I
Dueña, por fin, la empresa norteamericana "Mining Society", de las minas
de tungsteno de Quivilca, en el departamento del Cusco, la gerencia de Nueva
York dispuso dar comienzo inmediatamente a la extracción del mineral.
Una avalancha de peones y empleados salió de Colca y de los lugares del
tránsito, con rumbo a las minas. A esa avalancha siguió otra y otra, todas
contratadas para la colonización y labores de minería. La circunstancia de no
encontrar en los alrededores y comarcas vecinas de los yacimientos, ni en
quince leguas a la redonda, la mano de obra necesaria, obligaba a la empresa a
llevar, desde lejanas aldeas y poblaciones rurales, una vasta indiada, destinada
al trabajo de las minas.
El dinero empezó a correr aceleradamente y en abundancia nunca vista en
Colca, capital de la provincia en que se hallaban situadas las minas. Las
transacciones comerciales adquirieron proporciones inauditas. Se observaba
por todas partes, en las bodegas y mercados, en las calles y plazas, personas
ajustando compras y operaciones económicas. Cambiaban de dueños gran
número de fincas urbanas y rurales, y bullían constantes ajetreos en las
notarías públicas y en los juzgados. Los dólares de la "Mining Society" habían
comunicado a la vida provinciana, antes tan apacible, un movimiento
inusitado.
Todos mostraban aire de viaje. Hasta el modo de andar, antes lento y
dejativo, se hizo rápido e impaciente. Transitaban los hombres, vestidos de
caqui, polainas y pantalón de montar, hablando con voz que también había
cambiado de timbre, sobre dólares, documentos, cheques, sellos fiscales,
minutas, cancelaciones, toneladas, herramientas. Las mozas de los arrabales
salían a verlos pasar, y una dulce zozobra las estremecía, pensando en los
lejanos minerales, cuyo exótico encanto las atraía de modo irresistible.
Sonreían y se ponían coloradas, preguntando:
—¿Se va usted a Quivilca?
—Sí. Mañana muy temprano.
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