La Guardia de los Santos
Daniel Riquelme
Cuento
En uno de los caseríos de la ruta de Ite al campo de las Yaras debía acantonarse cierto Regimiento de los nuestros en cuyas filas habíase declarado la peste viruela.
De los primeros en llegar a él fueron dos soldados, de esos que apellidaban cara de baqueta, porque nunca veían incompatibilidad la que menor, entre el servicio de la patria y el avío de la persona.
Muy luego se dieron ambos a recorrer calles y trajinar casas, si tales nombres caben en tamaña pobreza.
A un profano en el arte soldadesco del granjeo, habríale bastado tender la vista a vuelo de pájaro para decir que allí no había pan que rebanar.
Y, en efecto, en cuanto los ojos abarcaban no se divisaba un humo que acusara alguna olla puesta al fuego.
Ni siquiera se oía el ladrido de un perro abandonado; porque hombres y mujeres, chiquillos, todos habían huido al rumor de la noticia aquélla.
—¡Ya vienen los chilenos!
La misma iglesia aparecía desnuda de imágenes y ornamentos, cual si los terribles visitantes fueran enemigos no sólo de los hombres sino también de los dioses de aquel país.
Sin embargo, los dos rotos proseguían imperturbables en su misteriosa tarea.
Hubiéraseles tomado por un par de ingenieros que cateaban minas o reconocían el sitio para puesto militar.
Entraban, salían y tornaban a las mismas viviendas.
Golpeaban el suelo y las paredes.
Al fin, uno de ellos pareció convencer al otro y juntos volvieron a la iglesia.
Delante de un empolvado retablo, el que oficiaba dijo al acólito:
—¡Debajo de esta champa hay bagre!
Entrambos corrieron el cuadro, medio cosido al muro por las telas de arañas; palparon y el muro resonó con un eco de caverna.
—¿Ves? —añadió el primero.
Y a poco de trabajar rodó un bloque, dejando al descubierto la boca de una cueva obscura y húmeda.
Dominio público
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Publicado el 30 de octubre de 2020 por Edu Robsy.