Textos más vistos de Baldomero Lillo etiquetados como Cuento | pág. 3

Mostrando 21 a 30 de 49 textos encontrados.


Buscador de títulos

autor: Baldomero Lillo etiqueta: Cuento


12345

Los Inválidos

Baldomero Lillo


Cuento


La extracción de un caballo en la mina, acontecimiento no muy frecuente, había agrupado alrededor del pique a los obreros que volcaban las carretillas en la cancha y a los encargados de retornar las vacías y colocarlas en las jaulas.

Todos eran viejos, inútiles para los trabajos del interior de la mina, y aquel caballo que después de diez años de arrastrar allá abajo los trenes de mineral era devuelto a la claridad del sol, inspirábales la honda simpatía que se experimenta por un viejo y leal amigo con el que han compartido las fatigas de una penosa jornada.

A muchos les traía aquella bestia el recuerdo de mejores días, cuando en la estrecha cantera con brazos entonces vigorosos hundían de un solo golpe en el escondido filón el diente acerado de la piqueta del barretero. Todos conocían a Diamante, el generoso bruto, que dócil e infatigable trotaba con su tren de vagonetas, desde la mañana hasta la noche, en las sinuosas galerías de arrastre. Y cuando la fatiga abrumadora de aquella faena sobrehumana paralizaba el impulso de sus brazos, la vista del caballo que pasaba blanco de espuma les infundía nuevos alientos para proseguir esa tarea de hormigas perforadoras con tesón inquebrantable de la ola que desmenuza grano por grano la roca inconmovible que desafía sus furores.

Todos estaban silenciosos ante la aparición del caballo, inutilizado por incurable cojera para cualquier trabajo dentro o fuera de la mina y cuya última etapa sería el estéril llano donde sólo se percibían a trechos escuetos matorrales cubiertos de polvo, sin que una brizna de yerba, ni un árbol interrumpiera el gris uniforme y monótono del paisaje.

Nada más tétrico que esa desolada llanura, reseca y polvorienta, sembrada de pequeños montículos de arena tan gruesa y pesada que los vientos la arrastraban difícilmente a través del suelo desnudo, ávido de humedad.


Leer / Descargar texto


8 págs. / 14 minutos / 223 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

El Remolque

Baldomero Lillo


Cuento


—…Créanme ustedes que me cuesta trabajo referir estas cosas. A pesar de los años, su recuerdo me es todavía muy penoso.

Y mientras el narrador se concentraba en sí mismo para escudriñar en su memoria, hubo por algunos momentos un silencio profundo en la pequeña cámara del bergantín. Sin la ligera oscilación de la lámpara colgada de la ennegrecida techumbre, nos hubiéramos creído en tierra firme y muy lejos del “Delfín”, anclado a una milla de la costa.

De pronto quitóse el marino la pipa de la boca y su voz grave y pausada resonó:

—Era yo entonces un muchacho y servía como ayudante y aprendiz en diversas faenas a bordo del “San Jorge”, un pequeño remolcador de la matrícula de Lota.

La dotación se componía del capitán, del timonel, del maquinista, del fogonero y de este servidor de ustedes, que era el más joven de todos. Nunca hubo en barco alguno tripulación más unida que la de ese querido “San Jorge”. Los cinco no formábamos más que una familia, en la que el capitán era el padre y los demás los hijos. ¡Y qué hombre era nuestro capitán! ¡Cómo le queríamos todos! Más que cariño, era idolatría la que sentíamos por él. Valiente y justo, era la bondad misma. Siempre tomaba para sí la tarea más pesada, ayudando a cada cual en la propia con un buen humor que nada podía enturbiar. ¡Cuántas veces viendo que mis múltiples faenas teníanme rendido, reventado casi, vino hacia mí diciéndome alegre y cariñosamente: “Vamos, muchacho, descansa ahora un ratito mientras yo estiro un poco los nervios”!


Leer / Descargar texto


10 págs. / 18 minutos / 250 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Inamible

Baldomero Lillo


Cuento


Ruperto Tapia, alias “El Guarén”, guardián tercero de la policía comunal, de servicio esa mañana en la población, iba y venía por el centro de la bocacalle con el cuerpo erguido y el ademán grave y solemne del funcionario que está penetrado de la importancia del cargo que desempeña.

De treinta y cinco años, regular estatura, grueso, fornido, el guardián Tapia goza de gran prestigio entre sus camaradas. Se le considera un pozo de ciencia, pues tiene en la punta de la lengua todas las ordenanzas y reglamentos policiales, y aun los artículos pertinentes del Código Penal le son familiares. Contribuye a robustecer esta fama de sabiduría su voz grave y campanuda, la entonación dogmática y sentenciosa de sus discursos y la estudiada circunspección y seriedad de todos sus actos. Pero de todas sus cualidades, la más original y característica es el desparpajo pasmoso con que inventa un término cuando el verdadero no acude con la debida oportunidad a sus labios. Y tan eufónicos y pintorescos le resultan estos vocablos, con que enriquece el idioma, que no es fácil arrancarles de la memoria cuando se les ha oído siquiera una vez.


Leer / Descargar texto


9 págs. / 16 minutos / 465 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

La Carga

Baldomero Lillo


Cuento


Los sables salen de las vainas con un claro y vibrante chirrido y los soldados de quepis y dormán azules sueltan la rienda de sus caballos y se precipitan contra el formidable enemigo.

¡Oh, los héroes! ¡Oh! los valientes!

¡Con qué coraje esgrimen la cortante hoja sobre las cabezas inermes, sobre los pálidos rostros de las mujeres, las blancas testas de los ancianos y las rizadas cabelleras de los niños!

Nada les detiene. Pasan como un huracán arrollándolo todo bajo los ferrados cascos de sus corceles. El filo de sus sables abate de un golpe los brazos que alzan la callosa mano como un escudo y parte en dos los cráneos que se cobijan bajo la gorra y la chupalla.

¡Y los jefes! ¡Los bizarros oficiales! Vedlos delante de sus valientes, la espada en alto, la mirada centelleante, ebrios de gloria, de heroísmo y de bravura.

¡Qué noble emulación los exalta! Nadie quiere tener una mancha roja de menos en el dormán galoneado.

Y se miran y se observan, tratando de sobrepujarse en aquel torneo heroico.


Leer / Descargar texto

Dominio público
2 págs. / 3 minutos / 38 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2023 por Edu Robsy.

La Chascuda

Baldomero Lillo


Cuento


La historia tal como nos la narró el hacendado es más o menos así: Hacía ya dos años que era juez de distrito en X, empezó nuestro amigo, cuando las hazañas de La Chascuda me obligaron a tomar cartas en el asunto para investigar lo que hubiese de verdad en los fabulosos cuentos que relataban los campesinos acerca del misterioso fantasma que traía aterrorizados a los caminantes que tenían precisión de pasar por la Angostura de la Patagua.

El primer mes pasaron de doce los viajeros que tuvieron que habérselas con él, y este número fue en aumento en el segundo y tercer mes hasta que, por fin, no hubo alma viviente que se atreviese a cruzar sin buena compañía por el sitio de la temerosa aparición. Este estaba situado en la medianía de la carretera que va desde mi hacienda, Los Maitenes, hasta el pueblo de X.

Llamábasele la Angostura de la Patagua porque ahí el camino atravesaba una profunda zanja, cavada por las aguas lluvias al borde mismo de una hondísima quebrada en cuya ladera arraigaba una patagua gigantesca. Las ramas superiores cruzaban por encima de la carretera y cubrían el extremo inferior del foso. Aquel lugar, verdaderamente siniestro y solitario, era el que había elegido La Chascuda para sus apariciones nocturnas. Todos los que la habían visto estaban acordes en la descripción del fantasma y en los relatos que hacían de los detalles del encuentro. Referían que, al llegar a la zanja, un poco antes de pasar por debajo de las ramas de la patagua, el caballo deteníase de improviso, daba bufidos y trataba de encabritarse y que, cuando obligado por el látigo y la espuela descendía al foso, súbitamente se descolgaba del árbol, y caía sobre la grupa del animal, un monstruo espantable cuya vista producía en los jinetes tal terror, que la mayoría se desmayaba con el susto.


Leer / Descargar texto

Dominio público
13 págs. / 23 minutos / 823 visitas.

Publicado el 26 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

La Propina

Baldomero Lillo


Cuento


Echó una mirada de desesperación a la esfera del reloj y abandonando el mostrador irrumpió en su cuarto como una tromba. El tren salía a las cinco en punto y tenía, por consiguiente, los minutos precisos para prepararse. Lavado y perfumado con nerviosos movimientos, se puso camisa de batista, la corbata de raso y vistió en seguida el flamante frac que el sastre le entregara la semana anterior. Echó una última mirada al espejo, se abotonó el saco de viaje y, encasquetándose el sombrero de pelo, en cuatro brincos se encontró en la calle. Sólo disponía de media hora para llegar a la estación situada en las afueras de la polvorosa villa. Mientras corría por la acera miraba ansiosamente delante de sí. Mas la suerte parecía sonreírle, pues al doblar la bocacalle encontró un coche al cual subió gritando mientras cerraba la portezuela.

—¡Arrea de firme que voy a tomar el tren de cinco!

El auriga que era un gigantón descarnado y seco contestó:

—Apurada está la cosa, patrón, vamos muy retrasados.

—¡Cinco pesos de propina si llegas a tiempo!

Un diluvio de fustazos y el arranque repentino del coche anunciaron al pasajero que las mágicas palabras no habían caído en el vacío. Recostado en los cojines metió la diestra en uno de los bolsillos del amplio saco de brin extrayendo de él una elegante esquela con cantos dorados. Leyó y releyó varias veces la invitación en la cual su nombre Octaviano Pioquinto de las Mercedes de Palomares, aparecía con todas sus letras trazadas al parecer por una mano femenil. Una nota decía al pie: “Se bailará”.

Mientras el coche corre envuelto en una nube de polvo, el impaciente viajero no cesa de gritar, adhiriéndose con pies y manos a los desvencijados asientos:

—¡Más a prisa, hombre, más a prisa!


Leer / Descargar texto

Dominio público
6 págs. / 11 minutos / 220 visitas.

Publicado el 15 de septiembre de 2023 por Edu Robsy.

Las Nieves Eternas

Baldomero Lillo


Cuento


Para mi querida sobrinita Mariíta Lulo Quezada

Sus recuerdos anteriores eran muy vagos. Blanca plumilla de nieve, revoloteó un día por encima de los enhiestos picachos y los helados ventisqueros, hasta que azotada por una ráfaga quedóse adherida a la arista de una roca, donde el frío horrible la solidificó súbitamente. Allí aprisionada, pasó muchas e interminables horas. Su forzada inmovilidad aburríala extraordinariamente. El paso de las nubes y el vuelo de las águilas llenábanla de envidia, y cuando el sol conseguía romper la masa de vapores que envolvía la montaña, ella implorábale con temblorosa vocecita:

—¡Oh, padre sol, arráncame de esta prisión! ¡Devuélveme la libertad!

Y tanto clamó, que el sol, compadecido, la tocó una mañana con uno de sus rayos al contacto del cual vibraron sus moléculas, y penetrada de un calor dulcísimo perdió su rigidez e inmovilidad, y como una diminuta esfera de diamante, rodó por la pendiente hasta un pequeño arroyuelo, cuyas aguas turbias la envolvieron y arrastraron en su caída vertiginosa por los flancos de la montaña. Rodó así de cascada en cascada, cayendo siempre, hasta que, de pronto, el arroyo hundiéndose en una grieta, se detuvo brusca y repentinamente. Aquella etapa fue larguísima. Sumida en una oscuridad profunda, se deslizaba por el seno de la montaña como a través de un filtro gigantesco…

Por fin, y cuando ya se creía sepultada en las tinieblas para siempre, surgió una mañana en la bóveda de una gruta. Llena de gozo se escurrió a lo largo de una estalactita y suspendida en su extremidad contempló por un instante el sitio en que se encontraba.

Aquella gruta abierta en la roca viva, era de una maravillosa hermosura. Una claridad extraña y fantástica la iluminaba, dando a sus muros tonalidades de pórfido y alabastro: junto a la entrada veíase una pequeña fuente rebosante de agua cristalina.


Leer / Descargar texto


5 págs. / 10 minutos / 108 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Las “Niñas”

Baldomero Lillo


Cuento


Las hebras plateadas de los cabellos, las arrugas del rostro y los cuerpos secos y angulosos eran señales indicadoras de que las dos nuevas locatarias de la pieza número cinco habían pasado los cincuenta años.

Por eso no fue pequeño el asombro que produjo en el conventillo la inesperada respuesta dada por una de ellas a la ocupante del número seis, al expresarle ésta la edad probable que le calculaba.

—¡Jesús, qué disparate ha dicho usted! Delfina, que es la mayor, no ha cumplido treinta y cinco, ¡y yo voy a tener cincuenta!

Y sus ojillos de miope, relampagueantes de cólera, expresaban tal indignación que su interlocutora, intimidada, se alejó mascullando entre dientes:

—¡Vaya, esta vieja está loca o me cree tonta!

Desde ese día se las llamó, irónicamente, las “Niñas”.

Los habitantes del conventillo que, hasta entonces, habían mirado con cierta indiferencia a las hermanas, comenzaron, después de este incidente, a observarlas con curiosidad, vigilando sus pasos, atentos a sorprender un hecho o detalle que, a modo de rendija, les permitiera escudriñar en sus vidas.

En tanto, Matilde y Delfina, no percatándose de este espionaje o desdeñándolo, pasaban el tiempo entregadas a sus quehaceres.


Leer / Descargar texto

Dominio público
17 págs. / 31 minutos / 34 visitas.

Publicado el 27 de septiembre de 2023 por Edu Robsy.

Víspera de Difuntos

Baldomero Lillo


Cuento


Por la calleja triste y solitaria pasan ráfagas zumbadoras. El polvo se arremolina y penetra en las habitaciones por los cristales rotos y a través de los tableros de las puertas desvencijadas.

El crepúsculo envuelve con su parda penumbra tejados y muros y un ruido lejano, profundo, llena el espacio entre una y otra racha: es la voz inconfundible del mar.

En la tiendecilla de pompas fúnebres, detrás del mostrador, con el rostro apoyado en las palmas de las manos, la propietaria parece abstraída en hondas meditaciones. Delante de ella, una mujer de negras ropas, con la cabeza cubierta por el manto, habla con voz que resuena en el silencio con la tristeza cadenciosa de una plegaria o una confesión.

Entre ambas hay algunas coronas y cruces de papel pintado.

La voz monótona murmura:

—…Después de mirarme un largo rato con aquellos ojos claros empañados ya por la agonía, asiéndome de una mano se incorporó en el lecho, y me dijo con un acento que no olvidaré nunca: “¡Prométeme que no la desampararás! ¡Júrame, por la salvación de tu alma, que serás para ella como una madre, y que velarás por su inocencia y por su suerte como lo haría yo misma!”

La abracé llorando, y le prometí y juré lo que quiso.

(Una ráfaga de viento sacude la ancha puerta, lanzan los goznes un chirrido agudo y la voz plañidera continúa:)

—Cumplía apenas los doce años, era rubia, blanca, con ojos azules tan cándidos, tan dulces, como los de la virgencita que tengo en el altar. Hacendosa, diligente, adivinaba mis deseos. Nunca podía reprocharle cosa alguna y, sin embargo, la maltrataba. De las palabras duras, poco a poco, insensiblemente, pasé a los golpes, y un odio feroz contra ella y contra todo lo que provenía de ella, se anidó en mi corazón.


Leer / Descargar texto


7 págs. / 12 minutos / 251 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Carlitos

Baldomero Lillo


Cuento


En mis excursiones por los alrededores del pueblo, me encontré un día frente a un grupo de casitas semiocultas por los frondosos árboles que bordeaban al camino. En una de estas viviendas, sentada delante de la puerta, había una mujer que tenía en el regazo un niño pequeño. Al ver la criatura me detuve sorprendido preguntando con interés:

—¡Qué hermoso niño! ¿Es suyo?

—Si, señor.

—¿Cómo se llama?

—Carlitos.

—¿Qué edad tiene?

—Quince meses cumple esta semana.

Después de acariciar al pequeñuelo, maravillado por la gracia y donosura de su carita de ángel, continué mi camino pensando en la absoluta falta de parecido entre la madre y el hijo. El niño era rubio, blanco, sonrosado. Los sedosos y blondos cabellos, los ojos azules, la fina naricilla y la boquita de rosa le daban un aspecto encantador, Y estos rasgos, que acusaban en la criatura una acentuada selección de raza, contrastaban de tal modo con las toscas facciones de la mujer, con sus oscuros y pequeños ojos, su casi cobriza piel y su lacia y negra cabellera, que parecía imposible existiese entre ambos alguna afinidad, por remota que fuera.

¿Serían acaso tales desemejanzas un capricho de la naturaleza? Pero, así y todo, resultaba el caso de una extravagancia excesiva, revolucionaria, desconcertante, a menos que... Al llegar aquí interrumpió mis reflexiones el recuerdo de un pequeño detalle: al contestarme afirmativamente que el niño era de ella, noté que la mujer bajaba la vista al mismo tiempo que su oscuro rostro se coloreaba débilmente. ¿Aquel rubor lo producía la grata emoción de la madre al proclamarse tal o tenía un origen menos elevado? Bien podía ser, pensé, que esto último fuese lo correcto.

Desde entonces, y cada vez que pasaba por aquellos sitios, me detenía frente a la casita para acariciar de paso al pequeño.


Leer / Descargar texto

Dominio público
8 págs. / 14 minutos / 31 visitas.

Publicado el 30 de septiembre de 2023 por Edu Robsy.

12345