Hop-Frog
Edgar Allan Poe
Cuento
No he conocido nunca persona que tuviese más buen humor ni que se sintiese más inclinao á las cuchufletas que este buen rey. No vivía sino para embromar. Contar una buena historia del género bufo y contarla bien era el camino más seguro para llegar á su favor. He aquí porqué sus siete ministros eran todos personas bien conocidas por su carácter bromista. Todos estaban cortados conforme al real patrón: vasta corpulencia, adiposidad é inim¡Lable aptitud para la bufonería. Que las gentes engordan dando bromoss, ó que hay algo en la grasa que predispone á la broma, es cuestión que nunca he podido resolver; pero es lo cierto que un bromista flaco es un rara avis in terris.
En cuanto á los refinamientos, ó sombras del ingenio, como los llamaba él mismo, el rey se cuidaba poco de ellos. Sentía una admiración especial por la amplitud en la broma ó gracia, y hasta á veces toleraba que fuese un poco larga, pero las delicadezas le molestaban. Hubiera preferido él Gargantúa de Rabelais al Zadig de Voltaire, y en general le agradaban mucho más las bufonadas en acción que las bromas ó las burlas de palabra.
En la época en que ocurre nuestra historia los bufones de profesión no habían pasado de moda por completo en la corte. Algunas de las grandes potencias continentales tenían aún sus bufones; eran éstos seres desdichados y contrahechos, adornados con el gorro de cascabeles ó caperuza y que debían estar siempre dispuestos á lanzar frases agudas á cambio de las migajas que caían de la mesa real.
Nuestro rey naturalmente tenía su bufón. El hecho es que sentía la necesidad de algo que se pareciese á la locura, aunque sólo fuese para contrabalancear la pesada sabiduría de los siete sabios que le servían de ministros — sin contarle á él.
Dominio público
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Publicado el 21 de mayo de 2016 por Edu Robsy.