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autor: Carmen de Burgos etiqueta: Cuento textos disponibles


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Historia de Carnaval

Carmen de Burgos


Cuento


Elisa empujó la puerta del palco y apartó la cortina. El salón del teatro Real presentaba ese lánguido aspecto de desanimación que toma durante el descanso.

Los palcos, casi desiertos, albergaban escasas parejas. Las máscaras decentes, las que sólo iban allí para ver, se retiraban á la primera campanada del descanso, con pena mal disimulada muchas, y las que habían de quedarse hasta la orgía de la madrugada, iban precipitadamente al foyer en busca del excitante Champagne ó la embriagadora manzanilla. Aroma de vino, olor de alimentos, humo de tabaco y vahos de perfumes se extendían por el salón en poco armónico bouquet. Empezaban á caer las caretas; se veían rostros de mujeres hermosas, sudorosos y fatigados; hombros desnudos, pechos descubiertos, embadurnados de polvos y crema de bismuto. Por todas partes se oían risotadas, palabras malsonantes en labios de mujeres cubiertas de seda y blondas y de hombres con frac é irreprochable camisa blanca. Empezaba la borrachera. La gente elegante se esforzaba por aparentar alegría, Muchas mujeres reían de mala gana, pensando en las pesetas que les valdría su risa. Muchos hombres serios se esforzaban en remedar gestos de truhán; parecía que todos deseaban engañarse en una bacanal grosera, fingiendo la espontánea alegría cuyo secreto se llevaron los pueblos sanos y fuertes que se tendían en triclinios de púrpura, coronados de rosas, sin preguntar á un camarero de frac el precio de los vinos de Chipre ó de Falerno.

Elisa no tomaba parte en las bromas. No había querido despojarse de la careta y parecía desdeñosa , como si todo aquello no valiera el esfuerzo de fingir una sonrisa. Se levantó con ademán de marcharse.

—¿Adonde vas? —le preguntó una morenita vestida de chula, preparándose á acompañarla.

—No sé. Déjame —repuso ella, displicente, deteniendo con un ademán á su compañera.


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5 págs. / 9 minutos / 78 visitas.

Publicado el 25 de agosto de 2020 por Edu Robsy.

¡Ay del Solo!

Carmen de Burgos


Cuento


Vae soli!

Eccles., cap. IV, v. 10.


Los veía todas las mañanas durante esos días otoñales en que el cielo de Madrid finge sonrisas de primavera; sentados frente al borde de las aceras, la larga fila de vendedores ambulantes se extendía á lo largo de la calle.

Antes de volver la esquina, en lo más ancho de la plazoleta, bajo los árboles casi desnudos que se desprendían lentamente de sus hojas, estaba el puesto de libros viejos, pretenciosamente alineados los de texto, encuadernados y voluminosos. Recordaban con su aspecto la ciencia adocenada y la mediocre burguesía de los catedráticos que los escribieron para rodar de mano en mano de una á otra generación de estudiantes, á los cuales se da todos los años patente de sabiduría por repetir de memoria unos renglones. Cerca de estos libros científicos se apilaban las novelas de folletín y de entregas, con las hojas grasientas ó rotas en su mayoría, y algunos ejemplares modernos, en cuyas anteportadas podían leerse las dedicatorias de inexpertos autores á tal cual crítico ó periodista.

Una mesilla de flores tristes y descoloridas, sobre las cuales caían como lágrimas de la Naturaleza las resecas hojas de los árboles, unía estas petrificaciones del pensamiento que repercute en las aulas de las universidades al kiosquillo donde se ofrecen los periódicos con su incitante olor de tinta fresca. Vuelto el recodo de la acera, las opulentas cestas de bellotas extremeñas, con su luciente cáscara de nogal bruñido, esparcían al sol sus tonos calientes, pareciendo alegrar con una evocación de montañas distantes a los cientos de pajarillos prisioneros dentro de sus jaulones, que revoloteaban mostrando el delicado plumón polícromo escondido debajo de las alas.


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Dominio público
4 págs. / 8 minutos / 100 visitas.

Publicado el 23 de agosto de 2020 por Edu Robsy.

El Último Deseo

Carmen de Burgos


Cuento


I

Aquel gabinete azul tan bello, donde tantas horas de felicidad habían transcurrido, estaba revuelto, desordenado; fuera de su sitio sillones y muebles; tirados por mesas y sofás los vestidos, las gasas y los encajes; en el centro de la habitación mundos y maletas á medio arreglar, y en el suelo, sobre la alfombra, multitud de papeles de música y libros de todas clases, que habían de formar parte del equipaje.

Julia iba de acá para allá por la habitación, poniéndolo todo en orden, colocando en los baúles los objetos para el viaje. Pasaba ante Rafael luciendo la gallardía de su cuerpo hermoso, alto, fuerte y esbelto, y su cabeza de rizos de ébano con reflejos azulillos; el rostro de facciones correctas, labios de grana y plateada tez, donde brillaban dos ojos de azabache, con profundidades de abismo, entre doble fila de pestañas espesas, que se movían inquietas, con aletear de mariposas negras.

—¿Me escribirás? —preguntó él.

—¡Escribirte! ¡Ah! Sí, es verdad; vamos á dejar de vernos —contestó Julia.

Un estremecimiento recorrió su cuerpo y se acercó temblorosa á su amigo, como si hasta aquel instante no hubiera medido toda la tristeza de la separación.

—Julia —añadió él con voz grave—, desiste de este viaje, de este alejamiento inútil... Tu marcha me llena de dolor... Te amo, Julia, te amo; encarnas toda la idealidad de mi alma... desvaneces todas mis tristezas en una nueva aurora de felicidad.


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Dominio público
16 págs. / 29 minutos / 100 visitas.

Publicado el 25 de agosto de 2020 por Edu Robsy.

El Viejo Ídolo

Carmen de Burgos


Cuento


Míster Swift estaba pensativo, ensimismado. Hacía ya tres años que dejó á Europa para encargarse de la dirección de una de las compañías que realizaban trabajos de exploración en Colombia.

Eran dos poderosas sociedades inglesas rivales, que merced á contratos celebrados con el gobierno de la República, buscaban de un modo seguro y paciente aquel fabuloso El Dorado, que tanta sangre costó á los arrojados y aventureros conquistadores latinos.

Trataba una de las poderosas compañías de desaguar la laguna de Guatavita, situada en la cima de una montaña, en el antiguo cráter de un volcán.

Era allí donde, según la tradición, los jefes de tribu, los guerreros y los monarcas acudían con sus brillantes comitivas, adornada de plumas la cabeza, cubierto el cuerpo con aceite precioso y polvo de oro, en las fiestas celebradas en honor del Sol.

Arrojaban sus riquezas al fondo de las aguas y se bañaban en aquella laguna sagrada para limpiar sus cuerpos y sus espíritus de todas las impurezas. Como si á igual edad del mundo correspondieran á los hombres semejantes ideas, aquellos indios simbolizaban en el desprendimiento de las riquezas y en las aguas que limpian de toda mancha una especie de bautismo y de austeridad cristiana.

Pero la opinión respecto al sitio donde se verificaban estos ritos no era unánime. Muchos viejos indios habían contado á sus descendientes que las riquezas no se ofrecían al Sol, sino á Bochica (el Principio de todas las cosas), cuyo templo estuvo en lo más alto de los Farallones de Guatavita, enormes rocas de la última estribación de la cordillera oriental de los Andes, y que el hecho de dirigirse las procesiones á la montaña había inducido á creer que las ceremonias tenían lugar en la laguna.


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Dominio público
6 págs. / 11 minutos / 70 visitas.

Publicado el 22 de agosto de 2020 por Edu Robsy.

Madre por Hija

Carmen de Burgos


Cuento


María, la molinera, se rejuvenecía cada vez más desde la muerte de su marido.

Muchas personas de las que iban á llevar costales de trigo y á recoger la harina, observaban cómo de día en día la molinera se redondeaba de formas y adquiría color de manzana.

Su matrimonio había sido feliz: el marido, aunque algo brusco y rudo, fué siempre cariñoso; no faltó jamás pan en la casa ni manta de abrigo en el invierno; la molienda abundante permitía vivir bien de la maquila.

María era entonces una jovencita delgaducha, pálida, sin curvas y sin jugos; una niña apenas desarrollada, que sufría la pobreza orgánica de las hembras sujetas á la inmoralidad de la monogamia. Todos los años tenía un chiquillo y se le moría otro. Siempre pariendo y criando, entre el continuo trabajo de la casa, del corral y del molino. Cuando murió su Vicente, lo lloró con verdadero sentimiento; no puede decirse si lo amaba; estaba acostumbrada á él y no había querido á nadie con amor de hembra.

Pero desde que se murió el buen hombre, María empezó á ser joven, en el descanso de una existencia tranquila. Se encerró en el molino con sus dos hijos para que nadie tuviese que murmurar de ella.

Los libró del servicio militar: el mayor se había casado hacía un año, y ya era abuela María.

Aquella noche acababa de soltar al perro en el corralón y de correr las trancas de las puertas del molino y de la casa, cuando fuertes aldabonazos vinieron á turbar el silencio.

¡Aquel que llamaba no era Frasquillo! Ella conocía bien el modo de llamar de su hijo. Y sin embargo, debía ser algún conocido, porque el perro, que lo había olfateado, no ladraba.

Descolgó el candil del clavo, desde donde ahumaba la pared, y se dirigió hacia la puerta. El que llegaba redobló impaciente el aldabón.

—¿Quién va? —preguntó la molinera.

—Soy yo, Pepe Manteca —repuso una voz malhumorada—. Abre pronto.


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Dominio público
5 págs. / 10 minutos / 139 visitas.

Publicado el 21 de agosto de 2020 por Edu Robsy.

Una Tiple

Carmen de Burgos


Cuento


El teatro estaba completamente lleno; iluminado y decorado con riqueza y buen gusto, servía de marco á la espléndida guirnalda de muje. res hermosas que, con los hombros y los brazos desnudos, ocupaban los palcos y plateas, siendo la admiración de los elegantes que ocupaban la sala y del pueblo apiñado en la entrada general.

Era la noche del debut de la nueva tiple, que, precedida de gran fama, acababa de llegar á Italia, la patria del bell canto; tiple que iba á dar a conocer sus extraordinariasfacultades en Milán, donde siendo aceptada ya tenía asegurada su fama y su porvenir de artista. El renombre de la signora Giovani era grande y novelesco, uniendo á sus extraordinarias facultades una belleza poco común, que la hacía más interesante.

Se decía de la signora Giovani que poseedora de una gran fortuna y casada muy joven con un hombre, á quien adoraba, había sido abandonada por él, dejándola en la miseria con un hijo de corta edad, por el que la madre hubo de buscar en el arte un medio de ganar el pan, siendo tan aplaudida por su talento y belleza como por su intachable conducta.

El público esperaba con ansiedad el momento de levantarse el telón, que ya tardaba más de lo acostumbrado, y dejaba oir un rumor de impaciencia.

Entre tanto, la signora Giovani, pálida y temblorosa, vestida con el lujoso traje que había de lucir en la escena, decia suplicante al empresario.

—Suspended la función, por caridad, esta noche.

—Es imposible, señora. El teatro está lleno y el público espera.

—¿Cómo queréis que cante cuan do mi hijo expira?

—Exagera usted, y, puede creerlo, no es sólo mi interés, sino el suyo lo que me obliga á rogarla que cante. Es el porvenir de usted y el de su hijo. Se diría que la tiple había tenido miedo.

—Su estado no es tan desesperado como usted cree—dijo interviniendo en la conversación otro caballero—. Yo le ví esta mañana.


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Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 4 visitas.

Publicado el 21 de enero de 2025 por Edu Robsy.

Alma de Artista

Carmen de Burgos


Cuento


I

Selma cambió el sencillo traje de calle por una bata de seda azul, restos de su pasada opulencia.

Con sus zapatitos de raso blanco y su cabellera color de castaña madura, caída en revueltos rizos sobre la espalda, tenía el aspecto delicado y grácil de una niña.

Ángel la miraba tristemente hundida en su butaca, cerca del balcón, en aquel hotelito de la Caleta, donde había ido á buscar el aire del mar y el clima templado de Málaga. Sobre la palidez de cera mate extendida sobre su rostro se destacaba la rizada barba y la nariz aguileña, con esas líneas que caracterizan á la raza semítica. Parecía un Cristo demacrado por el ayuno.

La terrible tisis iba disecándole el cuerpo, una delgadez estrema parecía tallar sus nervios, y su cabellera rizosa caía en bucles sobre la frente tersa y bella. Aun lucía en sus ojos grandes la mirada dominadora del genial tenor que fué aplaudido en el mundo entero; aun sus labios conservaban un gesto de arrogancia.

Selma cogió el cestillo de la costura y se sentó en una sillita baja á los pies del artista.

—Deja eso —dijo él con un gesto de disgusto, señalando la labor.

La joven no contestó y se apresuró á obedecer sonriendo. El brillo de las lágrimas iluminó los ojos del enfermo.

—¡Qué injusto soy, Selma mía! Tienes necesidad de trabajar y te lo impido... Ya no somos ricos.

—No pienses en eso...—dijo ella con voz suave—; no es cosa precisa.

—La vida tiene burlas muy crueles, Selma; los artistas debían morir sin conocer las miserias ni las enfermedades... en plena gloria.

La joven le acarició dulcemente la mano.

—¡Qué buena eres! —siguió él—. ¡Cómo me compadeces!...

—¡Compadecerte! No, Ángel, no pronuncies esa palabra; cuando se compadece no se ama. Amar es admirar.

—¡He estado tan ciego!


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Dominio público
10 págs. / 18 minutos / 226 visitas.

Publicado el 22 de agosto de 2020 por Edu Robsy.

Aroma de Pecado

Carmen de Burgos


Cuento


Sola, en la elegante habitación del hotel, se revolvía en el lecho, sin poderse dormir. Sus carnes producían rumor de raso al rozar contra las sábanas, y los encajes se quebraban á su contacto con acento de caricia.

Apretó el botón de la luz eléctrica y paseó una mirada investigadora por el cuarto. La cama se retrataba en la gran luna del armario, con su regia magnificencia. Sobre la chimenea jarrones de flores; en todas partes juguetes y bibelots; el tocador lleno de frascos y cajas de perfumes; los muebles rientes: chaise-longue, butaquitas coquetas, alfombras muelles y cojines. ¡Qué distante estaba aquella habitación de su severa alcoba de Madrid! Recordábala con su enorme lecho de nogal, sus sábanas planchadas, la colcha modesta, las escasas sillas y el reclinatorio de terciopelo. No había más muebles que esos y la mesa de noche con la botella del agua y el libro de devociones. Siempre, al tender la mirada en torno, halló los cuadros de mártires, de santos, la cara sufriente de una Dolorosa ó las llagas de un Crucificado. Ahora era su propia imagen la que se le ofrecía en los espejos múltiples.

Se alzó en el lecho, y dirigió la vista á la luna más próxima. ¿Era tan hermosa como se contemplaba? ¡Hacía tanto tiempo que no reparaba en su belleza! Suelto el negro cabello sobre los hombros, encendidas las mejillas, rojos los labios, brillantes las pupilas bajo su cortinaje de negras pestañas, con el seno amplío, la garganta firme y los brazos morenos, la luz arrancaba á sus carnes tonalidades plateadas. Por un momento sintió admiración, ternura hacia su pobre cuerpo, descuidado en prematura vejez, y estrechando dulcemente sus senos, bajó la cabeza y se besó los brazos...

¿Qué hacía? Dudó un momento. Después echóse atrás y saltó resuelta al suelo, para acercarse al espejo.


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Dominio público
11 págs. / 19 minutos / 158 visitas.

Publicado el 26 de agosto de 2020 por Edu Robsy.

En la Sima

Carmen de Burgos


Cuento


I

Se extinguió la última trepidación de la máquina. El tren quedó inmóvil sobre los raíles. A la derecha se extendía el campo silencioso, la llanura inmensa, perdidas las montañas en el negror de las tinieblas; arriba un cielo con profundidades de terciopelo y los soles hundidos como clavos de plata en la densidad del obscuro azul. A la izquierda los faroles del andén esclarecían la parte baja de los árboles de ramaje anémico alineados á lo largo de la vía, raquíticos, de un verde obscuro y sombrío, tristes con el ansia de agua y el continuo respirar de humo y polvo, mientras las copas, sin luz, se recortaban en el aire con fantástica vaguedad.

En el fondo, el restaurant de la estación de Baeza dejaba escapar por las abiertas vidrieras un raudal de luz blanca, reflejada en los albos manteles y en la vajilla de loza que cubrían las grandes mesas.

Cerca del restaurant, la cantina ostentaba sobre el pequeño mostrador provisiones abundantes: bacalao frito, huevos duros, chorizos, rajas de salchichón. Un enorme cesto contenía multitud de panecillos; dos panzudos toneles y una ventruda damajuana de vidrio, que asomaba el cuello corto entre la funda de palma, estaban colocados al pie del mísero estante de madera, lleno de botellas, ofreciendo bebida en abundancia á las resecas gargantas de los viajeros modestos.


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34 págs. / 1 hora / 82 visitas.

Publicado el 28 de agosto de 2020 por Edu Robsy.

La Incomprensible

Carmen de Burgos


Cuento


«¡Ven! ¡¡Ven!! Estoy aquí solo, rodeado de rosas, pero ¡ay! faltas tú... ¿Cuándo vienes? Dímelo pronto, nena... Me siento apenado, melancólico, lejos de mi sol moreno, de mi gitana de las tristes dulzuras. ¡Ven! Te necesito para que sonría mi alma y florezca en torno mío la primavera...»

Los ojos de Isabel no podían separarse de aquel párrafo apasionado de la carta que temblaba en su mano. Aquella carta, escrita en papel grande, pulso seguro y letra clara, de mayúsculas dibujadas como letra de imprenta, venía á traerle al cabo la felicidad tanto tiempo deseada. Y llegaba cuando la esperaba menos, cuando ya su alma había consumado el sacrificio de la separación, de la abdicación de todas sus esperanzas.

De espíritu soñador y romántico; desengañada muy prematuramente de la pequeñez de las cosas; despreciadora de todo, quizás porque todo se le ofrecía con exceso; asqueada de la jauría de hombres que seguían sus pasos como perros ansiosos de carne, el pintor fuerte, genial, grande y poderoso, apareció ante ella como descendiente de una raza de dioses, y su espíritu se le dio sin lucha, se le entregó como al esperado, al presentido durante muchos años en sus sueños de soledad, en sus ansias de ideal, en sus anhelos de lo infinito.

Su pasión había sido tan grande, que temió al agotamiento, al desencanto, á la desilusión, y huyó del lado del que amaba para conservar los dulces lazos del afecto, del perfume de un amor llamado á desvanecerse fatalmente cuando nada hubiese en él desconocido para el artista.

Llevaba tres años viajando; los escenarios nuevos, el interés de la curiosidad borraban recuerdos, la imagen del dios se esfumaba y renacía la paz en su espíritu.


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10 págs. / 18 minutos / 81 visitas.

Publicado el 24 de agosto de 2020 por Edu Robsy.

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