que realmente trasciende.

El mundo del hombre, el único verdaderamente accesible, es la sociedad y, en específico, la propia, en la que se ha formado y cuyo paso debe seguir, a gusto o a disgusto, o aceptar el riesgo de quedarse fuera. La sociedad es un sino, algo a lo que estamos condenados, un principio automático de sometimiento que, si falla, es restaurado por la coacción o la coerción: Policías y jueces cuidan de ello. Y quienes legislan.


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Publicado el 14 de julio de 2016 por Edu Robsy.

La Última Historia

Arturo Robsy


Cuento


Hoy, el Ángel ha llegado a las dies y cuarto de la mañana. Lleva seis días haciéndolo, y ya los más puntillosos han comentado su falta de puntualidad: un Ángel no puede retrasarse quince minutos bajo ninguna excusa.

Los niños le tiran piedras, pero él, sonriendo, aguanta firme y no cede. Se va a posar en lo alto de la Cibeles y se está un par de horas con las alas plegadas y los brazos sobre el estómago. Ahora ya no hace nada; antes hablaba, pero actualmente se limita a mirarnos y a sonreír, como quien hace muecas. (¿Tendrán músculos cigomáticos los ángeles?)

La primera vez, un guardia le quiso quitar de ahí, pero unas viejecitas piadosas lo impidieron. Dijeron que no hacía mal y nadie y que, en el fondo, era bonito: con esto y lo otro (o lo otro y esto) armaron tal alboroto que el guardia tuvo que dejarlo estas, ¡y desde entonces!

Han pasado, pues, seis días y hay quien afirma que la cosa va en serio. Pero, mientras quedamos en algo, ahí están los niños tirándole piedras y caramelos, y el policía mirándole de reojo, entre frustrado y vengativo.

De vez en cuando llegan los de la Televisión y hablan un poco con él y los periodistas, y luego se burlan todos, aunque ya no piensan que sea un señor disfrazado, porque le han visto volar por su cuenta.

Un director de cine sueco llegó el segundo día y está haciendo una película abstracta: la Prensa dice que el peliculero quiere crear un simbolismo entre la civilización y la dulce Arcadia o el Edén, para que los hombres comprendan la de cosas que se han perdido al nacer en la sociedad de consumo.


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Publicado el 15 de septiembre de 2018 por Edu Robsy.

El Pobre

Arturo Robsy


Cuento


Unos mueren y otros nacen,
pero el juego no se acaba jamás.

—Proverbio hindú
 

Aquel tipo harapiento, muy joven todavía, no daba explicaciones; tampoco la dio cuando, en el último año, abandonó una carrera en cuyos estudios estaba cosechando méritos suficientes para augurarle un buen porvenir: simplemente desapareció y anduvo por las tierras que más le apetecieron hasta llegar a esa ciudad, en mitad de una costa, donde había encontrado, quizá, algo de lo que empezó a buscar en la universidad.

Las cosas no habían cambiado mucho para él: ahora era pobre, pero antes incluso de ser estudiante, también lo fue y no por propia vocación. Su padre, un carpintero sureño, conoció tiempos de mayor esplendor hasta que los plásticos y aluminios desplazaron la madera. Si aquel, el hijo del carpintero, pudo estudiar, fue debido a las becas que obtuvo desde los nueve años.

Ahora era distinto: mal vestido, casi hambriento, con un zurrón terciado al hombre y la barba descuidada, pensaba seriamente en establecerse en aquel lugar y vivir su vida de pobre voluntario y por vocación.


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Publicado el 24 de marzo de 2019 por Edu Robsy.

El Ocaso

Arturo Robsy


Cuento


El mar, sobre la barra de arena negra. Sobre el mar, ensangrentándole, dándole la púrpura y el clavel, el líquido y la sangre, el sol redondo, el sol enorme, muerto. Tal vez dormido. Cansado de un día de jornal y de sudores, de astronautas y telescopios, de sondas y ecuaciones, de hidrógenos y teorías.

Turismo, si queréis, de invierno: y turismo pobre, turismo social, con excusas para guardar el dinero y pagarse alojamientos baratos. El pueblecito, redondo, a dos palmos de la playa y a un tiro del mar. Blanco y rojizo, oscuro bajo la próxima noche, resbaladizo en la tiniebla, silencioso, típico.

El turista, nacional. Mozo alto, aburrido, que un día terminará oposiciones y que ahora juega a la aventura del descanso y de la soledad. Por las mañanas sube a las rompientes con unos prismáticos: a veces pasan barcos lejanos y sin nombre, especiales en la distancia: podrían ser, por ejemplo, el del Holandés Errante, o aquel otro que se perdió en su última singladura entre Buenos Aires y Sevilla. Si no se ven los barcos, siempre aparecen las aves: pajarillos diminutos y saltarines que buscan alimento entre los cardos, las albas gaviotas, los cormoranes fieros...

A mediodía la casa en que pervive; los olores del yantar, la mesa del mantel blanco y la gente de la casa, que le pregunta y le responde, que le observa y le curiosea y que, en el fondo, se desentiende de él mientras pague las facturas y diga "buenos días" y "buenas tardes" y sonría en su momento.

La siesta. El paseo de la tarde fresca. Las búsquedas secretas en la glera, con la esperanza de hallar tesoros misteriosos: tapones de plástico, botellas viejas, boyas arrastradas mar adentro y por fin devueltas, maromas deshilachadas, bolas de alquitrán tan negras como la noche, soldaditos de plástico y maderas.


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Publicado el 29 de marzo de 2019 por Edu Robsy.

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