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autor: Edgar Allan Poe editor: Edu Robsy etiqueta: Cuento textos no disponibles


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Sombra

Edgar Allan Poe


Cuento


Sí, aunque marcho por el valle de la Sombra.
(Salmo de David, XXIII)

Vosotros los que leéis aún estáis entre los vivos; pero yo, el que escribe, habré entrado hace mucho en la región de las sombras. Pues en verdad ocurrirán muchas cosas, y se sabrán cosas secretas, y pasarán muchos siglos antes de que los hombres vean este escrito. Y, cuando lo hayan visto, habrá quienes no crean en él, y otros dudarán, mas unos pocos habrá que encuentren razones para meditar frente a los caracteres aquí grabados con un estilo de hierro.

El año había sido un año de terror y de sentimientos más intensos que el terror, para los cuales no hay nombre sobre la tierra. Pues habían ocurrido muchos prodigios y señales, y a lo lejos y en todas partes, sobre el mar y la tierra, se cernían las negras alas de la peste. Para aquellos versados en la ciencia de las estrellas, los cielos revelaban una faz siniestra; y para mí, el griego Oinos, entre otros, era evidente que ya había llegado la alternación de aquel año 794, en el cual, a la entrada de Aries, el planeta Júpiter queda en conjunción con el anillo rojo del terrible Saturno. Si mucho no me equivoco, el especial espíritu del cielo no sólo se manifestaba en el globo físico de la tierra, sino en las almas, en la imaginación y en las meditaciones de la humanidad.


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Publicado el 10 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Silencio

Edgar Allan Poe


Cuento


‘Ενδονσιν δ’ ορεων κορνφαι τε και φαράγγες
Πρώονές τε και χάραδραι.

Las crestas montañosas duermen; los valles, los riscos
y las grutas están en silencio.
—Alcmán


Escúchame —dijo el Demonio, apoyando la mano en mi cabeza—. La región de que hablo es una lúgubre región en Libia, a orillas del río Zaire. Y allá no hay ni calma ni silencio.

Las aguas del río están teñidas de un matiz azafranado y enfermizo, y no fluyen hacia el mar, sino que palpitan por siempre bajo el ojo purpúreo del sol, con un movimiento tumultuoso y convulsivo. A lo largo de muchas millas, a ambos lados del legamoso lecho del río, se tiende un pálido desierto de gigantescos nenúfares. Suspiran entre sí en esa soledad y tienden hacia el cielo sus largos y pálidos cuellos, mientras inclinan a un lado y otro sus cabezas sempiternas. Y un rumor indistinto se levanta de ellos, como el correr del agua subterránea. Y suspiran entre sí.

Pero su reino tiene un límite, el límite de la oscura, horrible, majestuosa floresta. Allí, como las olas en las Hébridas, la maleza se agita continuamente. Pero ningún viento surca el cielo. Y los altos árboles primitivos oscilan eternamente de un lado a otro con un potente resonar. Y de sus altas copas se filtran, gota a gota, rocíos eternos. Y en sus raíces se retuercen, en un inquieto sueño, extrañas flores venenosas. Y en lo alto, con un agudo sonido susurrante, las nubes grises corren por siempre hacia el oeste, hasta rodar en cataratas sobre las ígneas paredes del horizonte. Pero ningún viento surca el cielo. Y en las orillas del río Zaire no hay ni calma ni silencio.


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Publicado el 10 de junio de 2016 por Edu Robsy.

La Isla del Hada

Edgar Allan Poe


Cuento


Marmontel, en esos "Contes Moraux" (cuentos de costumbres) que nuestros traductores se obstinan en llamar "Moral Tales" (cuentos morales), como si nos burlásemos de su verdadero espíritu, dice: "La musique est le seul des talents qui jouissent de lui meme; tous les autres, veulent des témoins". ("La música es la única habilidad que se disfruta por sí misma; les demás necesitan testigos").


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Publicado el 21 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Cuento de Jerusalén

Edgar Allan Poe


Cuento


Intensos rigidam in frontem ascendere canos Passus erat.
—Lucano, De Catone

...un hirsuto pelmazo.
—Traducción

Corramos a las murallas —dijo Abel—Phittim a Buzi—Ben—Levi y a Simeón el Fariseo, el décimo día del mes de Tammuz del año del mundo tres mil novecientos cuarenta y uno—. Corramos a las murallas, junto a la puerta de Benjamín, en la ciudad de David, que dominan el campamento de los incircuncisos; pues es la última hora de la cuarta guardia y va a salir el sol; y los idólatras, cumpliendo la promesa de Pompeyo, deben de estar esperándonos con los corderos para los sacrificios.

Simeón, Abel—Phittim y Buzi—Ben—Levi eran los Gizbarim o subcolectores de las ofrendas en la santa ciudad de Jerusalén.

—Bien has dicho —replicó el Fariseo—. Apresurémonos, porque esta generosidad por parte de los paganos es sorprendente, y la volubilidad ha sido siempre atributo de los adoradores de Baal.

—Que son volubles y traidores es tan cierto como el Pentateuco —dijo Buzi—Ben—Levi—, pero ello tan sólo para con el pueblo de Adonai. ¿Cuándo se ha sabido que los amonitas descuidaran sus intereses? ¡No me parece que sea tan generoso facilitarnos corderos para el altar del Señor y recibir en cambio treinta siclos de plata por cabeza!

—Olvidas, Ben—Levi —replicó Abel—Phittim—, que el romano Pompeyo, impío sitiador de la ciudad del Altísimo, no tiene la seguridad de que los corderos así adquiridos serán dedicados a alimento del espíritu y no del cuerpo.


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Publicado el 9 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Cuentos Completos

Edgar Allan Poe


Cuento


William Wilson


«¿Qué decir de ella?
¿Qué decir de la torva conciencia,
de ese espectro en mi camino?».

(Chamberlayne, Pharronida)
 

Permitidme que, por el momento, me llame a mí mismo William Wilson. Esta blanca página no debe ser manchada con mi verdadero nombre. Demasiado ha sido ya objeto del escarnio, del horror, del odio de mi estirpe. Los vientos, indignados, ¿no han esparcido en las regiones más lejanas del globo su incomparable infamia? ¡Oh proscrito, oh tú, el más abandonado de los proscritos! ¿No estás muerto para la tierra? ¿No estás muerto para sus honras, sus flores, sus doradas ambiciones? Entre tus esperanzas y el cielo, ¿no aparece suspendida para siempre una densa, lúgubre, ilimitada nube?


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Publicado el 27 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

Autobiografía literaria de Thingum Bob, Esq.

Edgar Allan Poe


Cuento


Dado que mis años van en aumento y, según tengo entendido, tanto Shakespeare como Mr. Emmons fallecieron alguna vez, no es imposible que hasta yo tenga que morir. He pensado, pues, que bien podía retirarme del campo de las letras y dormir en mis laureles. Pero ansío dejar señalada mi abdicación del cetro literario con algún importante legado a la posteridad, y quizá nada mejor para ello que narrar la historia de los primeros tiempos de mi carrera. Tanto y tan constantemente ha brillado mi nombre ante los ojos del público, que no sólo estoy dispuesto a admitir lo natural de ese interés universalmente provocado, sino a satisfacer la extrema curiosidad que inspiró siempre. Por lo demás, constituye un deber de aquel que ha llegado a la grandeza dejar en su ascenso los hitos necesarios para guiar a los otros que ascenderán a su vez. Me propongo, pues, detallar en este artículo (que estuve a punto de titular «Datos para servir a la historia literaria de Norteamérica») esos importantes, aunque débiles y vacilantes primeros pasos por los cuales llegué a la larga al pináculo del renombre humano.


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22 págs. / 39 minutos / 546 visitas.

Publicado el 9 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Cuatro Bestias en Una: el hombre camaleopardo

Edgar Allan Poe


Cuento


Chacun a ses vertus.
—Crebillon, Jerjes

Por lo general, se considera a Antíoco Epifanes como el Gog del profeta Ezequiel. Cabe sin embargo atribuir con más propiedad este honor a Cambises, hijo de Ciro. De todos modos, el carácter del monarca sirio no necesita ningún embellecimiento suplementario. Su acceso al trono, o más bien su usurpación de la soberanía, en el año ciento setenta y uno antes de Cristo; su tentativa de saquear el templo de Diana, en Éfeso; su implacable hostilidad hacia los judíos; su profanación del santo de los santos, y su miserable muerte en Taba, después de un tumultuoso reinado de once años, constituyen circunstancias prominentes y, por tanto, mucho más tenidas en cuenta por los historiadores de su tiempo que las impías, cobardes, crueles, estúpidas y extravagantes acciones que forman la suma total de su vida privada y su reputación.


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Publicado el 9 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Duque de l’Omelette

Edgar Allan Poe


Cuento


Y pasó al punto a un clima más fresco.
—Cowper

Keats sucumbió a una crítica. ¿Quién murió de una Andrómaca?. ¡Almas innobles! El duque de l'Omelette pereció de un verderón. L'historie en est brève. ¡Ayúdame, espíritu de Apicio!

Una jaula de oro llevó al pequeño vagabundo alado, enamorado, derretido, indolente, desde su hogar en el lejano Perú a la Chaussée d'Antin; de su regia dueña, La Bellísima, al duque de l'Omelette; y seis pares del reino transportaron el dichoso pájaro.

Aquella noche el duque debía cenar a solas. En la intimidad de su despacho reclinábase lánguidamente sobre aquella otomana por la cual había sacrificado su Lealtad al pujar más que su rey en la subasta... la famosa otomana de Cadêt.

El duque hunde el rostro en la almohada. ¡Suena el reloj! Incapaz de contener sus sentimientos, su Gracia come una aceituna. En ese instante ábrese la puerta a los dulces sones de una música y, ¡oh maravilla!, el más delicado de los pájaros aparece ante el más enamorado de los hombres. Pero, ¿qué inexpresable espanto se difunde en las facciones del duque? «Horreur! —chien! —Baptiste! —l'oiseau! ah, bon Dieu! cet oiseau modeste que tu as deshabillé de ses plumes, et que tu as servi sans papier!» Seria superfluo agregar nada: el duque expira en un paroxismo de asco.

—¡Ja, ja, ja! —dijo su Gracia, tres días después de su fallecimiento.

—¡Je, je, je! —repuso suavemente el diablo, enderezándose con un aire de hauteur.

—Vamos, supongo que esto no es en serio —observó de l'Omelette—. He pecado, c'est vrai, pero, querido señor... ¡supongo que no tendrá la intención de llevar a la práctica tan bárbaras amenazas!

—¿Tan qué? —dijo su Majestad—. ¡Vamos, señor, desnúdese!


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Publicado el 9 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Ángel de lo Singular

Edgar Allan Poe


Cuento


Era una fría tarde de noviembre. Acababa de dar fin a un almuerzo más copioso que de costumbre, en el cual la indigesta trufa constituía una parte apreciable, y me encontraba solo en el comedor, con los pies apoyados en el guardafuegos, junto a una mesita que había arrimado al hogar y en la cual había diversas botellas de vino y liqueur. Por la mañana había estado leyendo el Leónidas, de Glover; la Epigoniada, de Wilkie; el Peregrinaje, de Lamartine; la Columbiada, de Barlow; la Sicilia, de Tuckermann, y las Curiosidades, de Griswold; confesaré, por tanto, que me sentía un tanto estúpido. Me esforzaba por despabilarme con ayuda de frecuentes tragos de Laffitte, pero como no me daba resultado, empecé a hojear desesperadamente un periódico cualquiera. Después de recorrer cuidadosamente la columna de «casas de alquiler», la de «perros perdidos» y las dos de «esposas y aprendices desaparecidos», ataqué resueltamente el editorial, leyéndolo del principio al fin sin entender una sola sílaba; pensando entonces que quizá estuviera escrito en chino, volví a leerlo del fin al principio, pero los resultados no fueron más satisfactorios. Me disponía a arrojar disgustado 

Este infolio de cuatro páginas, feliz obra
Que ni siquiera los poetas critican,

cuando mi atención se despertó a la vista del siguiente párrafo:


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Publicado el 9 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Dominio de Arnheim

Edgar Allan Poe


Cuento


O el Paisaje del Jardín

Desde la cuna a la tumba, una brisa de prosperidad acompañó a mi amigo Ellinson. Y no uso la palabra prosperidad en un mero sentido mundano. La empleo como sinónimo de felicidad.

La persona de quien hablo parecía nacida con el propósito de simbolizar las doctrinas de Turgot, Price, Priestley y Condorcet: de servir de ejemplo a lo que se ha llamado "la quimera de los perfeccionistas". En la breve existencia de Ellinson creo haber visto refutado el dogma de que en la mayoría de los hombres yace algún principio oculto, enemigo de la felicidad. Un examen minucioso de su carrera me ha llevado al convencimiento de que, en general, la miseria de la humanidad procede de la violación de algunas pequeñas leyes de la naturaleza; que como especie tenemos en nuestra posesión elementos de felicidad todavía vírgenes; y que aun ahora, en la presente oscuridad y locura de todo pensamiento sobre la gran cuestión de la condición social no es imposible que el hombre, individualmente considerado, pueda ser dichoso bajo determinadas condiciones poco frecuentes y altamente fortuitas.

Mi joven amigo estaba totalmente imbuido de opiniones como éstas; y por eso es digno de observación que el ininterrumpido disfrute que distinguió su vida, fue en gran medida el resultado de un previo acuerdo. Es evidente, por tanto, que con algo menos de esa filosofía que de vez en cuando ocupa también el papel de la experiencia, míster Ellinson se hubiera visto precipitado, por los muchos extraordinarios éxitos de su vida, en el frecuente torbellino de la desgracia que se abre a los pies de aquellos que poseen dotes extraordinarias.


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Publicado el 21 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

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