El Regreso de Abel Behenna
Bram Stoker
Cuento
El pequeño puerto de Cornualles, en Pentcastle, relucía en los primeros días de abril a la luz de un sol que parecía haber llegado para quedarse tras un duro y largo invierno. El peñón se erguía desafiante sobre un fondo azul añil, donde el cielo, cubierto de niebla, se juntaba con el horizonte. El mar tenía el auténtico tono Cornualles, todo él de color zafiro, salvo en esas zonas impenetrables bajo los acantilados donde se volvía de color verde esmeralda oscuro y donde las cuevas abrían sus amenazadoras mandíbulas. En las laderas del peñón la hierba estaba seca y era de color pajizo. Los arbustos de aliaga exhibían un tono ceniza, pero el dorado de sus flores se esparcía por toda la ladera, dibujaba líneas hacia la cima e iba quedando reducido a pequeños parches y puntos, para terminar desapareciendo allí donde los vientos marinos barren los acantilados y cortan la vegetación como si se tratasen de unas tijeras que trabajaran sin descanso. Toda la ladera, de color tierra con reflejos dorados, parecía un inmenso martillo amarillo.
El pequeño puerto se abría al mar entre altísimos acantilados y por detrás de un solitario peñasco, horadado por multitud de cuevas y orificios, por entre los que el mar enviaba su voz ensordecedora y chorros de espuma en época de tormenta. El puerto se abría serpenteando hacia el Oeste y, a izquierda y derecha, defendía su entrada en forma de curva con dos pequeños embarcaderos. Estos estaban toscamente construidos con láminas de pizarra oscura, colocadas unas tras otras y sujetas entre sí por unos ganchos de hierro.
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Publicado el 17 de febrero de 2017 por Edu Robsy.