Los Que No Vivieron
Carmen de Burgos
Cuento
Habían llegado á lo alto de la montañita, y fatigados por la ascensión, se apoyaban el uno contra el otro.
Contemplaba él con cariño el rostro encendido, el cabello revuelto y el desaliño del vestido, originado por la larga caminata; ella parecía absorta en el paisaje; dilatadas las ventanas de la nariz para olfatear la tierra húmeda, que se abría como fermento de harina candeal al calor de los rayos solares.
Alcira dormía á sus pies con su grupo de alegres casitas, y el horizonte, prolongado en la inmensa llanura, mostraba la riqueza de sus tonalidades hasta perderse á lo lejos en el cielo y en el mar.
—¡Qué hermoso es esto! —repetía con la admiración del que no encuentra frases para expresar algo demasiado grande que le llena el alma, y abría aún más los ojos, como si quisiera grabar en la retina todo aquel cuadro de luz.
A sus espaldas la ermitita de San Salvador, con las dos hojas de la puerta abiertas de par en par, invitaba á visitarla; se veían desde fuera los exvotos colgados de las paredes por los creyentes. Cerca de la puerta, la enorme cruz de hierro señalaba el término del penoso vía crucis tendido en la falda de la montañeta y á sus pies, varias chicuelas jugaban golpeándose con el encarnizado apasionamiento de su tierra.
Lucían los naranjales el verdor metálico de las hojas repletas de savia, y las elegantes curvaturas de los recodos del río fingían pedazos de cielo reflejados en un cristal. La brisa, algo viva, que agitaba sus cabellos, traía rumor froufrouante de sedas y glasés, producido por el viento, entre cañaverales y naranjos.
Enrique la tomó del brazo, empujándola suavemente hacia la ermita. Lola se resistió.
—No, no —dijo con viveza—. ¿A qué entrar ahí? No me hables de las cosas muertas, cuando aquí se respira la vida.
Avanzó dos pasos hasta llegar al cercado de yeso que cerraba el circuito de la plazoleta de la ermita.
Dominio público
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Publicado el 29 de agosto de 2020 por Edu Robsy.