Febrero es un mes que contempla las dos caras de la luna vista a ocho
ojos, la del sueño y la pesadilla, la del cuerpo y el espíritu, la
del mundo y el Paraíso, la del triángulo del deseo y los latidos
del corazón. Es el mes donde reina Don Carnaval y Doña Cuaresma,
enfrentados monarcas de diástole y sístole, la época de las
máscaras y la poesía desnuda, de la verdad y la fantasía, el gozo
y la tragedia, el imperio del arquero, ángel elevado y caído al
mismo tiempo…
El Carnaval de San Valentín, el amor en tiempos previos al mes de
marzo, un sentimiento por el que vale la pena morir, morir por
alguien o algo más importante que la propia vida. El arquero del
amor de oro y plomo, el que fue vástago de Venus y Marte, la sombra
y al luz, la burla de la muerte y la muerte misma, el amor eterno, la
vida eterna, el amor más allá de la muerte por siempre jamás, el
sacrificio supremo aun ignorando el instinto de supervivencia propio
de cada persona.
El amor de amores, el amor entre iguales y diversos, el amor visto
con ojos en blanco y negro y en color, a través de las pupilas de
Leonardo Da Vinci y su inmensa paleta de colores infinitos, el amor
de cero más cero, cero más uno, uno más uno, y la suma, sea cuales
sean sus elementos quedan lugar a la multiplicación hasta el
infinito del resultado de tal operación matemática. Eros y Cupido,
convivientes un solo gemelo a la sombra de la legalidad o a la
legalidad declarada y aceptada por decreto a portón abierto de
armario de presa.
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