Textos por orden alfabético de Carlos-Octavio Bunge publicados el 19 de diciembre de 2020 | pág. 2

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autor: Carlos-Octavio Bunge fecha: 19-12-2020


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Monsieur Jaccotot

Carlos-Octavio Bunge


Cuento


Monsieur Jaccotot, el viejo maestro de francés, llamó ante el pizarrón a Perico Sosa, un rubiecito flacuchín, el menor y el más travieso de su clase de muchachones adolescentes, para dictarle ejemplos de la formación del femenino en substantivos masculinos o terminados en e, como nègre, nègresse...

Pertenecía aquella clase a un malhadado colegio criollo, cuya disciplina era menos que dudosa y cuyos estudiantes eran más que personajes. Cada vez que monsieur Jaccotot iniciaba alguna explicación, alzaba la voz algún impertinente. Espíritu sencillo, monsieur Jaccotot solía reprender entonces a sus alumnos, exclamando:

—En cuanto abro la boca, un imbécil habla.

Su declaración provocó esta vez más una grande hilaridad en el espíritu tanto menos sencillo de la clase. Sólo Manuel Peralta no se rió, absorbido por la lectura de algo que disimulaba dentro de su pupitre. Al notar la distracción del muchacho, el maestro pensó que estaría leyendo alguna novela, y por temor de encontrarse con un nuevo libro obsceno y vergonzoso, no se lo pidió, limitándose a observarle que no se venía a la clase a leer novelas...

—No estoy leyendo novelas,—replicó Manuel Peralta, con su desagradable voz de pollo que comienza recién a cacarear.

Notando intrigado en su tono y su gesto irónica impudencia, monsieur Jaccotot le preguntó:

—¿Qué lee usted, pues?

Peralta se levantó arrogantemente y entregó al profesor un cuaderno, diciéndole:

—Esto.

En la clase se hizo un gran silencio de curiosidad y expectativa...


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Dominio público
7 págs. / 12 minutos / 47 visitas.

Publicado el 19 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Pesadilla Drolática

Carlos-Octavio Bunge


Cuento


(Impresiones de veinticuatro horas de fiebre)

I

Yo no podía dormir... En vano regularizaba mi respiración, trataba de apaciguar mi pensamiento, me oprimía el pecho para contener sus latidos, ¡en vano!... ¡Yo no podía dormir!

El insomnio acabó por vencerme y desmoralizarme. Me abandoné a él como un náufrago que pierde las fuerzas en la corriente. No pudiendo ya contener mi intranquilidad, me revolvía en las sábanas, me sentaba, fumaba, encendía y apagaba la luz... Cuando la encendía, no vislumbraba más que sombras... Cuando la apagaba, en la obscuridad más completa, veía unos vagos arabescos, como de humo, que se agrandaban y achicaban, subiendo y bajando en el aire.

En mi cabeza penetró, poco a poco, el clavo ardiendo de una idea fija. Yo lo sabía perfectamente... Y lo que supiera era esto, que me repetía a cada instante, a cada minuto, a cada segundo:

—Tucker, ese bribón de Tucker tiene la culpa.

¿Quién era Tucker? ¿Cómo era Tucker? ¿Qué hacía? ¿Dónde estaba?... Nada de eso sabía yo; pero sabía bien, ¡ah, muy bien! que él solo, que sólo él tenía la culpa... ¿La culpa de qué? Yo lo ignoraba asimismo. Comprendía únicamente que eso debía ser Algo Terrible, macabramente terrible, diabólicamente terrible. Sería como una inconmesurable esfera de barro que debía aplastarnos; sería como si todos, hombres y espíritus, me burlasen y despreciaran; sería, en fin como una cosa que no cupiese en el mundo ni pudiera decirse en lenguaje humano...

¿Había ocurrido ya? ¿Iba a ocurrir más adelante? ¿Estaba ocurriendo entonces? ¡Tampoco sabía yo eso!... Mas nunca, jamás me sentí tan agitado, ¡y con tanta razón agitado! como aquella noche fatal en que me repetía, arracándome los pelos:

—¡El malvado de Tucker tiene la culpa!


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Dominio público
15 págs. / 26 minutos / 62 visitas.

Publicado el 19 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

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