Textos peor valorados de Baldomero Lillo etiquetados como Cuento disponibles | pág. 3

Mostrando 21 a 30 de 49 textos encontrados.


Buscador de títulos

autor: Baldomero Lillo etiqueta: Cuento textos disponibles


12345

El Calabozo Número 5

Baldomero Lillo


Cuento


—¡Bah! ¡Un carcelero!

—Que tiene un corazón de oro.

La irónica mirada que me dirigió Rafael picó vivamente mi amor propio.

—¿De modo —insistí— que niegas que don Serafín, por el puesto que desempeña, sea un hombre bueno, de sentimientos nobles y humanitarios? Pues yo te aseguro que es la persona más culta, agradable y afectuosa que he conocido.

La incredulidad y el escepticismo de mi interlocutor para apreciar las acciones de los demás me ponía nervioso, y generalmente nuestras polémicas sobre este tópico terminaban en disputa.

Esta vez la controversia me excitaba más que de costumbre, pues se trataba de una persona a quien yo conocía muy de cerca. Era mi vecino y nos unían relaciones estrechas y cordiales.

—Amable, sí, no lo niego. Demasiado amable y además tiene la mirada falsa.

Esto ya era demasiado y deteniéndome bruscamente sujeté por un brazo al doctor que caminaba silencioso a mi derecha y dije a Rafael, con el tono seguro y convencido del que se encuentra en terreno sólido.

—Esta vez, maldiciente incorregible, tendrás que confesar, mal que te pese, que te has equivocado.

Los tres nos hallábamos en ese instante a cien metros escasos de la entrada principal de la cárcel penitenciaria. La pesada y sombría fachada del edificio se destacaba entre los altos olmos de la avenida y bajo el cielo gris plomizo de aquella mañana de otoño, con tonos lúgubres que despertaban en el espíritu las ideas melancólicas q1ue evocan las tumbas y los cementerios.

Ahí, detrás de aquellos muros, reinaba también la muerte, pero una muerte más fría, más callada, más pavorosa que la pálida moradora del campo santo.


Leer / Descargar texto

Dominio público
9 págs. / 16 minutos / 125 visitas.

Publicado el 8 de octubre de 2019 por Edu Robsy.

Caza Mayor

Baldomero Lillo


Cuento


En el llano dilatado y árido los rayos del sol tuestan la yerba que crece entre los matorrales, cuyos arbustos raquíticos entrelazan sus ramas débiles y rastreras con las retorcidas espirales de las parásitas de hojas secas y polvorosas.

En las sendas desnudas, abrasa la arena negra y gruesa, y entre los matojos óyese el ruido que producen las culebras y lagartijas que, hartas de luz y calor, se deslizan buscando un poco de sombra entre el escueto ramaje de las murtillas y los tallos de los cardos erguidos y resecos.

Con el cuerpo inclinado y el fusil entre las manos temblorosas, el Palomo, un viejecillo pequeño y seco como una avellana, a pasos cortos sobre sus piernas vacilantes sigue los rastros que las pisadas de las perdices dejan en la arena calcinada de los senderos. Nadie como él para distinguir entre mil la huella fresca y reciente y conocer si la pieza es un macho o una hembra, un pollo o un adulto. Solo, sin deudos que amparen su desvalida ancianidad, con el producto de la caza satisface apenas sus más premiosas necesidades. Los rayos del sol, cayendo a plomo sobre sus espaldas encorvadas, hacían más penosa su marcha sobre aquel suelo blando y movedizo. Su fatiga era grande y aún no había disparado un tiro cuando de pronto se irguió, deteniéndose ante un grupo de espinos y de litres achaparrados: el rastro tan pacientemente seguido terminaba allí. Rodeó el matorral, observando el suelo con atención para cerciorarse de que el ave no se había escurrido por otro lado, y levantando el gatillo atisbó por entre las ramas, estirando el cuello y empinándose en la punta de los pies.

Los tres dedos marcados en la arena y proyectados hacia adelante como abanico indicaban un soberbio macho.


Leer / Descargar texto

Dominio público
6 págs. / 11 minutos / 168 visitas.

Publicado el 8 de octubre de 2019 por Edu Robsy.

El Registro

Baldomero Lillo


Cuento


La mañana es fría, nebulosa, una fina llovizna empapa los achaparrados matorrales de viejos boldos y litres raquíticos. La abuela, con la falda arremangada y los pies descalzos, camina a toda prisa por el angosto sendero, evitando en lo posible el roce de las ramas, de las cuales de escurren gruesos goterones que horadan el suelo blando y esponjoso del atajo. Aquella senda es un camino poco frecuentado y solitario que, desviándose de la negra carretera, conduce a una pequeña población distante legua y media del poderoso establecimiento carbonífero, cuyas construcciones aparecen de cuando en cuando por entre los claros del boscaje allá en la lejanía borrosa del horizonte.

A pesar del frío y de la lluvia, el rostro de la viejecilla está empapado en sudor y su respiración es entrecortada y jadeante. En la diestra, apoyado contra el pecho, lleva un paquete cuyo volumen trata de disimular entre los pliegues del raído pañolón de lana.

La abuela es de corta estatura, delgada, seca. Su rostro, lleno de arrugas con ojos oscuros y tristes, tiene una expresión humilde, resignada. Parece muy inquieta y recelosa, y a medida que los árboles disminuyen hácese más visible su temor y sobresalto.

Cuando desembocó en la linde del bosque, se detuvo un instante para mirar con atención el espacio descubierto que se extendía delante de ella como una inmensa sábana gris, bajo el cielo pizarroso, casi negro en la dirección del noreste.


Leer / Descargar texto

Dominio público
6 págs. / 11 minutos / 274 visitas.

Publicado el 8 de octubre de 2019 por Edu Robsy.

Mis Vecinos

Baldomero Lillo


Cuento


Muy jóvenes, de una edad casi, el marcado aire de familia de los cuatro parecía indicar un parentesco muy próximo: hermanos, tal yez, aunque esto nunca lo supe de cierto.

La casa que habitaban, enfrente de la mía, ostentaba encima del ancho portón un enorme letrero con caracteres dorados que decía: “La Montaña de Oro-Gran Fábrica de Biombos y Telones”.

A pesar de nuestra vecindad apenas nos conocíamos, y de la vida de los cuatro hermanos, primos o socios solamente, muy pocos datos podría suministrar, pues raras veces se asomaban a la puerta de calle, permaneciendo desde la mañana hasta la noche recluidos en el interior de las habitaciones.

Sin embargo, estoy cierto de que uno de ellos, no sé cuál, era casado, porque lo encontré un día, al doblar la esquina, acompañado de su mujer y de cinco niños pequeños. Pero, también debían serlo, seguramente, los demás, pues había en la casa otras tres damas, madre cada una de media docena de rapaces que a veces, burlando la forzada reclusión en que se les tenía, se escapaban a la calle como una bandada de diablillos, atronando el barrio con sus gritos, peleándose unos con otros y lanzando pedradas que hacían apurar el paso a los transeúntes, asombrados por aquella repentina irrupción de pilletes rubios los unos, morenos los otros, con faldas los menos y pantalón corto los más. Eran de ver entonces los apuros de las mamás para reducir a la revoltosa prole. ¡Qué de gritos, qué de carreras tras el bullidor enjambre! Cuando la última cabeza rubia o morena trasponía el umbral de la mampara, la calle recobraba bruscamente su silencio adusto de vía aislada y distante del centro de la ciudad.

Eran, pues, cuatro familias con un total de treinta miembros a lo menos las que moraban en aquella casa, todos los cuales parecían disfrutar de una envidiable salud, según lo demostraba la montaña de comestibles que entregaban ahí diariamente los proveedores.


Leer / Descargar texto

Dominio público
8 págs. / 14 minutos / 20 visitas.

Publicado el 22 de septiembre de 2023 por Edu Robsy.

Sub Sole

Baldomero Lillo


Cuento


Sentada en la mullida arena y mientras el pequeño acallaba el hambre chupando ávido el robusto seno, Cipriana con los ojos húmedos y brillantes por la excitación de la marcha abarcó de una ojeada la líquida llanura del mar.

Por algunos instantes olvidó la penosa travesía de los arenales ante el mágico panorama que se desenvolvía ante su vista. Las aguas, en las que se reflejaba la celeste bóveda, eran de un azul profundo. La tranquilidad del aire y la quietud de la bajamar daban al océano la apariencia de un vasto estanque diáfano e inmóvil. Ni una ola ni una arruga sobre su terso cristal. Allá en el fondo, en la linea del horizonte, el velamen de un barco interrumpía apenas la soledad augusta de las calladas ondas.


Leer / Descargar texto

Dominio público
8 págs. / 14 minutos / 25 visitas.

Publicado el 14 de septiembre de 2023 por Edu Robsy.

Páginas del Salitre

Baldomero Lillo


Cuento, conferencia


El obrero chileno en la pampa salitrera

(Conferencia inédita)


La gran huelga de Iquique en 1907 y la horrorosa matanza de obreros que le puso fin, despertaron en mi ánimo el deseo de conocer las regiones de la pampa salitrera para relatar después las impresiones que su vista me sugiriera en forma de cuentos o de novela.

Hace ya algún tiempo que efectué este viaje del cual me he aprovechado para escribir un libro que publicaré dentro de poco.

Estas páginas son un extracto de ese trabajo en el cual he tratado de reproducir, lo más fielmente posible, las características y modalidades de esa vida que, hoy por hoy, es única en el mundo.

Como es lógico, he dedicado la mayor atención a describir las condiciones de vida y de trabajo del operario chileno. Esto es un problema de vital importancia que exige para el bienestar futuro de la República una inmediata solución.

Por el clima, la índole especialísima de sus faenas, el régimen patronal, la preponderancia del elemento extranjero y la nulidad de la acción gubernativa, la tierra del salitre, abrasada por el sol del trópico, es una hoguera voraz que consume las mejores energías de la raza.

Menos mal si acaso este sacrificio tuviese su compensación, pero todos sabemos que descontando lo que percibe el Estado por derechos aduaneros y algunos proveedores nacionales por ciertos artículos, la casi totalidad de los valores que produce la elaboración del nitrato salen fuera del país.

El alcoholismo, la tuberculosis, las enfermedades venéreas, los accidentes del trabajo y el desgaste físico de un esfuerzo muscular excesivo abren honda brecha en las filas de los obreros, y entonces, como generales que piden refuerzos para llenar las bajas después de una batalla, los salitreros envían al sur sus agentes de enganche que reclutan con el incentivo de los grandes jornales lo más granado de nuestra juventud obrera y campesina.


Leer / Descargar texto

Dominio público
34 págs. / 59 minutos / 20 visitas.

Publicado el 1 de octubre de 2023 por Edu Robsy.

La Trampa

Baldomero Lillo


Cuento


Una mañana de junio, un tanto fría y brumosa, Luis Rivera, el arrendatario de “El Laurel”, y su amigo el teniente de ingenieros Antonio del Solar tomaban desayuno y conversaban alegremente en es amplio y vetusto comedor de las viejas casas del fundo. Jóvenes de veinticinco a veintiséis años, el militar y el hacendado se conocían desde los tiempos del colegio, lo que había afirmado y hecho inalterable su amistad. Del Solar, cuyo regimiento estaba de guarnición en el vecino pueblo de N., hacía frecuentes excursiones a la hacienda, pues era apasionado por la caza. La tarde anterior, con gran contento de Rivera, a quien su visita distraía en su forzada soledad, había llegado decidido a pasar dos días en el fundo dedicado a su deporte favorito.

De pronto y cuando la charla de los dos amigos era más animada, resonó en el patio el rápido galope de un caballo, y un momento después un estrepitoso ruido de espuelas se aproximó a la puerta del comedor, apareciendo en el umbral la figura de Joaquín, el viejo mayordomo, con el grueso poncho pendiente de los hombros y las enormes polainas de cuero que le cubrían las piernas hasta más arriba de las rodillas. Sombrero en mano, avanzó algunos pasos y se detuvo con ademán respetuoso delante de los jóvenes. El hacendado dejó sobre el platillo la taza de café humeante y preguntó, en tono afable, a su servidor:

—¿Qué hay, Joaquín; tiene algo que decirme?

Con voz que tembló ligeramente, contestó el anciano:

—Si, señor, y es una mala noticia la que tengo que darle. Anoche descueraron en el potrero de Los Sauces a otro animal.

El rostro de Rivera enrojeció visiblemente, y el viejo, viendo que nada decía, agregó:

—A la vaca overa, la Manchada, le tocó, su merced.

El mozo golpeó con el puño en la mesa y se puso de pie violentamente, en tanto exclamaba lleno de cólera:


Leer / Descargar texto

Dominio público
10 págs. / 18 minutos / 41 visitas.

Publicado el 10 de septiembre de 2023 por Edu Robsy.

Sobre el Abismo

Baldomero Lillo


Cuento


Regis, después de coger de la larga fila de cestas alineadas junto al muro de la galería una que ostentaba unida al asa un pequeño caracol agujereado, ocupó su sitio entre dos gruesos pilares y se dispuso a satisfacer el voraz apetito que cinco horas de ruda labor habíanle despertado.

Eran las doce del día. Los obreros de aquella sección de la mina iban llegando en pequeños grupos; y las luces de sus lámparas fijas a las viseras de sus gorras, brillaban como extrañas luciérnagas en los negros y tortuosos túneles.

Cada cual, llegado a la fila de cestas, tomaba la que le pertenecía y se retiraba a su rincón a despachar en silencio la merienda.

Durante un largo cuarto de hora sólo se oyó bajo la negra bóveda el sordo chocar de las mandíbulas y el sonoro tintineo de los platos y cucharas manejados por manos rudas e invisibles. De pronto, una voz aislada se dejó oír a la que contestaron muchas otras, estableciéndose animados diálogos en la oscuridad. En un principio, la conversación versó sobre el trabajo, mas, poco a poco, fue ampliándose el campo de la charla. Mientras que en un lado se discutía en voz baja, con gravedad, en otro se bromeaba y se reía celebrándose los dicharachos de los bufones que hacían blanco de sus burlas al más viejo de la cuadrilla, un pobre hombre que siempre llegaba retrasado buscando afanoso su cesta que los bromistas ocultábanle de continuo para gritarle según se aproximaba o no al escondrijo:

—¡Caliente!

—¡Frío, como el agua del río!

—¡Que se chamusca, que se quema don Lupe! —todo esto en medio de grandes risotadas.

Regis, compadecido del viejo que aturdido por la algazara iba y venía infructuosamente, se levantó y puso en sus manos trémulas la cesta desaparecida, lanzando al mismo tiempo un enérgico apóstrofe a los malignos burladores.


Leer / Descargar texto

Dominio público
6 págs. / 11 minutos / 23 visitas.

Publicado el 18 de septiembre de 2023 por Edu Robsy.

Tienda y Trastienda

Baldomero Lillo


Cuento


Casi al final de la avenida encontré el número indicado en la hoja impresa que llevaba en el bolsillo. Pasé a la acera de enfrente y examiné la fachada del edificio, en la cual se ostentaba en grandes caracteres un letrero que decía: “El Anzuelo de Plata-Gran tienda y Paquetería-Ventas por mayor y menor”.

No cabía duda, era lo que buscaba. Atravesé la calle, crucé la ancha puerta y avancé tímidamente hacia el mostrador y pregunté al dependiente que, tomándome sin duda por un parroquiano, salía a mi encuentro con la sonrisa en los labios.

—¿Puedo hablar con el jefe de la casa?

El empleado se volvió para mirar a través de una vidriera que había a su espalda y, en seguida, reanudando la tarea de despachar al único cliente que había en el almacén, me dijo:

—El señor Pirayán está en este momento ocupado, pero no tardará en venir.

Me apoyé en el mostrador y esperé.

A pesar de aquel pomposo por mayor y menor y de la hábil y estudiada colocación de las mercaderías en los armazones para llenar los huecos y aparentar una gran existencia, su adquisición no habría arruinado a ningún Rothschild. El Anzuelo de Plata no pasaba de ser un modesto tenducho con un giro insignificante.

Hacía ya algunos minutos que oía distraído la charla del dependiente y del comprador, cuando un rumor de pasos me hizo volverme con presteza. Un hombrecillo rechoncho, calvo, de rostro abotagado y patillas a la española, lanzándome una escrutadora mirada, me interrogó secamente:

—¿Qué se le ofrece?

Comprendí que me hallaba delante del jefe de la casa y, sacándome cortésmente el sombrero, le dije, al mismo tiempo que desplegaba el diario que tenía en la diestra:

—Señor, vengo por este aviso...

Sus ojos se clavaron en los míos y durante algunos segundos me sentí escudriñado y analizado por aquella mirada penetrante. Con voz reposada me contestó:


Leer / Descargar texto

Dominio público
14 págs. / 25 minutos / 26 visitas.

Publicado el 26 de septiembre de 2023 por Edu Robsy.

Malvavisco

Baldomero Lillo


Cuento


¡Cómo me burlé yo siempre de aquel palurdo! Del simplísimo Malvavisco como le llamábamos los campesinos. Su verdadero nombre era Benito. Vaquero de un fundo colindante, tuvo un día la desgracia de que al enlazar un novillo a la carrera, enroscárasele en el dedo del corazón, de la mano derecha, un espiral de lazo que le arrancó las dos primeras falanges. Enconada la herida, estuvo a punto de perder la mano y aun el brazo, salvándose de este peligro gracias a una cierta infusión de malvavisco. A fuerza de ensalzar la bondad y excelencia de la maravillosa planta, y de repetir incansablemente su nombre, quedóle éste por apodo.

Desde un principio, y en cuanto trabamos conocimiento, fuimos grandes amigos, pues Malvavisco era un gran cazador a quien acompañé varias veces en sus excursiones cinegéticas. Mas, un día mi malhadada inclinación a la broma me privó de este agradable pasatiempo. Como esta aventura metió gran ruido en ambos fundos, quiero relatarla aquí detalladamente.

Nos encontrábamos, una mañana, en un extenso y arenoso sembrado de pequeños matorrales cazando torcazas. Los resultados eran casi nulos, pues las aves mostrábanse desconfiadas, costando gran trabajo aproximárseles. Varias veces había pedido a Malvavisco me prestase Bocanegra, su famosa escopeta, para tentar fortuna disparando un tirito por mi cuenta. Pero se había negado a ello tercamente, lo cual me tenía de pésimo humor y dispuesto a cualquiera diablura. La ocasión de vengarme de su egoísta proceder llegó de improviso. En el momento en que tras un disparo soltó el cazador la escopeta para correr en pos de la torcaza herida, me acerqué cauteloso a Bocanegra y vacié en el cañón un puñado de arena, huyendo en seguida a todo correr por entre la maleza.


Leer / Descargar texto

Dominio público
11 págs. / 20 minutos / 20 visitas.

Publicado el 19 de septiembre de 2023 por Edu Robsy.

12345