Textos más recientes de Carmen de Burgos disponibles | pág. 3

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autor: Carmen de Burgos textos disponibles


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El Viejo Ídolo

Carmen de Burgos


Cuento


Míster Swift estaba pensativo, ensimismado. Hacía ya tres años que dejó á Europa para encargarse de la dirección de una de las compañías que realizaban trabajos de exploración en Colombia.

Eran dos poderosas sociedades inglesas rivales, que merced á contratos celebrados con el gobierno de la República, buscaban de un modo seguro y paciente aquel fabuloso El Dorado, que tanta sangre costó á los arrojados y aventureros conquistadores latinos.

Trataba una de las poderosas compañías de desaguar la laguna de Guatavita, situada en la cima de una montaña, en el antiguo cráter de un volcán.

Era allí donde, según la tradición, los jefes de tribu, los guerreros y los monarcas acudían con sus brillantes comitivas, adornada de plumas la cabeza, cubierto el cuerpo con aceite precioso y polvo de oro, en las fiestas celebradas en honor del Sol.

Arrojaban sus riquezas al fondo de las aguas y se bañaban en aquella laguna sagrada para limpiar sus cuerpos y sus espíritus de todas las impurezas. Como si á igual edad del mundo correspondieran á los hombres semejantes ideas, aquellos indios simbolizaban en el desprendimiento de las riquezas y en las aguas que limpian de toda mancha una especie de bautismo y de austeridad cristiana.

Pero la opinión respecto al sitio donde se verificaban estos ritos no era unánime. Muchos viejos indios habían contado á sus descendientes que las riquezas no se ofrecían al Sol, sino á Bochica (el Principio de todas las cosas), cuyo templo estuvo en lo más alto de los Farallones de Guatavita, enormes rocas de la última estribación de la cordillera oriental de los Andes, y que el hecho de dirigirse las procesiones á la montaña había inducido á creer que las ceremonias tenían lugar en la laguna.


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Dominio público
6 págs. / 11 minutos / 65 visitas.

Publicado el 22 de agosto de 2020 por Edu Robsy.

Alma de Artista

Carmen de Burgos


Cuento


I

Selma cambió el sencillo traje de calle por una bata de seda azul, restos de su pasada opulencia.

Con sus zapatitos de raso blanco y su cabellera color de castaña madura, caída en revueltos rizos sobre la espalda, tenía el aspecto delicado y grácil de una niña.

Ángel la miraba tristemente hundida en su butaca, cerca del balcón, en aquel hotelito de la Caleta, donde había ido á buscar el aire del mar y el clima templado de Málaga. Sobre la palidez de cera mate extendida sobre su rostro se destacaba la rizada barba y la nariz aguileña, con esas líneas que caracterizan á la raza semítica. Parecía un Cristo demacrado por el ayuno.

La terrible tisis iba disecándole el cuerpo, una delgadez estrema parecía tallar sus nervios, y su cabellera rizosa caía en bucles sobre la frente tersa y bella. Aun lucía en sus ojos grandes la mirada dominadora del genial tenor que fué aplaudido en el mundo entero; aun sus labios conservaban un gesto de arrogancia.

Selma cogió el cestillo de la costura y se sentó en una sillita baja á los pies del artista.

—Deja eso —dijo él con un gesto de disgusto, señalando la labor.

La joven no contestó y se apresuró á obedecer sonriendo. El brillo de las lágrimas iluminó los ojos del enfermo.

—¡Qué injusto soy, Selma mía! Tienes necesidad de trabajar y te lo impido... Ya no somos ricos.

—No pienses en eso...—dijo ella con voz suave—; no es cosa precisa.

—La vida tiene burlas muy crueles, Selma; los artistas debían morir sin conocer las miserias ni las enfermedades... en plena gloria.

La joven le acarició dulcemente la mano.

—¡Qué buena eres! —siguió él—. ¡Cómo me compadeces!...

—¡Compadecerte! No, Ángel, no pronuncies esa palabra; cuando se compadece no se ama. Amar es admirar.

—¡He estado tan ciego!


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Dominio público
10 págs. / 18 minutos / 218 visitas.

Publicado el 22 de agosto de 2020 por Edu Robsy.

Madre por Hija

Carmen de Burgos


Cuento


María, la molinera, se rejuvenecía cada vez más desde la muerte de su marido.

Muchas personas de las que iban á llevar costales de trigo y á recoger la harina, observaban cómo de día en día la molinera se redondeaba de formas y adquiría color de manzana.

Su matrimonio había sido feliz: el marido, aunque algo brusco y rudo, fué siempre cariñoso; no faltó jamás pan en la casa ni manta de abrigo en el invierno; la molienda abundante permitía vivir bien de la maquila.

María era entonces una jovencita delgaducha, pálida, sin curvas y sin jugos; una niña apenas desarrollada, que sufría la pobreza orgánica de las hembras sujetas á la inmoralidad de la monogamia. Todos los años tenía un chiquillo y se le moría otro. Siempre pariendo y criando, entre el continuo trabajo de la casa, del corral y del molino. Cuando murió su Vicente, lo lloró con verdadero sentimiento; no puede decirse si lo amaba; estaba acostumbrada á él y no había querido á nadie con amor de hembra.

Pero desde que se murió el buen hombre, María empezó á ser joven, en el descanso de una existencia tranquila. Se encerró en el molino con sus dos hijos para que nadie tuviese que murmurar de ella.

Los libró del servicio militar: el mayor se había casado hacía un año, y ya era abuela María.

Aquella noche acababa de soltar al perro en el corralón y de correr las trancas de las puertas del molino y de la casa, cuando fuertes aldabonazos vinieron á turbar el silencio.

¡Aquel que llamaba no era Frasquillo! Ella conocía bien el modo de llamar de su hijo. Y sin embargo, debía ser algún conocido, porque el perro, que lo había olfateado, no ladraba.

Descolgó el candil del clavo, desde donde ahumaba la pared, y se dirigió hacia la puerta. El que llegaba redobló impaciente el aldabón.

—¿Quién va? —preguntó la molinera.

—Soy yo, Pepe Manteca —repuso una voz malhumorada—. Abre pronto.


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Dominio público
5 págs. / 10 minutos / 136 visitas.

Publicado el 21 de agosto de 2020 por Edu Robsy.

Por las Ánimas

Carmen de Burgos


Cuento


Había llegado sin saber cómo hasta la estación del Mediodía, después de vagar toda la noche por los desiertos paseos de la Castellana, Recoletos y el Prado.

Sentíase aún la impresión de las sombras barridas por la luz del nuevo día, el ambiente húmedo de la noche, entre el perezoso bostezar de Madrid.

Los primeros rayos del sol, con su luz blanca y suave, esclarecían las copas de los árboles del Jardín Botánico y del Salón, haciéndoles brillar con reflejos cristalinos y esa tonalidad de verde tierno que recuerda el amarillo y el blanco, mientras el ramaje obscuro, negruzco, se mantenía envuelto en los desgarrones de la sombra y los troncos parecían las columnas de una loggetta con montera de hojas de cristal. Empezaban á llegar viajeros madrugadores; camiones y carros que paraban junto á la cerrada verja de la estación esperando que fuese hora de abrirla. Un hombre de blusa y pantalón de pana voceaba entre los grupos ofreciendo grotescas cabecitas de cartón: «Toribio, que saca la lengua y menea las orejitas.» Algunos viajeros aburridos compraban la antipática figurilla, la cual, merced á un tosco mecanismo, movía dos cuernecillos y una lengua roja, con el gesto procaz, desvergonzado de los chícueios que se burlan.


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Dominio público
9 págs. / 17 minutos / 76 visitas.

Publicado el 21 de agosto de 2020 por Edu Robsy.

La Muerte del Recuerdo

Carmen de Burgos


Cuento


Sentado cerca de la lumbre, perezosamente envuelto en su pelliza, el viejo senador contemplaba cómo caía la nieve en el jardín.

Los delicados cristalinos prismáticos venían, en una lluvia de pétalos de jazmín, á cubrir con su blancura la desolada tristeza de los desnudos troncos, empavesados por la nieve, como si les envolviesen guirnaldas de misteriosas flores nacidas en el aire.

Un criado anunció desde la puerta:

—El señor esta servido.

Al mismo tiempo los cristales y el pavimento retemblaban con el rodar silencioso de las ruedas de un coche en el patio.

Perezosamente se rodeó el anciano al cuello la bufanda de piel forrada en seda; se abotonó el abrigo de arriba á abajo; introdujo en el bolsillo la tabaquera; afianzó sobre la nariz las gafas que ocultaban los hundidos ojos, y después de calarse reposadamente los guantes de piel, tomó el bastón y el sombrero, que le sostenía el ayuda de cámara, y salió tapándose la boca con el pañuelo, tardo el paso, como si le costase trabajo dejar su gabinete en aquel día de frío.

Un secretario alto, rubio, atildado, de patillas simétricas é irreprochable traje, se inclinó á su paso ceremoniosamente, esperando que el señor se dignase dirigirle la palabra; pero don Juan pasó sin mirarlo.

—¿Deja mandado algo el señor? —preguntó con timidez.

—Nada.

Ya el lacayo sujetaba abierta la portezuela del coche... El secretario volvió á inclinarse con esa rigidez de los aduladores, que parecen tener una articulación más en su espina dorsal para doblar servilmente el cuerpo, y el carruaje partió con el cadencioso trotar de su tronco normando.

Encendió un cigarro don Juan y se arrellanó sobre los almohadones azules, mientras el coche cruzaba las calles del Caballero de Gracia, de Peligros y Alcalá, para salir al Prado.


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Dominio público
7 págs. / 12 minutos / 83 visitas.

Publicado el 21 de agosto de 2020 por Edu Robsy.

La Mujer Fantástica

Carmen de Burgos


Novela


I. Las amiguitas

Las tres jóvenes acogieron a Andrés con exclamaciones de júbilo.

—¡Qué suerte que vengas!

—¡Qué alegría!

—¡Siempre eres oportuno!

Andrés se caló el monóculo y alzando un poco la barbilla les dirigió esa mirada de ave desconfiada que da el cristal, y la fué deteniendo, lentamente, de una en otra.

Las tres eran bonitas, graciosas; parecían tres damitas del Segundo Imperio, escapadas de un cuadro de Winterhalter.

—¿De veras que os da tanta alegría verme?

—Mucha...—repuso Clotilde, que parecía la más joven y bulliciosa de las tres—. Figúrate que estábamos citadas con Enriqueta y sus hermanos para salir juntos, y de pronto hemos recibido una carta de Elena D'Aurenville, anunciándonos que viene a pasar la tarde con nosotras.

Andrés, sin alarmarse por la gravedad del caso que le referían, se arrellanó en el sofá, y preguntó:

—¿Quién es esa señorita?

—Una francesita que ha traído una carta de la señora Renyer.

—Pues no veo nada de particular en que venga a veros.

—Sí... pero ya ves... tenemos que salir.

—Puede ir con vosotras.

Las tres hermanas se miraron desconcertadas, y Susana exclamó:

—¡Dios nos libre! Es tonta de capirote para tener que aguantarla toda la tarde.

—Pero si viene recomendada a vosotras...

—Ya la invitó mamá a comer el sábado... y ojalá no lo hubiera hecho.

—¡Se toma unas confianzas!

—Nos aguaría la tarde si viniera hoy.

—¡Seguramente!

—Como que se pone sentimental con Alejandro...

—¿Pero qué queréis que yo haga?

—Que te la lleves, querido tío, que te la lleves.

—¿Dónde diablos me la voy a llevar?

—A dar un paseo, al teatro. Donde quieras...

—¿Pero por qué?


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Dominio público
146 págs. / 4 horas, 16 minutos / 293 visitas.

Publicado el 21 de agosto de 2020 por Edu Robsy.

El Perseguidor

Carmen de Burgos


Novela corta


I

Aquella Nochebuena traía hacia Matilde todas las nostalgias del recuerdo. No podía sustraerse a la evocación de los aniversarios; tan fuertemente grabados en nosotros. Su espíritu, acostumbrado a pasar con ligereza de una impresión a otra, ávido de sensaciones y de emociones nuevas, parecía complacerse ahora en retrotraerse, hurtarse a lo real, para soñar con aquéllos: «en tal día como hoy», que le traían a la memoria escenas patriarcales de su vida española. Las fiestas de familia del hogar paterno, en una cortijada andaluza donde pasó sus primeros años. Su padre, cazador impenitente, los condenaba a pasar allí diciembre y enero, para gozar la época del celo del macho y cazar las perdices con reclamo.

Veía hacer con pena todos los preparativos para dejar la casa de Córdoba y enterrarse en aquel cortijo de la sierra. Aquellos viajes eran de las impresiones más fuertemente grabadas en su alma, Unos viajes tristes, una caravana que cruzaba los parajes más escuetos y desolados de la sierra, sobre mulos y burros aparejados con aguaderas y silletas, sobre los que iban: ella, su madre y los criados; todos rodeados de bultos de ropa, de provisiones, de objetos que embarazaban más la marcha. Alguna pobre sirviente pasaba todo el camino sin soltar de la mano la jaula del loro o el objeto frágil que se le confiaba. Un viaje de ocho horas, por el campo reseco, desolado, cansados todos, sin hablar unos con otros; los muleros pinchando a las bestias para hacerles andar, sin más descanso que la parada en la venta para darles agua y para comer todos.

Los manjares habían tomado un gusto enmohecido siempre, un gusto a camino; una cosa reseca que le impedía comer los pollos fritos, la tortilla y el jamón como si hubieran perdido su condición apetitosa para hacérsele insoportables; el vino tenía gusto a pez, y el agua de aljibe resultaba amargosa y dura.


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Dominio público
32 págs. / 56 minutos / 264 visitas.

Publicado el 14 de mayo de 2019 por Edu Robsy.

Quiero Vivir mi Vida

Carmen de Burgos


Novela


Dedicatoria

Ofrenda al ilustre doctor Marañón, que de modo tan competente, sereno y noble, ha estudiado la intersexualidad, iluminando este problema con luces de ciencia y de piedad.

Carmen de Burgos.

Prólogo

Breve ensayo sobre el sentido de los celos,
Por Gregorio Marañón

Carmen de Burgos, atenta siempre a los progresos del pensamiento, ha escrito una novela en la que desarrolla un conflicto de la psicología y del instinto de la mayor modernidad, de un interés actual apasionante, En la literatura clásica, los hombres y las mujeres representaban, cada cual, un tipo de pasión sostenida y única: Otelo, era los celos; Hamlet, la duda; Don Quijote, la generosidad suprahumana a fuerza de ser radicalmente humana (obsérvese la coincidencia final de Don Quijote con los místicos, y sin embargo, la divergencia total de sus raíces respectivas); Werther, esa pasión sexual, sin escape hacia el sensualismo pagano, que caracterizó al romanticismo; y así sucesivamente.


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Dominio público
196 págs. / 5 horas, 44 minutos / 680 visitas.

Publicado el 26 de diciembre de 2018 por Edu Robsy.

Los Negociantes de la Puerta del Sol

Carmen de Burgos


Novela corta


Miraba con ira aquel sol tan espléndido que iluminaba más de lo que le convenía su traje manchado, los zapatos sin tacones y el sombrero mugriento. Había tenido deseos de que pasasen los días del invierno, que había sufrido, mal abrigado y sintiendo penetrar el agua a través de su calzado, pero ahora echaba de menos la media luz discreta y velada que disimulaba el horror de su indumentaria.

Acostumbrado a concurrir todos los días a aquella acera, punto de cita «de los grandes negociantes», tan ricos de ideas y proyectos como escasos de dinero, no prestaba atención a la multitud que pasaba a su alrededor, ni al aspecto que la Puerta del Sol ofrecía a aquella hora.

Más que el reloj del Ministerio de la Gobernación, marcaba las horas el aspecto de la gran plaza, que de hora en hora ofrecía un cambio notable. Era allí donde en las primeras horas de la mañana se percibía el bostezo de la ciudad que se despertaba y donde poco a poco iba afluyendo la vida toda, como si cada una de las calles que conducen a ella fuesen los grandes ríos que reciben a su paso a todos los tributarios y van a desaguar en ese océano de la Puerta del Sol, siempre revuelto y turbulento.

Aquel barullo parecía que lo tonificaba, que había algo en la corriente de una gran muchedumbre que engendra una especie de energía eléctrica. Había sido siempre la Puerta del Sol el lugar más concurrido de Madrid, al que acudían todos aquellos arrieros y carreteros de las diferentes provincias de España, que entraban por la Puerta de Toledo a vender sus mercancías, cuando aún no había ferrocarriles.


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Dominio público
49 págs. / 1 hora, 27 minutos / 310 visitas.

Publicado el 26 de diciembre de 2018 por Edu Robsy.

Los Inadaptados

Carmen de Burgos


Novela


Dedicatoria

Un libro es la eucaristía que establece la comunión entre el autor y los lectores.


… y tomando el pan lo partió y lo dio a sus discípulos diciendo: «Tomad y comed; este es mi cuerpo».

DEL EVANGELIO.

(San Mateo, XXVI, 26).
 


… y desgarrándose las entrañas escribió un libro y lo dio a los artistas diciendo; «Tomad y leed; esta es mi alma».

DE LA VIDA.
 

Unas palabras

Jamás fue de mi agrado detener al lector con observaciones ni prólogos, innecesarios la mayor parte de las veces, antes de penetrar en las páginas de un libro; sin embargo, hoy creo precisa una breve aclaración. Adoro la Novela, diosa de la literatura, y dentro de sus diversos géneros tiene mi preferencia la sana novela naturalista; esto me obliga a defenderme de la acusación de falsedad que pudieran arrojar sobre mi libro las personas desconocedoras de la región levantina que en él describo, y ya me parece que oigo exclamar a más de uno: «¿Pero qué Andalucía nos pinta aquí Colombine?».

Yo puedo asegurarles, con la fe de una pluma incapaz de mentir, que nada hay en él de falso o exagerado. Lo he escrito para satisfacer una necesidad de mi espíritu: la de exteriorizar una impresión recibida en la infancia. Segura de que mi obra no llegará a manos de aquella sencilla gente, casi todas las personas llevan sus verdaderos nombres, y en la descripción del paisaje no alteré el de los sitios que sirven de escenario al drama. Hechos ciertos son el naufragio del vapor Valencia y cuantos forman la trama urdida por mi mano: No he tenido que modificar el lenguaje de los moradores del valle, para darle una entonación andaluza que allí no se usa y que será siempre escollo de novelistas.


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141 págs. / 4 horas, 7 minutos / 398 visitas.

Publicado el 26 de diciembre de 2018 por Edu Robsy.

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