El Spleen de París
Charles Baudelaire
Poesía
El extranjero
—¿A quién quieres más, hombre enigmático, dime, a tu padre, a tu madre, a tu hermana o a tu hermano?
—Ni padre, ni madre, ni hermana, ni hermano tengo.
—¿A tus amigos?
—Empleáis una palabra cuyo sentido, hasta hoy, no he llegado a conocer.
—¿A tu patria?
—Ignoro en qué latitud está situada.
—¿A la belleza?
—Bien la querría, ya que es diosa e inmortal.
—¿Al oro?
—Lo aborrezco lo mismo que aborrecéis vosotros a Dios.
—Pues ¿a quién quieres, extraordinario extranjero?
—Quiero a las nubes… , a las nubes que pasan… por allá… . ¡a las nubes maravillosas!
La desesperación de la vieja
La viejecilla arrugada sentíase llena de regocijo al ver a la linda criatura festejada por todos, a quien todos querían agradar; aquel lindo ser tan frágil como ella, viejecita, y como ella también sin dientes ni cabellos.
Y se le acercó para hacerle fiestas y gestos agradables.
Pero el niño, espantado, forcejeaba al acariciarlo la pobre mujer decrépita, llenando la casa con sus aullidos.
Entonces la viejecilla se retiró a su soledad eterna, y lloraba en un rincón, diciendo: «¡Ay! Ya pasó para nosotras, hembras viejas, desventuradas, el tiempo de agradar aun a los inocentes; ¡y hasta causamos horror a los niños pequeños cuando vamos a darles cariño!»
El «yo pecador» del artista
¡Cuán penetrante es el final del día en otoño! ¡Ay! ¡Penetrante hasta el dolor! Pues hay en él ciertas sensaciones deliciosas, no por vagas menos intensas; y no hay punta más acerada que la de lo infinito.
Dominio público
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Publicado el 6 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.