Textos más populares esta semana de Edgar Wallace

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autor: Edgar Wallace


123

El Círculo Carmesí

Edgar Wallace


Novela


Prologo: El clavo

Resulta admirable el hecho de que, de no haber sido un cierto 29 de septiembre el aniversario del nacimiento de monsieur Victor Pallion, no hubiera existido el misterio del Círculo Carmesí; una docena de hombres, ahora muertos, con toda probabilidad seguirían vivos y, ciertamente, Thalia Drummond nunca habría sido descrita por un comisario de policía ecuánime como «una ladrona y cómplice de ladrones».

Monsieur Pallion invitó a cenar a sus tres ayudantes en el Coq d’Or, en Toulouse, y la velada transcurrió con alegría y afabilidad. A las tres de la madrugada monsieur Pallion cayó en la cuenta de que el motivo de su visita a Toulouse era la ejecución de un malhechor inglés llamado Lightman.

—Hijos míos —dijo con gravedad, aunque vacilante—, son las tres y la «dama roja» aún no se ha montado.

De modo que se trasladaron al lugar frente a la prisión en donde una vagoneta que contenía las partes esenciales de una guillotina había estado esperando desde medianoche; y con la destreza que surge de la práctica, montaron el horripilante aparato y encajaron la cuchilla en las ranuras correspondientes.

Pero ni siquiera la pericia mecánica era suficiente protección contra los embriagadores vinos del sur de Francia y, cuando probaron la cuchilla, ésta no se deslizaba como debía.

—Yo lo arreglaré —dijo monsieur Pallion, e introdujo un clavo en la estructura, exactamente en un lugar donde no se deben introducir clavos.

Lo había hecho con verdadera precipitación, ya que los soldados habían invadido el lugar…

Cuatro horas después (había luz suficiente para que un fotógrafo innovador pudiera inmortalizar al reo desde muy cerca), obligaban a un hombre a marchar desde la prisión…

—¡Valor! —murmuró Pallion.


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Dominio público
214 págs. / 6 horas, 15 minutos / 618 visitas.

Publicado el 19 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

El Jeroglífico

Edgar Wallace


Novela


I. LA CASA DE LOMBARD STREET

El señor William Spedding de la razón social "Spedding, Mortimer y Larach, Notarios", adquirió el terreno en la forma habitual. La propiedad fue puesta en venta a la muerte de una vieja dama que vivía en Market Harborough (que nada tiene que ver con este relato) y subastóse de una manera completamente normal.

El señor William Spedding adquirió la casa por ciento seis mil libras esterlinas, suma lo bastante elevada para despertar el interés de todos los periódicos de la noche y un gran número de los diarios de la mañana siguiente.

A fin de ser todo lo meticuloso que el caso requiere, añadiré qué los planos para la erección de un nuevo edificio en aquel lugar fueron presentados a la oficina investigadora de la city. El arquitecto que los examinó mostróse un poco sorprendido por la disposición interior del nuevo edificio pero como se hallaba conforme con todas las disposiciones que regían la. Erección de casas en la city de Londres, y ninguna falta podía encontrarse en su aspecto exterior (su fachada había sido tan artísticamente trazada que uno hubiera podido pasar doce veces en un día ante ella sin observar nada extraordinario en aquella construcción), ni en su sistema de entrada de aire y luz, el hombre se encogió de hombros y dio el visto bueno.

Lo que no comprendo, señor Spedding, —dijo apoyando un dedo sobre el plano, —es cómo su cliente piensa conservar el debido aislamiento. Hay un vestíbulo y un gran hall. ¿Dónde están las oficinas privadas, qué significa esa enorme caja de caudales en medio del hall y dónde se sentaran los empleados? Porque supongo que tendrá empleados, ¿no? ¡Pero si no van a tener ni un minuto de paz!

El señor Spedding sonrió comprensivamente.

— ¿Y los sótanos? Creo que para esto hacen falta sótanos.


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Dominio público
133 págs. / 3 horas, 53 minutos / 416 visitas.

Publicado el 4 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

El Secreto del Alfiler

Edgar Wallace


Novela


1

El restaurante de Yeh Ling se encontraba justo entre el silencio de la Reed Street y la luminosa calle donde hay los teatros. Pasaba gradualmente desde aquellas casas honradas, aunque lóbregas, donde innumerables modistas y dentistas tenían sus placas en la puerta y sus obradores y consultorios en los diversos pisos, hasta el salvaje bullicio de Bennet Street, calificación que, aplicada por lo común con tanta ligereza, estaba plenamente justificada en este caso, puesto que en Bennet Street se gritaba a todas horas del día y se gritaba durante la noche en tono aún más agudo. La calzada era un patio de recreo para la grey infantil de aquel prolífico vecindario, y un ring en el que se ventilaban a pecho descubierto toda clase de disputas entre hombres, mientras en torno a ellos chillaban mujeres desmelenadas que alentaban a los combatientes o expresaban su propia zozobra.

El restaurante de Yeh Ling había tenido sus inicios en la parte menestral de la calle, especializándose en extraños platos chinos. Gradualmente, se había ido acercando a «Las Luces», al adquirir su fundador, aquel oriental de apariencia triste, uno tras otro, los edificios que mediaban, hasta que de pronto llegó a la calle principal, y su fachada adquirió entonces un aspecto de opulenta seriedad. Mejoró el servicio con un chef francés y un cuerpo de camareros italianos, bajo las órdenes del popular Signor Maciduino, el más amable de los maîtres d’hôtel.

Por sus brillantes tejas, al edificio se le llamó «Golden Roof». Bajo aquellas tejas se instaló un artesonado de palisandro, con suaves luces. Había un ascensor dorado para subir al primero y segundo piso, donde había los comedores reservados, con cristales esmerilados y diáfanos cortinajes. Yeh Ling pensaba que todo aquello resultaba demasiado respetable, pero el jefe se mantenía en su criterio.


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Dominio público
208 págs. / 6 horas, 4 minutos / 412 visitas.

Publicado el 4 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

El Hombre del Hotel Carlton

Edgar Wallace


Novela


I

Hubo un hombre llamado Harry Stone, conocido también por Harry el Valet, que fue un detective hasta que le desenmascararon, lo que sucedió a los tres meses aproximadamente de haber entrado en el C. I. D. del Departamento de Policía de Rodesia. Pudo ser procesado; pero en esa época esta sección especial de la Policía no tenía ningún deseo de hacer pública la falta de honradez de sus agentes; así que cuando una noche se marchó por el correo de Capetown no se molestaron en hacerle volver.

Harry se dirigió hacia el Sur, llevándose cerca de trescientas libras esterlinas ilícitamente ganadas, con la esperanza de encontrar a Lew Daney, que era un buen compañero y un gran artista, aunque poco afortunado.

Pero Lew se había marchado hacía mucho tiempo, y precisamente estaba en aquellos momentos organizando y llevando a cabo una serie de correrías más pintorescas y mucho mejor preparadas que su intento contra el National Bank de Johannesburg.

Harry volvió a Rodesia por la ruta de Beira, atravesando el Massi-Kassi hasta Salisbury, lo cual fue su desgracia, porque el capitán Timothy Jordán, jefe del C. I. D. de la Policía de Rodesia, le hizo el honor de visitarle personalmente en el hotel.

—Está usted inscrito como Harrison, pero su nombre es Stone. Y a propósito: ¿cómo está su amigo Lew Daney?

—No sé lo que quiere usted decir —dijo Harry el Valet.

—Sea como sea —contestó Tim, sonriendo—, el tren para territorio portugués sale dentro de dos horas. ¡Tómelo!

Harry no discutió. Estaba desconcertado, porque nunca se había tropezado con Tiger, Tim Jordán, aunque había oído hablar de este activo joven y sabía de memoria las hazañas que de él se referían.


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Dominio público
204 págs. / 5 horas, 58 minutos / 343 visitas.

Publicado el 19 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

La Puerta de las Siete Cerraduras

Edgar Wallace


Novela


I

El último trabajo oficial (según creía él) de Dick Martin era el de encontrar a Lew Pheeney quien se suponía complicado en el robo de la Banca Helborough. Y le halló en un pequeño restaura del Soho, en el preciso momento en que terminaba de tomar café.

—¿Qué ocurre? —preguntó Lew en tono despreocupado, mientras cogía el sombrero.

—El inspector quiere hablar contigo acerca del asunto Helborough—respondió Dick.

Lew arrugó las narices en expresivo gesto de satisfacción.

—¡El asunto Helborough! —exclamó desdeñosamente—. No me ocupo de los negocios de Banca. Creía que lo sabía usted. ¿Qué hace usted aún la Policía, mister Martin? Me han dicho que tiene usted dinero y que se separa del servicio.

—En efecto; tú eres mi último trabajo.

—Pues en este último salto, ha caído usted, demasiado mal. ¡He combinado cuarenta y cinco coartadas! ¿Le sorprendo; mister Martin? Ya sabe usted que no doy golpes de Banco. Mi especialidad son las cerraduras.

—¿Qué hacías el martes a las diez de la noche?

—Si se lo dijese a usted, creería que le estaba mintiendo.

—Vamos a verlo —insistió Dick, clavándole la mirada centelleante de sus ojos azules.

Lew tardó un momento en hablar. Calculaba los peligros de ser demasiado franco. Pero, una vez resuelto, terminó por decir la verdad.

—Esa noche y en esa hora realicé un trabajo particular. Un trabajo del que no quiero decir nada. Un poco sucio, pero en el fondo honrado.

—¿Y te pagaron bien? —preguntó Dick sonriente e incrédulo.


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182 págs. / 5 horas, 19 minutos / 225 visitas.

Publicado el 19 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

El Misterio de la Vela Doblada

Edgar Wallace


Novela


I

Un descarrilamiento había detenido en Three Bridges al tren que sale de la estación Victoria a las cuatro y quince para Lewes. Aunque Juan Lexman tuvo la suerte de empalmar con el de Beston Tracey, por venir éste retrasado, se había ido ya la camioneta que constituía la única comunicación entre la aldea y el mundo exterior.

—Si puede usted esperar media hora —le dijo el jefe de la estación—, telefonearé al pueblo y haré que Briggs venga a buscarle.

Juan Lexman contempló el húmedo paisaje y se encogió de hombros.

—Iré andando —contestó lacónicamente.

Dejó la maleta al cuidado del jefe de estación, se abotonó el impermeable, subiéndose el cuello hasta la barbilla, y se lanzó resueltamente a la lluvia para recorrer las dos millas que separaban la minúscula estación férrea de la aldea de Little Beston.

La lluvia era incesante y amenazaba continuar toda la noche. Los altos setos que bordeaban el estrecho camino eran otras tantas cascadas frondosas, y el camino mismo estaba a trechos cubierto de un barro en que el viajero se hundía hasta los tobillos. Lexman se detuvo, cobijado bajo un árbol corpulento, para llenar y encender la pipa, y con su hornillo vuelto hacia abajo continuó la marcha. A no haber sido por el agua, que buscaba todas las grietas y encontraba todos los desconchados de su impermeable coraza, habría obtenido un gran placer de aquel paseo.


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Dominio público
170 págs. / 4 horas, 59 minutos / 500 visitas.

Publicado el 20 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

Los Cuatro Hombres Justos

Edgar Wallace


Novela


Prologo. El oficio de Terrí

Si, partiendo de la Plaza de Mina, bajáis la estrecha calle donde, de diez a cuatro, pende indolentemente la gran bandera del consulado de los Estados Unidos; cruzáis la plaza donde se alza el Hotel de Francia, rodeáis la iglesia de Nuestra Señora y proseguís a lo largo de la pulcra y estrecha vía pública que es la arteria principal de Cádiz, llegaréis al Café de las Naciones.

A las cinco suele haber pocos clientes en el amplio local sostenido por columnas, y generalmente las redondas mesitas que obstruyen la acera frente a sus puertas permanecen desocupadas.

El verano pasado (en el año del hambre) cuatro hombres sentados en torno a una de las mesas hablaban de negocios.

León González era uno, Poiccart otro, George Manfred era un notable tercero, y Terrí, o Saimont, era el cuarto.

De este cuarteto, únicamente Terrí no requiere ser presentado al estudioso de historia contemporánea. Su historial se encuentra archivado en el Departamento de Asuntos Públicos. Allí está registrado como Terrí, alias Saimont.

Podéis, si sois inquisitivos y obtenéis el permiso necesario, examinar fotografías que lo presentan en dieciocho posturas: con los brazos cruzados sobre el ancho pecho, de frente, con barba de tres días, de perfil, con…, pero ¿para qué enumerarlas todas?

Hay también fotografías de sus orejas (de fealdad repelente, parecidas a las de los murciélagos) y una larga y bien documentada historia de su vida.

El señor Paolo Mantegazza, director del Museo Nacional de Antropología de Florencia, ha hecho a Terrí el honor de incluirlo en su admirable obra (véase el capítulo sobre «Valor intelectual de un rostro»); de aquí que considere que, para todos los estudiantes de criminología y fisiognomía, Terrí no necesita presentación.


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Protegido por copyright
126 págs. / 3 horas, 41 minutos / 454 visitas.

Publicado el 19 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

El Rostro de la Noche

Edgar Wallace


Novela


I. El hombre del sur

La niebla, que más tarde había de descender sobre Londres borrando todos los contornos, era todavía una gris y sombría amenaza. La luz se había extinguido en el cielo, y los faroles del alumbrado público proyectaban una mancha oscura cuando el hombre del Sur llegó a Portman Square. A pesar de la crudeza del frío, no usaba abrigo ninguno; su camisa era de cuello abierto. Pasó a lo largo, mirando sobre las puertas, y, de pronto, se detuvo frente al núm. 551, examinando las ventanas. La comisura de su espantosa boca se animó con una sardónica sonrisa.

El alcohol exalta todas las pasiones. Transforma el hombre más débil de sus semejantes en un agrio reñidor. Pero en el hombre que alberga un hondo agravio produce la roja neblina que exalta el homicidio. Y Laker tenía ambas cosas: el agravio y el motivo de exaltación.

Ya enseñaría él a este viejo diablo que no podía robar a los hombres impunemente. El sórdido avaro que vivía con el riesgo de que sus ganancias fueran secuestradas. Aquí estaba Laker, casi sin blanca, después de un largo y penoso viaje y con el recuerdo de la visita secreta que sufrió en la Ciudad del Cabo, cuando su vivienda fue registrada por la policía. Una vida de perro era su vida actual. ¿Por qué el viejo Malpas, que no tenía antes medios de existencia, había de vivir en el lujo, mientras su mejor agente vivía duramente? Laker pensaba así cuando estaba borracho.

Éste era el personaje que podía verse paseando frente a la puerta del número 551 de Portman Square. Su largo rostro afeitado, la cicatriz de una cuchillada que cruzaba su mejilla hasta el extremo del mentón, la frente, pequeña, cubierta por unas greñas lacias, y su deplorable indumento, daban la impresión de una abyecta pobreza.


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Dominio público
298 págs. / 8 horas, 42 minutos / 365 visitas.

Publicado el 19 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

El Escudo de Armas

Edgar Wallace


Novela


Capítulo 1

A los feos y enormes barracones que se alzaban en lo alto de la colina de Sketchley los llamaban oficialmente la Institución Sketchley de Indigentes. Para los habitantes de la comarca era el Manicomio. Solamente los más viejos recordaban la furiosa polémica que acompañó a su erección. Todos los agricultores propietarios en un radio de muchas millas protestaron contra el atropello; hubo reclamaciones, interpelaciones en el Parlamento, mítines al aire libre, recursos con los que se quiso detener la mano profanadora del Gobierno; pero al final se construyeron los barracones. Y al argumento de que era un monstruoso acto del vandalismo levantar un manicomio en el paraje más encantador de Surrey, contestaron los altos funcionarios interesados, bastante razonablemente, que hasta los locos tenían derecho a disfrutar de un panorama agradable.

Hacía de esto muchos años, cuando el viejo era todavía un niño que hacía novillos por los helechales y planeaba raras y espantables hazañas. La autoridad cayó sobre él cuando aún era joven, antes que pudiera realizar ninguno de sus sueños fantásticos. Tres médicos le asaetearon a preguntas impertinentes (así le parecieron); llamaron a la casa de salud y se lo llevaron a un coche, respondiéndole cortésmente cuando preguntó si sabía la reina Victoria el mal paso en que se encontraba su hermano menor.

En aquel edificio pasó muchos años. Murieron reyes y reinas y hubo guerras. En la blanca cinta de la carretera de Guilford, los ligeros tílburis y cochecillos fueron sustituidos por carruajes de marcha rápida, que se movían sin caballos. Sobre esto se discutió abundantemente en la Institución Sketchley. Individuos recién llegados afirmaban que lo entendían todo; pero el anciano y sus viejos amigos sabían que las personas que explicaban el milagro estaban locas.


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Dominio público
195 págs. / 5 horas, 41 minutos / 337 visitas.

Publicado el 4 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

El Guarda

Edgar Wallace


Cuento


Los reporteros de crímenes poseen gran cantidad de intereses y de amigos, singulares en su mayoría. Su vida transcurre en una atmósfera cuyo principal ingrediente es la sospecha. Wise Y. Symon era un gran reportero de crímenes, un verdadero Napoleón de la especie, y su grandeza se debía en grado no pequeño al hecho de que conservaba su fe en la naturaleza humana. Y a que, según he observado, el título de grandeza se basa con frecuencia en la mezcla de virtudes contradictorias.

Había una joven empleada en las oficinas de una firma de abogados de Walford House, en la City, por quien Wise Symon sentía inmenso interés. Trabó conocimiento con ella cuatro años antes de que diera comienzo la presente historia, en un tiempo en que la conocían todos los periodistas de la ciudad, y su retrato, más o menos grande según dictaran las exigencias de espacio, figuraba en casi todos los diarios de la mañana o de la tarde.

La desaparición de su padre, Harrigay Ford, había constituido la sensación del momento, pero llegó un tiempo en que los periódicos cesaron de entrevistar a su hija y de imprimir las declaraciones de los camareros de trasatlánticos que lo habían reconocido en el misterioso pasajero que tomaba sus comidas en el camarote.

Después de todo, un hombre rico tiene derecho a aparecer y desaparecer cuando lo desee. La historia perdió interés cuando su banquero, el patriarcal señor Borthwick, intervino. Harrigay Ford se había marchado al extranjero y había escrito una apresurada carta en papel con membrete del barco S. S. Cretpic, diciendo que esperaba estar ausente de Inglaterra durante varios años, y ordenando al señor Borthwick que pagase a la hija del mencionado Harrigay Ford la suma anual de cien libras, repartida en trimestres.


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14 págs. / 25 minutos / 331 visitas.

Publicado el 5 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

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