¿Qué hora es?
—Antiguo adagio
Todo el mundo sabe, de una manera general, que el lugar más
hermoso del mundo es —o era, ¡ay!— la villa holandesa de Vondervotteimittiss.
Sin embargo, como queda a alguna distancia de cualquiera de los caminos
principales, en una situación en cierto modo extraordinaria, quizá muy pocos de
mis lectores la hayan visitado. Para estos últimos convendrá que sea algo
prolijo al respecto. Y ello es en verdad tanto más necesario cuanto que si me
propongo hacer aquí una historia de los calamitosos sucesos que han ocurrido
recientemente dentro de sus límites, lo hago con la esperanza de atraer la
simpatía pública en favor de sus habitantes. Ninguno de quienes me conocen
dudará de que el deber que me impongo será cumplido en la medida de mis
posibilidades, con toda esa rígida imparcialidad, ese cauto examen de los hechos
y esa diligente cita de autoridades que deben distinguir siempre a quien aspira
al título de historiador.
Gracias a la ayuda conjunta de medallas, manuscritos e
inscripciones estoy capacitado para decir, positivamente, que la villa de
Vondervotteimittiss ha existido, desde su origen, en la misma exacta condición
que aún hoy conserva. De la fecha de su origen, sin embargo, me temo que sólo
hablaré con esa especie de indefinida precisión que los matemáticos se ven a
veces obligados a tolerar en ciertas fórmulas algebraicas. La fecha, puedo
decirlo, teniendo en cuenta su remota antigüedad, no ha de ser menor que
cualquier cantidad determinable.
Información texto 'El Diablo en el Campanario'