Como Flor de Almendro
Carmen de Burgos
Cuento
Ansiosa, acodada sobre la barandilla de popa, fijaba con insistencia los ojos en el horizonte, como si quisiera dar fuerza á sus pupilas para rasgarlo y descubrir la tierra.
La marcha tranquila del vapor la exasperaba en aquellos momentos en que rugía la tempestad dentro de su alma; hubiera querido montañas de olas que le arrojasen sobre la playa roto y maltrecho, con la velocidad del rayo.
Toda la noche la había pasado allí, fija la mirada en el horizonte, y á los primeros albores de la mañana, la faja plomiza delataba la proximidad de la costa.
El capitán había dicho que entrarían en el puerto á las diez de la mañana. ¡Cuántas horas aún! ¿Llegaría á tiempo? A esta pregunta, su corazón se angustiaba, y su garganta se oprimía con las agonías del llanto.
¡Si pudiera salvar la vida de aquel hombre con la suya! ¡Ó á lo menos decirle sólo una vez cuánto le amaba! ¡Pero pensar en que muriera así, lejos de ella!... ¡Sin haberle dicho la primera frase de amor!
Había recibido la carta de Roberto ocho días antes. Una carta tristísima, de pocas líneas, escritas con mano trémula:
«Te amo, Catalina, permíteme que te lo diga una vez, ahora que
voy á morir... Perdóname que se escape de mí alma en este momento
supremo mi pasión; olvídala luego... Conserva en tu memoria al amigo, al
hermano...
«ROBERTO.»
¡Roberto le escribía aquella carta! ¡Roberto la amaba é iba á
morir! Se revolvía poderosa en su alma la pasión... Ella le amaba
también. En un momento se decidió: lo dispuso todo en pocas horas, y le
expidió un telegrama que revelaba el estado de su espíritu á pesar del
laconismo de sus frases:
«Espérame. Corro á tu lado. Te amo.
«CATALINA.»
Dominio público
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Publicado el 26 de agosto de 2020 por Edu Robsy.