Textos más largos de Carmen de Burgos | pág. 4

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autor: Carmen de Burgos


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La Muerte del Recuerdo

Carmen de Burgos


Cuento


Sentado cerca de la lumbre, perezosamente envuelto en su pelliza, el viejo senador contemplaba cómo caía la nieve en el jardín.

Los delicados cristalinos prismáticos venían, en una lluvia de pétalos de jazmín, á cubrir con su blancura la desolada tristeza de los desnudos troncos, empavesados por la nieve, como si les envolviesen guirnaldas de misteriosas flores nacidas en el aire.

Un criado anunció desde la puerta:

—El señor esta servido.

Al mismo tiempo los cristales y el pavimento retemblaban con el rodar silencioso de las ruedas de un coche en el patio.

Perezosamente se rodeó el anciano al cuello la bufanda de piel forrada en seda; se abotonó el abrigo de arriba á abajo; introdujo en el bolsillo la tabaquera; afianzó sobre la nariz las gafas que ocultaban los hundidos ojos, y después de calarse reposadamente los guantes de piel, tomó el bastón y el sombrero, que le sostenía el ayuda de cámara, y salió tapándose la boca con el pañuelo, tardo el paso, como si le costase trabajo dejar su gabinete en aquel día de frío.

Un secretario alto, rubio, atildado, de patillas simétricas é irreprochable traje, se inclinó á su paso ceremoniosamente, esperando que el señor se dignase dirigirle la palabra; pero don Juan pasó sin mirarlo.

—¿Deja mandado algo el señor? —preguntó con timidez.

—Nada.

Ya el lacayo sujetaba abierta la portezuela del coche... El secretario volvió á inclinarse con esa rigidez de los aduladores, que parecen tener una articulación más en su espina dorsal para doblar servilmente el cuerpo, y el carruaje partió con el cadencioso trotar de su tronco normando.

Encendió un cigarro don Juan y se arrellanó sobre los almohadones azules, mientras el coche cruzaba las calles del Caballero de Gracia, de Peligros y Alcalá, para salir al Prado.


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Publicado el 21 de agosto de 2020 por Edu Robsy.

El Viejo Ídolo

Carmen de Burgos


Cuento


Míster Swift estaba pensativo, ensimismado. Hacía ya tres años que dejó á Europa para encargarse de la dirección de una de las compañías que realizaban trabajos de exploración en Colombia.

Eran dos poderosas sociedades inglesas rivales, que merced á contratos celebrados con el gobierno de la República, buscaban de un modo seguro y paciente aquel fabuloso El Dorado, que tanta sangre costó á los arrojados y aventureros conquistadores latinos.

Trataba una de las poderosas compañías de desaguar la laguna de Guatavita, situada en la cima de una montaña, en el antiguo cráter de un volcán.

Era allí donde, según la tradición, los jefes de tribu, los guerreros y los monarcas acudían con sus brillantes comitivas, adornada de plumas la cabeza, cubierto el cuerpo con aceite precioso y polvo de oro, en las fiestas celebradas en honor del Sol.

Arrojaban sus riquezas al fondo de las aguas y se bañaban en aquella laguna sagrada para limpiar sus cuerpos y sus espíritus de todas las impurezas. Como si á igual edad del mundo correspondieran á los hombres semejantes ideas, aquellos indios simbolizaban en el desprendimiento de las riquezas y en las aguas que limpian de toda mancha una especie de bautismo y de austeridad cristiana.

Pero la opinión respecto al sitio donde se verificaban estos ritos no era unánime. Muchos viejos indios habían contado á sus descendientes que las riquezas no se ofrecían al Sol, sino á Bochica (el Principio de todas las cosas), cuyo templo estuvo en lo más alto de los Farallones de Guatavita, enormes rocas de la última estribación de la cordillera oriental de los Andes, y que el hecho de dirigirse las procesiones á la montaña había inducido á creer que las ceremonias tenían lugar en la laguna.


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Publicado el 22 de agosto de 2020 por Edu Robsy.

Como Flor de Almendro

Carmen de Burgos


Cuento


Ansiosa, acodada sobre la barandilla de popa, fijaba con insistencia los ojos en el horizonte, como si quisiera dar fuerza á sus pupilas para rasgarlo y descubrir la tierra.

La marcha tranquila del vapor la exasperaba en aquellos momentos en que rugía la tempestad dentro de su alma; hubiera querido montañas de olas que le arrojasen sobre la playa roto y maltrecho, con la velocidad del rayo.

Toda la noche la había pasado allí, fija la mirada en el horizonte, y á los primeros albores de la mañana, la faja plomiza delataba la proximidad de la costa.

El capitán había dicho que entrarían en el puerto á las diez de la mañana. ¡Cuántas horas aún! ¿Llegaría á tiempo? A esta pregunta, su corazón se angustiaba, y su garganta se oprimía con las agonías del llanto.

¡Si pudiera salvar la vida de aquel hombre con la suya! ¡Ó á lo menos decirle sólo una vez cuánto le amaba! ¡Pero pensar en que muriera así, lejos de ella!... ¡Sin haberle dicho la primera frase de amor!

Había recibido la carta de Roberto ocho días antes. Una carta tristísima, de pocas líneas, escritas con mano trémula:


«Te amo, Catalina, permíteme que te lo diga una vez, ahora que voy á morir... Perdóname que se escape de mí alma en este momento supremo mi pasión; olvídala luego... Conserva en tu memoria al amigo, al hermano...

«ROBERTO.»


¡Roberto le escribía aquella carta! ¡Roberto la amaba é iba á morir! Se revolvía poderosa en su alma la pasión... Ella le amaba también. En un momento se decidió: lo dispuso todo en pocas horas, y le expidió un telegrama que revelaba el estado de su espíritu á pesar del laconismo de sus frases:


«Espérame. Corro á tu lado. Te amo.

«CATALINA.»


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6 págs. / 11 minutos / 94 visitas.

Publicado el 26 de agosto de 2020 por Edu Robsy.

Madre por Hija

Carmen de Burgos


Cuento


María, la molinera, se rejuvenecía cada vez más desde la muerte de su marido.

Muchas personas de las que iban á llevar costales de trigo y á recoger la harina, observaban cómo de día en día la molinera se redondeaba de formas y adquiría color de manzana.

Su matrimonio había sido feliz: el marido, aunque algo brusco y rudo, fué siempre cariñoso; no faltó jamás pan en la casa ni manta de abrigo en el invierno; la molienda abundante permitía vivir bien de la maquila.

María era entonces una jovencita delgaducha, pálida, sin curvas y sin jugos; una niña apenas desarrollada, que sufría la pobreza orgánica de las hembras sujetas á la inmoralidad de la monogamia. Todos los años tenía un chiquillo y se le moría otro. Siempre pariendo y criando, entre el continuo trabajo de la casa, del corral y del molino. Cuando murió su Vicente, lo lloró con verdadero sentimiento; no puede decirse si lo amaba; estaba acostumbrada á él y no había querido á nadie con amor de hembra.

Pero desde que se murió el buen hombre, María empezó á ser joven, en el descanso de una existencia tranquila. Se encerró en el molino con sus dos hijos para que nadie tuviese que murmurar de ella.

Los libró del servicio militar: el mayor se había casado hacía un año, y ya era abuela María.

Aquella noche acababa de soltar al perro en el corralón y de correr las trancas de las puertas del molino y de la casa, cuando fuertes aldabonazos vinieron á turbar el silencio.

¡Aquel que llamaba no era Frasquillo! Ella conocía bien el modo de llamar de su hijo. Y sin embargo, debía ser algún conocido, porque el perro, que lo había olfateado, no ladraba.

Descolgó el candil del clavo, desde donde ahumaba la pared, y se dirigió hacia la puerta. El que llegaba redobló impaciente el aldabón.

—¿Quién va? —preguntó la molinera.

—Soy yo, Pepe Manteca —repuso una voz malhumorada—. Abre pronto.


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5 págs. / 10 minutos / 137 visitas.

Publicado el 21 de agosto de 2020 por Edu Robsy.

Historia de Carnaval

Carmen de Burgos


Cuento


Elisa empujó la puerta del palco y apartó la cortina. El salón del teatro Real presentaba ese lánguido aspecto de desanimación que toma durante el descanso.

Los palcos, casi desiertos, albergaban escasas parejas. Las máscaras decentes, las que sólo iban allí para ver, se retiraban á la primera campanada del descanso, con pena mal disimulada muchas, y las que habían de quedarse hasta la orgía de la madrugada, iban precipitadamente al foyer en busca del excitante Champagne ó la embriagadora manzanilla. Aroma de vino, olor de alimentos, humo de tabaco y vahos de perfumes se extendían por el salón en poco armónico bouquet. Empezaban á caer las caretas; se veían rostros de mujeres hermosas, sudorosos y fatigados; hombros desnudos, pechos descubiertos, embadurnados de polvos y crema de bismuto. Por todas partes se oían risotadas, palabras malsonantes en labios de mujeres cubiertas de seda y blondas y de hombres con frac é irreprochable camisa blanca. Empezaba la borrachera. La gente elegante se esforzaba por aparentar alegría, Muchas mujeres reían de mala gana, pensando en las pesetas que les valdría su risa. Muchos hombres serios se esforzaban en remedar gestos de truhán; parecía que todos deseaban engañarse en una bacanal grosera, fingiendo la espontánea alegría cuyo secreto se llevaron los pueblos sanos y fuertes que se tendían en triclinios de púrpura, coronados de rosas, sin preguntar á un camarero de frac el precio de los vinos de Chipre ó de Falerno.

Elisa no tomaba parte en las bromas. No había querido despojarse de la careta y parecía desdeñosa , como si todo aquello no valiera el esfuerzo de fingir una sonrisa. Se levantó con ademán de marcharse.

—¿Adonde vas? —le preguntó una morenita vestida de chula, preparándose á acompañarla.

—No sé. Déjame —repuso ella, displicente, deteniendo con un ademán á su compañera.


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5 págs. / 9 minutos / 75 visitas.

Publicado el 25 de agosto de 2020 por Edu Robsy.

¡Ay del Solo!

Carmen de Burgos


Cuento


Vae soli!

Eccles., cap. IV, v. 10.


Los veía todas las mañanas durante esos días otoñales en que el cielo de Madrid finge sonrisas de primavera; sentados frente al borde de las aceras, la larga fila de vendedores ambulantes se extendía á lo largo de la calle.

Antes de volver la esquina, en lo más ancho de la plazoleta, bajo los árboles casi desnudos que se desprendían lentamente de sus hojas, estaba el puesto de libros viejos, pretenciosamente alineados los de texto, encuadernados y voluminosos. Recordaban con su aspecto la ciencia adocenada y la mediocre burguesía de los catedráticos que los escribieron para rodar de mano en mano de una á otra generación de estudiantes, á los cuales se da todos los años patente de sabiduría por repetir de memoria unos renglones. Cerca de estos libros científicos se apilaban las novelas de folletín y de entregas, con las hojas grasientas ó rotas en su mayoría, y algunos ejemplares modernos, en cuyas anteportadas podían leerse las dedicatorias de inexpertos autores á tal cual crítico ó periodista.

Una mesilla de flores tristes y descoloridas, sobre las cuales caían como lágrimas de la Naturaleza las resecas hojas de los árboles, unía estas petrificaciones del pensamiento que repercute en las aulas de las universidades al kiosquillo donde se ofrecen los periódicos con su incitante olor de tinta fresca. Vuelto el recodo de la acera, las opulentas cestas de bellotas extremeñas, con su luciente cáscara de nogal bruñido, esparcían al sol sus tonos calientes, pareciendo alegrar con una evocación de montañas distantes a los cientos de pajarillos prisioneros dentro de sus jaulones, que revoloteaban mostrando el delicado plumón polícromo escondido debajo de las alas.


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4 págs. / 8 minutos / 98 visitas.

Publicado el 23 de agosto de 2020 por Edu Robsy.

El Fiscal

Carmen de Burgos


Cuento


Eloísa era una joven encantadora. Figuráos que los árabes se mezclaran con los hebreos; haced de esta reunión una mujer de ojos garzos, sombreados por largas y sedosas pestañas obscuras; con el cabello intensamente negro y rizado con suavidad como el de las hijas del desierto; todo esto animando un rostro moreno, con ligeras tonalidades de bronce, la nariz fina, algo achatade cerca de los labios, y la boca un poco grande, pero ocultando una dentadura irreprochable; dad á esta concepción la vida de una juventud sin preocupaciones ni disgustos y tendréis á Eloísa.

Su carácter presentaba también una mezcla extraña, una excesiva impresionabilidad que la hacía aparecer tan pronto dulce y sencilla, como altiva é imperiosa.

Ni libros ni consejos pesaban sobre su ánimo; hija única, sin haber conocido á su madre, mimada por un padre que la adoraba, con un desconocimiento completo de la sociedad, Eloísa se desenvolvía libremente en plena Naturaleza.

En su quinta, á orillas del Guadalquivir, oculta entre los árboles gigantescos, sintiendo penetrar por todos sus poros los efluvios de la vida exuberante y fecunda, ensanchando su pecho con el perfume de la Naturaleza, la joven soñaba en un porvenir de venturas. Sus sueños eran los de ese período encantador que precede al casamiento, ese periodo de la dicha esperada que sobrepuja siempre á la realidad.

Su boda había de verificarse dentro de un plazo muy breve; ella amaba á su prometido con un amor tranquilo y profundo. Julio Sánchez era hijo de uno de sus vecinos, su amigo de la infancia, un muchacho honrado y trabajador, cuyos triunfos de estudiante había seguido anhelosa hasta verlo ocupar el importante cargo de Fiscal en la Audiencia de Sevilla.


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Publicado el 21 de enero de 2025 por Edu Robsy.

La Flor de Brezo

Carmen de Burgos


Cuento


Cerca de Alcira, apartada de la carretera, aprovechando un rincón delicioso del terreno para esconderse, se levanta entre una espesa arboleda, la casita blanca que de lejos hace suspirar al viajero, la pequeña masía valenciana, con su alegre emparrado, donde se entremezclan las hojas de enredadera con los sarmientos de la vid.

Los rayos del sol de fuego envolvían á la tierra en esa abrasadora caricia que engendra la vida.

El campo presentaba todos los tonos de las mieses doradas; las viñas dejaban asomar entre sus verdes pámpanos apretados racimos; las palmeras mecían gallardamente los maduros ramos de dátiles y en la atmósfera flotaba un perfume de vitalidad acre y embriagador. Aquél hálito fecundante de la Naturaleza penetraba en el débil y cansado or ganismo de Mercedes, oxigenando su sangre y dándole una nueva vida.

Mercedes era la dueña del cortijo, una encantadora huérfana de diez y ocho años, de cuerpo anémico y es píritu cansado por la contínua agitación de las fiestas de la corte.

Ahora, toda su vida sufria un extraño cambio; el ambiente de amor y fecundidad en que se sentía envuelta, al mismo tiempo que le hacia recuperar la salud, exaltaba su imaginación, y la joven, obligada a permanecer allí por prescripción facultativa, soñaba con un enamorado

doncel, muy distinto de los campesinos que la rodeaban.

La imaginación hace milagros en las cabecitas de las jóvenes románticas.

Mercedes no había amado nunca, y, como todas las mujeres hermosas yaduladas, rendía sólo culto á su propia belleza. Un día encontró un ramo de flores de brezo sujeto á los hierros de la ventana. Las frescas florecillas ostentaban su lindo color encarnado, y las gotas de rocío brillaban entre los pétalos como un polvillo de diamantes.


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3 págs. / 6 minutos / 10 visitas.

Publicado el 21 de enero de 2025 por Edu Robsy.

¡Imposible!

Carmen de Burgos


Cuento


Al llegar al recodo de la vereda, Ramón se detuvo un momento y volvió la cabeza.

Sus ojos se abrieron como si quisiera abarcar todo el panorama y grabarlo en su cerebro; después la mirada se fijó en un solo punto, en una pequeña casita que blanqueaba en la lejanía; un sollozo levantó su pecho, y, haciendo un supremo esfuerzo, centinuó su camino.

Ocho días después Ramón estaba en Roma principiando su vida de artista.

No le seguiremos paso a paso en sus luchas con la sociedad y consigomismo. Imitaremos á los amigos, que sólo acuden después del triunfo..

Por eso no narro las angustias de Ramón cuando, á solas en su taller, arrojaba desesperado los pinceles que se negaban á dar vida y realidad á las concepciones de su mente.

Al fin, la mano educada empezó á obedecer al pensamiento, y el artista gustó esas dulces emociones que agitan el alma en los momentos de inspiración.

Pero ni aun en ellos, cuando con la carne temblorosa y el espíritu engrandecido por el soplo divino del genio, el mundo entero desaparecía para él; cuando en su retina se di bujaba una mancha negra donde sólo brillaba la luz de la idea, ni en aquellos momentos sublimes olvidaba Ramón el paisaje de su tierra natal, que reproducía en todos sus cuadros.

La habilidad del artista disimulaba que los rasgos de sus mujeres, mo renas ó rubias, niñas ó ancianas, tenían la unidad de un solo tipo, y el fondo de sus lienzos, ya presentaran la luz esplendorosa del medio día ó las sombrías brumas invernales, estaban también inspirados en un solo modelo.

Porque Ramón había dejado aquella tierra soñando conquistarse un nombre y una posición para ofrecérselas á la mujer que amaba.

Ella era rica y noble; sólo el Arte podía elevarlo á él, pobre hijo del pueblo, para llegar hasta ella sin que su dignidad padeciera por una unión desigual.


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3 págs. / 5 minutos / 6 visitas.

Publicado el 21 de enero de 2025 por Edu Robsy.

El Último Encargo

Carmen de Burgos


Cuento


Todas las tardes se repetía para Manuel la misma escena; cansado del trabajo monótono, regular y frío de las oficinas, salía á la calle con el cerebro lleno de pesadez calenturienta, y al respirar el aire oxigenado, lanzaba un suspiro de satisfacción, recordando, con amarga conformidad, las sombrías paredes de su despacho, cárcel de los condenados al trabajo forzoso para ganar el pan.

Manuel andaba apresuradamente, durante todo el día, sobre el libro, lleno de fa igosas columnas de números; había creído ver una cabecita rubia, de ojos azules, melancólicos, espirituales, con los labios rosados y el cutis de una blancura diáfana y nacarada.

Al llegar á su modesto cuarto tercero, encontraba Manuel la cabecita rubia de una encantadora niña de diez y ocho años, que se lanzaba á sus brazos llena de infantil alegría.

La mesa, con la modesta comidita, servida sobre blanco mantel, con vasos y platos, deslumbrante de lim pieza, lo esperaba.

Después la pequeña chimenea encendida, la butaca preparada, la mesita con el tabaco y la novela favorita al alcance de su mano, todo parecía destinado á que Manuel olvidase las horas tristes de la oficina.

El joven era feliz; aquel amor constituía toda su dicha y toda su ambición; la sombra de la duda no había empañado nunca su pensamiento; había sido el primer amor de Elena; ella era huérfana y pobre, vivía con una hermana de su madre, que la recogió por caridad, y trabajaba en un obrador de modista.

El la esperaba todas las tardes al salir del taller, y los dos formaban bellas novelas para el porvenir.

La muerte de la que servia de madre á Elena turbó la felicidad de los enamorados; la joven quedaba sin amparo, y el modesto empleado le ofreció su escaso porvenir, que ella aceptó llena de agradecimiento.

Manuel quiso verificar en seguida la boda; pero era menor de edad y la madre no prestó su consentimiento.


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3 págs. / 5 minutos / 5 visitas.

Publicado el 21 de enero de 2025 por Edu Robsy.

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