Función revolucionaria del pensamiento
La confusión es fenómeno de carácter orgánico y permanente en la
sociedad burguesa. La confusión se densifica más cuando se trata de
problemas confusos ya por los propios términos históricos de su
enunciado. Esto último ocurre con el problema, flamante y, a la vez,
viejo, de los deberes del intelectual ante la revolución. Es ya
intrincado este problema tal como lo plantea el materialismo histórico.
Al ser formulado o simplemente esbozado por los intelectuales burgueses,
toma el aspecto de un caos insoluble.
Empecemos recordando el principio que atribuye al pensamiento una
naturaleza y una función exclusivamente finalistas. Nada se piensa ni se
concibe, sino con el fin de encontrar los medios de servir a
necesidades e intereses precisos de la vida. La psicología tradicional,
que veía en el pensamiento un simple instrumento de contemplación pura,
desinteresada y sin propósito concreto de subvenir a una necesidad,
también concreta, de la vida, ha sido radicalmente derogada. La
inflexión finalista de todos los actos del pensamiento, es un hecho de
absoluto rigor científico, cuya vigencia para la elaboración de la
historia, se afirma más y más en la explicación moderna del espíritu.
Hasta la metafísica y la filosofía a base de fórmulas algebraicas, de
puras categorías lógicas, sirven, subconscientemente, a intereses y
necesidades concretas, aunque «refoulés», del filósofo, relativas a su
clase social, a su individuo o a la humanidad. Lo mismo acontece a los
demás intelectuales y artistas llamados «puros». La poesía «pura» de
Paul Valéry, la pintura «pura» de Gris, la música «pura» de Schoenberg,
—bajo un aparente alejamiento de los intereses, realidades y formas
concretas de la vida— sirven, en el fondo, y subconscientemente, a estas
realidades, a tales intereses y a cuales formas.
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