Textos más populares esta semana de Arturo Robsy | pág. 2

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autor: Arturo Robsy


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El Hombre del Río

Arturo Robsy


Cuento


Si usted desea llegar a Encinar, no tiene más que acercarse al Tajo desde Madrid y allí, a las orillas del río, encontrará un pueblo moderno, modelo de limpieza y pulcritud, donde vivió Antonio. Pero, antes, no se deje engañar por la bifurcación de la carretera: en ambos lados pone "Encinar". Tome usted el de la derecha, porque el otro conduce a un pasado muerto y ahogado: justamente al del antes citado Antonio.

Antonio nació molinero por la misma razón que su primo Eugenio nació carpintero, y su amigo Calixto, labrantín: su familia, que era dueña y señora del único molino del lugar, asentado sobre el río que movía perezosamente las enormes palas puestas contra la corriente. Pudo, como Salvador, nacer sacristán, pero no estuvo ahí la suerte y el molinero se quedó para toda la vida desde mil novecientos diez, fecha en que su madre, primeriza en esto, empezó a quejarse de fuertes dolores, y su padre salió disparado en busca del señor médico.

Y el Tajo, desde el principio, entró a formar parte del cuerpo y de la sangre del recién nacido Antonio. Ya la primera noche, en la aceña, la pasó oyendo el batir de las palas, pues no se pudo interrumpir el trabajo hasta la madrugada; y, aún después, la corriente siempre tiene un rumor especial a distancia, a camino reposado, que se cuela por detrás del alma y se instala definitivamente cerca del corazón.

Y cerca del corazón lo llevó él, y de las nalgas, que en más de una ocasión volvía, de niño, rebozado a casa con la pobre excusa de un empujón a mala uva, y le tenían que dar unos cachetes, más por la suciedad que por la mentira.


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Publicado el 25 de marzo de 2019 por Edu Robsy.

Todo Es Poco

Arturo Robsy


Cuento


Cuando Adolfo dejó de gastar dinero, por falta de fondos, fue bajando de ambiente hasta llegar a la hamburguesa con catchup y a la tasca de artistas con tinto. Una chica, tan seria como mal peinada, procedente de la Academia de Ciencias Ocultas, tras mirarle el aura de reojo le diagnosticó gratuitamente:

—Tú eres cáncer, cariño.

No era verdad, pero Adolfo nunca había yacido, por así decir, con una esotérica y, por afán investigador, asintió mientras aparentaba sorpresa:

—¿Cómo lo has sabido?

Había cosas en opinión de Isabel, estudiante de ocultismos, que no se podían ocultar. El signo zodiacal era una de ellas. Los astros tenían buen cuidado de imprimirlo en la persona.

—¿Dónde? ¿En los cromosomas? ¿En la frente?

—En el aire. Quiero decir, en la personalidad.

Mirando bien, aire y personalidad, entre aquella gente, eran buenos sinónimos. Además, Adolfo había puesto fin a su fortunita, encadenando francachelas, y, si no le engañaba la vista, la brujería tenía aspecto de ser un entretenimiento económico.

De clase en clase, siempre a la popa de Isabel, fue introduciéndose en un híbrido de budismo y superstición. Se maravillaba tanto de las maravillas que descubría que, presa de la emoción, tentaba los muslos de la chica para que descubriera su ilusión y su inquebrantable fe.

Las experiencias fáciles del principio eran encantadoras. Muy pocos saben que el agua se puede «cargar». Basta con tomar un vaso, extender los brazos y hacer unas lentas y profundas respiraciones, pensando que se le transmite la fuerza vital del mundo. O la astral. Algo así. Luego, el agua así tratada sirve para ungirse y, posiblemente, sanarse.


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Publicado el 12 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Aventura

Arturo Robsy


Cuento


Cuando Apolo era joven y andaba por las ciudades de Grecia estudiando medicina, su carácter admiraba a todos sus condiscípulos: reidor y alegre, no desdeñaba la última copa nocturna en la taberna oscura y pobre, ni el beso comprado a la puerta del burdel, ni la chirigota truhanesca en la persona de algún profesor despistado (por ejemplo, el de historia que, desde la última Olimpiada, tras la gripe asiática, tenía puesto un pie en la barca de Caronte).

Sin embargo Apolo también sabía ser serio cuando la ocasión lo requería y pasaba por el más correcto de los muchachos de su cuadrilla. Pasable atleta y mejor orador, acudía todos los días al ágora para instruirse con los discursos de los ciudadanos y, también, componer hermosos versos en honor de tal o cual muchacha que, por entonces, llenaba sus pensamientos.

Huelga decir que Apolo era un mozo bello y bien planteado, y que las niñas gozaban con su compañía por más que nunca dejaban de mirarle como a un juguete encantador, un lindo muñeco parlante lleno de sonrisas, pero frío. Y Apolo lo sabía y se entristecía en su corazón, porque él hubiera querido tener una novia como los demás, una mujercita cándida (o no) a la que contar sus pequeños desengaños de adolescente en estudios, sus enormes ideas de poeta joven y sus blancas ilusiones de dios en sazón.

Vivía de pensión con su hermana Diana, con la que compartía habitación, secretos y yantar, y, con ella también, salía de caza todos los festivos en busca del corzo descuidado o del jabalí poderoso; pero estas ocupaciones no bastaban a apagar los fuegos de su alma saltarina y si su hermana --irreductible virgen-- se conformaba con ligeros escarceos, él andaba necesitado de un amor profundo y verdadero que viniese a completar la paz de espíritu que sus versos le anticipaban.


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Publicado el 11 de julio de 2021 por Edu Robsy.

El Demonio de Alcira

Arturo Robsy


Cuento


Si place a mis lectores prestar los ojos al asunto, quisiera contarles una historia algo rancia que, según es fama, sucedió en Alcira a un matrimonio discutidor y a un alcalde amigo de la broma.


(Si place a mis oyentes prestar oído,
les contaré un pasaje muy divertido;
el cual no es mentira
que ha pasado en la villa de Alcira)


En el siglo pasado Alcira era una villa como tantas, relativamente tranquila y, tal vez, necesitada de espectáculos. En lo alto del puente estaba la imagen de su patrón: San Bernardo, en cuya festividad celebraban las ferias.

Pues bien: el año a que nos referimos, salió el alcalde acompañado por sus concejales y por un escribiente, sobrino suyo, para ir apuntando lo que los vecinos prometían entregar en la fiesta de San Bernardo, a fin de que fuese más lucida. Se trataba, en general, de donativos en metálico u objetos para el culto (cirios, reclinatorios...).

El escribiente tomaba nota y pasaban a otra casa... Hasta que, mediada la tarde, la comitiva llegó a una casa donde el matrimonio reñía: asunto de dineros, pues la mujer decía que el marido no le entregaba todo el suelo y el marido, que la mujer le negaba hasta para tabaco... Discusiones parecidas a las tormentas de verano que, una vez descargadas, desaparecen sin dejar huella, pero, mientras duran, alcanzan una virulencia de aquí te espero.

El alcalde, indiferente ante el asunto, asomó por la ventana y le dijo al marido:

—¿Qué promete para la fiesta de San Bernardo?

El otro, que perdía razón y pie en la discusión, se le encaró rabioso:

—¡Un demonio! ¡Eso es lo que yo prometo!

Y la mujer, por lo bajo:

—Llévenselo a él. ¡Buena pieza!

El alcalde, divertido, contestó con buen humo a su sobrino:

—Apunta: un diablo para San Bernardo.

Y pasó a la próxima casa en busca de vecinos más dadivosos y menos irascibles.


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5 págs. / 9 minutos / 47 visitas.

Publicado el 20 de abril de 2022 por Edu Robsy.

Cuentos del Martes

Arturo Robsy


Cuentos, colección


Prólogo

El 16 de mayo de 1972 el Diario Menorca publicaba un cuento de un jovencísimo escritor, Arturo Robsy. La prensa local se hacía así eco del primer éxito literario del autor menorquín, que había conseguido con su cuento "Cleptomanía" alcanzar la final del concurso "Arriba 1972" de cuentos y reportajes, convocado por el diario del mismo nombre. El Diario Menorca hacía una breve presentación del autor y, a continuación, reproducía el cuento ganador.

En la década de los setenta el Diario Menorca publicaba cada martes, bajo el título de "los martes letras", una sección literaria en la que aparecían reseñas de libros y poemas que enviaban los propios lectores. Desconocemos los detalles, pero a partir de junio de 1972, Arturo Robsy se convirtió en coordinador de la misma, publicando además un relato semanal en el apartado "cuento del martes". Esta colaboración con el Diario Menorca se mantuvo durante dos años, hasta mayo de 1974.

Además de relatos del propio Robsy, la sección contó con firmas invitadas que publicaron sus obras, como la del poeta Pascual-Antonio Beño, la de Juan Luis Hernández o la de Isabel Petrus. Entre los poemas que se siguieron publicando en la sección se puede encontrar incluso alguna obra juvenil del poeta Ponç Pons.


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Publicado el 16 de mayo de 2022 por Edu Robsy.

A Rey Muerto

Arturo Robsy


Cuento


Isaac Valls Pujol llegó a ser el Rey de la Bisutería. Cuando su fábrica española empezó a perder mercados a causa de la competencia oriental, tuvo arrestos para quemar sus naves: vendió, viajó a Taiwan y allí, juntando sus pesetas y los créditos del gobierno para la inversión, empezó a explotar a los chinos.

Tanto éxito tuvo que fue coronado Rey de la Bisutería mientras aquellos chinos, que no sabían lo que era un sindicato, trabajaban para él por una vigésima parte del salario de un español. Y dando las gracias.

Un mal día pasó la Estigia, meditando.

Dejaba tras él un imperio y un desasosiego. Sobre sus últimos momentos se había derramado la luz del entendimiento y tuvo tiempo para comprender que había despilfarrado su vida: no sólo no podía llevarse el fruto de sus explotaciones chinescas, sino que el resto de su equipaje para la eternidad era ridículo: un alma polvorienta y con telarañas a causa del desuso, y el dolor de ver como la humanidad seguiría portándose como él, como si la muerte no existiera, como si fuera posible embarcar las riquezas en un cohete y mandarlas, expresas, la cielo.

Su testamento tuvo, además, la virtud de aumentar las tiradas de la prensa sensacionalista: dejaba toda su fortuna china al hombre más bueno del mundo. No al mejor. Al más bueno, o sea, al que dispusiera de más bondad. Albaceas, un juez retirado y un fraile pobre como las ratas. El resultado, verdaderas peregrinaciones con memorandos que llevaban una detallada explicación del debe y el haber de la bondad de los aspirantes.

La humanidad, tan enorme, da mucho de sí: había héroes que salvaron cientos de vidas y humildes que cuidaron a su anciana madre con devoción y entrega. La prensa aireaba la bondad humana como antes exhibió la perversión o los desnudos. Para bien o para mal, la fortuna del Rey de la Bisutería, al hacerla rentable, despertaba interés hacia la santidad.


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Publicado el 21 de abril de 2016 por Edu Robsy.

A Vida y Muerte

Arturo Robsy


Cuento


Miguel de los Santos tenía una mujer muy bella y unos celos muy feos que le llevaron a convertir su casa en comisaría. Paseaba por ella reparando en los detalles y practicando interrogatorios:

—¿Qué hace este hilo verde en el respaldo? —preguntaba.

—Será de cuando ayer cosí.

—¿Por qué está la toalla en el dormitorio?

—Al salir de la regadera y vestirme la olvidé, seguramente.

Miguel de los Santos miraba a su bella mujer y sospechaba. Unas veces en silencio y otras, no. Ella era la muleta en la que apoyaba el peso de sus miedos secretos.

—Tú me quieres, ¿verdad?

Y le quería. Sintieron un amor que reventaba en el pecho; un ansia desconocida. Pero amar y vivir son cosas distintas y las continuas sospechas de Miguel de los Santos no podían menos que provocar tentaciones y ensueños.

Por fin hubo otro hombre. Si Miguel sospechaba sin razón, sospecharía de igual modo con ella, como así fue hasta que en una discusión los ánimos subieron a gritos y los gritos a las verdades que no deberían serlo:

—¡Claro que te engaño! —dijo Amalia como una furia.— Con un hombre mejor que tú. ¿Y qué?

Nada. Miguel de los Santos quedó mudo y frío. Había pensado demasiado en la posibilidad para tener alguna duda. Así pasó al plan B, que era la pistola. Sin una palabra de despedida, sin un reproche, le disparó bajo el seno izquierdo y ella le siguió mirando con furia hasta que comprendió lo que pasaba en el momento que la muerte la pilló por los cabellos.

Miguel de los Santos la llevó al lecho y dispuso el cuerpo con cariño. Lo lavó, recordando toda la vida que llegó a haber en cada parte. Lo besó, sintiéndose tan herido en el corazón como ella.


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3 págs. / 6 minutos / 333 visitas.

Publicado el 28 de enero de 2018 por Edu Robsy.

Camarada Dólar

Arturo Robsy


Novela


A todos los que No.

1

Emilio, conocido trabajador intelectual, desembarcó del ascensor ayudado por cierta cantidad de gin tonic que conservaba en sus depósitos supletorios. Por la posición de las estrellas y por una muesca del cercano pasamanos, comprobó que había llegado a su nebuloso destino. Así aliviado su corazón, flotó de Este a Oeste, cómodamente instalado en una sonrisa amistosa, y acabó dirigiendo una mirada llena de amor a la causa al ojo de su cerradura.

Emilio regresaba de añadir unas gotas de aventura y emoción a su vida, sólo que las gotas, a fuerza de perseverancia y graduación, le habían llenado hasta las amígdalas, induciéndole a instalarse en una especie de transparente beatitud.

El ojo de la cerradura, con el ceño fruncido, le devolvió la mirada: era un artilugio fosco y aburrido, poco amigo de ser interrumpido cuando meditaba a solas con la noche, abrumado por sus problemas individuales.

—Uy, uy. —le dijo Emilio, aceptando su silencioso reproche.— A ver cómo te portas hoy.

Sacó el llavero y se lo enseñó al altivo mecanismo para que tuviera una clara idea de lo que se esperaba de él:

—La última vez —le explicó con toda confianza— me hiciste repetir catorce veces. Sé bueno y ponte donde yo te pueda ver.

La cerradura, con su ojo negro y vertical, se apresuró a cambiar de sitio tan pronto como escuchó las pretensiones de Emilio: tenía ideas propias acerca de cómo pasar el tiempo.

—¿Así que ya empezamos? —le recriminó el joven, que confiaba en que todos tuvieran su misma amplitud de miras a aquellas horas de la madrugada.

La cerradura volvió a moverse, refractaria a todo razonamiento. En su opinión, Emilio tendría que cazarla como a una liebre.


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Publicado el 13 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Cómo Liarse con un Ordenador

Arturo Robsy


Manual, Cuento, Ensayo


La vida sencilla y aventurera de los informáticos antes de enfangarse en Internet. Entregas de Arqueología Informática

Nota Inicial

Este libro estuvo, ya aceptado y con buena prensa, a punto de publicarse por una gran editorial. Esto que tiene aquí es el original que llegó a ella. Con otras formas se ha visto en muchas páginas, y hasta se ha llamado “El Romualdo” porque se usó el nombre mi amigo en su transmisión por varias redes.

Trata de los tiempos heroicos de las o los BBS, lo que hoy le añade un toque de nostalgia que, desde luego, no empequeñece su estricto sentido del humor. Tampoco empequeñece su valor histórico. Todos los personajes son ficticios y posiblemente el autor, que ruega que este libro no sea impreso con fines comerciales, pero que nada tiene que decir a que, quien lo desee, lo incluya en sus páginas.

Primer aviso. Las leyes que gobiernan la informática

Las siguientes y sabias sentencias no son atribuibles a la pluma del autor: han dado ya varias veces la vuelta al mundo, demostrando, en todos los casos, su incuestionable veracidad.

Leyes de Murphy

1. Si algo puede fallar, fallará.
2. Si hay la posibilidad de que algunas cosas fallen, la que causará más daño será la primera.
3. Si algo no puede fallar, lo hará a pesar de todo.
4. Si se aprecia que existen cuatro posibles maneras de que algo pueda fallar, y se soslayan, en seguida se desarrollará una quinta para la que no se está preparado.
5. Por sí mismas, las cosas tienden a ir de mal en peor.
6. Si algo parece que va bien, es obvio que se ha pasado algo por alto.
7. La Naturaleza siempre esta del lado del fallo oculto.
8. La Naturaleza es perra.
77. Los únicos productos que no funcionarán en tu ordenador son los únicos que verdaderamente necesitas.

Comentario de O'Toole a las leyes de Murphy

Murphy era un optimista.


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Publicado el 28 de marzo de 2019 por Edu Robsy.

Diccionario de Medicina Letal

Arturo Robsy


Diccionario, Medicina


Así se extinguieron nuestros antepasados

Prólogo

¿Qué es de verdad un incordio? ¿Por qué las pesadillas se llaman así? ¿Quién nos enseñó a fumar y con qué fines? ¿Por qué hablamos de los «duros de mollera»? ¿De dónde viene eso de tomar tapas? ¿Nos «opilamos» todavía? ¿Sigue siendo el corazón una especie de infiernillo que calentaba el estómago?

El hombre vive en un mundo de palabras. De aquí que hablar bien y de modo comprensible, sea sinónimo de pensar bien. Y viceversa. Para eso, para educar las mentes y no desperdiciar los hallazgos de otras generaciones, nacieron los diccionarios.

El hombre actual carece de tiempo pero sigue sobrado de curiosidad: necesita información breve compatible con el entretenimiento. Así es como este «Diccionario de Medicina Letal» se ha escrito: con la intención de llenar un vacío bibliográfico, cuyo contenido hasta ahora había que entresacar de viejos diccionarios y proporcionar, a la vez, un descanso. ¿Quién, leyendo a los clásicos, no se ha encontrado con palabras médicas, anatómicas o de farmacopea que no ha logrado entender en su contexto, es decir, en cómo concebían los cuerpos y las almas aquellos hombres del Siglo de Oro y del Despotismo Ilustrado?

No se trata de un estudio sobre los orígenes de la lengua, sino de la descripción, convenientemente pasada al español actual, de una medicina peligrosa, mortífera, con la que sanaron no pocos antepasados. Y también es el lugar de encontrar significados de palabras que hoy usamos sin pensar: ¿Cómo se curaban la tiña, la manía, la alferecía, la sordera o las hernias? ¿Qué era entonces tener potra? ¿Con qué se limpiaban los dientes los españoles antiguos? ¿Se podía beber el alcohol del siglo XVII? ¿Es cierto que existía un oro potable?


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Publicado el 19 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

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