Textos más populares esta semana de Carmen de Burgos | pág. 4

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autor: Carmen de Burgos


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Por las Ánimas

Carmen de Burgos


Cuento


Había llegado sin saber cómo hasta la estación del Mediodía, después de vagar toda la noche por los desiertos paseos de la Castellana, Recoletos y el Prado.

Sentíase aún la impresión de las sombras barridas por la luz del nuevo día, el ambiente húmedo de la noche, entre el perezoso bostezar de Madrid.

Los primeros rayos del sol, con su luz blanca y suave, esclarecían las copas de los árboles del Jardín Botánico y del Salón, haciéndoles brillar con reflejos cristalinos y esa tonalidad de verde tierno que recuerda el amarillo y el blanco, mientras el ramaje obscuro, negruzco, se mantenía envuelto en los desgarrones de la sombra y los troncos parecían las columnas de una loggetta con montera de hojas de cristal. Empezaban á llegar viajeros madrugadores; camiones y carros que paraban junto á la cerrada verja de la estación esperando que fuese hora de abrirla. Un hombre de blusa y pantalón de pana voceaba entre los grupos ofreciendo grotescas cabecitas de cartón: «Toribio, que saca la lengua y menea las orejitas.» Algunos viajeros aburridos compraban la antipática figurilla, la cual, merced á un tosco mecanismo, movía dos cuernecillos y una lengua roja, con el gesto procaz, desvergonzado de los chícueios que se burlan.


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Dominio público
9 págs. / 17 minutos / 76 visitas.

Publicado el 21 de agosto de 2020 por Edu Robsy.

Historia de Carnaval

Carmen de Burgos


Cuento


Elisa empujó la puerta del palco y apartó la cortina. El salón del teatro Real presentaba ese lánguido aspecto de desanimación que toma durante el descanso.

Los palcos, casi desiertos, albergaban escasas parejas. Las máscaras decentes, las que sólo iban allí para ver, se retiraban á la primera campanada del descanso, con pena mal disimulada muchas, y las que habían de quedarse hasta la orgía de la madrugada, iban precipitadamente al foyer en busca del excitante Champagne ó la embriagadora manzanilla. Aroma de vino, olor de alimentos, humo de tabaco y vahos de perfumes se extendían por el salón en poco armónico bouquet. Empezaban á caer las caretas; se veían rostros de mujeres hermosas, sudorosos y fatigados; hombros desnudos, pechos descubiertos, embadurnados de polvos y crema de bismuto. Por todas partes se oían risotadas, palabras malsonantes en labios de mujeres cubiertas de seda y blondas y de hombres con frac é irreprochable camisa blanca. Empezaba la borrachera. La gente elegante se esforzaba por aparentar alegría, Muchas mujeres reían de mala gana, pensando en las pesetas que les valdría su risa. Muchos hombres serios se esforzaban en remedar gestos de truhán; parecía que todos deseaban engañarse en una bacanal grosera, fingiendo la espontánea alegría cuyo secreto se llevaron los pueblos sanos y fuertes que se tendían en triclinios de púrpura, coronados de rosas, sin preguntar á un camarero de frac el precio de los vinos de Chipre ó de Falerno.

Elisa no tomaba parte en las bromas. No había querido despojarse de la careta y parecía desdeñosa , como si todo aquello no valiera el esfuerzo de fingir una sonrisa. Se levantó con ademán de marcharse.

—¿Adonde vas? —le preguntó una morenita vestida de chula, preparándose á acompañarla.

—No sé. Déjame —repuso ella, displicente, deteniendo con un ademán á su compañera.


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Dominio público
5 págs. / 9 minutos / 73 visitas.

Publicado el 25 de agosto de 2020 por Edu Robsy.

El Viejo Ídolo

Carmen de Burgos


Cuento


Míster Swift estaba pensativo, ensimismado. Hacía ya tres años que dejó á Europa para encargarse de la dirección de una de las compañías que realizaban trabajos de exploración en Colombia.

Eran dos poderosas sociedades inglesas rivales, que merced á contratos celebrados con el gobierno de la República, buscaban de un modo seguro y paciente aquel fabuloso El Dorado, que tanta sangre costó á los arrojados y aventureros conquistadores latinos.

Trataba una de las poderosas compañías de desaguar la laguna de Guatavita, situada en la cima de una montaña, en el antiguo cráter de un volcán.

Era allí donde, según la tradición, los jefes de tribu, los guerreros y los monarcas acudían con sus brillantes comitivas, adornada de plumas la cabeza, cubierto el cuerpo con aceite precioso y polvo de oro, en las fiestas celebradas en honor del Sol.

Arrojaban sus riquezas al fondo de las aguas y se bañaban en aquella laguna sagrada para limpiar sus cuerpos y sus espíritus de todas las impurezas. Como si á igual edad del mundo correspondieran á los hombres semejantes ideas, aquellos indios simbolizaban en el desprendimiento de las riquezas y en las aguas que limpian de toda mancha una especie de bautismo y de austeridad cristiana.

Pero la opinión respecto al sitio donde se verificaban estos ritos no era unánime. Muchos viejos indios habían contado á sus descendientes que las riquezas no se ofrecían al Sol, sino á Bochica (el Principio de todas las cosas), cuyo templo estuvo en lo más alto de los Farallones de Guatavita, enormes rocas de la última estribación de la cordillera oriental de los Andes, y que el hecho de dirigirse las procesiones á la montaña había inducido á creer que las ceremonias tenían lugar en la laguna.


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Dominio público
6 págs. / 11 minutos / 68 visitas.

Publicado el 22 de agosto de 2020 por Edu Robsy.

En Pos del Ensueño

Carmen de Burgos


Cuento


Releía, las cartas esparcidas sobre la mesa como si deseara fortalecer su ánimo. Al fin, de un día á otro, iba á conocer á la mujer que se las escribió. Sentía miedo é impaciencia á un tiempo mismo, ¡Era tan hermosa la ilusión!

Más de un año de convivencia espiritual les había unido: desde que él escribió un artículo otoñal, de desesperación resignada, de tristeza infinita. A los pocos días de publicado recibió una carta de mujer, una carta sencilla y dulce, cuya autora sabía penetrar como hábil psicóloga en los repliegues recónditos de su alma y percibir y aquilatar todas las vibraciones de su temperamento de artista.

Ricardo leyó muchas veces la carta antes de contestarla, con el miedo de sufrir una equivocación; la analizó frase á frase; la sencillez, la afabilidad, la franqueza de la desconocida le cautivaban más cada vez. Su vanidad de hombre y de artista se sentía halagada á la par.

«¡Qué raro es —pensaba— que entre los millares de personas que nos leen, haya una que nos comprenda!»

Y le escribió una larga carta de artista... Según la pluma corría sobre el papel, la imagen de una mujer soñada surgía de sus puntos, y sin darse cuenta, con el fuego de la inspiración brotaban párrafos apasionados:

«He visto tu alma, la presentía, era la esperada... No me digas quién eres ni cómo te llamas... Te amo.»

Se arrepintió y se acusó de su ligereza después de puesta la carta en el correo y desvanecida la impresión... Pero cuando volvió á recibir nueva misiva, le latía el corazón violentamente. Su desconocida se mantenía digna y admirable en la respuesta. Sabía adivinar el estado de ánimo que dictó su carta y seguirlo en las regiones de luz del sentimiento...

«Tienes razón; no debes saber quién soy... Seré para ti la quimera,... Ámame así... Yo también te amo.»


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Dominio público
8 págs. / 15 minutos / 68 visitas.

Publicado el 27 de agosto de 2020 por Edu Robsy.

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