Textos más populares esta semana de Carmen de Burgos etiquetados como Cuento disponibles | pág. 3

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autor: Carmen de Burgos etiqueta: Cuento textos disponibles


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En Pos del Ensueño

Carmen de Burgos


Cuento


Releía, las cartas esparcidas sobre la mesa como si deseara fortalecer su ánimo. Al fin, de un día á otro, iba á conocer á la mujer que se las escribió. Sentía miedo é impaciencia á un tiempo mismo, ¡Era tan hermosa la ilusión!

Más de un año de convivencia espiritual les había unido: desde que él escribió un artículo otoñal, de desesperación resignada, de tristeza infinita. A los pocos días de publicado recibió una carta de mujer, una carta sencilla y dulce, cuya autora sabía penetrar como hábil psicóloga en los repliegues recónditos de su alma y percibir y aquilatar todas las vibraciones de su temperamento de artista.

Ricardo leyó muchas veces la carta antes de contestarla, con el miedo de sufrir una equivocación; la analizó frase á frase; la sencillez, la afabilidad, la franqueza de la desconocida le cautivaban más cada vez. Su vanidad de hombre y de artista se sentía halagada á la par.

«¡Qué raro es —pensaba— que entre los millares de personas que nos leen, haya una que nos comprenda!»

Y le escribió una larga carta de artista... Según la pluma corría sobre el papel, la imagen de una mujer soñada surgía de sus puntos, y sin darse cuenta, con el fuego de la inspiración brotaban párrafos apasionados:

«He visto tu alma, la presentía, era la esperada... No me digas quién eres ni cómo te llamas... Te amo.»

Se arrepintió y se acusó de su ligereza después de puesta la carta en el correo y desvanecida la impresión... Pero cuando volvió á recibir nueva misiva, le latía el corazón violentamente. Su desconocida se mantenía digna y admirable en la respuesta. Sabía adivinar el estado de ánimo que dictó su carta y seguirlo en las regiones de luz del sentimiento...

«Tienes razón; no debes saber quién soy... Seré para ti la quimera,... Ámame así... Yo también te amo.»


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Dominio público
8 págs. / 15 minutos / 69 visitas.

Publicado el 27 de agosto de 2020 por Edu Robsy.

El Viejo Ídolo

Carmen de Burgos


Cuento


Míster Swift estaba pensativo, ensimismado. Hacía ya tres años que dejó á Europa para encargarse de la dirección de una de las compañías que realizaban trabajos de exploración en Colombia.

Eran dos poderosas sociedades inglesas rivales, que merced á contratos celebrados con el gobierno de la República, buscaban de un modo seguro y paciente aquel fabuloso El Dorado, que tanta sangre costó á los arrojados y aventureros conquistadores latinos.

Trataba una de las poderosas compañías de desaguar la laguna de Guatavita, situada en la cima de una montaña, en el antiguo cráter de un volcán.

Era allí donde, según la tradición, los jefes de tribu, los guerreros y los monarcas acudían con sus brillantes comitivas, adornada de plumas la cabeza, cubierto el cuerpo con aceite precioso y polvo de oro, en las fiestas celebradas en honor del Sol.

Arrojaban sus riquezas al fondo de las aguas y se bañaban en aquella laguna sagrada para limpiar sus cuerpos y sus espíritus de todas las impurezas. Como si á igual edad del mundo correspondieran á los hombres semejantes ideas, aquellos indios simbolizaban en el desprendimiento de las riquezas y en las aguas que limpian de toda mancha una especie de bautismo y de austeridad cristiana.

Pero la opinión respecto al sitio donde se verificaban estos ritos no era unánime. Muchos viejos indios habían contado á sus descendientes que las riquezas no se ofrecían al Sol, sino á Bochica (el Principio de todas las cosas), cuyo templo estuvo en lo más alto de los Farallones de Guatavita, enormes rocas de la última estribación de la cordillera oriental de los Andes, y que el hecho de dirigirse las procesiones á la montaña había inducido á creer que las ceremonias tenían lugar en la laguna.


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Dominio público
6 págs. / 11 minutos / 68 visitas.

Publicado el 22 de agosto de 2020 por Edu Robsy.

Puñaladas Morales

Carmen de Burgos


Cuento


Era doña Cipriana un tipo original: alta, huesuda, con la piel amarillenta y arrugada y el cabello encanecido. Los mechones blancos que orlaban su frente no eran esas coronas cantadas por los poetas, símbolos de ilusiones desaparecidas que animaron un corazón juvenil; representaban más bien una prematura decrepitud; una naturaleza ajada por el tiempo y la monotonía de la vida.

Sus ojos llamaban la atención por la viveza de la mirada, á pesar de tener las órbitas hundidas y caídos los párpados, relampagueaba en ellos un rayo de vida, una luz extraña, algo que parecía indicar la llama del amor, viviendo todavía en aquella mujer de sesenta años.

Casada con un honrado comerciante, su existencia se deslizó como la de tantas otras mujeres para las que la vida se reduce á las indispensables ocupaciones caseras y que sólo ven en el marido la llave de la despensa, y que no tienen más relaciones con el mundo que el chismorreo continuo del vecindario.

La naturaleza le había negado el goce de la maternidad, y á la muerte de su esposo se encontró doña Cipriana con una fortuna regular y un corazón que jamás había latido á impulsos de la pasión amorosa.

Y ocurrió que la pobre mujer, bajo la influencia de la mirada de Antonio, un joven antiguo amigo de la casa, sintió despertarse la vida con toda la ternura y todas las nimiedades encantadoras y delicadas que son propias del amor.

Antonio era un joven alto, delgado, de correctas y nobles facciones, y de negros ojos, en los que se veía una mezcla extraña de energía, ternura, movilidad, viveza y melancolía.

Más de una romántica señorita suspiraba por el mozo, y alguna dama le perseguía detrás de la per siana con miradas ansiosas.


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Dominio público
1 pág. / 3 minutos / 15 visitas.

Publicado el 21 de enero de 2025 por Edu Robsy.

¡Sacrificio!

Carmen de Burgos


Cuento


Como los viajeros que han atravesado el desierto y después de una larga caminata entran en la ciudad admirados de todo cuanto ven, así penetraron Rosa y Pedro en el matrimonio; parecía imposible que el amor hubiese aproximado seres tan distintos, y no acertaba la razón á explicarse una unión tan desigual.

Rosa era alta, delgada, rubia, de ojos azules, dulces, dormidos y soñadores, orlados de largas pestañas, que retorciéndose en manojos, daban á su mirada algo de varonil y sombrío; ojos en los que se leia un mundo de ideas encontradas, de ardientes deseos, de ensueños ideales; unos ojos verdaderos abismos del pensamiento, iluminando el rostro de facciones irregulares, que seguramente no hubiese tomado por modelo un escultor.

La tez fina, sonrosada y transpaparente, dejaba adivinar la red de sus azules venas, y su cuerpo esbelto, nervioso y flexible, denotaba que bajo la apariencia de debilidad y gracia, Rosa era fuerte como la mitológica Diana. El rubio dorado brillante y metálico de sus largos cabellos; ese rubio que dió fama á las antiguas venecianas, y que Ticiano y Rubens copiaron con sus inimitables pinceles, daba á conocer la poderosa sangre andaluza que animaba aquella esbelta estatua, capaz de los sentimientos más exaltados.

Pedro, por el contrario, era pe queño, rechoncho, coloradote, de tez cobriza, labios gruesos; el infe rior caido y vuelto hacia abajo, le daba apariencia de pasiones poco nobles, y su mirada vaga, estúpida y sin brillo, indicaba un espíritu embrutecido y apático.

Cómo llegaron al matrimonio Pedro y Rosa, es un misterio; quizás los dos soñaran seres distintos, la casualidad los acercó, cada uno creyó ver en el otro el tipo soñado y los dos se equivocaron obrando de buena fe.


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Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 2 visitas.

Publicado el 21 de enero de 2025 por Edu Robsy.

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