Los ojos son la puerta cuyo camino ascendente lleva hacia el
conocimiento del alma. Son pozos sin fondo de distinta naturaleza,
nos agradaría perdernos en algunos de ellos sin hallar jamás la
salida del laberinto, los consideramos nuestro sol, nuestra luna,
nuestro TODO absoluto. Nuestro ángel particular, los tenga grandes y
enormes o en forma de almendra, será nuestro Dios, la dama de la
eterna sonrisa o la dama sin piedad de los poemas medievales, sans
merci, o los ojos de fuego del
emperador azul (lo de príncipe se queda corto). Sean castaños,
negros, azules o verdes, esa persona sera el centro de nuestra
existencia y a través de sus ojos vivimos, sentimos y latimos.
La mirada es la vida misma, y una mentira muy poderosa, que nos
engaña con nuestro permiso y complicidad queriendo ver a aquella
persona como la persona perfecta. Es una mirada con venda, bajo la
niebla. Somos el viajero que observa su valle ideal bajo el mar de
niebla espesa. Es una mirada de sueño, la mirada de Calisto hacia
Melibea, el problema es cuando cae la venda y vemos que aquel ser
perfecto, amado, es falible, y empezamos a conocer sus errores, sus
máculas, sus grietas. El faro de Alejandría, sin madera que quemar,
nos deja náufragos en nuestra propia tempestad y con las velas
encontradas entre ellas: el mundo se nos cae hecho pedazos, nos hemos
sumergido en un invierno sin fin… y no hay primavera a venir que
asome por la puerta ni anuncie sus pasos.
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