Libro I
I
Considero de sumo interés para todos los hombres, en quienes la
naturaleza superior imprimió el amor a la verdad, que, así como se han
visto beneficiados por el trabajo de sus antepasados, así también ellos
se preocupen por los que han de sucederles, para que la posteridad se
vea enriquecida con sus aportaciones. En efecto, quien instruido en la
doctrina política no se preocupa de contribuir al bien de la república,
no dude de que se halla lejos del cumplimiento de su deber. En vez de
ser «como árbol plantado a la vera del arroyo, que a su tiempo da su
fruto», es más bien como tromba devastadora que todo lo engulle y nada
devuelve de cuanto se ha tragado. Reflexionando con frecuencia sobre
ello, para que no se me culpe de haber escondido bajo tierra mi talento,
me propuse no sólo crecer, sino también dar frutos de utilidad pública y
enseñar algunas verdades que otros habían descuidado. Pues ¿aportaría
algo de provecho quien volviera a demostrar un teorema de Euclides, o
quien intentara redescubrir la naturaleza de la felicidad expuesta por
Aristóteles, o quien de nuevo hiciera la apología de la vejez
reivindicada ya por Cicerón? En realidad nada nuevo aportaría esa
tediosa repetición, sino solamente fastidio. Y siendo la «Monarquía
temporal» tan desconocida, y su conocimiento el más útil entre todas las
verdades ocultas, habiendo sido su enseñanza postergada por todos, por
no ser un tema que ofrezca de inmediato posibilidad de lucro, está
dentro de mis planes el sacarla de las tinieblas, tanto para provecho
del mundo, como para ser yo el primero en alcanzar la palma de tan gran
premio para mi gloria. Emprendo, ciertamente, una empresa ardua y
superior a mis fuerzas, confiando no tanto en mis propios méritos,
cuanto en la luz de aquel Dispensador de bienes «que a todos da
largamente y sin reproche».
Información texto 'Monarquía'