Tratado primero
I
Como dice el filósofo al principio de la primera filosofía, todos
los hombres, por naturaleza, desean saber. La razón de lo cual puede ser
el que toda cosa impulsada por providencia de su propio natural,
inclínase a su perfección; de aquí que, pues la ciencia es la última
perfección de nuestra alma, y en ella reside nuestra última felicidad,
todos, por naturaleza, a desearla estamos sujetos. En verdad, muchos
están privados de esta nobilísima perfección, por diversas causas, que
dentro del hombre y fuera de él le apartan del hábito de la ciencia.
Dentro del hombre puede haber dos defectos o impedimentos: uno, por
parte del cuerpo; el otro, por parte del alma. Por parte del cuerpo lo
hay cuando las partes están indebidamente dispuestas, así que nada puede
percibir, como son los sordos, mudos y sus semejantes. Por arte del
alma lo hay cuando la malicia vence en ella, de modo que da en seguir
viciosos deleites, en los cuales tanto engaño recibe, que por ellos
tiene por vil toda otra cosa.
Fuera del hombre, pueden ser asimismo comprendidas dos causas, una
de las cuales es inductora de necesidad, la otra de pereza. La primera
son las atenciones familiares y civiles, que necesariamente sujetan al
mayor número de los hombres, de modo que no pueden permanecer en ocio de
especulación. La otra es el defecto del lugar donde la persona ha
nacido y se ha criado, pues a veces estará, no solamente privada de todo
estudio, sino lejos de gente estudiosa.
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