Textos más populares esta semana de Baldomero Lillo publicados por Edu Robsy | pág. 6

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autor: Baldomero Lillo editor: Edu Robsy


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Sobre el Abismo

Baldomero Lillo


Cuento


Regis, después de coger de la larga fila de cestas alineadas junto al muro de la galería una que ostentaba unida al asa un pequeño caracol agujereado, ocupó su sitio entre dos gruesos pilares y se dispuso a satisfacer el voraz apetito que cinco horas de ruda labor habíanle despertado.

Eran las doce del día. Los obreros de aquella sección de la mina iban llegando en pequeños grupos; y las luces de sus lámparas fijas a las viseras de sus gorras, brillaban como extrañas luciérnagas en los negros y tortuosos túneles.

Cada cual, llegado a la fila de cestas, tomaba la que le pertenecía y se retiraba a su rincón a despachar en silencio la merienda.

Durante un largo cuarto de hora sólo se oyó bajo la negra bóveda el sordo chocar de las mandíbulas y el sonoro tintineo de los platos y cucharas manejados por manos rudas e invisibles. De pronto, una voz aislada se dejó oír a la que contestaron muchas otras, estableciéndose animados diálogos en la oscuridad. En un principio, la conversación versó sobre el trabajo, mas, poco a poco, fue ampliándose el campo de la charla. Mientras que en un lado se discutía en voz baja, con gravedad, en otro se bromeaba y se reía celebrándose los dicharachos de los bufones que hacían blanco de sus burlas al más viejo de la cuadrilla, un pobre hombre que siempre llegaba retrasado buscando afanoso su cesta que los bromistas ocultábanle de continuo para gritarle según se aproximaba o no al escondrijo:

—¡Caliente!

—¡Frío, como el agua del río!

—¡Que se chamusca, que se quema don Lupe! —todo esto en medio de grandes risotadas.

Regis, compadecido del viejo que aturdido por la algazara iba y venía infructuosamente, se levantó y puso en sus manos trémulas la cesta desaparecida, lanzando al mismo tiempo un enérgico apóstrofe a los malignos burladores.


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Dominio público
6 págs. / 11 minutos / 26 visitas.

Publicado el 18 de septiembre de 2023 por Edu Robsy.

Mis Vecinos

Baldomero Lillo


Cuento


Muy jóvenes, de una edad casi, el marcado aire de familia de los cuatro parecía indicar un parentesco muy próximo: hermanos, tal yez, aunque esto nunca lo supe de cierto.

La casa que habitaban, enfrente de la mía, ostentaba encima del ancho portón un enorme letrero con caracteres dorados que decía: “La Montaña de Oro-Gran Fábrica de Biombos y Telones”.

A pesar de nuestra vecindad apenas nos conocíamos, y de la vida de los cuatro hermanos, primos o socios solamente, muy pocos datos podría suministrar, pues raras veces se asomaban a la puerta de calle, permaneciendo desde la mañana hasta la noche recluidos en el interior de las habitaciones.

Sin embargo, estoy cierto de que uno de ellos, no sé cuál, era casado, porque lo encontré un día, al doblar la esquina, acompañado de su mujer y de cinco niños pequeños. Pero, también debían serlo, seguramente, los demás, pues había en la casa otras tres damas, madre cada una de media docena de rapaces que a veces, burlando la forzada reclusión en que se les tenía, se escapaban a la calle como una bandada de diablillos, atronando el barrio con sus gritos, peleándose unos con otros y lanzando pedradas que hacían apurar el paso a los transeúntes, asombrados por aquella repentina irrupción de pilletes rubios los unos, morenos los otros, con faldas los menos y pantalón corto los más. Eran de ver entonces los apuros de las mamás para reducir a la revoltosa prole. ¡Qué de gritos, qué de carreras tras el bullidor enjambre! Cuando la última cabeza rubia o morena trasponía el umbral de la mampara, la calle recobraba bruscamente su silencio adusto de vía aislada y distante del centro de la ciudad.

Eran, pues, cuatro familias con un total de treinta miembros a lo menos las que moraban en aquella casa, todos los cuales parecían disfrutar de una envidiable salud, según lo demostraba la montaña de comestibles que entregaban ahí diariamente los proveedores.


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Dominio público
8 págs. / 14 minutos / 23 visitas.

Publicado el 22 de septiembre de 2023 por Edu Robsy.

Malvavisco

Baldomero Lillo


Cuento


¡Cómo me burlé yo siempre de aquel palurdo! Del simplísimo Malvavisco como le llamábamos los campesinos. Su verdadero nombre era Benito. Vaquero de un fundo colindante, tuvo un día la desgracia de que al enlazar un novillo a la carrera, enroscárasele en el dedo del corazón, de la mano derecha, un espiral de lazo que le arrancó las dos primeras falanges. Enconada la herida, estuvo a punto de perder la mano y aun el brazo, salvándose de este peligro gracias a una cierta infusión de malvavisco. A fuerza de ensalzar la bondad y excelencia de la maravillosa planta, y de repetir incansablemente su nombre, quedóle éste por apodo.

Desde un principio, y en cuanto trabamos conocimiento, fuimos grandes amigos, pues Malvavisco era un gran cazador a quien acompañé varias veces en sus excursiones cinegéticas. Mas, un día mi malhadada inclinación a la broma me privó de este agradable pasatiempo. Como esta aventura metió gran ruido en ambos fundos, quiero relatarla aquí detalladamente.

Nos encontrábamos, una mañana, en un extenso y arenoso sembrado de pequeños matorrales cazando torcazas. Los resultados eran casi nulos, pues las aves mostrábanse desconfiadas, costando gran trabajo aproximárseles. Varias veces había pedido a Malvavisco me prestase Bocanegra, su famosa escopeta, para tentar fortuna disparando un tirito por mi cuenta. Pero se había negado a ello tercamente, lo cual me tenía de pésimo humor y dispuesto a cualquiera diablura. La ocasión de vengarme de su egoísta proceder llegó de improviso. En el momento en que tras un disparo soltó el cazador la escopeta para correr en pos de la torcaza herida, me acerqué cauteloso a Bocanegra y vacié en el cañón un puñado de arena, huyendo en seguida a todo correr por entre la maleza.


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11 págs. / 20 minutos / 22 visitas.

Publicado el 19 de septiembre de 2023 por Edu Robsy.

La “Zambullón”

Baldomero Lillo


Cuento


A Osvaldo Marín.


—... “Seguro efectuado ayer. Póliza correo”.

En cuanto hubo don Manuel leído este despacho telegráfico se asomó a la puerta de la oficina y llamó:

—¡Antonio!

—Voy, señor —respondió una voz varonil y unos pasos precipitados resonaron en el corredor.

El patrón clavó un instante sus grises pupilas en la barra, donde se entrechocaban tumultuosas las olas, y ordenó al mozo de atezado semblante que esperaba en el umbral sombrero en mano:

—Ve a buscar a Amador y su gente —y volviendo en seguida a su escritorio se absorbió en la importante tarea de rectificar las sumas del libro de caja a fin de hallar el error de un centavo que le impedía cerrar el balance de fin de mes. Entre tanto, Antonio había descendido la colina y caminaba por la orilla de la laguna en dirección del rancho de Teresa, donde, de seguro, encontraría al que buscaba. Sus cálculos no le engañaban, pues al volver un recodo del sendero lo divisó sentado junto a su novia, bajo la pequeña ramada, afanado en revisar los anzuelos de un espinel. Cuando el mensajero estuvo cerca, Amador interrumpió la tarea para decirle:

—¿Me necesitan allá arriba, no es verdad?

—Y también a Lucho y a Rafael.

El rostro del pescador se ensombreció y exclamó con ira:

—¡Perra suerte! ¡Ese maldito cascarón va a ser nuestra sepultura!

Teresa se levantó airada y, dejando a un lado la costura, profirió con vehemencia:

—¡Pero eso es una maldad! La Zambullón está tan vieja que es tentar a Dios moverla siquiera de su fondeadero. ¿No es así, Antonio?

El interpelado inclinó la cabeza y guardó silencio, haciéndose el desentendido. Como buen rústico sabía callarse y no adelantar opiniones que más tarde le comprometiesen. Fingiendo gran prisa se despidió diciendo a su camarada:

—No te olvides de que a las cuatro comienza a bajar la marea.


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Dominio público
19 págs. / 34 minutos / 16 visitas.

Publicado el 30 de septiembre de 2023 por Edu Robsy.

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