Textos más populares esta semana de Arturo Robsy

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autor: Arturo Robsy


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El Colgado

Arturo Robsy


Cuento


Colgaron al Chino en la hacienda española. Quería llevarse una vaca y los hombres estaban alterados. Aquí hay siete millones de vacas, muchas más que hombres, y ninguna para el Chino. El español lo descolgó por obra de misericordia. El español había venido de otro mundo más viejo y trabajaba para una gran compañía extranjera que exportaba semillas y dólares. Además, tenía muchas reses en las dos mil hectáreas del Alto Paraná, próximas a Itaipú. Lo vigilaba todo en avión, porque los negocios hoy tienen alas, pero no fue él quien vio al Chino. Fueron los hombres.

—Rellena pollas. —le dijo el español cuando Chino volvió a poner los pies en el suelo.— Si te toca, compras la vaca.

—Vete a coger. —respondió el ahorcado. Pero agradecía.

El cuello, aunque quedó más largo, le dejó de doler pronto. Otras cosas, no. El sábado había llegado al rancho muy tomado y lo pegó la mujer. El domingo, mientras las ideas regresaban, arrastrándose, a su cabeza en brumas, lo echó la hembra. Así el Chino vagó el lunes. El martes, andando lejos, vio la vaca y la cogió. Un instinto de soledad o un dolor de mal cariño enconado.

El Chino, sin casa y sin familia, no se quejaba de la cuerda. Ni de la mujer. Era él, que no tenía una misión en la vida. Era él, que no sabía estar solo ni estar siquiera. Su abuelo nació para morir en la Guerra del Chaco. Su padre, para construir Ciudad Stroessner y padecer de la tuberculosis en un hospital de caridad. El, para que le echaran del ranchito después de que le pegara la misma mano que lo tocaba cuando la noche valía. A veces.


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Publicado el 21 de abril de 2016 por Edu Robsy.

No Era Amistad

Arturo Robsy


Cuento


Al pescador le faltaba un dedo y al perro, el rabo. El rabo que le cortaron para mejor cazar cuando era un cachorro, mucho antes de que se descubriera su incapacidad para el rastreo.

El perro era de un viejo predio, y todo el mundo sabe que en esos lugares no se alimenta a los inútiles, de modo que, al año de su nacimiento, se encontró siguiendo una carretera y bebiendo en los charcos de la cuneta. Seguramente no acababa de comprender su postura y caminaba perplejo, entre dolido y triste.

Antes de esto, sus amos le llevaron, en un coche, muy lejos; kilómetros y kilómetros tomando curvas y salvando baches; y él, infeliz, ladraba con su hocico pegado al parabrisas, convencido de que se aproximaba una gran cacería.

Así quedó abandonado la primera vez, pero achacó a un descuido de sus queridos "humanos", madre y padre en una misma persona que le alimentaba y le acariciaba y, también (ay) le golpeaba.

Y volvió. Cruzó la fronda, se rasgó la piel en los aulagares, esquivó automóviles, pero volvió.

Se lo llevaron. Volvió.

La tercera vez hubo una pequeña discusión en la casa: el perro era un problema y ellos no podían perder el tiempo alejándolo y alejándolo.

El payés dijo que le iba a pegar un tiro. Madona se encogió filosóficamente de hombros pensando, quizá, en la cosecha de pimientos, y él, ajeno, movía el rabo satisfecho de estar de nuevo en su hogar, y hurgaba con el hocico entre los desperdicios de la cocina.

Luego, el hijo, un muchacho torpón y sucio, sintió algo parecido a la piedad y la ejecución quedó aplazada. "Si regresa la próxima vez" —dijeron, y se lo llevaron al mar, a la distancia más larga. Allí se quedó. Allí estaba, caminando por la carretera y bebiendo el agua de sus charcos, preguntándonos lo que sucedía.


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Publicado el 28 de marzo de 2019 por Edu Robsy.

4 Cuentecillos - 1 Extravagancia

Arturo Robsy


Cuento


I. Viejo

El viejo, al sol, sentado en el poyo de la puerta, no tiene melancolía ninguna por lo que ve. Con la boina sobre las cejas mira tranquilamente el huertecillo y fuma cigarrillos liados, pues tuvo que prescindir de los que él mismo se hacía a causa de la artritis de sus dedos.

El mundo tanto puede ir bien como mal por lo que a él respecta. Todas las mañanas se despierta con el alba, y de noche en invierno, porque tiene el sueño ligero y también viejo. Pide el caldito caliente y un sorbo de gin para el frío, o para el calor en verano, porque el gin tiene especiales poderes y tanto calienta como refresca. Después, trastea en el almacén; une sus interminables ovillos de cordelillos que recoge aquí y allá; afila la navajita, casi comida, que le ha acompañado en los últimos treinta años; piensa en la cuerda, aquella colgada del garabato, que él compró antes de la guerra a un pescador que las hacía. Y , luego, al poyo de la puerta, al sol que le embriaga y a la indiferencia por tanta tierra y tanto cielo como le envuelven.

A veces —muy pocas— desciende hasta las palabras y explica algo. Oyéndole, pocos podrían decir si es entonces cuando vuelve a la realidad o cuando sale de ella, porque el viejo es todo igual, del mismo color; seco, apenas piel quemada y arrugas secas.

Y el viejo, mientras la hija hace el sofrito del "oliaigua", me señala una higuera donde duermen por la noche los pavos y, después, la pared con musgo centenario que se recoge sólo para el belén de los nietos. Se encoge de hombros y da a entender que nada de aquello le pertenece ya. Sólo quizá, siente haber dejado su vida enredada en cosas tan sin importancia como la reja del arado, los mangos de las azadas, las puntas de los bieldos o la vertedera...

Le digo, pues, cualquiera de las memeces que sobre la juventud se dicen a los viejos y él ríe.


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Publicado el 1 de mayo de 2022 por Edu Robsy.

El Esclavo

Arturo Robsy


Cuento


Cuando aquel hombre llegó parecía asustado de veras. Todos nosotros teníamos pintada la alegría en el rostro, por eso lo mustio de su expresión adquirió un tono grave y burlesco por la comparación. Todo era extraño en él menos los ojos. Estos brillaban a intervalos, eso sí, pero contraponían una santa gota de calma a la nota crispada de su cara.

Dos de nosotros, que jugaban enfrascados a los naipes, completaron la ilusión exclamando algo sobre una jugada.

Luego todos callamos.

Don Martín advirtiendo el raro efecto que nos había causado su insólita aparición, vino hasta la mesa y se sentó aparentando una perfecta normalidad. Durante unos segundo se oyeron los ruidos del silencio y después fueron reanudándose las conversaciones, primero con graves todos, que fueron tornándose en las timbradas voces de todos conocíamos.

Entonces, sólo entonces, don Martín habló:

—¿Qué les ha sucedido cuando me han visto entrar? Parecía como si algo les hubiese detenido la lengua.—se detuvo y sacó rápidamente un espejito que reflejó su imagen. Sonrió. —Comprendo ahora que mi figura no acabe de ser del todo natural. Sin embargo, ¿es eso bastante para hacer callar a toda la tertulia?

Nadie contestó. Notábamos como si efectivamente "algo" nos impusiera su presencia. Callamos. ¿Qué otra cosa podíamos hacer?

—¿No comprenden? —continuó transfigurado Don Martín— ¡Tienen que ayudarme! Es necesario que ustedes me convenzan de la realidad de lo que vivimos en estos momentos. Es necesario que yo pueda separar el sueño y el mundo, y el mundo de mí mismo.

En efecto no comprendíamos aquello. Sólo dedujimos que Don Martín estaba terriblemente excitado, casi al borde de una crisis nerviosa.


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Publicado el 15 de julio de 2018 por Edu Robsy.

La Sobreinformación como Manipulación

Arturo Robsy


Ensayo, artículo


Cuando abrimos un periódico, cuando conectamos un televisor o escuchamos un diario hablado radiofónico, accedemos a una especie de instantánea de nuestro mundo y nos vemos rodeados por la información más actual. O eso tendemos a creer.

Sabemos, simultáneamente, lo que está sucediendo en Filipinas, en Corea, en Nueva York o en Santiago de Chile, aunque ello nos obliga a enterarnos menos de lo que hace nuestro vecino. Oímos, en ocasiones, las voces de los protagonistas de la actualidad y hasta velamos sus cadáveres en la pantalla. Conocemos muy especialmente las desgracias que caen, con regularidad y mala entraña, sobre la humanidad rica y sobre la humanidad pobre.

Casi es posible afirmar que disponemos de un exceso de información. Un hombre que lea un periódico al día, vea un telediario al día y oiga un diario hablado al día, recibe algo más de trescientas noticias interesantes, entre sucesos, catástrofes y declaraciones de personalidades.

Con semejantes fuentes, no es raro que el hombre de hoy tienda a creerse conocedor de la sociedad en la que vive. Mucho más que lo fueron los hombres de las generaciones anteriores, de los siglos anteriores, cuando el mundo era todavía grande y distintas las formas de vivir y de pensar.

La información masiva es un hecho, tanto si se considera el número de personas que se informa diariamente sobre el mundo que les rodea como si se atiende a la cantidad de información que, consciente e inconsciente, recibimos al cabo del día. En ambos casos, este es el mundo de la información y, quizá, ella se ha convertido en uno de sus vínculos fundamentales.


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Publicado el 2 de septiembre de 2024 por Edu Robsy.

El Séptimo Día

Arturo Robsy


Cuento


No sé muy bien qué puede suceder en las próximas horas, pero algo terrible y cruel está por sobrevenirnos a todos. Cuando en el boletín informativo de la mañana de ayer aparecieron los primeros síntomas, la humanidad, que tiene más de gallinero que de Universidad, empezó a sonreir y a suspirar llena de júbilo. Hoy, naturalmente, la misma humanidad ha empezado a recapacitar; al menos esa parte de ella que dice ser civilizada.

Ayer empezaron a llegar noticias confusas de que todas las guerras conocidas habían cesado. Al menos no se disparaba en ninguno de los frentes ni en ninguna de las selvas, desiertos y ciudades donde se acostumbra a disparar. Ni en Afganistán, ni en ningún lugar de Indochina, ni en Irán, Irak, Líbano, Camerún, Sahara, Vascongadas, Irlanda, Angola, Sudáfrica, Mozambique, Eritrea, El Salvador, Nicaragua...

Un alto el fuego, decían los corresponsales de todas las guerras, los testigos de todas las habituales matanzas. La tranquilidad reina en tal sitio. Un tenso silencio planea sobre los ejércitos. Los enemigos se vigilan pero parecen haberse tomado un descano. ¿Será — se preguntaban todos por separado — que están preparando la ofensiva definitiva?

Los corresponsales, claro, fueron los últimos en comprender la realidad. Los que lo vieron claro desde el principio fueron los jefes de redacción de prensa, radio y televisión: aquí, nada; allí, tampoco. ¿Qué sucede? ¿Ha empezado alguien a razonar? ¿Han servido de algo las oraciones del Papa? ¿Se nos ha escapado algún acuerdo secreto?

Las mismas naciones contendientes y los grupos terroristas participaban del asombro general. Lejos de ellos el funesto hábito de la paz, habían, sin embargo, hecho enmudecer sus armas. Sabían, por supuesto, algo más, el truco, la clave de aquel día sin sangre, de aquel día blanco entre tantos rojos y crueles, pero callaban obstinadamente y hacían trabajar a sus Servicios de Información.


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Publicado el 14 de abril de 2017 por Edu Robsy.

El Desafío Español

Arturo Robsy


Ensayo, artículos, política


Una vez revisados los textos escritos en el 89, y tentado con la fecha inversa que vivimos, 98, se hace esta segunda edición de El desafío español y la Política de mercado. Lo peor y más descorazonador es que en diez años siguen siendo actuales estos textos, escritos en pleno apogeo del Psoe y reimpresos bajo el poder de la derecha.

Primera parte. El desafío español

1. Triste marco

La Constitución de 1812, entre afrancesada y masónica, fue el paso previo y necesario para la desintegración política del Imperio Español e inauguró estos últimos 175 años de miedo a España. No fue casual, sino revelador, que mientras el pueblo combatía por la independencia, sus políticos de río revuelto le sometieran a ideas y planes extranjeros.

Aquella Constitución, sin embargo, enumeraba los territorios sobre los que España ejercía soberanía. La del Setenta y Ocho, no. Y tampoco esto debe de ser casual dado que, tras ser promulgada, ha pasado a debatirse la integridad de nuestra última unidad política, seriamente amenazada por los separatistas catalanes y vascos y por el gobierno que, en contra de la constitución, no acierta a tomar medidas que dificulten el progreso de estos nacionalismos decimonónicos.

En ninguna parte de nuestra actual Constitución se afirma que Cataluña, Vascongadas o cualquier otro lugar -Baleares, Canarias...- sean España, de manera que un Tribunal Constitucional títere podría quizá legalizar cualquier independencia.


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Publicado el 10 de julio de 2022 por Edu Robsy.

La Soledad de Pepe

Arturo Robsy


Cuento


Hucha de Plata como finalista de la edición XXVI del Concurso Hucha de Oro de 1991, convocado por la Confederación Española de Cajas de Ahorro


José Álvarez Alto era, sin duda, Álvarez, pero no alto estrictamente. Tampoco era buena persona. Usaba navaja para limpiarse las uñas y otros quehaceres y, cuando no bebía en la tasca o discutía agriamente con cualquier próximo, se ganaba la vida sirlando.

Sirlar es un arte que necesita nervios de titanio, mala cara y, obligatoriamente, un fierro. Un fierro es una pistola o revólver. Si se tiene buena entraña, puede estar estropeado. Si uno es precavido, mejor que funcione, porque a veces los ciudadanos no se dejan sirlar, o sea, se defienden, malditos sean, llenos de apego a los bienes materiales.

Pero José Álvarez Alto, (a) Pepe, era de mala sangre. Sirlaba a amigos y enemigos. Con entusiasmo. Luego, cuando cogía un mal extraño que él llamaba la mona, rompía billetes o los quemaba mientras profería maldiciones que le pintaban bravo.

Un lunes en que no debía de tener la cabeza despejada de la última mona, le dejaron seco al lado mismo de la Telefónica. De espaldas contra la pared, plegado, quedó caído Pepe con los ojos abiertos, una mano en el pecho, por debajo de la cazadora vaquera, y la otra, palma al cielo, sobre los mismos gunguis, como él llamó en vida a los atributos que le habían hecho el terror del barrio. Muerto y todo miraba mal, el condenado.

Ajena a los problemas del caído Pepe, Madrid se desperezaba y, en forma ya, ponía en marcha sus grandes motores para bombear miles de gentes por las calles. José Álvarez Alto, una mano en el pecho y otra sobre los gunguis, las contemplaba con sus ojos ciegos, amorugado en un silencio que ya no rompería y envuelto por los ruidos de la humanidad con prisa.


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Publicado el 21 de abril de 2016 por Edu Robsy.

Cleptomanía

Arturo Robsy


Cuento


Concurso "Arriba 1972" de Cuentos y Reportajes


ARTURO ROBSY nació en Alayor (Menorca). Estudió en Mahón, Madrid y Santoña. Colabora en periódicos y revistas y tiene preparado un libro de tema menorquín basado en leyendas de la isla. También pinta con asiduidad y ha cursado estudios en la Escuela de Publicidad. Los veranos dedica preferente atención a los Campamentos Juveniles, donde ejerce funciones de Jefe de Formación. Ha ganado algunos concursos literarios de ámbito local.


No sé si me han aconsejado que me arrepienta o no; en cualquier caso, las historias parecen tener la misma voluntad y es inútil buscarles una salida mientras ellas no lo desean.

Mara me había dicho que cerrar la puerta es muy importante y Abuela se empeñaba en apagar las luces de las habitaciones. Con esto no quiero afirmar que Mara y Abuela estaban locas, pero demuestro que las cosas son así y no hay motivo alguno para cambiarlas.

En el pueblo, al hacer novillos nos íbamos monte arriba a rebozarnos de tierra y a meter palos en las madrigueras de las culebras. El día libre en la ciudad nos vamos bar arriba, o museo arriba o parque arriba, a sorber limonadas, a beber vino o a besar a alguna muchacha que esté de acuerdo.


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Publicado el 7 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Tírese Después de Usar

Arturo Robsy


Cuento


A no es siempre A (salgo en algunos momentos).

C no es A (hasta que se demuestre lo contrario).

B coincide siempre con A y con C.

Éste es el cuento: un imposible lógico.

(Recuerden: A no es no-A. Si C no es A, B=A no puede coincidir con C. B no puede ser más que B).

Y, sin embargo, uno puede ilustrar el cuento anterior a fin de que la lógica clásica (tan "clásica" como la trirreme) medite largamente.

Imaginen el Buen Hombre que se casó a los veintiocho años, justo en cuanto tuvo apañadito lo porvenir. De eso, por supuesto, hace ya otro veinte. Procedente de un pueblo urbano, sus alternativas estaban entre la "industria" y los "servicios". En la industria, jamás hubiese llegado a gerente; ni siquiera a segundo contable. Y eso lo sabía él. En la industria no se asciende (casi nunca) a las oficinas desde las máquinas. El siervo del acero, como recompensa, cambia de aparato y su escala va desde los más simples e incómodos, casi manuales, a los automáticos y semi-perfectos artilugios que sólo por compromiso tienen a un hombre delante. Después se interrumpe el escalafón. Y, sin máquina ya, uno se convierte en encargado, jefe de sección, de taller o capataz. No más. No queda, por cierto, el tiempo suficiente.

En los servicios, las cosas van de otro modo. Existe realmente una posibilidad de promoción. Existe un escalafón más o menos rígido y ésta es la tabla de náufrago de muchos que, en otras condiciones, hubiesen sido devorados por la máquina.


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Dominio público
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Publicado el 18 de julio de 2021 por Edu Robsy.

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