Puñal de Claveles
Carmen de Burgos
Novela corta
I. La primera amonestación
La tarde, de primavera, estaba llena de promesas de fecundidad. El campo ofrecía ya la plenitud de la cosecha con las mieses que comenzaban a enrubiar y mecían las espigas de granos hinchados y lucientes.
Un intenso olor a día de primavera lo envolvía todo de un modo penetrante.
Después de los días grises del invierno reseco, árido y triste, se dejaba sentir con más fuerza al despertar de la Naturaleza en pleno campo, como si se escuchasen las pulsaciones de un corazón que cobraba nueva vida con la circulación de la savia que lo reanimaba todo.
Pura apareció en la puerta del solitario cortijo, puso la mano derecha como toldo a los ojos y tendió la vista a lo largo del camino, que se extendía zigzagueando entre los declives de las montañas.
Se veía avanzar por él una burra cargada con capachos, sobre los que iba colocada una arqueta de madera. A su lado, un hombre, varilla en mano, parecía ayudarle a andar, más que arrearla, para que continuase su camino.
—No me había engañado —murmuró la joven.
Se volvió hacia el interior de la casa y llamó con voz alegre:
—¡Madre! ¡Cándida! ¡Isabel! Por ahí viene el tío Santiaguico.
Se oyó un rumor de crujientes faldas almidonadas, y otras dos jóvenes llegaron al lado de Pura, con expresión contenta y curiosa.
El buhonero que llegaba tenía fama de llevar de cortijo en cortijo las mercancías más bellas, que cambiaba por recova.
La madre apareció detrás.
—Esto es una plaga. Estas gentes no nos dejan parar. Desde que se sabe que se casa Pura parece que se han dado cita aquí.
Los perros comenzaron a ladrar y fingir furiosos ataques en dirección del lugar por donde se aproximaban el hombre y la caballería.
La voz de Pura se elevó imponiéndoles silencio.
—«¡Zaida!». «¡Sola!». ¡Aquí!
Dominio público
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Publicado el 25 de diciembre de 2018 por Edu Robsy.