Eran las diez de la noche. En la hostería de los Tres
Pichones, de Abbeylands, un viajero, joven aún, se había retirado a su cuarto, y
de pie, cruzados los brazos contra el pecho, contemplaba el contenido de un baúl
que acababa de abrir.
—Bueno, todavía debo sacar algún partido de lo que me
queda —dijo—. Sí, en este baúl puedo invocar un genio no menos poderoso que el
de Las mil y una noches: el genio de la venganza... y quizá también el
de la riqueza... ¿Quién sabe?... Empecemos antes por el primero.
Quien hubiese visto el contenido del baúl, más bien
habría pensado que su dueño no debería hacer mejor cosa que llevárselo a un
trapero, pues todo eran ropas, en su mayor parte pertenecientes, por su tela y
forma, a las modas de otro siglo, excepto uno o dos vestidos de mujer; pero ¿qué
podía hacer con traje de mujer el joven cuya imaginación se exaltaba de ese
modo ante aquel guardarropa híbrido? No eran días de Carnaval...
—¡Alto! Dan las diez —repuso de pronto—. Tengo que
apresurarme, no vaya a cerrar la tienda ese bribón.
Y hablando consigo mismo se abrochó el frac, se echó
encima un capote de caza, bajó, franqueó la puerta, siguió por la
Calle Mayor
hasta recorrerla casi toda, torció por una calleja y se detuvo ante el
escaparate de un comercio.
Información texto 'El Armario Viejo'