Y nunca mejor dicho. Las cartas de amor son la piedra sobre la que
edifica todo el mundo. Sin este sentimiento de unión, la vida decae
y se muere en sombras. Pensemos en un pobre soldado en cualquier
conflicto, desde las arenas del Nilo hasta los hielos del Ártico.
Pensemos en ese hombre, si nos remitimos a la antigüedad, o mujer,
si viajamos a tiempos actuales, a esa persona sola en una trinchera y
con la vida en permanente riesgo: no sabe si vivirá otro día. Esa
carta de su familia representa la vida, la esperanza de poder algún
día volver a casa. La magia de las cartas de amor, la magia de las
cartas desde el Capitolio de la Ciudad Eterna.
Realmente, el sentimiento de una carta de amor es el mismo a todas,
solo cambia el léxico, desde un abrazo, un “os quiero mucho” o
“eres el amor de mi vida”. Todo depende de a que círculo
concéntrico del gran lago embravecido que es el amor pertenece la
persona a quién se le envía esta misiva, pero en todos los casos,
sin diferencia, es alguien especial. Puede ser un hermano de leche,
amigo desde la infancia, un padre anciano o la pareja que te alegra
cada mañana al despertarte a su lado y que añoras perderte en sus
brazos algún día, solo por dar algunos ejemplos (faltan en la lista
anterior los hijos, los hermanos, los abuelos, etcétera). Pero en
todo caso, sea cual sea su nivel de cercanía con aquella persona, es
algo que reconforta… y desvela.
Cartas desde el Tíber...y que desvela. Desvela la espera por esa
carta, desvela el hecho de saber si ha llegado o no a destino,
desvela el contenido de la carta de respuesta, qué dirá, si anuncia
paz o tormenta, y calma hasta el peor Infierno, convirtiéndolo en
Paraíso, el pensar en ella.
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