Textos más populares esta semana de Baldomero Lillo disponibles | pág. 5

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autor: Baldomero Lillo textos disponibles


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La Trampa

Baldomero Lillo


Cuento


Una mañana de junio, un tanto fría y brumosa, Luis Rivera, el arrendatario de “El Laurel”, y su amigo el teniente de ingenieros Antonio del Solar tomaban desayuno y conversaban alegremente en es amplio y vetusto comedor de las viejas casas del fundo. Jóvenes de veinticinco a veintiséis años, el militar y el hacendado se conocían desde los tiempos del colegio, lo que había afirmado y hecho inalterable su amistad. Del Solar, cuyo regimiento estaba de guarnición en el vecino pueblo de N., hacía frecuentes excursiones a la hacienda, pues era apasionado por la caza. La tarde anterior, con gran contento de Rivera, a quien su visita distraía en su forzada soledad, había llegado decidido a pasar dos días en el fundo dedicado a su deporte favorito.

De pronto y cuando la charla de los dos amigos era más animada, resonó en el patio el rápido galope de un caballo, y un momento después un estrepitoso ruido de espuelas se aproximó a la puerta del comedor, apareciendo en el umbral la figura de Joaquín, el viejo mayordomo, con el grueso poncho pendiente de los hombros y las enormes polainas de cuero que le cubrían las piernas hasta más arriba de las rodillas. Sombrero en mano, avanzó algunos pasos y se detuvo con ademán respetuoso delante de los jóvenes. El hacendado dejó sobre el platillo la taza de café humeante y preguntó, en tono afable, a su servidor:

—¿Qué hay, Joaquín; tiene algo que decirme?

Con voz que tembló ligeramente, contestó el anciano:

—Si, señor, y es una mala noticia la que tengo que darle. Anoche descueraron en el potrero de Los Sauces a otro animal.

El rostro de Rivera enrojeció visiblemente, y el viejo, viendo que nada decía, agregó:

—A la vaca overa, la Manchada, le tocó, su merced.

El mozo golpeó con el puño en la mesa y se puso de pie violentamente, en tanto exclamaba lleno de cólera:


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Dominio público
10 págs. / 18 minutos / 55 visitas.

Publicado el 10 de septiembre de 2023 por Edu Robsy.

Relatos Varios

Baldomero Lillo


Cuentos, colección


El calabozo número 5

—¡Bah! ¡Un carcelero!

—Que tiene un corazón de oro.

La irónica mirada que me dirigió Rafael picó vivamente mi amor propio.

—¿De modo —insistí— que niegas que don Serafín, por el puesto que desempeña, sea un hombre bueno, de sentimientos nobles y humanitarios? Pues yo te aseguro que es la persona más culta, agradable y afectuosa que he conocido.

La incredulidad y el escepticismo de mi interlocutor para apreciar las acciones de los demás me ponía nervioso, y generalmente nuestras polémicas sobre este tópico terminaban en disputa.

Esta vez la controversia me excitaba más que de costumbre, pues se trataba de una persona a quien yo conocía muy de cerca. Era mi vecino y nos unían relaciones estrechas y cordiales.

—Amable, sí, no lo niego. Demasiado amable y además tiene la mirada falsa.

Esto ya era demasiado y deteniéndome bruscamente sujeté por un brazo al doctor que caminaba silencioso a mi derecha y dije a Rafael, con el tono seguro y convencido del que se encuentra en terreno sólido.

—Esta vez, maldiciente incorregible, tendrás que confesar, mal que te pese, que te has equivocado.

Los tres nos hallábamos en ese instante a cien metros escasos de la entrada principal de la cárcel penitenciaria. La pesada y sombría fachada del edificio se destacaba entre los altos olmos de la avenida y bajo el cielo gris plomizo de aquella mañana de otoño, con tonos lúgubres que despertaban en el espíritu las ideas melancólicas q1ue evocan las tumbas y los cementerios.

Ahí, detrás de aquellos muros, reinaba también la muerte, pero una muerte más fría, más callada, más pavorosa que la pálida moradora del campo santo.


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Dominio público
85 págs. / 2 horas, 30 minutos / 43 visitas.

Publicado el 2 de octubre de 2023 por Edu Robsy.

La Carga

Baldomero Lillo


Cuento


Los sables salen de las vainas con un claro y vibrante chirrido y los soldados de quepis y dormán azules sueltan la rienda de sus caballos y se precipitan contra el formidable enemigo.

¡Oh, los héroes! ¡Oh! los valientes!

¡Con qué coraje esgrimen la cortante hoja sobre las cabezas inermes, sobre los pálidos rostros de las mujeres, las blancas testas de los ancianos y las rizadas cabelleras de los niños!

Nada les detiene. Pasan como un huracán arrollándolo todo bajo los ferrados cascos de sus corceles. El filo de sus sables abate de un golpe los brazos que alzan la callosa mano como un escudo y parte en dos los cráneos que se cobijan bajo la gorra y la chupalla.

¡Y los jefes! ¡Los bizarros oficiales! Vedlos delante de sus valientes, la espada en alto, la mirada centelleante, ebrios de gloria, de heroísmo y de bravura.

¡Qué noble emulación los exalta! Nadie quiere tener una mancha roja de menos en el dormán galoneado.

Y se miran y se observan, tratando de sobrepujarse en aquel torneo heroico.


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Dominio público
2 págs. / 3 minutos / 39 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2023 por Edu Robsy.

En el Conventillo

Baldomero Lillo


Cuento


Entre dos hileras de cuartos, cuyo aspecto sórdido denotaba la desidia o la avaricia del propietario, extendíase un espacio de quince metros de ancho por cuarenta de largo, cruzado por alambres y cordeles que sostenían pinzas de ropa de todas formas y colores.

Separadas entre sí por delgados tabiques, las habitaciones carecían de ventanas y sólo tenían una puerta, cuya parte alta ostentaba algunos agujeros para dar paso al aire del exterior.

Obreros y jornaleros ocupaban estos cuartos. En el más grande, con frente a la calle tenía su habitación la portera o mayordoma, encargada de las importantes funciones de cobrar los alquileres, de dar el desahucio a los reacios en el pago y a los que no le rindiesen el acatamiento debido a su alta investidura de representante del propietario.

En una mañana de agosto, fría y nebulosa, mujeres y niños desarrapados asomábanse a las puertas de las habitaciones. Afuera, en el patio, algunas lavanderas inclinadas sobre sus artesas batían la ropa en el agua jabonosa con los brazos desnudos, amoratados por el frio.

De pronto, de una de las piezas salió corriendo y dando chillidos una muchachita de seis a siete años seguida de cerca por una mujer que le gritaba llena de cólera:

—¡Párate chiquilla, no te digo que te pares!

Pero la pequeña, avispada y ágil, se le escabullía fácilmente entre las artesas, barriles, tinas y otros artefactos que llenaban el patio.

Cuando se convenció que la persecución resultaba inútil, la abandonó y se entró al cuarto, no sin antes conminar a la fugitiva:

—No van a ser palos los que te voy a dar cuando te pille, bribona.

La aludida, contorsionando la morena cara, hizole una serie de muecas para significarle que le importaba un ardite la amenaza.


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Dominio público
17 págs. / 30 minutos / 35 visitas.

Publicado el 27 de septiembre de 2023 por Edu Robsy.

Páginas del Salitre

Baldomero Lillo


Cuento, conferencia


El obrero chileno en la pampa salitrera

(Conferencia inédita)


La gran huelga de Iquique en 1907 y la horrorosa matanza de obreros que le puso fin, despertaron en mi ánimo el deseo de conocer las regiones de la pampa salitrera para relatar después las impresiones que su vista me sugiriera en forma de cuentos o de novela.

Hace ya algún tiempo que efectué este viaje del cual me he aprovechado para escribir un libro que publicaré dentro de poco.

Estas páginas son un extracto de ese trabajo en el cual he tratado de reproducir, lo más fielmente posible, las características y modalidades de esa vida que, hoy por hoy, es única en el mundo.

Como es lógico, he dedicado la mayor atención a describir las condiciones de vida y de trabajo del operario chileno. Esto es un problema de vital importancia que exige para el bienestar futuro de la República una inmediata solución.

Por el clima, la índole especialísima de sus faenas, el régimen patronal, la preponderancia del elemento extranjero y la nulidad de la acción gubernativa, la tierra del salitre, abrasada por el sol del trópico, es una hoguera voraz que consume las mejores energías de la raza.

Menos mal si acaso este sacrificio tuviese su compensación, pero todos sabemos que descontando lo que percibe el Estado por derechos aduaneros y algunos proveedores nacionales por ciertos artículos, la casi totalidad de los valores que produce la elaboración del nitrato salen fuera del país.

El alcoholismo, la tuberculosis, las enfermedades venéreas, los accidentes del trabajo y el desgaste físico de un esfuerzo muscular excesivo abren honda brecha en las filas de los obreros, y entonces, como generales que piden refuerzos para llenar las bajas después de una batalla, los salitreros envían al sur sus agentes de enganche que reclutan con el incentivo de los grandes jornales lo más granado de nuestra juventud obrera y campesina.


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Dominio público
34 págs. / 59 minutos / 34 visitas.

Publicado el 1 de octubre de 2023 por Edu Robsy.

Las “Niñas”

Baldomero Lillo


Cuento


Las hebras plateadas de los cabellos, las arrugas del rostro y los cuerpos secos y angulosos eran señales indicadoras de que las dos nuevas locatarias de la pieza número cinco habían pasado los cincuenta años.

Por eso no fue pequeño el asombro que produjo en el conventillo la inesperada respuesta dada por una de ellas a la ocupante del número seis, al expresarle ésta la edad probable que le calculaba.

—¡Jesús, qué disparate ha dicho usted! Delfina, que es la mayor, no ha cumplido treinta y cinco, ¡y yo voy a tener cincuenta!

Y sus ojillos de miope, relampagueantes de cólera, expresaban tal indignación que su interlocutora, intimidada, se alejó mascullando entre dientes:

—¡Vaya, esta vieja está loca o me cree tonta!

Desde ese día se las llamó, irónicamente, las “Niñas”.

Los habitantes del conventillo que, hasta entonces, habían mirado con cierta indiferencia a las hermanas, comenzaron, después de este incidente, a observarlas con curiosidad, vigilando sus pasos, atentos a sorprender un hecho o detalle que, a modo de rendija, les permitiera escudriñar en sus vidas.

En tanto, Matilde y Delfina, no percatándose de este espionaje o desdeñándolo, pasaban el tiempo entregadas a sus quehaceres.


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Dominio público
17 págs. / 31 minutos / 34 visitas.

Publicado el 27 de septiembre de 2023 por Edu Robsy.

Carlitos

Baldomero Lillo


Cuento


En mis excursiones por los alrededores del pueblo, me encontré un día frente a un grupo de casitas semiocultas por los frondosos árboles que bordeaban al camino. En una de estas viviendas, sentada delante de la puerta, había una mujer que tenía en el regazo un niño pequeño. Al ver la criatura me detuve sorprendido preguntando con interés:

—¡Qué hermoso niño! ¿Es suyo?

—Si, señor.

—¿Cómo se llama?

—Carlitos.

—¿Qué edad tiene?

—Quince meses cumple esta semana.

Después de acariciar al pequeñuelo, maravillado por la gracia y donosura de su carita de ángel, continué mi camino pensando en la absoluta falta de parecido entre la madre y el hijo. El niño era rubio, blanco, sonrosado. Los sedosos y blondos cabellos, los ojos azules, la fina naricilla y la boquita de rosa le daban un aspecto encantador, Y estos rasgos, que acusaban en la criatura una acentuada selección de raza, contrastaban de tal modo con las toscas facciones de la mujer, con sus oscuros y pequeños ojos, su casi cobriza piel y su lacia y negra cabellera, que parecía imposible existiese entre ambos alguna afinidad, por remota que fuera.

¿Serían acaso tales desemejanzas un capricho de la naturaleza? Pero, así y todo, resultaba el caso de una extravagancia excesiva, revolucionaria, desconcertante, a menos que... Al llegar aquí interrumpió mis reflexiones el recuerdo de un pequeño detalle: al contestarme afirmativamente que el niño era de ella, noté que la mujer bajaba la vista al mismo tiempo que su oscuro rostro se coloreaba débilmente. ¿Aquel rubor lo producía la grata emoción de la madre al proclamarse tal o tenía un origen menos elevado? Bien podía ser, pensé, que esto último fuese lo correcto.

Desde entonces, y cada vez que pasaba por aquellos sitios, me detenía frente a la casita para acariciar de paso al pequeño.


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Dominio público
8 págs. / 14 minutos / 31 visitas.

Publicado el 30 de septiembre de 2023 por Edu Robsy.

Sub Sole

Baldomero Lillo


Cuento


Sentada en la mullida arena y mientras el pequeño acallaba el hambre chupando ávido el robusto seno, Cipriana con los ojos húmedos y brillantes por la excitación de la marcha abarcó de una ojeada la líquida llanura del mar.

Por algunos instantes olvidó la penosa travesía de los arenales ante el mágico panorama que se desenvolvía ante su vista. Las aguas, en las que se reflejaba la celeste bóveda, eran de un azul profundo. La tranquilidad del aire y la quietud de la bajamar daban al océano la apariencia de un vasto estanque diáfano e inmóvil. Ni una ola ni una arruga sobre su terso cristal. Allá en el fondo, en la linea del horizonte, el velamen de un barco interrumpía apenas la soledad augusta de las calladas ondas.


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Dominio público
8 págs. / 14 minutos / 29 visitas.

Publicado el 14 de septiembre de 2023 por Edu Robsy.

Tienda y Trastienda

Baldomero Lillo


Cuento


Casi al final de la avenida encontré el número indicado en la hoja impresa que llevaba en el bolsillo. Pasé a la acera de enfrente y examiné la fachada del edificio, en la cual se ostentaba en grandes caracteres un letrero que decía: “El Anzuelo de Plata-Gran tienda y Paquetería-Ventas por mayor y menor”.

No cabía duda, era lo que buscaba. Atravesé la calle, crucé la ancha puerta y avancé tímidamente hacia el mostrador y pregunté al dependiente que, tomándome sin duda por un parroquiano, salía a mi encuentro con la sonrisa en los labios.

—¿Puedo hablar con el jefe de la casa?

El empleado se volvió para mirar a través de una vidriera que había a su espalda y, en seguida, reanudando la tarea de despachar al único cliente que había en el almacén, me dijo:

—El señor Pirayán está en este momento ocupado, pero no tardará en venir.

Me apoyé en el mostrador y esperé.

A pesar de aquel pomposo por mayor y menor y de la hábil y estudiada colocación de las mercaderías en los armazones para llenar los huecos y aparentar una gran existencia, su adquisición no habría arruinado a ningún Rothschild. El Anzuelo de Plata no pasaba de ser un modesto tenducho con un giro insignificante.

Hacía ya algunos minutos que oía distraído la charla del dependiente y del comprador, cuando un rumor de pasos me hizo volverme con presteza. Un hombrecillo rechoncho, calvo, de rostro abotagado y patillas a la española, lanzándome una escrutadora mirada, me interrogó secamente:

—¿Qué se le ofrece?

Comprendí que me hallaba delante del jefe de la casa y, sacándome cortésmente el sombrero, le dije, al mismo tiempo que desplegaba el diario que tenía en la diestra:

—Señor, vengo por este aviso...

Sus ojos se clavaron en los míos y durante algunos segundos me sentí escudriñado y analizado por aquella mirada penetrante. Con voz reposada me contestó:


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Dominio público
14 págs. / 25 minutos / 28 visitas.

Publicado el 26 de septiembre de 2023 por Edu Robsy.

Sobre el Abismo

Baldomero Lillo


Cuento


Regis, después de coger de la larga fila de cestas alineadas junto al muro de la galería una que ostentaba unida al asa un pequeño caracol agujereado, ocupó su sitio entre dos gruesos pilares y se dispuso a satisfacer el voraz apetito que cinco horas de ruda labor habíanle despertado.

Eran las doce del día. Los obreros de aquella sección de la mina iban llegando en pequeños grupos; y las luces de sus lámparas fijas a las viseras de sus gorras, brillaban como extrañas luciérnagas en los negros y tortuosos túneles.

Cada cual, llegado a la fila de cestas, tomaba la que le pertenecía y se retiraba a su rincón a despachar en silencio la merienda.

Durante un largo cuarto de hora sólo se oyó bajo la negra bóveda el sordo chocar de las mandíbulas y el sonoro tintineo de los platos y cucharas manejados por manos rudas e invisibles. De pronto, una voz aislada se dejó oír a la que contestaron muchas otras, estableciéndose animados diálogos en la oscuridad. En un principio, la conversación versó sobre el trabajo, mas, poco a poco, fue ampliándose el campo de la charla. Mientras que en un lado se discutía en voz baja, con gravedad, en otro se bromeaba y se reía celebrándose los dicharachos de los bufones que hacían blanco de sus burlas al más viejo de la cuadrilla, un pobre hombre que siempre llegaba retrasado buscando afanoso su cesta que los bromistas ocultábanle de continuo para gritarle según se aproximaba o no al escondrijo:

—¡Caliente!

—¡Frío, como el agua del río!

—¡Que se chamusca, que se quema don Lupe! —todo esto en medio de grandes risotadas.

Regis, compadecido del viejo que aturdido por la algazara iba y venía infructuosamente, se levantó y puso en sus manos trémulas la cesta desaparecida, lanzando al mismo tiempo un enérgico apóstrofe a los malignos burladores.


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Dominio público
6 págs. / 11 minutos / 27 visitas.

Publicado el 18 de septiembre de 2023 por Edu Robsy.

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