A Monseñor Tannegui, Regnault des Bois-Clairs
Caballero, secretario de los Reales Consejos y gran preboste de Borgoña y Bresse
Señor:
Cumplo ahora la última voluntad de un muerto que vos obligasteis en
su vida con un señalado desprendimiento. Como era conocido por una
infinidad de gente de espíritu por el fuego potente que ardía en el
suyo, fue absolutamente imposible el que muchas gentes ignorasen la
desgracia que una peligrosa herida, seguida de fiebre violenta, le
produjo algunos meses antes de su muerte. Muchos han ignorado qué buen
demonio velaba por él; pero ha creído él que el nombre no debía ser tan
público como fue provechoso el lance. Vos fuisteis su amigo, vos le
socorristeis con frecuencia y aun le habríais testimoniado muchas veces
cuán bien sabréis vos cuánta necesidad tenía él de vuestro socorro;
pero, ¿qué se ha de hacer, si otros hombres no hicieron como vos? ¿Y qué
menos que os mostraseis así ante nuestro amigo, vos que también
parecíais magnánimo con cien más que no eran de su temple? Era, pues,
necesario imprimirlo, y que vuestra generosidad, distinguiéndole por
encima de todos aquellos a quienes tiene obligados, hiciese ver, no
solamente, como dice Aristóteles, que no había degenerado, sino que se
había superado a sí misma en obsequio de tan gran personaje; así que,
cuando durante su enfermedad vos tuvisteis la bondad de darle tantas
pruebas de vuestra protección y amistad, deteniendo con vuestros
cuidados y con las generosas asistencias que le prestasteis el curso de
su mal, ya en términos tan violentos, le prestasteis una tan poderosa
protección que le dio a él esperanzas de lograr la que poco antes de su
muerte me encargó pediros para esta obra; por esta gran confianza y por
estos últimos sentimientos juzgaréis, señor, los que por vos sentía,
pues en este trance de la muerte es cuando la lengua habla como el
corazón:
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